289-Dos. La segunda parte de la undécima carta lunar que será escrita por Brezo a su hermano Arley durante la luna negra perfectamente visible contra una nube blanca como una hoja de papel en blanco.
Querido Arley,
Tuve que interrumpir esta carta para hornear
la tarta del cumpleaños lunar de Mauelito. Más tendré que decir sobre ella
luego. Ahora sigo donde lo deje.
Katafalkos, pues ese es el nombre del demonio
del ordenador portátil, finalmente se dejó convencer por Caronte y permitió la
entrada al Hades de Tito Ricatierra y Beau. Se subieron a la lancha motora más
pequeña que he visto en mi vida y Caronte se puso a llevarles a la otra orilla
del río Aqueronte encendiendo el motor.
“¿Soy realmente tan pesado como el plomo?” le
preguntó Tito Richi a Caronte.
“Sí,” le contestó Caronte.
“Sé que soy muy intenso, pero pesado como el
plomo…no creo que sea yo tan pesado. Soy persistente. Admito que sé como
insistir. Pero cuando quieres algo, eso es lo que tienen que hacer. Y la
constancia es una virtud, ¿no?”
“A veces. ¿Así que has venido a ver a la
reina? ¿O a una o a dos o a más mujeres?”
“En realidad, estoy aquí porque tengo una
pregunta. Pero preferiría no preguntar a cualquiera. ¿Podemos hablar aquí?
Todavía no hemos alcanzado la otra orilla.”
“Allí será menos seguro todavía. Aquí no hay
nadie que nos escuche. Esto no es lo que era.”
“Eso ya lo veo,” dijo Tito Richi. “Está esto
muy vacío. Como desierto. No hay el jaleo habitual, que esto era como el metro
a las nueve. ¿Cómo puede haber cambiado tanto este lugar en menos de doscientos
años?”
“Ni digas nada,” gruñó Caronte, frunciendo el
ceño y señalando con aversión a los mandos de la motora. Y escupió rabiosamente
en el agua, por no escupir sobre la rueda de timón. El río Aqueronte dio un
manotazao que devolvió el escupitajo y sí mojó la rueda. Y Caronte cambió de
tema y le dijo al tito, refiriéndose a la pregunta que este había dicho que
necesitaba hacer, “¡Pues pregunta!”
Tapándose la mano con la boca, aunque se daba
cuenta de que eso era inútil, el tito murmuró, “¿Sabes cómo logró Hades tener a
su hija Melínoe cuando se supone que él es tan estéril como la Muerte?”
“No,” dijo Caronte. “Yo siempre he estado
demasiado ocupado para chismorrear. Pero tal vez Ascálafo lo sepa. Él circula
más que yo por el Hades. Podemos arribar junto a su huerto.”
Y al escucharse nombra, Ascálafo, hijo de
Aqueronte, mostró su cara redonda, sus enormes ojos de búho bajo sus espesas
cejas escudriñando entre unos granados cargados de fruta todavía verde, con
alguna flor naranja aún entre las hojas. Saludó con la mano a sus visitas y la
motora fue directamente hacía él y se paró ante los granados.
“¿Os apetecen cerezas? Estás están muy
maduras,” dijo el hortelano del Hades. Y empujó un bol lleno de cerezas dobles
por entre las ramas de los granados.
“No, gracias,” dijo Beau rápidamente. “Resultan
muy tentadoras, pero hay quién me espera en casa. No puedo quedarme aquí para
siempre.”
“¿Sabes qué?” le dijo el tito a Ascálafo. “Yo
he visto estás cerezas dobles con sus dos cabecitas en alguna parte. ¡Ah, sí!
En el jardín de la Novía Diabólica. Aislene, sí. Tienen que ver con el fútbol.
Presagian victorias, o algo.”
“¡Ah, la demonia de Aislene! Le dimos a su
marido unos cuantos árboles hace años para agradecerle el que nos hubiese
traído unas almas de griegos que se habían extraviado y acabaron en la Pradera
del Violinista.”
“Nunca he probado las cerezas de los árboles
de Aislene. Son cerezas parlantes. Yo no como a nada ni nadie que me hable.”
