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viernes, 15 de marzo de 2024

279. La segunda carta lunar

279. Segunda carta lunar de Brezo para Arley, que cuenta cómo la luna violeta dio a conocer la presencia de un hada zorril.

Querido hermano,

Yo estaba en el Bosque Triturado el otro día, llevando a los animales que viven allí  algo de comida de invierno. Cuando ya volvía a casa, vi a un zorro rojo con un gatito muy pequeñito en la boca.

                               


No me lo pensé dos veces. Supuse que el zorro se iba a comer al gatito y le golpeé impulsivamente en la cabeza con mi cesto para que lo soltase. Para mi sorpresa, el zorro se esfumó en el aire. Y el gatito empezó a regañarme. En un segundo, se había convertido en una niña hada muy canija.

“¿Por qué te metes? El zorro me llevaba a mi casa de muñecas,” dijo el hadita. “¿Quién eres tú?”

 “Soy Brezo. ¿Y tú?” la pregunté.

“Soy Neferedi, la canija de los Atsabesitos. ¿Sabes quiénes somos?”

“¡Claro!” contesté, “Si soy tu tía. La hermana de tu padre, Ati.”

“Entonces… ¿me llevas a mi casa de muñecas? El Rincón de Gatsabé solía llamarse. ¿Sabes dónde está eso?”

“Lo sé. ¿Te has perdido?”

“Por supuesto que no. Me he cortado el pie y no quiero cojear hasta allí. Me dolería. Y me han advertido que no debo volar en un bosque plagado de ramas. Todavía no.”

“Déjame ver tu pie,” dije yo.

Lo hizo, y yo lo hice, y dije, “Puedo curar esto.”

“Prefiero que lo haga mi gata niñera, Pedubastis. No lo toques.”

Puse a la niña en mi cesto y anduve hasta el Rincón de Gatsabe, que estaba cerca y allí estaba Pedubastis con los otros cinco Atsabesitos.

“Pero haberme llamado en vez de molestar a esta señorita,” dijo Pedubastis.

“Es mi tía Brezo. Todos dicen que a Brezo no es fácil molestarla. ¿Sabes qué? Le ha dado un mamporro a Leonado en la cabeza, y él ha desaparecido. ¿Qué crees que le habrá sucedido?”

“A ese, nada,” dijo Pedubastis, “porque sabe cuidar muy bien de sí mismo.”

Cuando llegué a casa, entré por la cocina y dejé ahí el cesto y me quité los zapatos y me puse unas zapatillas. Y me di cuenta de que había un fuego crepitando en el salón y fui a ver de qué iba aquello y ahí, sentado junto a la chimenea, me enteré de lo que le había pasado al tal Leonado. Hecho un ovillo sobre el cojín de un sillón estaba el zorro rojo, frotando un chichón que tenía en la frente.

“Este me va a demandar,” supuse yo. Así que le dije al zorro, “Ni intentes convencerme de que yo te he hecho eso. Sólo te rocé con un cesto de mimbre, y por detrás.”


Y el zorro se convirtió en alguien que, sospeché yo, responde al nombre de Beaurenard Flynn. ¿Sabes quién es ese, Arley? Le hemos visto antes, aunque nunca nos han presentado. Un muchacho hada que siempre viste impecablemente pero con ropa de época. Esta vez iba del siglo dieciocho, con seda y satén y encaje en el cuello y una coleta con un lazo almidonado que sujetaba como podía su cabello leonado y algo alborotado. Creo que le despeiné yo con el cesto. Lo último que parecía era peligroso. Abrumado por las circunstancias, más bien. Pero ya sabes cómo son las cosas con las hadas zorriles. La gente las teme. Decir que las tratan con prudencia es quedarse corto.

“Tienes razón,” dijo el hada, exonerándome. “Esto me lo he hecho yo con una rama cuando pegué un respingo al darme tú en la cabeza. No estoy aquí para pedirte cuentas. Sólo quiero un poco de hielo para el chichón y…¿Por qué me miras así?”

“Lo que dices no tiene sentido,” contesté yo. “Está nevando y helando ahí fuera. Tú necesitas hielo menos que un esquimal.”

“¿He dicho hielo? Quise decir árnica,” sonrió.

Yo supuse que estaba tanteándome para ver si se me podía engañar o no.

“No hace falta,” dije, y apunté al chichón con un dedo y lo hice desaparecer.

 “Ah, sí. Vuelves a tener razón. Lo que realmente quiero es hablarte de un problema que tenemos.”

