Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

viernes, 28 de junio de 2024

287. La Novena Carta Lunar

287.  La novena carta lunar, primera parte y segunda parte, recogiendo la primera discusiones entre tres de los cuatro abuelos divinos y la segunda la solución que Beau halló para el problema de la seguridad en la fiesta de los Atsabesitos. Esta carta será escrita por Brezo durante la luna de plata neblinosa.

Primera parte:

Querido Arley,

“La buena noticia es que te ama,” dijeron los hojitas cuando me preguntaron si yo había visto algo tras beber del agua del regato husmeo y yo les contesté que sí, que probablemente había visto – no, más que eso, había sido Beau.

“Si no te quisiese, él no te lo hubiese consentido. Te hubiese bloqueado. Quizás ni siquiera hubiese tenido que hacer eso, porque donde no hay amor no hay conexión. No, ninguna conexión entre los pensamientos de dos personas. Eso tiene que ser mutuo.”

“Pero tuve un dolor de cabeza justo antes de dejar de percibir…”

“No, no!  Eso ocurrió porque no estás acostumbrada a espiar, es decir, a observar, a tu amado. No significa que él te haya bloqueado. Irás mejorando en esto con algo de práctica, pues es como cualquier otra habilidad. Pero hemos de advertirte de algo, y tú has de tener la advertencia bien en cuenta. No vayas por ahí diciendo que posees esta habilidad. Y no le cuentes a nadie lo que aprendes por tenerla. Ni siquiera a nosotros. Sólo hemos preguntado para saber si te funcionó el agua. Ahora siempre podrás leer la mente de Leonado, pero él también la tuya. No necesitas más agua, asi que ni se te ocurra ser como esa gente tonta que se sienta junto al regato y permite que la hierba les cubra y la nieve también, y nunca hacen nada más que pensar en su amado. No conviene.”

“Entiendo,” dije yo.

Y tras darles las gracias por aconsejar y ayudarme, pues pude entrar en casa a descansar. Y luego preparé la tarta de limón y merengue para Mauelito y se la di y entonces me he sentado a escribir esta carta contándote estos hechos y después me eché otra siestecita, porque seguía cansada. Y cuando desperté, ahí estaba Beau, y dijo que no le echase una bronca por lo que le había visto hacer, porque él sabía lo que estaba haciendo y no me iba a echar en cara que yo le hubiese espiado. Que yo lo iba a entender todo. Y me di cuenta de que no estábamos hablando, sino pensando, que escuchábamos nuestras mentes. Y eso era algo bueno, porque aunque en esta isla es ilegal espiar a la gente dentro de su casa, no es del todo imposible. Y claro que Beau no quería que cierta gente conociese sus planes. Y yo tampoco quería que se supiese lo que yo sabía de eso, o que se supiese que yo sabía de eso. La discreción era muy necesaria, porque no queríamos que nadie hiciese daño a los Atsabesitos, y por otra parte, dada la cantidad de apoyo marcial que habíamos obtenido, podría ocurrir una desgracia. Así que decidimos dar un paseo para cambiar de aires, y olvidar por un momento estos problemas. Ya nos ocuparíamos de eso después.

Pero mientras paseábamos por el vecindario, nos encotramos con Pedubastis y los Atsabesitos. Los niños estaban a medio cambiar de gatos en niños. Y se pusieron muy contentos al ver a Leonado. Y se emocionan mucho cuando le ven, porque piensan en la fiesta que van a tener. Pero antes de que pudiesen asediarle con preguntas sobre la fiesta, apareció la Abuela Divina, ahí de pie bajo un árbol de palomas, una davidia involucrata. Y portaba la abuela una bolsa de papel marrón.


La abuela nos sonrío y saludó a Pedubastis.

“¿Dónde vais, cielitos?” le preguntó a sus bisnietos.

Los niños todos comenzaron a gritar que iban a jugar al Bosque Triturado, a la casita de su madre que ahora era su casa de muñecas.

“No, eso no,” dijo Divina. Y abrió la bolsa de papel marrón y sacó de ella la casita de muñecas de la que estaban hablando los gatitos. Encogida hasta poder caber en la bolsa, claro.

