288. La décima carta lunar que Brezo escribirá a su hermano Arley durante la gloriosa luna de oro, y en la que se narra como Beau encontró algo que hacer además de preocuparse por tonterías y como las Sirenas de Antemusa les echaron un cable a él y a Ricatierra.
Querido Arley,
Espero que esta carta te encuentre bien.
Estábamos en uno de esos almuerzos que la
gente da después de una Fiesta del Nombre. Ya sabes, mucha gente que no se veía
en mucho tiempo y que ha coincidido en la fiesta, pues resulta que quiere verse algo más y
organiza reuniones posteriores.
“¿Tú crees que habré hecho bien?” me preguntó
Beaurenard. Como siempre, se estaba agobiando por las posibles consecuencias de
lo que había hecho tras hacerlo.
“¿Tú
crees que Darcy les dio a los jocosos las órdenes adecuadas? Imagínate que uno
de estos niños se está ahogando en un río y el único testigo es uno de los
jocosos, y no se da cuenta de lo que está viendo porque le hicimos prometer que
nunca se daría cuenta de que los Atsabesitos existen.”
“’Basta ya, Beau!” le dije yo. La verdad es
que estoy un poco harta de la manía que tiene Beau de culparse de todo lo malo
que podría pasar por algo que él ha hecho con la mejor de las intenciones.
“Es que a lo mejor debimos pedir otra cosa
distinta a los jocosos. A veces pienso que nunca se puede saber a ciencia
cierta qué es lo mejor.”
“Eres un liante, niño. Y tú y tu mentor sois
unos payasos. Peores que la panda de los jocosos, pues de vosotros sí que puede
una reírse,” le dijo la Señora Doña Abuela Celestial a Beaurenard. “¿Te das
cuenta del lío que has montado para lograr una tontería? Pues lo hecho, hecho
está. Y ahora a otra cosa.”
“Yo no podía resolver esto de otra manera,
Doña Celestial. Es lo que se me ocurrió.”
“Has ido a buscar, de forma absurda y
arriesgada, la ayuda de un tipo oscuro e impredecible y sin duda peligroso, que
lo es el cochero de fábula ese, cuando
podrías haber acudido a mí.”
“Es que usted se lleva mal con AEterno, Doña
Celestial. Y yo no quería causarles problemas a ninguno de ustedes dos.”
“Di más bien que querías agradar al loco ese
que te tiene comido el tarro. ¿Cómo se puede ser tan listo como eres y tan
tonto a la vez?”
“Pues no lo sé,” dijo Beaurenard. “¿Realmente
cree usted que Darcy es tan peligroso?”
“¿Te parece poco peligroso que alguien pueda
pedirte cualquier cosa y tú se la tengas que dar? ¿Te parece prudente tener
trato con alguien así? ”
“Pues no. Y por eso estoy un poco nervioso
ahora. No por Darcy. Creo que Darcy es
peligroso en potencia, pero creo que para nada ejerce de malo. Es muy prudente
usando su don. ¿O no se lo parece a usted?”
“Si le has podido camelar tú, que no eres más
que un chiquillo, no será tan prudente. Tú sigue tratando con individuos extraños
y verás lo que te acabará pasando. Y ya puesto que estabas, ¿por qué no
aprovechaste para pedirle al hombre oscuro ese que pidiese a los jocosos que
dejasen de incordiar del todo y para
siempre?”
“Lo pensé, pero si AEterno quisiese eso, AEterno mismo les habría cortado las alas. También
pensé que era mucho pedirle eso a Darcy. No le gusta nada que le pidan nada de
nada. Y de todos es sabido que apenas utiliza su don.”
“Esto lo hubiese resuelto AEterno chasqueando
una sola vez los dedos. Pero ha preferido hacerte trabajar como una mula. A ti
y al cochero de su hija. ¿Sabes porque AEterno no se ha ocupado él mismo?
