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miércoles, 31 de julio de 2024

289 - Dos: Segunda parte de la undécima carta lunar

289-Dos. La segunda parte de la undécima carta lunar que será escrita por Brezo a su hermano Arley durante la luna negra perfectamente visible contra una nube blanca como una hoja de papel en blanco.

Querido Arley,

Tuve que interrumpir esta carta para hornear la tarta del cumpleaños lunar de Mauelito. Más tendré que decir sobre ella luego. Ahora sigo donde lo deje.

Katafalkos, pues ese es el nombre del demonio del ordenador portátil, finalmente se dejó convencer por Caronte y permitió la entrada al Hades de Tito Ricatierra y Beau. Se subieron a la lancha motora más pequeña que he visto en mi vida y Caronte se puso a llevarles a la otra orilla del río Aqueronte encendiendo el motor.

“¿Soy realmente tan pesado como el plomo?” le preguntó Tito Richi a Caronte.

“Sí,” le contestó Caronte.

“Sé que soy muy intenso, pero pesado como el plomo…no creo que sea yo tan pesado. Soy persistente. Admito que sé como insistir. Pero cuando quieres algo, eso es lo que tienen que hacer. Y la constancia es una virtud, ¿no?”

“A veces. ¿Así que has venido a ver a la reina? ¿O a una o a dos o a más mujeres?”

“En realidad, estoy aquí porque tengo una pregunta. Pero preferiría no preguntar a cualquiera. ¿Podemos hablar aquí? Todavía no hemos alcanzado la otra orilla.”

“Allí será menos seguro todavía. Aquí no hay nadie que nos escuche. Esto no es lo que era.”

“Eso ya lo veo,” dijo Tito Richi. “Está esto muy vacío. Como desierto. No hay el jaleo habitual, que esto era como el metro a las nueve. ¿Cómo puede haber cambiado tanto este lugar en menos de doscientos años?”

“Ni digas nada,” gruñó Caronte, frunciendo el ceño y señalando con aversión a los mandos de la motora. Y escupió rabiosamente en el agua, por no escupir sobre la rueda de timón. El río Aqueronte dio un manotazao que devolvió el escupitajo y sí mojó la rueda. Y Caronte cambió de tema y le dijo al tito, refiriéndose a la pregunta que este había dicho que necesitaba hacer, “¡Pues pregunta!”

Tapándose la mano con la boca, aunque se daba cuenta de que eso era inútil, el tito murmuró, “¿Sabes cómo logró Hades tener a su hija Melínoe cuando se supone que él es tan estéril como la Muerte?”

“No,” dijo Caronte. “Yo siempre he estado demasiado ocupado para chismorrear. Pero tal vez Ascálafo lo sepa. Él circula más que yo por el Hades. Podemos arribar junto a su huerto.”

Y al escucharse nombra, Ascálafo, hijo de Aqueronte, mostró su cara redonda, sus enormes ojos de búho bajo sus espesas cejas escudriñando entre unos granados cargados de fruta todavía verde, con alguna flor naranja aún entre las hojas. Saludó con la mano a sus visitas y la motora fue directamente hacía él y se paró ante los granados.


“¿Os apetecen cerezas? Estás están muy maduras,” dijo el hortelano del Hades. Y empujó un bol lleno de cerezas dobles por entre las ramas de los granados.

“No, gracias,” dijo Beau rápidamente. “Resultan muy tentadoras, pero hay quién me espera en casa. No puedo quedarme aquí para siempre.”

“¿Sabes qué?” le dijo el tito a Ascálafo. “Yo he visto estás cerezas dobles con sus dos cabecitas en alguna parte. ¡Ah, sí! En el jardín de la Novía Diabólica. Aislene, sí. Tienen que ver con el fútbol. Presagian victorias, o algo.”

“¡Ah, la demonia de Aislene! Le dimos a su marido unos cuantos árboles hace años para agradecerle el que nos hubiese traído unas almas de griegos que se habían extraviado y acabaron en la Pradera del Violinista.”

“Nunca he probado las cerezas de los árboles de Aislene. Son cerezas parlantes. Yo no como a nada ni nadie que me hable.”