Los niños empezaron a protestar y su bisabuela dijo, “¡Callad, callad! Y decidme dónde debo poner esta choza. ¿Tú que dices, Pedubastis? Los niños estos no pueden salir de Isla Manzana. No están a salvo ahí fuera. Desde ahora en adelante, está prohibido abandonar la isla.”

Los niños protestaron aún más, gritando y saltando e intentando quitarle la casa a su bisabuela.


“¡Congelados!” gritó Divina, y los Atsabesitos quedaron congelados. Parecían pequeñas y extrañas figuritas pintadas de colorines, medio gatos y medio hadas.

“Señora de Virbono,” dijo Pedubastis, “estos niños todavía no caminan solos. Yo siempre estoy con ellos. Están aprendiendo a defenderse. El bosque es un buen lugar de aprendizaje.”

“No lo dudo. Pero precisamente porque lo es, van a tener que aprender a sobrevivir  lejos de él. Sí, aquí mismo. Y pondré la casita en un parque, si Ati no la quiere en sus jardines. Mejor aun, la colocaré justo en medio del campo de golf de mi marido AEterno.”

“¡Ni hablar!” gritó el Abuelo AEterno,  apareciendo de pronto entre nosotros. “No la quiero ni en el jardín de Botolfo, es decir, en nuestro jardín, el de casa. Estos críos muerden y arañan. Son más salvajes que cualquiera de los niños que incordian a Epón.”

“Voy a colocar esta casa justo en el centro de tu campo de golf y tú no te vas a atrever a moverla un centímetro, AEterno. Y te lo tendrás merecido para que te recuerde que no has hecho nada para que estas pobres criaturas puedan tener una fiesta del día del nombre. Cualquiera puede tener una, y los bisnietos del gran AEterno, pues no.”

“Ya ha hecho algo, querida madrina,” intervino Beau rápidamente. “Brezo y yo estamos en ello. Pero chitón, madrina. Discreción. Deje esto en nuestras manos, y si Atí no quiere la casa en su terreno porque afea el paisaje, ya encontraremos nosotros donde colocarla aquí en la isla.”

“Quedaría bien en mi jardín,” dije yo. “Es la clase de cosa que tengo allí. Todo lo que hay es variopinto. Si Ati no lo quiere o si los Atsabesitos quieren jugar fuera de casa de sus padres pueden venir a la mía.”

“Eres una incauta, niña,” me dijo el Abuelo AEterno. “Estas fieras van a arañar tus árboles y arrancar tus flores de raíz, cavando en la tierra. Puede que también ataquen a tus pájaros y mariposas.”

“No seas ridículo, AEterno,” le regañó la abuela. “No son más que niños. Toma, Beau. Tú lleva esto  a casa de Brezo. Y tú. AEterno, deja que estos niños pasen un rato contigo. Llevales al bar de Ruibarbo y que ese les prepare algo de merienda. Son tus bisnietos. ¿Haz algo por ellos!”

Y Divina chasqueó los dedos y los niños se descongelaron y gritaron que ellos no comían pájaros ni mariposas.

“Yo tampoco,” dijo su bisabuela.

“¿Tú que comes, Bisabú?” preguntaron los niños, que así la llamaban.



“Lo único que come esta es helado de tutti frutti,” se chivó el bisabuelo.

“¿Eso qué es?” preguntaron los niños.

“Un sabor de helado viejo,” respondió AEterno.

“¿Por qué come helado viejo?”

“Porque es vieja. Si venís a merendar al club de golf, sólo os darán comida antigua. Así que sugiero que no os molestéis en venir.”

“¡Mentira! Yo no sólo como helado de tutti frutti,” protestó la bisabuela.


“¡Ah, sí! ¡Sí que sí! Lo comes porque eres vieja, y porque fuiste una niña malcriada que sólo comía helado de tutti frutti y ahora eres una vieja caprichosa e infantiloide, que sigue comiendo eso. Cuando comes sola, eso es lo que comes. Y cuando comes sola conmigo, también. Porque donde hay confianza, da asco. Y ni disimulas. Por eso lo sé. Doy fe de ello,” insistió el bisabuelo.

