287. La novena carta lunar, primera parte y segunda parte, recogiendo la primera discusiones entre tres de los cuatro abuelos divinos y la segunda la solución que Beau halló para el problema de la seguridad en la fiesta de los Atsabesitos. Esta carta será escrita por Brezo durante la luna de plata neblinosa.
Primera parte:
Querido Arley,
“La buena noticia es que te ama,” dijeron los
hojitas cuando me preguntaron si yo había visto algo tras beber del agua del
regato husmeo y yo les contesté que sí, que probablemente había visto – no, más
que eso, había sido Beau.
“Si no te quisiese, él no te lo hubiese
consentido. Te hubiese bloqueado. Quizás ni siquiera hubiese tenido que hacer
eso, porque donde no hay amor no hay conexión. No, ninguna conexión entre los
pensamientos de dos personas. Eso tiene que ser mutuo.”
“Pero tuve un dolor de cabeza justo antes de
dejar de percibir…”
“No, no! Eso ocurrió porque no estás acostumbrada a
espiar, es decir, a observar, a tu amado. No significa que él te haya
bloqueado. Irás mejorando en esto con algo de práctica, pues es como cualquier
otra habilidad. Pero hemos de advertirte de algo, y tú has de tener la
advertencia bien en cuenta. No vayas por ahí diciendo que posees esta
habilidad. Y no le cuentes a nadie lo que aprendes por tenerla. Ni siquiera a
nosotros. Sólo hemos preguntado para saber si te funcionó el agua. Ahora
siempre podrás leer la mente de Leonado, pero él también la tuya. No necesitas
más agua, asi que ni se te ocurra ser como esa gente tonta que se sienta junto
al regato y permite que la hierba les cubra y la nieve también, y nunca hacen
nada más que pensar en su amado. No conviene.”
“Entiendo,” dije yo.
Y tras darles las gracias por aconsejar y
ayudarme, pues pude entrar en casa a descansar. Y luego preparé la tarta de
limón y merengue para Mauelito y se la di y entonces me he sentado a escribir
esta carta contándote estos hechos y después me eché otra siestecita, porque
seguía cansada. Y cuando desperté, ahí estaba Beau, y dijo que no le echase una
bronca por lo que le había visto hacer, porque él sabía lo que estaba haciendo
y no me iba a echar en cara que yo le hubiese espiado. Que yo lo iba a entender
todo. Y me di cuenta de que no estábamos hablando, sino pensando, que
escuchábamos nuestras mentes. Y eso era algo bueno, porque aunque en esta isla
es ilegal espiar a la gente dentro de su casa, no es del todo imposible. Y
claro que Beau no quería que cierta gente conociese sus planes. Y yo tampoco
quería que se supiese lo que yo sabía de eso, o que se supiese que yo sabía de
eso. La discreción era muy necesaria, porque no queríamos que nadie hiciese
daño a los Atsabesitos, y por otra parte, dada la cantidad de apoyo marcial que
habíamos obtenido, podría ocurrir una desgracia. Así que decidimos dar un paseo
para cambiar de aires, y olvidar por un momento estos problemas. Ya nos
ocuparíamos de eso después.
Pero mientras paseábamos por el vecindario,
nos encotramos con Pedubastis y los Atsabesitos. Los niños estaban a medio
cambiar de gatos en niños. Y se pusieron muy contentos al ver a Leonado. Y se
emocionan mucho cuando le ven, porque piensan en la fiesta que van a tener.
Pero antes de que pudiesen asediarle con preguntas sobre la fiesta, apareció la
Abuela Divina, ahí de pie bajo un árbol de palomas, una davidia involucrata. Y
portaba la abuela una bolsa de papel marrón.
La abuela nos sonrío y saludó a Pedubastis.
“¿Dónde vais, cielitos?” le preguntó a sus
bisnietos.
Los niños todos comenzaron a gritar que iban
a jugar al Bosque Triturado, a la casita de su madre que ahora era su casa de
muñecas.
“No, eso no,” dijo Divina. Y abrió la bolsa
de papel marrón y sacó de ella la casita de muñecas de la que estaban hablando
los gatitos. Encogida hasta poder caber en la bolsa, claro.