“Aquí son mudas. Y no tienen rostros. Mira tú mismo:”

“¿Cobrarían vida si me las llevo a casa conmigo? Pregunto por curiosidad. No es que las quiera. Estoy seguro de que mi mujer le pediría a su madre unos esquejes de los árboles que tiene Aislene si quisiese tener algo así en nuestro huerto.”

“No tengo ni idea porque han cobrado vida las cerezas de Aislene. Será porque esa mujer es capaz de resucitar a los muertos. Aquí no son más que frutas. Mágicas, eso sí. Porque coseche las que coseche, al día siguiente hay el mismo número que el día anterior en el árbol. Y yo juraría que se trata de las mismas cerezas. Así debe ser con las cerezas fantasmales. Con toda la fruta que crece aquí. No se enfadarán porque las comas, pues pueden volver a su sitio.”

“Lo que no entiendo es cómo puede crecer algo aquí,” dijo Beau. “¿No tendría que estar todo muy muerto?”

Ascálafo aintió con la cabeza.

“Sí, pero mi huerto es una excepción. Yo riego lo que aquí crece con agua de lluvia impoluta. Este es el único lugar en el que llueve en Hades. Bueno, y en las Islas de los Benditos, donde a veces hay chubascos primaverales. Las Néfeles me mandan sus garrafas de nubes por barco. Y yo derramo esa agua sobe mis cultivos según necesidad.”

 Tito Richi no dijo nada, pero se sintió tentado a cantar en ese huerto para ver que sucedía. Pero fue prudente y se abstuvo de interferir en los asuntos del hortelano.

“Tú, que puede que seas el único ser que hay aquí que entiende de la vida, podrías decirme como llegó el rey a tener a su hija Melínoe?  ¿Pasó algo parecido a lo que sucedió cuando Hera comió una hoja de lechuga en un banquete que dio Apolo y se quedó preñada de la encantadora Hebe?”

Ascálafo permaneció callado un momento, pensando. “¡Ojala pudiese decir que fue algo que comieron los reyes!” dijo después, sacudiendo la cabeza. “Sé que Macaria fue adoptada cuando ya era una mujercita. Era mortal, una de las hijas de Hércules. Ofreció su vida a Hades y Perséfone a cambio de que ayudasen estos dioses a sus hermanos, los Heraclidas, a ganar su guerra contra Euristeo. Aceptaron su oferta, y la consideran su hija. Y la casaron con el alto Tánatos, uno de los dioses de la muerte. Y de Zagreo te puedo decir que es hijo de Perséfone, pero no de Hades. Parece que Zeus lo engendró. No le importó que la madre fuese su propia hija. Hera estaba furiosa. Sémele intentó ayudar a Zeus a disimular este disparate y salió ardiendo por ello. Llegó aquí literalmente hecha polvo. Pero su hijo la recompuso. Era muy blanca, pero ahora es una diosa negra. Tione la llaman ahora. Y su hijo la hizo diosa del vino blanco. Ya sabéis que Zagreo se convirtió en Dioniso.”

Beau y Tito Richi asintieron.

“Pero Melínoe…no tengo ni idea de cómo llegó a ser hija de los reyes. Si realmente lo es.”

“Es verdad que sale todas las noches del infierno para vagar por el mundo de los mortales?”

“Ah, sí. Una dama muy silenciosa, que guarda su propia compañía durante el día. Pero por la noche pasea a sus perros ahí fuera, entre los mortales. Los canes del infierno son, y cuando ladran, los perros de los mortales contestan aullando aterrados y sobresaltando los corazones de sus amos perecederos. Tanto  que más de uno de estos mortales ha muerto del susto, en mitad de esas noches negras. La princesa dirige una compañía de fantasmas. Ellos salen tras ella cuando cruza las puertas del Hades, y se dispersan ahí fuera, yendo cada alma a acabar asuntos que quedaron pendientes cuando murieron. Y cuando la princesa está lista para volver, estas sombras vuelven a reunirse con ella a las puertas del infierno, y vuelven a entrar aquí. A veces entran más de las que han salido, porque traen consigo a los que han matado de un susto.”