“Aquí son mudas. Y no tienen rostros. Mira tú
mismo:”
“¿Cobrarían vida si me las llevo a casa
conmigo? Pregunto por curiosidad. No es que las quiera. Estoy seguro de que mi
mujer le pediría a su madre unos esquejes de los árboles que tiene Aislene si
quisiese tener algo así en nuestro huerto.”
“No tengo ni idea porque han cobrado vida las
cerezas de Aislene. Será porque esa mujer es capaz de resucitar a los muertos.
Aquí no son más que frutas. Mágicas, eso sí. Porque coseche las que coseche, al
día siguiente hay el mismo número que el día anterior en el árbol. Y yo juraría
que se trata de las mismas cerezas. Así debe ser con las cerezas fantasmales.
Con toda la fruta que crece aquí. No se enfadarán porque las comas, pues pueden
volver a su sitio.”
“Lo que no entiendo es cómo puede crecer algo
aquí,” dijo Beau. “¿No tendría que estar todo muy muerto?”
Ascálafo aintió con la cabeza.
“Sí, pero mi huerto es una excepción. Yo
riego lo que aquí crece con agua de lluvia impoluta. Este es el único lugar en
el que llueve en Hades. Bueno, y en las Islas de los Benditos, donde a veces
hay chubascos primaverales. Las Néfeles me mandan sus garrafas de nubes por
barco. Y yo derramo esa agua sobe mis cultivos según necesidad.”
Tito
Richi no dijo nada, pero se sintió tentado a cantar en ese huerto para ver que
sucedía. Pero fue prudente y se abstuvo de interferir en los asuntos del
hortelano.
“Tú, que puede que seas el único ser que hay
aquí que entiende de la vida, podrías decirme como llegó el rey a tener a su
hija Melínoe? ¿Pasó algo parecido a lo
que sucedió cuando Hera comió una hoja de lechuga en un banquete que dio Apolo y
se quedó preñada de la encantadora Hebe?”
Ascálafo permaneció callado un momento,
pensando. “¡Ojala pudiese decir que fue algo que comieron los reyes!” dijo
después, sacudiendo la cabeza. “Sé que Macaria fue adoptada cuando ya era una
mujercita. Era mortal, una de las hijas de Hércules. Ofreció su vida a Hades y
Perséfone a cambio de que ayudasen estos dioses a sus hermanos, los Heraclidas,
a ganar su guerra contra Euristeo. Aceptaron su oferta, y la consideran su
hija. Y la casaron con el alto Tánatos, uno de los dioses de la muerte. Y de
Zagreo te puedo decir que es hijo de Perséfone, pero no de Hades. Parece que
Zeus lo engendró. No le importó que la madre fuese su propia hija. Hera estaba
furiosa. Sémele intentó ayudar a Zeus a disimular este disparate y salió
ardiendo por ello. Llegó aquí literalmente hecha polvo. Pero su hijo la
recompuso. Era muy blanca, pero ahora es una diosa negra. Tione la llaman
ahora. Y su hijo la hizo diosa del vino blanco. Ya sabéis que Zagreo se
convirtió en Dioniso.”
Beau y Tito Richi asintieron.
“Pero Melínoe…no tengo ni idea de cómo llegó
a ser hija de los reyes. Si realmente lo es.”
“Es verdad que sale todas las noches del
infierno para vagar por el mundo de los mortales?”
“Ah, sí. Una dama muy silenciosa, que guarda
su propia compañía durante el día. Pero por la noche pasea a sus perros ahí
fuera, entre los mortales. Los canes del infierno son, y cuando ladran, los
perros de los mortales contestan aullando aterrados y sobresaltando los
corazones de sus amos perecederos. Tanto
que más de uno de estos mortales ha muerto del susto, en mitad de esas
noches negras. La princesa dirige una compañía de fantasmas. Ellos salen tras
ella cuando cruza las puertas del Hades, y se dispersan ahí fuera, yendo cada
alma a acabar asuntos que quedaron pendientes cuando murieron. Y cuando la
princesa está lista para volver, estas sombras vuelven a reunirse con ella a
las puertas del infierno, y vuelven a entrar aquí. A veces entran más de las
que han salido, porque traen consigo a los que han matado de un susto.”
“Quizás tu madre sepa más sobre la diosa de
los fantasmas,” dijo Beau.