Los niños empezaron a protestar y su
bisabuela dijo, “¡Callad, callad! Y decidme dónde debo poner esta choza. ¿Tú
que dices, Pedubastis? Los niños estos no pueden salir de Isla Manzana. No
están a salvo ahí fuera. Desde ahora en adelante, está prohibido abandonar la
isla.”
Los niños protestaron aún más, gritando y
saltando e intentando quitarle la casa a su bisabuela.
“¡Congelados!” gritó Divina, y los
Atsabesitos quedaron congelados. Parecían pequeñas y extrañas figuritas
pintadas de colorines, medio gatos y medio hadas.
“Señora de Virbono,” dijo Pedubastis, “estos
niños todavía no caminan solos. Yo siempre estoy con ellos. Están aprendiendo a
defenderse. El bosque es un buen lugar de aprendizaje.”
“No lo dudo. Pero precisamente porque lo es,
van a tener que aprender a sobrevivir
lejos de él. Sí, aquí mismo. Y pondré la casita en un parque, si Ati no
la quiere en sus jardines. Mejor aun, la colocaré justo en medio del campo de
golf de mi marido AEterno.”
“¡Ni hablar!” gritó el Abuelo AEterno, apareciendo de pronto entre nosotros. “No la
quiero ni en el jardín de Botolfo, es decir, en nuestro jardín, el de casa.
Estos críos muerden y arañan. Son más salvajes que cualquiera de los niños que
incordian a Epón.”
“Voy a colocar esta casa justo en el centro
de tu campo de golf y tú no te vas a atrever a moverla un centímetro, AEterno.
Y te lo tendrás merecido para que te recuerde que no has hecho nada para que
estas pobres criaturas puedan tener una fiesta del día del nombre. Cualquiera
puede tener una, y los bisnietos del gran AEterno, pues no.”
“Ya ha hecho algo, querida madrina,”
intervino Beau rápidamente. “Brezo y yo estamos en ello. Pero chitón, madrina.
Discreción. Deje esto en nuestras manos, y si Atí no quiere la casa en su
terreno porque afea el paisaje, ya encontraremos nosotros donde colocarla aquí
en la isla.”
“Quedaría bien en mi jardín,” dije yo. “Es la
clase de cosa que tengo allí. Todo lo que hay es variopinto. Si Ati no lo
quiere o si los Atsabesitos quieren jugar fuera de casa de sus padres pueden
venir a la mía.”
“Eres una incauta, niña,” me dijo el Abuelo
AEterno. “Estas fieras van a arañar tus árboles y arrancar tus flores de raíz,
cavando en la tierra. Puede que también ataquen a tus pájaros y mariposas.”
“No seas ridículo, AEterno,” le regañó la
abuela. “No son más que niños. Toma, Beau. Tú lleva esto a casa de Brezo. Y tú. AEterno, deja que
estos niños pasen un rato contigo. Llevales al bar de Ruibarbo y que ese les
prepare algo de merienda. Son tus bisnietos. ¿Haz algo por ellos!”
Y Divina chasqueó los dedos y los niños se
descongelaron y gritaron que ellos no comían pájaros ni mariposas.
“Yo tampoco,” dijo su bisabuela.
“¿Tú que comes, Bisabú?” preguntaron los
niños, que así la llamaban.
“Lo único que come esta es helado de tutti
frutti,” se chivó el bisabuelo.
“¿Eso qué es?” preguntaron los niños.
“Un sabor de helado viejo,” respondió AEterno.
“¿Por qué come helado viejo?”
“Porque es vieja. Si venís a merendar al club
de golf, sólo os darán comida antigua. Así que sugiero que no os molestéis en
venir.”
“¡Mentira! Yo no sólo como helado de tutti
frutti,” protestó la bisabuela.
“¡Ah, sí! ¡Sí que sí! Lo comes porque eres
vieja, y porque fuiste una niña malcriada que sólo comía helado de tutti frutti
y ahora eres una vieja caprichosa e infantiloide, que sigue comiendo eso.
Cuando comes sola, eso es lo que comes. Y cuando comes sola conmigo, también. Porque donde hay confianza, da asco. Y ni disimulas. Por eso lo sé. Doy fe de ello,” insistió el bisabuelo.
“Comer contigo es lo mismo que comer sola,
eso sí es verdad,” dijo Divina. “Eres pésima compañía, viejo gruñón.”