“Quizás tu madre sepa más sobre la diosa de los fantasmas,” dijo Beau.

“Podría ser. Las mujeres se enteran mejor de estas cosas. Orfne está en la cueva de la diosa del río Estigia.”

Y los cuatro partieron para la cueva sostenida por columnas de plata que era la morada de la diosa que estremece, Estigia de las aguas frías y negras.

Tito Richi interrogó a Orfne, y la madre de Ascálafo y esposa de Aqueronte dijo que no se podía creer que ella no supiese contestar a su pregunta, pues ella lo sabía todo sobre los reyes del Hades. “¿Cómo se me ha podido escapar esto?” le preguntó a Estigia.

Pues Estigia, que es una diosa tan mal hablada como mal geniada, estuvo a punto de maldecir a Tito Ricatierra por hacer preguntas absurdas que nadie podía contestar y que él no tenía porque estar haciendo, pero inesperada y misericordiosamente intervinieron las Euménides, que también estaban en la cueva de Estigia.

La Euménides solían ser tres mujeres muy desagradables a las que llamaban las Furias, que se dedicaban a perseguir a criminales y no descansaban hasta que les hubiesen hecho pagar por sus crímenes. Pero la diosa Atenea había hablado con ellas y logró convencerlas de que tenían que ser justas y no sólo vengativas.


Pues ahí estaban, sentadas en altas sillas de oro y plata, vestidas con las túnicas cortas que llevan las cazadoras y con sus mascotas las serpientes enroscadas en sus brazos y piernas y arrastrándose por sus cabellos. Fijaron sus ojos en el tito con intención de juzgarle y le preguntaron porque se había atrevido a preguntar lo que había preguntado. Tito Richi les explicó sin callar detalle la razón por la que quería saber lo que había preguntado.

“Merecido te lo tienes,” dijeron las Euménides tras escucharle, “pero también es verdad que eres un tío simpático y que no es tu culpa que seas un cabeza loca porque así te hicieron. Y hay tanta gentuza que tiene hijos a los que maltrata de verdad, que no vemos porque tú, que eres amable, no puedas malcriar a algún hijo o hija.”

Y entonces las serpientes que adornaban a las Euménides sacudieron sus cabezas y sisearon, “¿Por qué no consultáis a los videntes? Lo saben todo, ¿no?”

Y las Euménides invocaron a Tiresias de entre los muertos, sí, al ambiguo vidente que unas veces era hombre y otras mujer, y él no contestó la pregunta del tito directamente, pero hizo una profecía. “Vuelve a casa,” le dijo el vidente al tito. “Estás más cerca de lo que crees de tener hijos. Ya has terminado de preguntar. Recibirás tu respuesta cuando caiga la noche.”

Y Tito Richi, que tal y como dijo Caronte se puede poner más pesado que el plomo, quiso saber más, pero Tiresias sólo le gritaba, “¡Demetrio, vete a casa!”

Y entonces llegaron más videntes, porque los videntes son muy competitivos y cuando uno dice algo los demás también quieren hablar para no ser menos. Y uno de los que llegaron era Mopso, nieto infalible de Tiresias, del que se decía que nada era más seguro que Mopso. Otro era Calcas, el que estuvo en Troya asesorando a los griegos durante la guerra. Y también acudió Manto, que era la hija de Tiresias, aunque nadie sabe si él era su padre o su madre, pero tal vez esto no importase nada, porque ella había heredado su facilidad para ver el futuro, que es lo que cuenta. Y Manto le dio unas palmaditas al tito en la espalda, y le cogió del brazo y le llevó hasta la motora de Caronte, asegurándole que su problema ya estaba en vías de ser solucionado. 

“¡Cuando caiga la noche!” gritaban los cuatro videntes como un coro griego mientras la motora se alejaba llevándose a los consultantes. “¡Caiga la noche, caiga la noche, caiga la noche!”  

“¡Caelanoche!” exclamó el tito, cuando salieron él y Beau del Hades. “A ese le vamos a visitar. Puede que su gato, Gatgliostro, nos pueda contar algo más sobre este asunto que los otros oráculos. Es que me impaciento.”

