290. - Primera parte y segunda parte de la duodécima carta lunar, que será escrita por Brezo a su hermano Arley los primeros días de la luna de siempreverde amor verdadero.
Primera parte:
Querido Arley,
Vi a Cami el otro día y me dijo que tú
volverías a casa para la Navidad, y que ya no tendrás que vivir lejos de
nosotros, pues tu entrenamiento habrá terminado. Dice que lo has hecho muy
bien. Me puse muy contenta al oír esto porque te echo mucho de menos. Cardo también.
Y Mauelito, que está aquí a mi lado preguntándome que tarta le haré esta luna,
dice que él también te extraña.
Como te dije, pasé la mayor parte del mes
pasado observando a Tito Richi y a Beau mientras buscaban un hijo para Brana.
Pero eso no fue todo lo que ocurrió. Hay algo que me callé, porque primero
quería contarte como les fue a Tito Richi y a Beau. Pues una mañana, sentada en
el asiento que tengo junto a la ventana de la cocina, observando como nuestro
tío y mi novio almorzaban entre nenúfares,
sentí que alguien arañaba el cristal. Y ahí fuera estaban los hojitas
Vinny y Dudu. Inmediatamente abrí la ventana y ellos dijeron, “¡La hemos encontrado! ¿Quieres dar
tu aprobación antes de que se la enviemos?”
“¿A quién decís que habéis encontrado?”
pregunté sorprendida.
“Nos juntamos, un montón de nosotros de todo
el bosque y de tu jardín, porque no creíamos que nada bueno podría venir del
Infierno. Y decidimos batir a las matronas.”
“¿A las matronas?”
“¿Cómo crees tú que el sindicato de
entrega-niños consigue bebés para entregar?” me preguntó Vicentico. Y antes de
que pudiese responder, dijo, “Esas señoras a las que la gente encarga bebés.
Pues esas, esas pasan casi todo su
tiempo buscando por todas partes bebés recién aparecidos. Las vemos por las
noches en nuestro bosque, embozadas y moviéndose como fantasmas, revisando los
árboles, los claros, montículos, las aguas y hasta bajo montones de hojas,
buscando y rebuscando por si hay un niño hada que puedan entregar a sus
peticionarios.”
“Yo no tenía ni idea de que hacían eso,” dije
yo.
“La mayoría de los niños que captan nacen por
la noche. Los que nacen de día tienen más probabilidades de encontrarse con
gentes que quieren ser padres. Ya sabes que si ves a un niño hada menor de
siete años te lo puedes llevar siempre que seas el primero que lo haya visto y
cogido. Claro que si ese niño ya tiene un día o más, lo más probable es que
sepa hablar. Entonces debes preguntarle al crío si quiere irse contigo y ser tu
hijo. Y tienes que respetar sus deseos. Lo contrario sería secuestro. Los bebés
que nacen de noche son más difíciles de hallar y siendo recién nacidos, casi
ninguno habla. Por eso se los suelen llevar las matronas.”
”No tenía ni idea de que las matronas vagasen
por los bosques buscando recién nacidos. Yo creía que cultivaban niños en
campos de coles o de repollos o algo así.”
“No. Se
hacen antes que nadie con cualquier recién nacido que encuentren, donde quiera
que esté. Antes de que el crío pueda encontrar padres por sí mismo. Padres que le gusten. Por eso los niños de
encargo son a veces algo raritos, y no siempre parecen pertenecer del todo a su
familia. Pero hay muchas excepciones.”
“Los niños que hablan, a esos no te los
puedes llevar sin que ellos lo consientan. Si tienen un día o dos, casi siempre
hablan. Los que no han localizado las matronas pueden elegir sus padres,”
repitió Dudu.
“¿Y habéis encontrado uno de esos? Para mi
tío Ricatierra?”
“Habla con ella. Dirá que está de acuerdo,”
dijo Vicentico. “No parece una niña que quiera ser feral.”
Así, que llena de curiosidad, permití a
Vicentico y Dudu que me llevasen al Bosque Triturado. Y allí, en un nido de
pájaro abandonado, vi a una niña hada que no parecía tener más de una semana.