“¡Queremos
comer helado de tutti frutti nosotros también,” gritaron los niños gato.
“¡Queremos comer comida de viejo gruñon!”
“Hay mucho de eso en el bar del club de
vuestro bisabuelo. Vamos a invadirlo y asaltarlo y zamparnos todo lo que
encontremos ahí,” amenazó la abuela. “Vamos a cargarnos el bar de Rhubarbarum y
vamos a levantar toda la hierba del campo de golf. Y así es cómo conseguiréis
vuestra fiesta, porque así es como se consigue sacarle algo a los viejos
egoístas.”
“¡Viva!” gritaron los niños. Y entre vivas
preguntaban, “Quién es Ruibárbara? ¿Quién es ella?”
Y AEterno miraba fijamente a Divina pero no decía nada.
Y Neferhari, que es muy valiente, se atrevió
a preguntarle, “¿Te vas a enfadar muchísimo con nosotros si nos cargamos tu
campo de golf, bisabuelito?”
“Si os cargáis mi club os ganareis una pésima
reputación. Os tacharan de vándalos y todos dirán que vuestros padres no sirven
para criaros y que vuestra familia no es más que basura apestosa. ¿Tú quieres
que digan eso de ti?”
“Ohhhh…” dijo Neferhari, con la mandíbula
caída, tan impresionado estaba por la advertencia que le hizo el abuelo.
“No seas ridículo, AEterno. Le llevara diez
segundos a Vertumno dejar tu campo verde tan verde como estaba.”
“Pero todos se enterarán, y las malas lenguas
se agitaran,” insistió AEterno, sus ojos azules despidiendo una extraña luz verde
al decir la palabra malas.
“¡Ohhhh!” exclamaron los Atsabesitos,
impactados por la luz verdosa. “¿Qué son las malas lenguas? ¿Son muy malas?”
“¡Sí!” dijo AEterno, breve pero
contundentemente.
“Escuchad, niños,” dijo Divina, “las malas
lenguas sólo son algo a lo que las personas sensatas no deben hacer ni caso.
Nada más.”
Pero los Atsabesitos no sabían a cuál de sus
bisabuelos creer. La existencia de seres malignos no es fácil de ignorar.
Y mientras Divina y AEterno se miraban mal,
Beau y yo también intercambiamos una mirada, preguntándonos con el pensamiento
si algún día seríamos como ellos. Pero sacudimos la cabeza porque sabíamos que
no, e intentamos irnos de ahí muy silenciosamente. Pero no habíamos dado más de
un paso o dos cuando Divina le gritó a Beau, “¡Beaurenard, ve a por mi hermana
efectiva! Dile a esa que se ocupe ella de organizar una fiesta del día del
nombre para estos chiquillos. Ella también es bisabuela suya.”
Antes de que Beau pudiese abrir la boca para
volver a decir que él ya estaba en organizar la fiesta, la Señora Dama Bisabuela Celestial apareció
estallando de una de las flores del árbol de palomas. Se quitó algo de polen de
la nariz de un tortazo, y AEterno inmediatamente se dio media vuelta para hacer
que no la veía.
“¡Ultimatum!”
le
gritó la dama a Beau. “Tienes siete días para hacer de las tuyas y poner fecha
para esa fiesta, guapito, o me ocuparé yo misma de organizarla.”
“Si ya hay fecha, Gran Señora Celestial,” dijo
Beau, “y la fiesta será precisamente dentro de siete días.”
“¿Y por qué no he sido invitada?”
“Porque voy a enviar las invitaciones mañana.”
“¡Mañana, mañana!” se burló la Señora Dama
Bisabuela. “¿Dónde están esas invitaciones? Las entregaré yo misma.”
“Usted sabe que yo nunca fallo, Señora Dama
Celestial. Usted vuelva a casa y dedíquese a pensar en que regalo les va a
hacer a estos niños, que son seis.”
“Más te vale que lo que dices sea cierto,”
amenazó la Dama Celestial, apuntando a Beau con su varita mágica. Sólo entonces
se volvió hacia Divina y AEterno y les dijo, “Nos veremos las caras dentro de
siete días. ¡Al minuto!”