Y él y Beau estaban en el oeste, porque Hades está en el oeste, pero se dirigieron al casi oeste, que es donde vive Tito Caelanoche. De camino, a Tito Richi se le antojó cantar, porque no había cantado ni una nota en el Hades y el no suele aguantar mucho tiempo sin irrumpir en canto.

Conforme avanzaban, el tito se puso a tararear una dulce melodía, y mientras lo hacía, flores comenzaron a brotar por su alrededor. Y un pequeño colibrí de color morado que revoloteaba entre ellas también tarareaba a su manera.


“¡Qué curioso!” exclamó Beau. “Yo no sabía que había colibríes de color violeta.”

“¿Sabías que hay ardillas voladores de color rosa?” le preguntó Tito Richi, porque acababa de ver a una aterrizar en un árbol.


“¡No!” dijo Beau. “¡Más y más curioso!”

Y caminando entre las flores y sus perfumes llegaron a las ruinas de la que había sido la casa de Tito Caelanoche, y estas inmediatamente se vieron invadidas por hermosísimas flores silvestres y por los fantasmas de los rosales que se habían quemado allí, que volvieron a tener vida y a florecer grandiosamente. Y los gatos que viven en las ruinas, y que aunque la mayoría son sordos podían escuchar al tito canturrear, pues tal era el poder de esa magistral voz, pues se pusieron a olfatear las flores y a revolcarse en el césped como si hubiesen tomado hierba gatera. Y Beau y nuestro tito musical entraron en el fantasma de la mansión de nuestro tito crepuscular conforme caía el sol. Y Tito Caelanoche y su gato de rayas verdes y moradas estaban a punto de tomar un alto té, e invitaron a sus visitas a compartirlo con ellos.

Pero antes de que Tito Ricatierra pudiese hacerle una pregunta a Gatgliostro, los gatos que había en el exterior retozando entre las ruinas empezaron a gritar, maullando desesperadamente. Y los que había en el interior de la casa echaron sus orejitas para atrás, erizaron sus pelos y arquearon su espalda y se escondieron donde pudieron. Todos menos Gatgliostro, que estaba alterado pero alerta, como si ya supiese lo que pasaba. Y Tito Caelanoche se levantó para ver que estaba sucediendo, pero antes de que llegase a la puerta por ella entró Melínoe, la diosa blanca y negra, con una jauría de perritos pequeños y sepulcralmente silencioso, todos de raza distinta. Entraron atravesando la puerta, porque esta estaba cerrada. Y con ellos entraron - o no entraron - una extrañas sombras que a veces parecían estar ahí, y otras no.


“¡Hola!” dijo la diosa de los fantasmas tímidamente, pero sus perritos no dijeron nada, sólo sacudieron sus colas para saludar. “Mis perritos son dóciles y no harán ningún daño a nadie. Y jamás meten ruido. Tus gatos están locos.”

“Gatgliostro, dile a los gatos que no pasa nada,” dijo Tito Cae al gran gato. Y este debió comunicar con los demás gatos, porque todos se callaron y se tranquilizaron, aunque siguieron donde estaban.

“Mi abuela me ha dicho que venga a verte,” Melínoe le dijo a Tito Richi. “Quiere que te cuente como llegué a nacer y por qué casi nadie sabe como fue eso.”

Esta señorita parecía estar presente y también no estarlo, y parecía ser una sombra ahora y una realidad después, y ahora era blanca, y ahora era negra. Pero lo que más chocaba era lo tímida que parecía ser. Su mano derecha retorcía los rizos negros como el azabache que tenía a un lado de la cabeza, mientras que su mano izquierda estaba mortalmente quieta, y los cabellos que tenía al lado izquierdo de la cabeza estaban las lacios y tiesos como la tapa de un ataúd blanco.

“Por favor toma asiento, querida,” le dijo Tito Cae a Melínoe, “y comparte un alto té con nosotros.”

A Melínoe le complació sentarse, y cuando todos estaban sentados y disfrutando de la merienda-cena, que es lo que es un alto té, comenzó a contar su historia.