 “No voy a responder por atizarte, ni por lo que haya sucedido a consecuencia. Creí que estabas a punto de comerte al gatito. No sabía que eras un hada. Te tomé por un auténtico zorro.”

“¡Ah, yo estoy acostumbrado a eso!  Y tampoco te fías de mí ahora que sabes que soy un hada. Eres como los demás. Recelas de los zorros.”

Asentí con la cabeza.

“Sois más listos de lo que somos los demás y eso os convierte en peligrosos. Eso es lo que los demás pensamos de las hadas zorriles. Muy monos, pero no conviene tener que ver con vosotros.”                

“Gracias,” dijo el hada zorril. “Acabas de decir las únicas dos cosas buenas que la gente dice de nosotros.”

Todo el mundo sabe que las hadas zorriles son muy monas y muy listas, pero pocos hacen amistad con ellas. Tal vez no sea culpa suya, pero a la mayoría de la gente no le gusta estar con aquellos que siempre van por delante de ellos. Puede que sea injusto para estas hadas, pero así son las cosas.

“No pasa nada,” sonrío el zorro otra vez. “Ya te digo que estoy acostumbrado a que no se fíen de mí. Ni entre nosotros nos fiamos mucho.”

“Casi nunca os mezcláis con los demás. ¿Por qué estás aquí fiand0te tú de mí?” le pregunté. “Yo podría pedir ayuda y echarte de aquí. Esta es mi propia casa. Ella misma te expulsaría si yo quisiera.”

 “No pidas ayuda. La ayuda soy yo. Y vas a tener que fiarte de mí.”

Y entonces empieza a contarme esta peculiar historia que yo no sabía si creer o no, pero que acabé tragándome entera.

“Cuando allí en la casa del Dulajan y su esposa Aislene el hada casamentera Cybela escuchó a Alpin decir que quería que tú fueses su esposa, ella se horrorizó. Le contó eso a su marido y él se lo contó a tu abuelo, y el a tu abuela Divina y ella a su hermana, y tu abuela Celestial, que es amiga de mis abuelas, se puso como una fiera y le dijo a tu abuelo AEterno que o él hacia algo o lo haría ella. Y no hay nada que tu abuelo odie más que que alguien que no sea él haga algo que él no hace. Y porque todos sabían lo tenaz y lo terco que es Alpin cuando quiere conseguir algo, y como logró emparejar a su hermana Brana con tu tío Ricatierra y también casar a Finisterre con Clepeta la gallega, estaba claro que necesitabas protección. Así que tu abuelo mando a Mylor a por mí, pero fue AEterno en persona el que me dijo que yo te tenía que seguir por todas partes para que ni Alpin ni nadie inapropiado llegase hasta ti.”

 “¿Eso quiere decir que piensan que soy tonta y no sé defenderme?”

 “Pues podría ser. Pero no te ofendas, que no ofende quién quiere sino quién puede. Y puede que esto sólo sea porque todos temen a Alpin ahora que tu hermano ya no se dedica a controlarle, pobrecito, que paciencia ha tenido, pero no voy a entrar en eso ahora, así que piensa que todos  sobreprotegemos a aquellos que queremos. Si yo fuese tú, optaría por pensar que esto es una señal de que te queremos, o sea, de que tus abuelos te quieren.”

“Tendré que pensar un poco en esto antes de decidir que me parece,” dije yo.

“Sí. Pero no tardes mucho y no seas dura con nadie. El caso es que yo ya estaba presente cuando Quintín Andaraudo se presentó ante Alpin en el cuarto círculo de las hadas y le dijo que estaba contigo para disuadir al No Cambiadito de intentar conquistarte. Yo hubiese tenido que hacer algo de no hacerlo Quintín.”

 “¿Fue más rápido que tú?” me reí.

“Es un Andaraudo. ¿No? Y jamás piensan dos veces. Tal vez ni una. ¡Ah, no debí decir eso! Quintín no es más tonto que la mayoría de la gente. ¿Sueno petulante? No quisiera parecerlo. Yo probablemente pienso demasiado. No diré más sobre Quintín. Él es muy normalito. Pero hasta ahora era la fiera de tu hermana Cardo la que ahuyentaba a Alpin. ¿Me equivoco?”

“Y ahora ya no tendrá tiempo, porque estará ocupada entreteniendo a Quintín. ¿Y por eso todos están preocupados por mí?”