“Comer contigo es lo mismo que comer sola, eso sí es verdad,” dijo Divina. “Eres pésima compañía, viejo gruñón.”

 “¡Queremos comer helado de tutti frutti nosotros también,” gritaron los niños gato. “¡Queremos comer comida de viejo gruñon!”

“Hay mucho de eso en el bar del club de vuestro bisabuelo. Vamos a invadirlo y asaltarlo y zamparnos todo lo que encontremos ahí,” amenazó la abuela. “Vamos a cargarnos el bar de Rhubarbarum y vamos a levantar toda la hierba del campo de golf. Y así es cómo conseguiréis vuestra fiesta, porque así es como se consigue sacarle algo a los viejos egoístas.”

“¡Viva!” gritaron los niños. Y entre vivas preguntaban, “Quién es Ruibárbara? ¿Quién es ella?”

Y AEterno miraba fijamente a Divina pero no decía nada.

Y Neferhari, que es muy valiente, se atrevió a preguntarle, “¿Te vas a enfadar muchísimo con nosotros si nos cargamos tu campo de golf, bisabuelito?”

“Si os cargáis mi club os ganareis una pésima reputación. Os tacharan de vándalos y todos dirán que vuestros padres no sirven para criaros y que vuestra familia no es más que basura apestosa. ¿Tú quieres que digan eso de ti?”

“Ohhhh…” dijo Neferhari, con la mandíbula caída, tan impresionado estaba por la advertencia que le hizo el abuelo.

“No seas ridículo, AEterno. Le llevara diez segundos a Vertumno dejar  tu campo verde tan verde como estaba.”

“Pero todos se enterarán, y las malas lenguas se agitaran,” insistió AEterno, sus ojos azules despidiendo una extraña luz verde al decir la palabra malas.

“¡Ohhhh!” exclamaron los Atsabesitos, impactados por la luz verdosa. “¿Qué son las malas lenguas? ¿Son muy malas?”

“¡Sí!” dijo AEterno, breve pero contundentemente.

“Escuchad, niños,” dijo Divina, “las malas lenguas sólo son algo a lo que las personas sensatas no deben hacer ni caso. Nada más.”

Pero los Atsabesitos no sabían a cuál de sus bisabuelos creer. La existencia de seres malignos no es fácil de ignorar.

Y mientras Divina y AEterno se miraban mal, Beau y yo también intercambiamos una mirada, preguntándonos con el pensamiento si algún día seríamos como ellos. Pero sacudimos la cabeza porque sabíamos que no, e intentamos irnos de ahí muy silenciosamente. Pero no habíamos dado más de un paso o dos cuando Divina le gritó a Beau, “¡Beaurenard, ve a por mi hermana efectiva! Dile a esa que se ocupe ella de organizar una fiesta del día del nombre para estos chiquillos. Ella también es bisabuela suya.”

Antes de que Beau pudiese abrir la boca para volver a decir que él ya estaba en organizar la fiesta,  la Señora Dama Bisabuela Celestial apareció estallando de una de las flores del árbol de palomas. Se quitó algo de polen de la nariz de un tortazo, y AEterno inmediatamente se dio media vuelta para hacer que no la veía.

 “¡Ultimatum!”  le gritó la dama a Beau. “Tienes siete días para hacer de las tuyas y poner fecha para esa fiesta, guapito, o me ocuparé yo misma de organizarla.”

“Si ya hay fecha, Gran Señora Celestial,” dijo Beau, “y la fiesta será precisamente dentro de siete días.”

“¿Y por qué no he sido invitada?”

“Porque voy a enviar las invitaciones mañana.”

“¡Mañana, mañana!” se burló la Señora Dama Bisabuela. “¿Dónde están esas invitaciones? Las entregaré yo misma.”

“Usted sabe que yo nunca fallo, Señora Dama Celestial. Usted vuelva a casa y dedíquese a pensar en que regalo les va a hacer a estos niños, que son seis.”

“Más te vale que lo que dices sea cierto,” amenazó la Dama Celestial, apuntando a Beau con su varita mágica. Sólo entonces se volvió hacia Divina y AEterno y les dijo, “Nos veremos las caras dentro de siete días. ¡Al minuto!”