“Podría ser. Las mujeres se enteran mejor de
estas cosas. Orfne está en la cueva de la diosa del río Estigia.”
Y los cuatro partieron para la cueva sostenida por columnas de plata que era la morada de la diosa que estremece, Estigia de las aguas frías y negras.
Tito Richi interrogó a Orfne, y la madre de
Ascálafo y esposa de Aqueronte dijo que no se podía creer que ella no supiese
contestar a su pregunta, pues ella lo sabía todo sobre los reyes del Hades. “¿Cómo
se me ha podido escapar esto?” le preguntó a Estigia.
Pues Estigia, que es una diosa tan mal
hablada como mal geniada, estuvo a punto de maldecir a Tito Ricatierra por
hacer preguntas absurdas que nadie podía contestar y que él no tenía porque
estar haciendo, pero inesperada y misericordiosamente intervinieron las Euménides, que
también estaban en la cueva de Estigia.
La Euménides solían ser tres mujeres muy
desagradables a las que llamaban las Furias, que se dedicaban a perseguir a
criminales y no descansaban hasta que les hubiesen hecho pagar por sus crímenes.
Pero la diosa Atenea había hablado con ellas y logró convencerlas de que tenían
que ser justas y no sólo vengativas.
Pues ahí estaban, sentadas en altas sillas de
oro y plata, vestidas con las túnicas cortas que llevan las cazadoras y con sus
mascotas las serpientes enroscadas en sus brazos y piernas y arrastrándose por
sus cabellos. Fijaron sus ojos en el tito con intención de juzgarle y le
preguntaron porque se había atrevido a preguntar lo que había preguntado. Tito
Richi les explicó sin callar detalle la razón por la que quería saber lo que
había preguntado.
“Merecido te lo tienes,” dijeron las
Euménides tras escucharle, “pero también es verdad que eres un tío simpático y
que no es tu culpa que seas un cabeza loca porque así te hicieron. Y hay tanta
gentuza que tiene hijos a los que maltrata de verdad, que no vemos porque tú,
que eres amable, no puedas malcriar a algún hijo o hija.”
Y entonces las serpientes que adornaban a las
Euménides sacudieron sus cabezas y sisearon, “¿Por qué no consultáis a los
videntes? Lo saben todo, ¿no?”
Y las Euménides invocaron a Tiresias de entre
los muertos, sí, al ambiguo vidente que unas veces era hombre y otras mujer, y
él no contestó la pregunta del tito directamente, pero hizo una profecía. “Vuelve
a casa,” le dijo el vidente al tito. “Estás más cerca de lo que crees de tener
hijos. Ya has terminado de preguntar. Recibirás tu respuesta cuando caiga la
noche.”
Y Tito Richi, que tal y como dijo Caronte se
puede poner más pesado que el plomo, quiso saber más, pero Tiresias sólo le
gritaba, “¡Demetrio, vete a casa!”
Y entonces llegaron más videntes, porque los videntes son muy competitivos y cuando uno dice algo los demás también quieren hablar para no ser menos. Y uno de los que llegaron era Mopso, nieto infalible de Tiresias, del que se decía que nada era más seguro que Mopso. Otro era Calcas, el que estuvo en Troya asesorando a los griegos durante la guerra. Y también acudió Manto, que era la hija de Tiresias, aunque nadie sabe si él era su padre o su madre, pero tal vez esto no importase nada, porque ella había heredado su facilidad para ver el futuro, que es lo que cuenta. Y Manto le dio unas palmaditas al tito en la espalda, y le cogió del brazo y le llevó hasta la motora de Caronte, asegurándole que su problema ya estaba en vías de ser solucionado.
“¡Cuando caiga la noche!” gritaban los cuatro videntes como un coro griego mientras la motora se alejaba llevándose a los consultantes. “¡Caiga la noche, caiga la noche, caiga la noche!”
“¡Caelanoche!” exclamó el tito, cuando
salieron él y Beau del Hades. “A ese le vamos a visitar. Puede que su gato,
Gatgliostro, nos pueda contar algo más sobre este asunto que los otros oráculos.
Es que me impaciento.”