“Sólo he pensado que…pues…después de seguirte por todas partes, y no es porque estoy mejor sentado aquí junto al fuego que ahí fuera entre los narcisos que rodean al durísimo Monumento Binky, que es el  único lugar en el que uno no se hiela ahí fuera esperando que alguien o algo te amenace, aunque yo sí prefiero estar aquí dentro, pero no acosarte invisiblemente en tu casa y…creo que me he liado y voy a empezar a decir esto de cero. Creo que tienes derecho a saber que estás acompañada y no ignores que te sigue una presencia totalmente invisible, aunque mi propósito sea bueno.”

“¿Así que me has estado acosando?”

“No me gusta como suena ese verbo. Pero sí que se me da bien pasar desapercibido, ¿no crees? Quiero decir, ni tú ni nadie se ha dado cuenta de que yo estaba haciendo esto. ¿Verdad o no?”

“No. Ni yo ni nadie que yo sepa se ha percatado. ¿Se supone que tengo que aprobar eso?”

“No. Pero ahora es cuando te tengo que pedir yo un favor, niña reputadamente dulce y compasiva. Esto no ha acabado. Tu abuelo me quiere aquí. Si le dices que me largue, él me dará la patada en el acto. Pero le conozco. Y en el mismo acto mandará a otro a perseguirte, alguien que jamás te dirá en lo que está. Pero yo he sido decente, honrado y transparente como el agua clara y cristalina contigo. Y francamente, prefiero este trabajo a cualquier otro que tendría que hacer si hicieses que me echasen. Así que por favor no lo hagas. Esa es la gracia que pido.”

 “¡Una vez más, dices tonterías!” dije yo. “Nadie de aquí tiene necesidad de trabajar. Si estás haciendo esto es porque quieres. Pero sí que tienes razón en una cosa, Mis abuelos volverán a mandar a alguien a seguirme.”

“Algún hipócrita silencioso,” asintió el muchacho zorro. “Mudo cual pez mortal. No lo dudes.”

Y ahora soy consciente de que me vigila y persigue a todas partes Beaurenard Leonado Flynn, porque no tengo lo que hace falta para meterle en un lío con el abuelo. Tiene el tacto de hacerse visible siempre que estamos solos, y de volverse imperceptible cuando hay alguien más conmigo, así que ni Cardo sabe de su presencia, pues menuda bofetada le metería si supiese todo esto. Entre ella y su Quintín harían de él fosfatina, que este Beaurenard, aunque puede que sea un liante, me parece a mí que no es hada de broncas. Sólo sabes todo esto tú, porque a ti aquí te lo cuento. Y te lo digo porque probablemente ya lo sepas dada tu nueva profesión. Leonado se ha instalado en mi casa, pero afortunadamente es muy discreto y no causa problemas. Al confiarme su secreto, ha logrado que su vida sea más cómoda, y yo no puedo evitar sospechar que ha confiado en mí para conseguir esto y no porque era lo correcto. Espero que no me haya engañado, pero no lo puedo saber. Como ninguno tampoco podemos saber si estamos siendo acechados por presencias invisibles increíblemente cautas, he optado por pensar que decidí bien cuando le permití perseguirme y adueñarse de mi casa. 

Por cierto, Beau dice que conoces a su hermano Radley. Me lo acaba de decir mientras escribo esta carta. Quiere que te diga esto porque espera que eso sea una buena referencia. No pienses en venir aquí a montar un cirio, por favor. Nos va bastante bien. Él acaba de decir que no hace falta que yo te pida esto porque allí donde estás se sabe todo y seguro que sabes que sus intenciones son buenas. Bueno, pues esa es la noticia que ha traído esta luna, hermano mío. ¡Qué todo te vaya bien a ti y a todos nosotros también! Eso deseo y espero.

Mucho amor de Brezo.

P.D. Hice para el cumplemes de Mauelito un bizcocho que llevaba relleno y cobertura de dátiles que nos regalaron los Reyes Magos. Adjunto la receta de ese relleno y cobertura por si alguien lo quiere probar. 

Crema de Dátiles

2/3 taza de nata

2/3 taza de azúcar

2 yemas de huevo

½ taza de dátiles picados

½ cucharadita de vainilla

½ taz de almendras tostadas y picadas

Mezcla la nata, el azúcar, las yemas y los datiles.

Cocinar esta mezcla a fuego bajo, removiendo constantemente hasta que se vuelva más espesa

Apartar del fuego y añadir la vainilla y las nueces.

Enfriar hasta que la crema esté lo bastante espesa como para cubrir la tarta.

Rellenar y cubrir la tarta con la crema


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