“¿Cómo es que no la ha cogido nadie?”
pregunté a los hojitas. Tres o cuatro hojitas más se habían unido a nosotros.
Habían estado vigilando a la niña para que nadie se adelantase a nosotros.
“No se muestra ante cualquiera. Los bebés que
tienen más de un día suelen saber esconderse, y son muy cautos,” dijo Curro.
“Y
escogicas. Cuidado con lo que le dices a esa,” susurró Vicentico, “que no
querrás quedártela para ti.””
“Hola, niña bonita,” le dije a la pequeña,
dejándome ver. “¿Te gustaría ser mi prima? Soy de una familia muy simpática.”
La niña sonrió y dijo, “Eres muy mona. No me
importaría que fueses mi modelo a seguir. Pero para ser tu prima, necesitaré un
papá o una mamá.”
“Mi tío se pondrá contentísimo si accedes a
ser su hija,” le dije. “Anda buscando hijos desesperadamente, y es un hombre muy amable.”
“Dile que está forrado y que no escatimará en
malcriarla,” susurró Vicentico, pero yo no lo hice.
“Si es como tú," dijo la niña, “me podría
interesar. ¿Pero no debería verle antes de decidir?”
Y el resultado fue que salió volando,
convertida en un colibrí, directamente hacía el casi oeste para echarle un
vistazo al tito.
Pero eso no fue todo.
Mientras yo quedé de pie junto al nido
preguntándome que era lo siguiente que debía de hacer, la Abuela Divina
apareció ante mí.
“Brezo,” me dijo, “¿ha vuelto tu novio? ¿Han
regresado él y Richi?”
“Déjame ver,” dije yo. “No. Por lo que veo,
han estado de merienda cena con Tito Cae. Y Tito Cae se ha hecho más que amigo
de la diosa Melínoe. Y está a punto de pasear con ella y con sus perritos por
los jardines de las ruinas de su casa, infestadas de gatos como están.”
“¿Qué?” dijo la abuela. “Caelanoche
probablemente ha ligado con esa mujer
para evitar que lo hiciese Richi.”
“Tal vez. Pero me parece que le gusta.
Parecen tener más en común que gatos sordos y perros mudos.”
“¡Pues que sea lo que sea! Con Cae nunca se sabe. Es muy reservado y
discreto con sus asuntos. ¿Richi y Beau también están paseando?”
“Sí, pero camino a casa. Hay…un colibrí
cantando a su manera con Tito Richi. Abuela, se trata de una niña hada que le
he enviado. Puede que él la guste y ella quiera ser su hija. No creo que él
haya encontrado nada en el Hades, y esta chiquilla parece buena gente.
Educadita y eso.”
“¿Qué? ¡Pero si le acabo de enviar a
Rosendo!”
“¿Y ese quién es?”
“Mi peluquero dio con un niño solitario.
Puede convertirse en una ardilla voladora de color rosa. No mi peluquero. El
niño hada con el que he llegado a un acuerdo. ”
“Le estoy viendo,” dije yo. “Puedo ver todo
esto porque puedo saber todo lo que Beau sabe si eso quiero.”
“Ah. Eso mismo puedo hacer yo con tu abuelo.
Pero para chincharme, él rara vez hace cosas interesantes. Por eso juega tanto
al golf, y al ajedrez. Para aburrirme a muerte y para que no me dedique a
espiarle. ¿Así que ahora hay dos niños valorando a Richi? Querida, hemos de
intervenir. No podemos dejar que escapen.”
Y la Abuela Divina y yo aparecimos delante de
Richi y Beau.
“¡Yo llegué primero!” gritó la Abuela Señora
Doña Celestial. “¡Llevo rato tras estos inútiles!”
Sí, estaba justo detrás de Tito Richi.
“Ah, vaya…” dijo la Abuela Divina.
“¿Creías que iba a permanecer en casa cruzada
de brazos mientras este loco se iba a buscar otro monstruo al infierno?”