Y desapareció. Y Divina y AEterno se fueron a
tomar helado de tutti frutti al club con los niños y Pedubastis, el abuelo demasiado
ocupado vituperando a su cuñada para pensar ya en deshacerse de la compañía de
sus bisnietos hada gatitos.
Y Beau y yo nos quedamos ahí de pie en la
arboleda de davidias, con la encogida casita de Gatsabé esperando a nuestros
pies que la transportásemos a mi jardín.
“Donde sea menos cerca del Regato Husmeo,” le
susurré a Beau.
“No lo quiero junto a la tumba del primer ministro
o sea lo que sea esa urna de cristal,” él dijo, “podrían romperla de un
balonazo o algo.” Mirando por todas
partes para ver donde podría encajar la casa, añadió, “O el ruido podría
despertarlo y si él se levanta de pronto les dará un susto. ¿Cabrá la casa entre
los oleandros? Cuando la devuelva a su tamaños natural, claro.”
“Ese es el lugar perfecto,” le dije, y cuando
la puso ahí y vimos que lo dicho era cierto, nos miramos a los ojos y nos
pusimos a pensar en la fiesta de los Atsabesitos.
“Siete días es muy poco tiempo, Beau.”
“Volarán. Lo sé. No tengo tiempo que perder.”
“¿Y cómo te puedo ayudar? Debería hablar con
Henny Parry y pedirle que aumente su stock de vendas y desinfectantes? Porque
va a haber palos, ¿no? Organizaré una unidad de urgencias. Lo he hecho antes,
por ejemplo, para la Batalla de los Papapipas.”
Beau sacudió la cabeza. Y pensó que ya había
hablado con Henny.
“Bloquearás la entrada, ¿no? ¿Sólo una
entrada y un escudo impenetrable cubriendo toda la zona de la fiesta?” pensé
yo.
“La entrada será un túnel del tamaño del
agujero de un topo,” pensó Beau. “Un poco incomoda, pero… ¿qué se le va a
hacer? Tendremos que encogernos y desencogernos.”
“¿Y tus hombres a prueba de balas estarán
esperando en la otra punta con las hoces y escopetas de Tito Fu? No creo que sepan
usar varitas mágicas, ¿o sí? ¡Qué espanto!”
“La verdad es que tengo la esperanza de que
no haya necesidad de llegar a utilizar piedras ni palos ni armas de cualquier
clase. Pero sí que habrá vigilancia.”
Y entonces, pensando me pidió que yo me
ocupase de organizar lo que era la fiesta en si, tal y como yo organizaría una
fiesta del día del nombre normalita. Todo menos las invitaciones, que de eso se
iba a ocupar él.
Y continuaré esta carta dentro de ocho días,
porque la fiesta habrá pasado y te podré decir cómo fue todo, y si salió a
pedir de boda de Beau.
Segunda Parte:
Una vez más, Querido Arley,
Si, mi querido hermano, estás esperando una
historia de vientos de guerra soplando como fieras, afortunadamente no tengo
nada así que contar. Trabajo duro en lugar de violencia es lo que voy a cantar.
Paciencia y persistencia. Beau razonó que no había manera alguna de que
pudiésemos tener una fiesta del nombre para los Atsabesitos sin que alguien les
hiciese daño durante o después de la misma si AEterno no nos prestaba su ayuda.
Por mucho que blindásemos el lugar de la fiesta, y suponiendo que no se colase
ningún malhechor, habríamos atraído la
atención y cualquiera podría esperar y atacar a las hadas gatito en cualquier
lugar y momento después de su gran día. Sólo parecía haber dos maneras de
evitar esto, siendo una, que AEterno tomase cartas en el asunto y la otra que
lo hiciese un poder contemporáneo. Y ese
poder…
“Yo compré el ejército para despistar. Sí, para
despistar a Apolinaris y a todo el mundo. Pero lo que realmente quería llevarme
de su almacén era otra cosa. Era el regalo que le iba a pedir como comisión por
haberle comprado todos esos soldados. Yo no quería que nadie se fijase en lo
que le iba a pedir.”
“¿Y qué le pediste?”
Yo no lo sabía. Cuando Beau iba a pedirle su
comisión a Apolinaris, mi cabeza me había empezado a doler, y había dejado de
espiarle.