Y desapareció. Y Divina y AEterno se fueron a tomar helado de tutti frutti al club con los niños y Pedubastis, el abuelo demasiado ocupado vituperando a su cuñada para pensar ya en deshacerse de la compañía de sus bisnietos hada gatitos.

Y Beau y yo nos quedamos ahí de pie en la arboleda de davidias, con la encogida casita de Gatsabé esperando a nuestros pies que la transportásemos a mi jardín.

“Donde sea menos cerca del Regato Husmeo,” le susurré a Beau.

“No lo quiero junto a la tumba del primer ministro o sea lo que sea esa urna de cristal,” él dijo, “podrían romperla de un balonazo o algo.”  Mirando por todas partes para ver donde podría encajar la casa, añadió, “O el ruido podría despertarlo y si él se levanta de pronto les dará un susto. ¿Cabrá la casa entre los oleandros? Cuando la devuelva a su tamaños natural, claro.”

“Ese es el lugar perfecto,” le dije, y cuando la puso ahí y vimos que lo dicho era cierto, nos miramos a los ojos y nos pusimos a pensar en la fiesta de los Atsabesitos.

“Siete días es muy poco tiempo, Beau.”

“Volarán. Lo sé. No tengo tiempo que perder.”

“¿Y cómo te puedo ayudar? Debería hablar con Henny Parry y pedirle que aumente su stock de vendas y desinfectantes? Porque va a haber palos, ¿no? Organizaré una unidad de urgencias. Lo he hecho antes, por ejemplo, para la Batalla de los Papapipas.”

Beau sacudió la cabeza. Y pensó que ya había hablado con Henny.

“Bloquearás la entrada, ¿no? ¿Sólo una entrada y un escudo impenetrable cubriendo toda la zona de la fiesta?” pensé yo.

“La entrada será un túnel del tamaño del agujero de un topo,” pensó Beau. “Un poco incomoda, pero… ¿qué se le va a hacer? Tendremos que encogernos y desencogernos.”

“¿Y tus hombres a prueba de balas estarán esperando en la otra punta con las hoces y escopetas de Tito Fu? No creo que sepan usar varitas mágicas, ¿o sí? ¡Qué espanto!”

“La verdad es que tengo la esperanza de que no haya necesidad de llegar a utilizar piedras ni palos ni armas de cualquier clase. Pero sí que habrá vigilancia.”

Y entonces, pensando me pidió que yo me ocupase de organizar lo que era la fiesta en si, tal y como yo organizaría una fiesta del día del nombre normalita. Todo menos las invitaciones, que de eso se iba a ocupar él.

Y continuaré esta carta dentro de ocho días, porque la fiesta habrá pasado y te podré decir cómo fue todo, y si salió a pedir de boda de Beau.

Segunda Parte:

Una vez más, Querido Arley,

Si, mi querido hermano, estás esperando una historia de vientos de guerra soplando como fieras, afortunadamente no tengo nada así que contar. Trabajo duro en lugar de violencia es lo que voy a cantar. Paciencia y persistencia. Beau razonó que no había manera alguna de que pudiésemos tener una fiesta del nombre para los Atsabesitos sin que alguien les hiciese daño durante o después de la misma si AEterno no nos prestaba su ayuda. Por mucho que blindásemos el lugar de la fiesta, y suponiendo que no se colase ningún malhechor, habríamos  atraído la atención y cualquiera podría esperar y atacar a las hadas gatito en cualquier lugar y momento después de su gran día. Sólo parecía haber dos maneras de evitar esto, siendo una, que AEterno tomase cartas en el asunto y la otra que lo hiciese un poder contemporáneo.  Y ese poder…

“Yo compré el ejército para despistar. Sí, para despistar a Apolinaris y a todo el mundo. Pero lo que realmente quería llevarme de su almacén era otra cosa. Era el regalo que le iba a pedir como comisión por haberle comprado todos esos soldados. Yo no quería que nadie se fijase en lo que le iba a pedir.”

“¿Y qué le pediste?”

Yo no lo sabía. Cuando Beau iba a pedirle su comisión a Apolinaris, mi cabeza me había empezado a doler, y había dejado de espiarle.