“Mamá estaba pintando las flores del campo de colores cuando la raptó mi padre. Ese era el trabajo que la había asignado la abuela. Estaba pintando unas que estaban en lo alto de un árbol, por encima de su cabeza. Se pegó tal susto cuando vio a mi padre acercarse a ella que abrió la boca pero no pudo gritar. Cuando el la agarró, la paleta se la cayó, los montoncitos de colores blancos y negros cayeron dentro de su boca y ella los trago, los de otros colores cayeron a la tierra. Y por eso quizás tenga yo este aspecto que me hace parecer un damero. Meses después, Mamá me dio a luz en casa de la abuela. Yo había sido concebida con miedo, tenía todo el miedo que había pasado mi madre en mi ser. Al nacer yo, ella se liberó de todo ese miedo, porque me lo llevé yo. Mi abuela quiso que me quedase con ella, para criarme en su casa, pero yo lloraba como loca y alguien así no podía estar en un lugar tan alegre. Mamá pensó que pasaría desapercibida en el Hades, donde todos lloran y gritan. Me llevó allí envuelta en mantas, porque yo tenía miedo de que me viesen. Mi querida tía Hécate, que es la primera ministra del Hades y que adora a mi madre y hace todo lo que puede para ayudarla, decidió ocuparse de mí también. Yo no salía de las habitaciones de mi madre. En realidad, me pasaba la vida acurrucada en un armario ropero. Y no comía nada de nada. Lo que hizo la tita para animarme fue regalarme perros. Se la ocurrió cuando trajo a la reina Hécuba a verme. Esta reina se convirtió en una perra cuando perdió la razón al ver arder Troya, y se puso a morder a todo el mundo, pero cuando Hécate la rescató, se tranquilizó, aunque todavía mantiene esa forma. Fue tan tierna al acercarse a mí, y me lamía con tanto cariño, que  llegué a quererla. Entonces Hécate me trajo un cachorro. Al principio yo me sobresaltaba cada vez que ladraba el pequeño, pero me acostumbré y lo acepté. Al segundo que me trajeron le acepté más fácilmente. Y así en adelante. Un día la tita me dijo que tenía que sacarles al jardín a pasear. Y lo pude hacer. Y fui progresando. A estos perros pequeños los saco a pasear a los jardines del Hades al caer la noche. Pero a la medianoche, sacó a pasear a los canes del infierno. Y les paseo por el mundo de los mortales. No a Cerbero, no. Ese nunca abandona su puesto. Pero estoy segura de que habéis oído hablar de mi jauría de salvajes. Y ahora asusto a todo el mundo en lugar de dejar que me asusten a mí.”  

“A mi tú no me asustas nada,” dijo Tito Ricatierra. “De hecho, creo que eres probablemente la mujer más distinguida que he visto en mi vida, y he visto unas cuantas.”

Y Tito Caelanoche le dio un golpe con el codo en las costillas a su hermano y le dijo a Melínoe, “Este hombre está tomado, pero yo estoy disponible. Y como tú, soy una criatura de luces y claros.”

Y Melínoe sonrió. Un poquito. 


Si tomas café, Arley, te gustará el dulce blanco y negro. Se trata de una bebida estupenda. Para elaborarla, sólo necesitas café molido, agua, azúcar, helado de nata y un limón.

Empieza por hacer el café, procurando que no quede muy aguado. Luego haz un almíbar, metiendo en un cazo un poco de agua y de azúcar y la corteza del limón. Lo pones a hervir, y cuando esté hecho el almíbar, lo retiras del fuego. Retiras también la corteza de limón. Y añades el almíbar al café. Introduce esta mezcla en el congelador, y no te olvides de que está ahí, porque cada media hora tienes que revolverla, hasta que quede como un granizado. Entonces sacas la mezcla del congelador, la pones en una taza dejando sitio para una bola de helado de nata, que echarás seguidamente. Ya lo tienes hecho. A disfrutar.  

Te quiere, te quiere, te quiere, tu hermana Brezo.

P.D. ¡Ah! La tarta que le hice para su cumpleaños lunar a Mauelito era una tarta de terciopelo blanco. El suero de leche y un toque de vinagre le dan a esta tarta un sabor especial, que a Mauelito le encantó.

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