Porque es un vago indecente que prefiere escupir la palabra libertad a mover un
dedo. Te habrá dicho que no iba a intervenir porque los Atsabesitos ya tenían
mucho y son unos mimados. Pero no es lo mismo necesitar una aguja que un
cuenco. Hay que tener de todo. Nunca sabes lo que vas a necesitar para ayudarte
a ti mismo o a los demás. ¡Mira! Ahí tienes a la hermana del cochero siniestro.
Esa parece que no se atreve a pedirle a su hermano que la consiga lo que más
desea,” dijo la Señora Doña Abuela
Celestial señalando a Brana. “Será que ya tiene mucho también.”
A Brana, como es por todos sabido, sólo la
faltan hijos. Y como por alguna razón no se la aparece ninguno, estaba
intentando presionar a Ati y Gatsabé.
“¡Dadme al menos uno! ¡Si tenéis seis!” les suplicaba
y suplicaba Brana.
“¡Pobre chica!” dijo Beau. “Va a acabar
trastornada.”
Y se le iluminaron los ojos.
Y antes de que yo pudiese hablar, habló la
Señora Abuela.
“No vayas a meterte tú en esto ahora,” dijo
nuestra Señora Doña Abuela Celestial, “que ya ves como salió el intento de su
marido de comprarla uno.”
“Demetrio no lo compró, simplemente intentó
adoptar a la persona equivocada.”
“¿Qué ha sido del monstruo ese? Era más viejo
que el Padre Tiempo, ¿no?”
“Viejo era el Turbio, sí. Ahora se ocupa del
molino que fue de la bruja del trapo. No lo hace mal.”
“Lo que no entiendo es porque Tito Richi
simplemente no encarga un bebé a Lucina o a alguien así,” dije yo.
“Esa gente no puede ver a Demetrio,” dijo
Beau. “Debe ser el primero de su lista negra. Ya ha tenido follones con ellos
intentando conseguir hijos para mujeres inadecuadas con las que ligaba en Las
Vegas y otros sitios parecidos. Por ejemplo, esa humana que acabó en la cárcel
de los mortales por intentar asesinar a Ricatierra, que era su nuevo maridito, para
heredarle. Sí, esa a la que Demetrio pasaba una pensión voluntariamente ahí en
la cárcel porque él decía que entendía perfectamente que ella le quisiese
asesinar. Me lo contó Arley, Brezo. Seguro que te lo ha contado a ti también.
Pues esa y otras por el estilo. Y las matronas mágicas volvieron a llevarse a los críos que le
habían dado a Demetrio por compartirlos con esas individuas. Él se los hubiese
quedado, para criarlos a lo loco, pero no le dejaron opción. Y para colmo el sindicato de diosas y hadas matronas está picado con tu abuelo, que
le echo al tal sindicato un rapapolvo por haber hecho entrega de los seis Atsabesitos a petición de Jocosa.”
“Brana no sería una madre inadecuada.”
“Ya. Se siente. Pero a Demetrio no le van a
entregar hijos. Y eso que él se los hubiese quedado, a su manera de loco,
claro. Mientras Brana sea su mujer… lo dicho, se siente.”
“Niño, que te estoy viendo muy puesto en
esto,” dijo Dona Abuela Celestial. “A ver si vas a acabar tú también en esa
lista negra.”
“Tranquila, Doña Celestial, que yo sé
cuidarme.”
De nada ha servido que nuestra abuela Doña Celestial
le advirtiese a Beau que no se metiera en la vida de Demetrio y Brana. Como en
ese momento estaba sin nada que hacer excepto preocuparse por posibles errores
del pasado, pues se le ha metido en la cabeza ayudar a Brana a conseguir un
hijo.
“Tiene que ser de Tito Ricatierra,” le
advertí yo. “A ver si vas a acabar tú compartiendo un hijo con Brana.”
“O compartiéndolo con tu tío. Tú descuida que va a ser de él. Eso lo tengo
clarísimo. Si por eso está la cosa difícil.”
“Mira que no te lo estoy diciendo por
celos. La Señor Abuela Doña Celestial
acabó compartiendo a Tito Gentillluvia con el abuelo AEterno y desde entonces
no se hablan.”
“Eso de que no se hablasen estaba cantado. Tu
pobre tío no es la causa de su distanciamiento. Es la excusa.”
“¿Quién crees tú que realmente tendría que
ser la madre de Tito Gen? Celestial sostiene que ella vio a los gemelos antes
de que AEterno diese la voz de alarma. Dice que ella se calló porque el y Divina
estaban más cerca de los niños y no quería alertarles, para poder coger ella a los bebés antes de
que se diesen cuenta su hermana y su cuñado.”
“Pues no lo sé, pero anda que no hay gente
entre nosotros que tiene siete madres y nueve abuelas y cosas así y nadie se
altera. Tus abuelos se pelean porque quieren.”
Muy
decidido, Beau fue a ver a Tito Richi, y como Ricatierra se apunta a un
bombardeo, resolvieron salir a la caza de un bebé. Tenía que haber algún crío
ahí fuera que quisiese ser hijo de Brana. El primer lugar que visitaron fue el
Casi Oeste, ahí donde las ruinas de la que fue la casa de Tito Caelanoche. ¿Por
qué? Pues porque el tito vivía junto a un asentamiento de Niños Espinosos y Cae
los conocía bien y pensaron que tal vez podría recomendar a alguno para la
posición de hijo de Branna. Pero el profeta felino Gatgliostro rápidamente les
quitó esta idea de la cabeza.
“Esos no son realmente niños. Son diablos
menores de edad. No hay quién los eduque. Ni quieren ni entienden porque deberían
tener padres. Romperían el corazón de tu mujer Ricatierra, y la dejarían
plantada el minuto que tuviesen algo más interesante que hacer que dejarse
malcriar por ella. Y siempre encuentran algo más interesante que hacer. Y ese algo siempre es una maldad.”
La
bellísima Marina, directora de la Escuela de Canto y Oratoria Dulce Voz de la Sirena , estaba en la casa
fantasma de Tito Cae. Parece ser que él es su hada padrino y que ambos van a
tocar en la Primera Muestra de Música Sacra y Profana del Mundo Antiguo, que el
hada Caléndula está organizando para celebrar la inauguración del nuevo Museo
de Tesoros Mágicos. Caelanoche tocará la lira y Marina la flauta doble. Se
habían reunido para practicar y tocaron un poco para sus visitas. Aquello sonaba
bien, pero daba un poquito de sueño. Pero siempre hace un poco de sueño en el
Casi Oeste.
“Sé de alguien que tuvo un problema parecido al tuyo, Richi. Pero no recuerdo quién es," dijo Marina.
"¿Puedo seguirte por todas partes hasta que lo recuerdes?" preguntó Tito Richi a la bella Marina. Y Beau puso los ojos en blanco.
"¡Pero que graciosos sois!"rió Marina. "¿Por qué no os dejáis caer por Capri y les preguntáis a las Sirenas de Antemusa? Esto tiene algo que ver con ellas, si recuerdo bien lo poco que recuerdo,” sugirió Marina.
“¿Las sirenas reparten bebés? ¿Cómo las
cigüeñas?”
“No. Las Sirenas de Antemusa son cómo pájaros, pero sólo reparten desgracia, flores silvestres y sí, hierbas aromáticas de
primera calidad si sobrevives y llegas vivo a su isla. Es que ellas empezaron
trabajando para Deméter, y aprendieron mucho sobre la agricultura de esa diosa.
Eran amigas de la infancia de Perséfone, y estaban jugando con ella en un campo
cuando siendo adolescente la raptó Hades. Deméter las dio alas de pájaro a las
sirenas para que pudiesen participar mejor en la búsqueda de su hija
desaparecida. Pero puede que además de hacer crecer flores y hierbas sepan algo
sobre conseguir hijos. Creo recordar que algo de eso me contaron en una
ocasión. Claro que casi todo el mundo sabe que su principal ocupación es ahogar a marineros, atrayéndoles con hermosos
cánticos que les hacen enloquecer y tirarse al agua y estamparse contra las
rocas de Antemusa, que casi no se ven porque son de un azul que se confunde con
el mar y el cielo. Hacen esto para recuperar los cuerpos de los muertos y
enterrarlos, pues sirven de fertilizante para lo que cultivan en su isla. Hay
quién dice que primero se beben la sangre de los muertos, pero nunca he oído decir que hayan desangrado a ningún ser vivo. Yo os puedo
asesorar sobre cómo llegar hasta ellas sin estamparos contra rocas ni ahogaros
en el mar. De todas formas, como vosotros no sois mortales, lo más que os
pasaría es que las rocas os abollarían algo, de salir alguna cosa mal.”
Animados de esta manera por la encantadora Marina, Beau y Tito Richi no se sintieron intimidados por las historias de mujeres fatales que chupan sangre de muertos que les trae la marea antes de enterrarlos. Beau y Richi navegaron hasta Capri y le costó bastante a Beau apartar a Tito Ricatierra de los martinis y de las señoritas en tanga que había en la playa, y también de personajes siniestros que querrían subirse a su yate de oro y marfil y caoba para cumplir sus propios propósitos egoístas.
Pero Beau logró arrastrar al tito al Cabo Pelore, donde flotaron por aquí y por allí hasta que se les apareció a una distancia prudente una isla toda rosa y amarilla que luego vieron que estaba cubierta de retama y brezo y limonares y algún que otro robledal. A un lado de esta isla había unos pedruscos de un azul que se confundía con el del cielo y el del mar, y Beau supo que las ocho cavidades que había en las rocas, no muy profundas y parecidas a los nidos de los halcones peregrinos, que no son más que hendiduras en la tierra, eran los tronos de las sirenas y que ellos habían llegado a Antemusa, la llamada isla de las flores.
Estando bien informados, tuvieron suerte. No
había una sola sirena a la vista cuando arribaron allí a las cuatro de la
mañana, porque de cuatro a cinco todas las sirenas de la isla están roques.
Esta hora es sagrada para ellas y el
único momento en que no hay ninguna de guardia o trabajando. El resto del
tiempo, día o noche y haga el tiempo que haga, hacen turnos para estar en eso
de ahogar a gente, y por eso es difícil saber cuántas sirenas hay en total, que
si tres, que si cinco, que si más. Richi y Beau pronto aprenderían que lo
cierto es que hay ocho sirenas antemusianas, una menos que las Musas. Pues
estas señoritas son las Musas del inframundo, y aunque hacen uso de los restos
mortales de los cadáveres que les trae la marea, respetan a las almas de los
muertos y se esfuerzan a conciencia en transportar a estas almas hasta el
barquero Caronte, y hasta pagan por el viaje que estas almas han de hacer en la
barca del lúgubre barquero, siendo este dinero algo así como el precio que
pagan por el fertilizante.
Bueno, pues había una pequeña lagartija azul
en una de las rocas que se deslizó por una grieta que había en una y por esa
grieta Beau y Richi entraron también. Una laguna azul había ahí dentro, con
piedras que surgían de ella, aquí más azules que el lapislázuli. Y en estas
rocas dormían las sirenas, envueltas en sus plumas, con sus cabellos cardados y repeinados y decorados con conchitas, perlas y trocitos de coral, en camas de albahaca, orégano, perejil, tomillo y
mejorana, roncando musicalmente, suave e hipnóticamente, mientras respiraban el
intenso perfume que emitían sus colchones de hierbas mediterráneas.
“O las despertamos o nos desplomamos aquí
nosotros también,” dijo Beau. “Este aire intoxica. Y la música de fondo ni te
cuento.”
“¿Las despertamos con un beso?” preguntó Tito
Richi.
“¡NO! ¿Tú quieres que te den una torta? ¿Es
que no te has enterado de que estás señoras asesinan a gente? Diremos buenos
días muy educadamente y más vale que eso nos valga.”
“Lo haré cantando. Apuesto a que yo cantó tan
bien como ellas,” dijo nuestro tío. Y empezó a cantar, “¡Buenos días, señoras! ¡Buenos días, señoras! ¡Buenos días, queridas
señoras, buenos días a todas!”
Las sirenas abrieron los ojos de golpe. Antes de que pudiesen reaccionar, el tito comenzó a cantar Las Mañanitas, tan tiernamente como jamás las había cantado nadie.
"Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, a las muchachas bonitas, yo os las canto hoy aquí. ¡Despertad, mis bellas reinas, mirad que ya amaneció! Los pajaritos cantan, la luna ya se escondió."
Como canta tan bien, las sirenas quedaron fascinadas
por la dulzura de su imponente voz y no mostraron animosidad alguna hacia él o Beau por haber invadido su dormitorio en vez de haberse
estampado contra las rocas y convertirse en futuro fertilizante. Pero aun así,
las sirenas enviaron a estos dos caballeros directamente al infierno.
Voz Brillante dijo, “Os han informado mal.”
Palabras de Hechicera dijo “Pero no del todo.
Podemos ser de algo de ayuda.”
Canto dijo, “No sabemos lo que necesitáis
saber, pero sabemos quién puede saberlo.”
Hábil Persuasión dijo, “Escuchadnos y os diremos a quién debéis preguntar.”
Voz de Doncella dijo, “Si no sois demasiado
tímidos.”
Seducción dijo, “No lo son. Han entrado aquí
sin ser invitados.”
Melodía Encantadora dijo, “Nuestro rey de ahí
abajo no tenía hijos. Y estaba destinado a no tenerlos.”
Llamada Irresistible dijo, “Tal vez su hija
sepa cómo llegó a serlo.”
Y Beau y Tito Ricatierra entendieron que les
estaban retando a atreverse a preguntar a Melínoe, princesa heredera del trono
del Hades, cómo su padre pardo y su madre lechosa la habían adquirido.
Y este mes he hecho para el decimo cumpleaños lunar de Mauelito una tarta córnica de azafrán con grosellas. Le encantó tanto como las otras.
Y ahora te mando una receta para una bebida de azafrán. Es muy fácil de hacer, pero lo tienes que hacer con unas cinco horas de antelación. Necesitarás cuatro cucharadas de panela, entre treinta y cuarenta hebras de azafrán, ocho tazas y media de agua, dos tercios de taza de miel, una cucharadita de jengibre molido, dos limones para la bebida y al menos otro más para decorar las copas.
En un mortero con una maneta muele el azúcar y el azafrán hasta que se conviertan en un polvo muy fino. Luego deja que espere.
Trocea el limón en rodajas finas.
Mezcla el agua, el jengibre y las rodajas de limón. Pon la mezcla a hervir. Que hierva unos dos minutos, y entonces retírala del fuego. Añade el polvo de azúcar y azafrán. Deja reposar la mezcla diez minutos. Añade, mezclando bien, la miel. Tapa la mezcla, deja que se enfríe y refrigérala durante unas cinco horas. Antes de que pasen tres horas, retira las rodajas de limón para que no amarguen la bebida. Luego sigue refrigerando la bebida. Tras unas cinco horas, sirve la bebida en copas bonitas y decórala con nuevas rodajas de limón. Asegúrate que no se hayan colado semillas de limón en la bebida.
Una de las razones por las que he hecho esta bebida de azafrán para acompañar la tarta es que se supone que te protege de malas influencias. Nadie necesita influencias negativas. ¡Qué todo te vaya muy bien, hermanito!
Tienes el cariño de Brezo. Es mucho cariño.
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