“Uno de los caballitos de carrusel. Sólo eso.”
“¿Pero por qué? Yo contraté un carrusel para
la fiesta. ¿Pero qué ibas a hacer tú con un solo caballito?”
“Primero deja que te devuelva algo que es
tuyo, y luego te lo cuento,” me hizo saber. Y me dio trescientos y siete
granates. “Esta es tu mitad de las semillas de la granada que nos dio tu abuelo,
más uno, que no vamos a partir la sobrante en dos pedazos.” Y entonces me dio
otros doscientos y noventa y siete granates, diciendo, “Y esto es lo que queda
de mi mitad, tras haber resuelto nuestro problema. Quiero que te quedes con
todas estas piedras. Puedes hacerte un collar tan bueno como el de perlas de
Betabel, si es que quieres competir con ella. Después de todo, no hay granates
como los que da el granado del mismisimo AEterno.
“Pero si tú pagaste a Apolinaris con estas
piedras. ¿Es que has devuelto los soldados?”
“No, no. Ni yo me atrevo a devolverle nada a
ese. Pero verás. Yo le pague al monstruo ese con granates de fruta del huerto de
AEterno. Eso es verdad. Verdad de la buena. Pero no le pague con granates
producidos por la granada que nos regaló AEterno. Ni siquiera por una granada
que yo mismo hubiese cogido del árbol. Tengo permiso para visitar los huertos de AEterno
siempre que quiera, y se me permite coger lo que me de la gana de ahí. Claro que soy
muy prudente y nunca me llevo nada que no necesite realmente. Y hay una regla
universal sobre la fruta. Esa que recomienda no comer fruta que ha caído del
árbol y tocado tierra. Sólo se debe comer lo que uno mismo coge del árbol.
Bueno, pues la granada de los granates con los que pague por los soldados, esa
la recogí del suelo junto al gran granado primordial. Apolinaris nunca lo sabrá, pero
aunque los granates de esa fruta caída son preciosos, sus propiedades no son
tan maravillosas como las de una fruta que el mismo AEterno ha cortado de su
árbol.”
“¿Y cuál exactamente es la diferencia?”
“Son muchas. Pero fundamentalmente, es que la
que coges del árbol da vida, y la que se recoge del suelo da sueño. Yo no he
timado a Apolinaris. Le di lo que le dije que le iba a dar, granates producidos
por fruta del árbol ancestral. Y hasta su fruta caída es mejor que la del
famoso huerto de Ascálafo en el Hades.”
“¿Qué hiciste con las nueve semillas que nos
faltan?”
“Las
puse dentro del caballo de carruseI que Apolinaris me dio.”
“¿Y
por qué?”
“Porque al hacer eso, le di al caballito
nueve corazones. Y ahora es nueve veces más fuerte y más veloz y más valiente y más bueno que cualquier caballo que haya en todo
el reino de las hadas.”
“Entiendo que las semillas volvieron especial
al caballo. ¿Pero por qué tenía que serlo?”
“Ah, la respuesta a eso también contesta a
otra pregunta, a la de cómo consiguieron los Atsabesitos su fiesta. AEterno no
iba a dar más ayuda de la que nos dio. Así que tuve que recurrir a un poder
contemporáneo.”
“¿Apolinaris? ¡No a Tansy!”
“No, no. Jamás atraería la atención de esos
hacia los Atsabesitos.”
“Pero sí a ti mismo…”
Recordé como Apolinaris le había mirado a
Beau cuando dijo que le interesaba cualquier cosa que le perteneciese a
AEterno.
“Yo trabajo para tu abuelo, pero no le
pertenezco,” dijo Beau, “aunque dudo que los demonios entenderían esa
diferencia. Si me captasen y me volviese esclavo del mal, yo sería para ellos
una cosa más que le hubiesen quitado a AEterno. Pero no soy el premio gordo. La
persona a la que más desean captar es Demetrio. Sí, tu tío Ricatierra. Pero
olvida eso ahora. Richi no tiene nada que ver con esto.”
Darcy, Arley. Era Darcy quién tenía que ver
con esto. Beau le sobornó con el caballo de nueve corazones. Darcy lo deseaba
tanto para su colección que nada más verlo accedió a ordenar a cada uno de los
miembros e la Ganga de los Jocosos que pasase lo que pasase, jamás se enterasen
de que existían los Atsabesitos. Y por supuesto que lo olvidasen para siempre
si ya lo sabían. También les pidió que no recordasen la conversación que habían
tenido con él, aunque no podrían dejar de hacer lo que les había pedido. Darcy pidió algo parecido a aquellos que no eran jocosos pero sí vengativos. Les
pidió que olvidasen su sed de venganza. Y para reforzar la seguridad, preguntó
a cada uno de los invitados que regalos les iban a hacer a los niños, y les
hizo prometer que darían eso y nada más. Fue una labor de chinos hablar con
toda esa gente y sin que se enterase nadie. Como te dije, esta historia va de
paciencia y perseverancia.
“Hablar con toda esa gente nos llevó cada
segundo de los siete días que teníamos de plazo. Hablamos hasta con Jocosa,
claro. Colaboró facilitándonos todos los nombres de los jocosos, y de personas
que la odiaban y podrían osar vengarse. Por eso no pude ayudarte a montar la fiesta.
Pero tú y Cardo habéis hecho una labor extraordinaria. Cosa que han dicho todos
los que asistieron. Bueno, pues ahora Darcy tiene su caballo y los niños sus
dones. Y yo estoy reventado, y necesito dormir.”
Beau durmió durante siete días, dando tumbos
y a veces hasta roncando, tan profundo era su sueño. Al llegar el séptimo día
yo me puse nerviosa pensando que tal vez no se volvería a despertar, pero lo
hizo, para mi gran alivio.
“¿Y qué ha sido de los soldados?” le
pregunté.
“¿Qué qué ha sido de ellos? Pues vigilaron la
fiesta, y por suerte no tuvieron que hacer más, ya lo sabes. Ahora están en el
sótano del casoplón de mi abuela. Que por cierto, me va a dar la lata para que
los saque de ahí. ”
“¿Qué pasaría si les diésemos también un
corazón? Como al caballo, pero sólo uno cada uno.”
“Pues supongo que serían mejores jueces de
cuando luchar y cuando no,” dijo Beau. “Serían soldados fabricados por un
demonio pero dotados de un buen corazón.”
“Prefiero que tengan un corazón a tener yo un
collar. Pero no hay semillas para todos. Y no pueden compartir, porque soldados
con medio corazón andarían bajos de ánimo.”
Beau sonrió. Pensó que tenía derecho a llevarse dos granadas del árbol del abuelo, porque nos habíamos ganado un premio por haber ayudado a sus bisnietos. Y una vez que hubiese dotado a los soldados de corazones, regalaría este ejército a la hermandad de Prevencionistas por habernos prestado su ayuda. Y yo podría tener mi collar, aunque menos las nueve semillas del caballo de Darcy. Y menos otras cuatro, que le pedí a Beau que le pusiese una a cada uno de sus cuatro lacayos de madera.
Para mi sorpresa, Arley, los Atsabesitos debieron quedar impresionados por la comida anticuada de nuestros abuelos,
porque cuando les pregunté qué clase de tarta querían para su fiesta, esperando
tener que preparar seis clases distintas, todos chillaron a la vez, “Tarta de
piña boca abajo!” Creo que creen que
esta receta tiene mucha clase y es lo último en comida. Muy de mayores. Así que
para practicar preparé una de esas tartas para el cumple lunar de Mauelito.
Salió bien, y por eso hice una gigantesca para la fiesta. Así que tuvimos una
fiesta para niños con comida anticuada preparada por Rhubarbarum, que se
encargó del catering.
Te mando la receta que me dio Ruibarbo para
piña colada infantil, porque eso quisieron beber los niños con la tarta. Nada
de ron en esto, claro. Pon una taza y media de trozos de piña sin endulzar bien
congelados y un cuarto de taza de hielo en una batidora. Añade ¾ taza zumo de
piña sin edulcorar y ¾ taza de leche de coco. Añade dos cucharadas de azúcar
moreno. Puedes añadir también una bola de helado de coco si quieres. Bate todo
hasta que quede suave. Sirve la mezcla en copas que hayas enfriado previamente
y decora con cerezas marrasquino.
Te quiere, te quiere, te quiere, Brezo.
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