Tito Richi dejó de tararear y las flores de otoño que había hecho aparecer,
crisantemos, margaritas otoñales, aliso, petunias, nemesias y últimas rosas y más se transformaron y eran plantas siempreverdes las que requerían
nuestra atención, toneladas de acebo y también de muérdago, que colgaba de los
pinos.
“¡Ni se os ocurra moveros a ninguno de los
dos!” le chilló la Abuela Divina al colibrí y a la ardilla. “¡Quietos parados, preciosones!”
Y eso hicieron esas dos criaturitas.
“A ver, mi sobrino alocado, ¿qué has traído
del polvoriento infierno?” le preguntó nuestra abuela paterna al hermanito de nuestra
madre.
“Nada, tía. No ha habido suerte. Una profecía
hecha para largarme de allí. Eso es lo único que he obtenido. El infierno me ha
fallado.”
“¿Qué tienes en el cesto, Richi?”
“Oh. Sobras del …almuerzo? Desayuno? Brunch?
¿Qué fue esto, Beau?”
“Hay algo más ahí dentro,” dijo Beau. “Y en
el bolsillo de tu chaqueta también.”
Beau estaba empezando a comprender lo que
estaba pasando, probablemente porque me leía la mente.
Tito Richi vio que una pequeña lagartija azul
asomaba de uno de sus bolsillos y la extrajo con mucho cuidado y nos la enseñó.
“Tú quieta parada también,” dijo la Abuela
Divina a la lagartija. “Y lo que haya en el cesto va a quedarse parado lo
mismo.”
Y Tito Richi sacó del cesto el tarro que
había llenado de agua y en el que estaba el caballito de mar verde esmeralda
que se había subido a su zapato en el Aqueronte.
“¿Será posible? ¿Hay cuatro?” preguntó la Señora
Abuela Doña Celestial.
“Sí, hermana,” dijo la Abuela Divina. “Esto
es lo que parece. ¿Cuál es tu candidato?”
“Esmeraldo,” dijo la Dama Celestial,
apuntando al caballito de mar. “En seguida me di cuenta de que era lo único
decente que había cerca del Hades.”
“¿Y quién apoya a la lagartija?”
“He venido por mi cuenta,” dijo la lagartija,
muy bajito, “pero me puedo retirar si molesto.”
“¡Claro que no molestas!” gritaron mis dos
abuelas a la vez. “Ninguno de los cuatro molesta. ¿Hay más? ¿O son estos todos lo
que hay?”
“Parece que están todos,” dijo Beau, que había
estado inspeccionando los alrededores.
“Si hay alguno más, ahora es el momento de
dar un paso al frente,” anunció la Dama Celestial. “Vamos a conseguir padres
para todos vosotros. Así que basta ya de miramientos, señoritos, y muéstrense tal cual son.”
Y las cuatro criaturas se convirtieron en bebés monísimos.
“¡Oh! ¡Wow!”
dijo Tito Richi, comprendiendo lo que estaba ocurriendo.
“Pregúntales
a estos críos de uno en uno si quieren ser hijos tuyos o si les has repugnado,”
dijo la Abuela Señora Doña Celestial.
“No llames repugnante a mi hijo, que alimenta
a toda esta isla,” dijo la Abuela Divina.
“Si me decís que no, me partís el corazón.
Pero sí, me arriesgaré y os preguntaré de uno en uno. Alguno habrá que se
apiade, digo yo. Porque yo os quiero a todos. Soy muy de excesos. Me gusta
tener mucho de todo.”
“A mí me gusta como tarareas,” dijo la hadita
que podía convertirse en un colibrí. “A mí no hace falta ni que me lo
preguntes. Yo sí quiero.”
“Echada para adelante,” dijo la Dama
Celestial. “Veremos por donde sale esta. No tiene porque ser algo malo.”
“Pero te lo voy a preguntar formalmente,” dijo Tito Richi.
“¿Quieres ser mi hija? Y como veo que
puedes hablar, también te pregunto tu nombre.”