Y él y Beau estaban en el oeste, porque Hades
está en el oeste, pero se dirigieron al casi oeste, que es donde vive Tito
Caelanoche. De camino, a Tito Richi se le antojó cantar, porque no había
cantado ni una nota en el Hades y el no suele aguantar mucho tiempo sin
irrumpir en canto.
Conforme avanzaban, el tito se puso a tararear
una dulce melodía, y mientras lo hacía, flores comenzaron a brotar por su
alrededor. Y un pequeño colibrí de color morado que revoloteaba entre ellas también
tarareaba a su manera.
“¡Qué curioso!” exclamó Beau. “Yo no sabía
que había colibríes de color violeta.”
“¿Sabías que hay ardillas voladoras de color
rosa?” le preguntó Tito Richi, porque acababa de ver a una aterrizar en un
árbol.
“¡No!” dijo Beau. “¡Más y más curioso!”
Y caminando entre las flores y sus perfumes
llegaron a las ruinas de la que había sido la casa de Tito Caelanoche, y estas
inmediatamente se vieron invadidas por hermosísimas flores silvestres y por los
fantasmas de los rosales que se habían quemado allí, que volvieron a tener vida
y a florecer grandiosamente. Y los gatos que viven en las ruinas, y que aunque
la mayoría son sordos podían escuchar al tito canturrear, pues tal era el
poder de esa magistral voz, pues se pusieron a olfatear las flores y a
revolcarse en el césped como si hubiesen tomado hierba gatera. Y Beau y nuestro
tito musical entraron en el fantasma de la mansión de nuestro tito crepuscular
conforme caía el sol. Y Tito Caelanoche y su gato de rayas verdes y moradas
estaban a punto de tomar un alto té, e invitaron a sus visitas a compartirlo
con ellos.
Pero antes de que Tito Ricatierra pudiese hacerle una pregunta a Gatgliostro, los gatos que había en el exterior retozando entre las ruinas empezaron a gritar, maullando desesperadamente. Y los que había en el interior de la casa echaron sus orejitas para atrás, erizaron sus pelos y arquearon su espalda y se escondieron donde pudieron. Todos menos Gatgliostro, que estaba alterado pero alerta, como si ya supiese lo que pasaba. Y Tito Caelanoche se levantó para ver que estaba sucediendo, pero antes de que llegase a la puerta por ella entró Melínoe, la diosa blanca y negra, con una jauría de perritos pequeños y sepulcralmente silencioso, todos de raza distinta. Entraron atravesando la puerta, porque esta estaba cerrada. Y con ellos entraron - o no entraron - una extrañas sombras que a veces parecían estar ahí, y otras no.
“¡Hola!” dijo la diosa de los fantasmas tímidamente,
pero sus perritos no dijeron nada, sólo sacudieron sus colas para saludar. “Mis
perritos son dóciles y no harán ningún daño a nadie. Y jamás meten ruido. Tus
gatos están locos.”
“Gatgliostro, dile a los gatos que no pasa
nada,” dijo Tito Cae al gran gato. Y este debió comunicar con los demás gatos,
porque todos se callaron y se tranquilizaron, aunque siguieron donde estaban.
“Mi abuela me ha dicho que venga a verte,”
Melínoe le dijo a Tito Richi. “Quiere que te cuente como llegué a nacer y por
qué casi nadie sabe como fue eso.”
Esta
señorita parecía estar presente y también no estarlo, y parecía ser una sombra
ahora y una realidad después, y ahora era blanca, y ahora era negra. Pero lo
que más chocaba era lo tímida que parecía ser. Su mano derecha retorcía los
rizos negros como el azabache que tenía a un lado de la cabeza, mientras que su
mano izquierda estaba mortalmente quieta, y los cabellos que tenía al lado izquierdo
de la cabeza estaban las lacios y tiesos como la tapa de un ataúd blanco.
“Por favor toma asiento, querida,” le dijo
Tito Cae a Melínoe, “y comparte un alto té con nosotros.”
A Melínoe le complació sentarse, y cuando
todos estaban sentados y disfrutando de la merienda-cena, que es lo que es un alto té, comenzó a contar su
historia.