“Uno de los caballitos de carrusel. Sólo eso.”

“¿Pero por qué? Yo contraté un carrusel para la fiesta. ¿Pero qué ibas a hacer tú con un solo caballito?”

“Primero deja que te devuelva algo que es tuyo, y luego te lo cuento,” me hizo saber. Y me dio trescientos y siete granates. “Esta es tu mitad de las semillas de la granada que nos dio tu abuelo, más uno, que no vamos a partir la sobrante en dos pedazos.” Y entonces me dio otros doscientos y noventa y siete granates, diciendo, “Y esto es lo que queda de mi mitad, tras haber resuelto nuestro problema. Quiero que te quedes con todas estas piedras. Puedes hacerte un collar tan bueno como el de perlas de Betabel, si es que quieres competir con ella. Después de todo, no hay granates como los que da el granado del mismisimo AEterno.

“Pero si tú pagaste a Apolinaris con estas piedras. ¿Es que has devuelto los soldados?”

“No, no. Ni yo me atrevo a devolverle nada a ese. Pero verás. Yo le pague al monstruo ese con granates de fruta del huerto de AEterno. Eso es verdad. Verdad de la buena. Pero no le pague con granates producidos por la granada que nos regaló AEterno. Ni siquiera por una granada que yo mismo hubiese cogido del árbol. Tengo permiso para visitar los huertos de AEterno siempre que quiera, y se me permite coger lo que me de la gana de ahí. Claro que soy muy prudente y nunca me llevo nada que no necesite realmente. Y hay una regla universal sobre la fruta. Esa que recomienda no comer fruta que ha caído del árbol y tocado tierra. Sólo se debe comer lo que uno mismo coge del árbol. Bueno, pues la granada de los granates con los que pague por los soldados, esa la recogí del suelo junto al gran granado primordial. Apolinaris nunca lo sabrá, pero aunque los granates de esa fruta caída son preciosos, sus propiedades no son tan maravillosas como las de una fruta que el mismo AEterno ha cortado de su árbol.”

“¿Y cuál exactamente es la diferencia?”

“Son muchas. Pero fundamentalmente, es que la que coges del árbol da vida, y la que se recoge del suelo da sueño. Yo no he timado a Apolinaris. Le di lo que le dije que le iba a dar, granates producidos por fruta del árbol ancestral. Y hasta su fruta caída es mejor que la del famoso huerto de Ascálafo en el Hades.”

“¿Qué hiciste con las nueve semillas que nos faltan?”

 “Las puse dentro del caballo de carruseI que Apolinaris me dio.”

 “¿Y por qué?”


“Porque al hacer eso, le di al caballito nueve corazones. Y ahora es nueve veces  más fuerte y más veloz y más valiente y más bueno que cualquier caballo que haya en todo el reino de las hadas.”

“Entiendo que las semillas volvieron especial al caballo. ¿Pero por qué tenía que serlo?”

“Ah, la respuesta a eso también contesta a otra pregunta, a la de cómo consiguieron los Atsabesitos su fiesta. AEterno no iba a dar más ayuda de la que nos dio. Así que tuve que recurrir a un poder contemporáneo.”

“¿Apolinaris? ¡No a Tansy!”

“No, no. Jamás atraería la atención de esos hacia los Atsabesitos.”

“Pero sí a ti mismo…”

Recordé como Apolinaris le había mirado a Beau cuando dijo que le interesaba cualquier cosa que le perteneciese a AEterno.

“Yo trabajo para tu abuelo, pero no le pertenezco,” dijo Beau, “aunque dudo que los demonios entenderían esa diferencia. Si me captasen y me volviese esclavo del mal, yo sería para ellos una cosa más que le hubiesen quitado a AEterno. Pero no soy el premio gordo. La persona a la que más desean captar es Demetrio. Sí, tu tío Ricatierra. Pero olvida eso ahora. Richi no tiene nada que ver con esto.”