“Sí que quiero ser tu hija. Y mi nombre es
Tararina,” dijo la hadita. “Y seré la mayor, porque tengo casi una semana y no
creo que ninguno de los otros tenga mi edad. He esperado mucho para elegir
bien.”
“¡GRACIAS!” exclamó Tito Richi, cayendo de
rodillas ante la niña con lágrimas en los ojos. “¡Tengo una hija! ¿Quién será
el siguiente?”
“Creo que yo. Casi tengo cinco días,” dijo el
niño que podía convertirse en un caballito de mar. “Y sí, quiero ser tu hijo y
me llamó Esmeraldo Gemaverde, pero me puedes llamar Gemo.”
Y él y el tito se dieron la mano para sellar
el acuerdo. Y por dónde caían las lágrimas del tito crecían flores de pascua
que casi ocuparon todo el camino, hasta empujándonos casi fuera de él.
“¿Y quieres tú ser mi otra hija, cosa bonita?” le
preguntó el tito a la hadita que se podía convertir en una lagartija azul.
“Sí, eso me haría muy feliz. Pensé que no me
querrías, o te lo hubiese pedido yo misma en Capri. No tengo mucha autoestima, aunque
ya he cumplido tres días y parezco mayor
para mi edad. Como te vi desesperado, pensé que a lo mejor me aceptarías. Me
llamo Azulina.”
“Muy adecuado. Esta es un hada azul. De las
que salen intelectuales. Como la Mabel de mi Gen. Niña, tienes una tía que de
seguro querrá ser tu madrina,” le dijo la Abuela Divina a la niña lagartija.
“Gen no
es tuyo,” dijo la Señora Abuela Doña Celestial. “Pero no creo que debamos
discutir eso ahora, ¿no crees?”
“Brana también es algo intelectual. Es
astrónoma,” dijo Tito Richi. “Eso es como ser intelectual, ¿no? ¡Qué contenta
se va a poner cuando vea a todos estos niños! ¡Y ella pensaba que nunca
tendríamos ni uno! ¡Ay, por favor, a lo mejor la da algo! ¿Y si se desmaya?”
“¡Termina de una vez, Richi!” le instó la
Señora Doña Abuela Celestial al tito. “Pídeselo al más pequeño. Está ansioso.”
Y Tito Richi le preguntó a Rosendo, el niño
ardilla voladora, si quería ser su cuarto hijo, y Rosendo, criatura gordita y
sonriente que era, dijo que sí. Era un bebé muy risueño, siempre feliz.
Segunda Parte de esta carta:
Querido hermano, te mando esta carta con una segunda parte, corriendo, para que te
llegue antes de que vuelvas, y tú, que trabajas en información, vuelvas
informado de nuestras cosas cotidianas. La mando por el palomo mensajero de
Mamá, Aldegundo, que es más rápido que
cualquiera de los míos, por eso verás que incluye una hoja cubierta de besos
que te manda Mamá. Todos están muy contentos porque vas a volver, pero ella
está exultante. Nunca la he visto tan feliz.
Los asuntos de nuestro tío Ricatierra no
quedaron como te he contado. Se han complicado algo más, aunque parece que para
bien. El tito hizo que las abuelas y yo le acompañásemos a su hacienda porque
temía que Brana se desmayase y según dijo, él no tiene ni idea que hacer ante
una persona desmayada, salvo ponerse histérico y dar voces. Pero el que se
desmayó fue el tito. Al ver que Brana estaba extasiada, comiéndose a los críos
a besos, gritó, “¡He podido darle a mi mujer todo lo que cualquiera necesita!”
y cayó desplomado al suelo de su casa,
como si hubiese hecho el mismo esfuerzo que el que corrió el primer maratón. Y Beau
tuvo que reanimarle y alzarle, mientras
la Señora Abuela Doña Celestial le regañaba, “¡Ya vale, Richi, no siempre se
puede ser el centro de atención!” Y Beau dijo que mejor se lo llevaba al
jardín, a que le diese el aire. Y eso hizo.
Bueno, la cuestión es que Brana hizo todo lo
contrario que su marido. Se puso hiperactiva, y empezó a agrandar el cuarto de los niños,
tirando tabiques con un mazo y hablando enloquecidamente de añadir armarios, y
de pintar el lugar por zonas de los colores de los niños, rosa y azul y verde y
violeta. Las abuelas avisaron a Tito Gen, que apareció al instante con una
cuadrilla, y ya la mujer se tranquilizó
y lo dejó en sus manos, y la Abuela Divina llamó a Alys Possun, el gran pintor
e interiorista, que llenó aquello de murales. Cada pared homenajeaba a uno de
los cuatro elementos, y las abuelas se pusieron a cantar una vieja canción que
yo no había vuelto a oír desde que yo misma era un bebé.
Fuego, agua, aire y tierra
Son los elementos de mi ser,
Observad y vedlos en mis ojos,
En mi voz y pelo y piel.
El fuego ilumina mi cabello
Y arde en mi corazón,
El agua fluye por mis venas
En mis ojos,
quietas las aguas son.
Mi voz es aire y en el vuela,
Habla, ríe, suspira y replica,
La tierra habita en mis huesos,
Y dora mi piel, que con pecas salpica.
Ahora contemplad como bailo,
Salto y giro, me agacho y me alzo,
En la danza de mi vida, implicados están los cuatro.
Me hicieron las abuelas participar en su canto y Tararina se unió a nosotras tarareando, mientras los otros tres críos y Brana daban palmadas, y así cantando convertimos la única cuna que había en la habitación en cuatro, cada una con sus particularidades, siendo la de Tararina un nido de glorias del amanecer que se abrirían cuando ella despertase y se cerrarían de noche, la de Gemo una cuna con forma de concha verde y colchón de agua de mar, la de Azulina una bellísima cunita de cerámica azul celeste con un bosque de delicadas campanillas azules ahí pintado y la de Rosendo de bronce, con un espléndido sol y sus rayos, que hubiese sido la envidia de Luis XIV.
Y cuando la habitación estaba lista y todos
congratulándonos – mi toque final fue añadir unas medallas cuna de oro y plata con
hadas de la guarda a las cunitas– pues
llamaron al tito para que lo viese todo, dando voces por la ventana. Y por la
puerta de la suite de los niños aparecieron, como si se alzase un telón, nada
menos que las Euménides, cuya entrada nos dejó helados, cosa que las complació.
Y tras ellas desfilaron Vendaval y Matilde y sus niñas y dragones. Y acto
seguido, Ati y Gatsabé y los Atsabesitos
y Pedubastis, su hada de la guarda.
“¡Hooooooooola!” saludó la Abuela Divina.
“¿Pero esto de qué va?” preguntó la Señora Abuela
Doña Celestial.
Y por respuesta entró Tito Ricatierra con un
bebé precioso pero algo extrañamente pálido en cada brazo, y con cara de susto pero
voz resuelta anunció, “Estos son Corona de Rosas y Estrella de Oro y sí, están
muertos. ¡Pero me los quedo igual! ¡Igual!”
“¡Nos los quedamos!” gritó Brana, corriendo a
por los niños, como si se los fuesen a arrebatar.
“¡Pero no digas muertos, hijo, que suena fatal! Di que son fantasmitas. Espíritus, como nosotros, al fin y al cabo," le dijo la Abuela Divina al tito.
Y Tito Vendaval dijo, “Como Brana quería llevarse
una de nuestras hijas o un par de los niños de Ator, y yo por supuesto no las
cedo por nada del mundo, y Ator a los suyos menos, si es posible, pues él y yo fuimos a ver a las matronas y Ati
las dijo que las iba a demandar, aunque tarde y mal, por haber dejado que
Jocosa encargase a sus hijos, si no solucionaban de una vez y por todas el
problema de mi hermano. Se manifestaron
las Euménides allí en la oficina de Lucina, que dijeron que ya habían emitido
un juicio relacionado con este asunto, y nos dieron la razón. La razón y algo
más. Me dijeron que ellas mismas se habían ocupado del asunto, pues habían recordado un caso por el que habían
sido consultadas un mes antes.”
“Había en el Hades dos bebés de tres añitos,”
continuaron las Euménides, “que se
habían alejado de sus padres, unos turistas mortales que una noche como muchas
otras y estando en su yate se pasaron en su culto y devoción a Dioniso y no se
dieron cuenta de que el carrito de sus gemelos había tomado rumbo propio y se
estaba dirigiendo hacia Antemusa. La
diosa del mar nórdica, Ran, quiso
reclamar a esos niños, basando su pretensión en la nacionalidad de los padres, pero los críos se hallaban en
aguas territoriales de las Sirenas, que siguiendo nuestro consejo, ofrecieron a
Ran, que tiene fama de avariciosa, una
bolsa de monedas de oro y la instaron a no pelear más por estas criaturas. Lo
hicieron porque nosotras pensamos que los niños estarían mejor en los campos de
asfódelos que en las mazmorras de la diosa marina. Y Ran se retiró con la
bolsa, aunque murmuraba algo de que se había fallada a favor de compatriotas.”
Las Euménides nos aseguraron que ellas nunca
se dejaban influir por nadie, y siempre eran justas en sus juicios.
“Sabemos que sois hadas,” nos dijeron estas señoras, “pero le vimos a este muchacho alegre tan inusualmente
desesperado que no nos pareció esta una solución descabellada,” dijeron las
Euménides. “Al fin y al cabo un niño que parece una estrella es adecuado para
una astrónoma, y las rosas son las reinas de las flores que puede plantar un
agricultor. ¿No iréis a asustaros de estos pobres críos, verdad que no, hadas?
Después de todo nos consta que la candidata a madre ha ejercido de vampira.”
Y Alys, muy temperamental siempre, no se contuvo más y se puso a rabiar. “¡Han arruinado mi obra! ¡Tendré que empezar de cero!”
Pero la Abuela Señora Doña Celestial le dijo
que el techo había quedado algo soso, y que podría hacer algo allí para los dos niños nuevos.
“Para el Estrellito, vale. ¡Qué se suba al
techo! ¿Pero y la Rositas qué? ¿La hago compartir la tierra con Azulina?
¿Campanillas azules y rosas rojas juntas? No pega. No, no lo creo.”
“No me importa,” se ofreció Azulina enseguida.
“Tú calla, niña. No seas boba. No hay que
ceder territorio,” dijo la Señora Abuela Doña Celestial.
“No hace falta, cariño. El Sr. Possun es muy
listo, ya se le ocurrirá algo. ¿No ves que es un genio, Azulina?” dijo la
Abuela Divina.
Y alentado por los elogios de la abuela
Divina, e inspirado por las sugerencias de la Señora Doña Abuela Celestial, Alys se puso a pintar estrellas en el centro
del techo que brillaban como lámparas, y creó planetas cubiertos de rosas rojas
y otros con anillos de rosas amarillas. Y Tito Gen hizo colgar del techo dos
cunitas muy elaboradas de oro y plata forjada, que a primera vista parecían
esas macetas que algunos cuelgan de sus techos. Y ya sé que suena raro y
recargado, pero el conjunto quedó interesante.
“Parece ser que más es más,” dijo Tito Gen.
“Espero que no os de por aullar por las
noches, y no dejéis pegar ojo a nadie,” dijo la Abuela Señora Doña Celestial a
los dos pequeñajos.
“¿Qué es aullar?” preguntaron inocentemente los pobres fantasmitas, recién salidos de los silenciosísimos campos de asfódelos.
“Que sigan en su ignorancia, Mamá,” sugirió
Tito Gen.
Pero Tito Richi dijo que sus hijos podían
aullar si les daba la gana, y se puso a aullar él. Pero no hubo que insonorizar
nada, porque los fantasmicos no estaban interesados en molestar a nadie, ni en hacer
caso a su peculiar padre. Sólo en conocer a sus hermanos y primos.
Y pronto podré desearte en persona feliz
navidad, Arley.
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