“Mamá estaba pintando las flores del campo de
colores cuando la raptó mi padre. Ese era el trabajo que la había asignado la
abuela. Estaba pintando unas que estaban en lo alto de un árbol, por encima de
su cabeza. Se pegó tal susto cuando vio a mi padre acercarse a ella que abrió
la boca pero no pudo gritar. Cuando el la agarró, la paleta se la cayó, los
montoncitos de colores blancos y negros cayeron dentro de su boca y ella los
trago, los de otros colores cayeron a la tierra. Y por eso quizás tenga yo este
aspecto que me hace parecer un damero. Meses después, Mamá me dio a luz en casa
de la abuela. Yo había sido concebida con miedo, tenía todo el miedo que había
pasado mi madre en mi ser. Al nacer yo, ella se liberó de todo ese miedo,
porque me lo llevé yo. Mi abuela quiso que me quedase con ella, para criarme en
su casa, pero yo lloraba como loca y alguien así no podía estar en un lugar tan
alegre. Mamá pensó que pasaría desapercibida en el Hades, donde todos lloran y
gritan. Me llevó allí envuelta en mantas, porque yo tenía miedo de que me
viesen. Mi querida tía Hécate, que es la primera ministra del Hades y que adora
a mi madre y hace todo lo que puede para ayudarla, decidió ocuparse de mí
también. Yo no salía de las habitaciones de mi madre. En realidad, me pasaba la
vida acurrucada en un armario ropero. Y no comía nada de nada. Lo que hizo la
tita para animarme fue regalarme perros. Se la ocurrió cuando trajo a la reina
Hécuba a verme. Esta reina se convirtió en una perra cuando perdió la razón al
ver arder Troya, y se puso a morder a todo el mundo, pero cuando Hécate la rescató, se tranquilizó, aunque todavía mantiene esa forma. Fue tan tierna al acercarse a
mí, y me lamía con tanto cariño, que
llegué a quererla. Entonces Hécate me trajo un cachorro. Al principio yo
me sobresaltaba cada vez que ladraba el pequeño, pero me acostumbré y lo acepté. Al
segundo que me trajeron le acepté más fácilmente. Y así en adelante. Un día la
tita me dijo que tenía que sacarles al jardín a pasear. Y lo pude hacer. Y fui
progresando. A estos perros pequeños los saco a pasear a los jardines del Hades
al caer la noche. Pero a la medianoche, sacó a pasear a los canes del infierno.
Y les paseo por el mundo de los mortales. No a Cerbero, no. Ese nunca abandona
su puesto. Pero estoy segura de que habéis oído hablar de mi jauría de
salvajes. Y ahora asusto a todo el mundo en lugar de dejar que me asusten a mí.”
“A mi tú no me asustas nada,” dijo Tito
Ricatierra. “De hecho, creo que eres probablemente la mujer más distinguida que
he visto en mi vida, y he visto unas cuantas.”
Y Tito Caelanoche le dio un golpe con el codo
en las costillas a su hermano y le dijo a Melínoe, “Este hombre está tomado,
pero yo estoy disponible. Y como tú, soy una criatura claroscura.”
Y Melínoe sonrió. Un poquito.
Si tomas café, Arley, te gustará el dulce blanco y
negro. Se trata de una bebida estupenda. Para elaborarla, sólo necesitas café
molido, agua, azúcar, helado de nata y un limón.
Empieza por hacer el café, procurando que no
quede muy aguado. Luego haz un almíbar, metiendo en un cazo un poco de agua y
de azúcar y la corteza del limón. Lo pones a hervir, y cuando esté hecho el
almíbar, lo retiras del fuego. Retiras también la corteza de limón. Y añades el
almíbar al café. Introduce esta mezcla en el congelador, y no te olvides de que
está ahí, porque cada media hora tienes que revolverla, hasta que quede como un
granizado. Entonces sacas la mezcla del congelador, la pones en una taza
dejando sitio para una bola de helado de nata, que echarás seguidamente. Ya lo
tienes hecho. A disfrutar.
Te quiere, te quiere, te quiere, tu hermana
Brezo.
P.D. ¡Ah! La tarta que le hice para su
cumpleaños lunar a Mauelito era una tarta de terciopelo blanco. El suero de
leche y un toque de vinagre le dan a esta tarta un sabor especial, que a
Mauelito le encantó.
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