Darcy, Arley. Era Darcy quién tenía que ver con esto. Beau le sobornó con el caballo de nueve corazones. Darcy lo deseaba tanto para su colección que nada más verlo accedió a ordenar a cada uno de los miembros e la Ganga de los Jocosos que pasase lo que pasase, jamás se enterasen de que existían los Atsabesitos. Y por supuesto que lo olvidasen para siempre si ya lo sabían. También les pidió que no recordasen la conversación que habían tenido con él, aunque no podrían dejar de hacer lo que les había pedido. Darcy pidió algo parecido a aquellos que no eran jocosos pero sí vengativos. Les pidió que olvidasen su sed de venganza. Y para reforzar la seguridad, preguntó a cada uno de los invitados que regalos les iban a hacer a los niños, y les hizo prometer que darían eso y nada más. Fue una labor de chinos hablar con toda esa gente y sin que se enterase nadie. Como te dije, esta historia va de paciencia y perseverancia.

“Hablar con toda esa gente nos llevó cada segundo de los siete días que teníamos de plazo. Hablamos hasta con Jocosa, claro. Colaboró facilitándonos todos los nombres de los jocosos, y de personas que la odiaban y podrían osar vengarse. Por eso no pude ayudarte a montar la fiesta. Pero tú y Cardo habéis hecho una labor extraordinaria. Cosa que han dicho todos los que asistieron. Bueno, pues ahora Darcy tiene su caballo y los niños sus dones. Y yo estoy reventado, y necesito dormir.”

Beau durmió durante siete días, dando tumbos y a veces hasta roncando, tan profundo era su sueño. Al llegar el séptimo día yo me puse nerviosa pensando que tal vez no se volvería a despertar, pero lo hizo, para mi gran alivio.

“¿Y qué ha sido de los soldados?” le pregunté.

“¿Qué qué ha sido de ellos? Pues vigilaron la fiesta, y por suerte no tuvieron que hacer más, ya lo sabes. Ahora están en el sótano del casoplón de mi abuela. Que por cierto, me va a dar la lata para que los saque de ahí. ”

“¿Qué pasaría si les diésemos también un corazón? Como al caballo, pero sólo uno cada uno.”

“Pues supongo que serían mejores jueces de cuando luchar y cuando no,” dijo Beau. “Serían soldados fabricados por un demonio pero dotados de un buen corazón.”

“Prefiero que tengan un corazón a tener yo un collar. Pero no hay semillas para todos. Y no pueden compartir, porque soldados con medio corazón andarían bajos de ánimo.”

Beau sonrió. Pensó que tenía derecho a llevarse dos granadas del árbol del abuelo, porque nos habíamos ganado un premio por haber ayudado a sus bisnietos. Y una vez que hubiese dotado a los soldados de corazones, regalaría este ejército a la hermandad de Prevencionistas por habernos prestado su ayuda. Y yo podría tener mi collar, aunque menos las nueve semillas del caballo de Darcy. Y menos otras cuatro, que le pedí a Beau que le pusiese una a cada uno de sus cuatro lacayos de madera.


Para mi sorpresa, Arley, los Atsabesitos debieron quedar impresionados por la comida anticuada de nuestros abuelos, porque cuando les pregunté qué clase de tarta querían para su fiesta, esperando tener que preparar seis clases distintas, todos chillaron a la vez, “Tarta de piña boca abajo!”  Creo que creen que esta receta tiene mucha clase y es lo último en comida. Muy de mayores. Así que para practicar preparé una de esas tartas para el cumple lunar de Mauelito. Salió bien, y por eso hice una gigantesca para la fiesta. Así que tuvimos una fiesta para niños con comida anticuada preparada por Rhubarbarum, que se encargó del catering.

Te mando la receta que me dio Ruibarbo para piña colada infantil, porque eso quisieron beber los niños con la tarta. Nada de ron en esto, claro. Pon una taza y media de trozos de piña sin endulzar bien congelados y un cuarto de taza de hielo en una batidora. Añade ¾ taza zumo de piña sin edulcorar y ¾ taza de leche de coco. Añade dos cucharadas de azúcar moreno. Puedes añadir también una bola de helado de coco si quieres. Bate todo hasta que quede suave. Sirve la mezcla en copas que hayas enfriado previamente y decora con cerezas marrasquino.

Te quiere, te quiere, te quiere, Brezo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario