Para encontrar tu camino en este bosque:

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viernes, 16 de agosto de 2024

290. Partes primera y segunda de la duodécima carta lunar

290. - Primera parte y segunda parte  de la duodécima carta lunar, que será escrita por Brezo a su hermano Arley los primeros días de la luna de siempreverde amor verdadero.

Primera parte:

Querido Arley,

Vi a Cami el otro día y me dijo que tú volverías a casa para la Navidad, y que ya no tendrás que vivir lejos de nosotros, pues tu entrenamiento habrá terminado. Dice que lo has hecho muy bien. Me puse muy contenta al oír esto porque te echo mucho de menos. Cardo también. Y Mauelito, que está aquí a mi lado preguntándome que tarta le haré esta luna, dice que él también te extraña.

Como te dije, pasé la mayor parte del mes pasado observando a Tito Richi y a Beau mientras buscaban un hijo para Brana. Pero eso no fue todo lo que ocurrió. Hay algo que me callé, porque primero quería contarte como les fue a Tito Richi y a Beau. Pues una mañana, sentada en el asiento que tengo junto a la ventana de la cocina, observando como nuestro tío y mi novio almorzaban entre nenúfares,  sentí que alguien arañaba el cristal. Y ahí fuera estaban los hojitas Vinny y Dudu. Inmediatamente abrí la ventana y ellos  dijeron, “¡La hemos encontrado! ¿Quieres dar tu aprobación antes de que se la enviemos?”

“¿A quién decís que habéis encontrado?” pregunté sorprendida.

“Nos juntamos, un montón de nosotros de todo el bosque y de tu jardín, porque no creíamos que nada bueno podría venir del Infierno. Y decidimos batir a las matronas.”

“¿A las matronas?”

“¿Cómo crees tú que el sindicato de entrega-niños consigue bebés para entregar?” me preguntó Vicentico. Y antes de que pudiese responder, dijo, “Esas señoras a las que la gente encarga bebés. Pues esas, esas  pasan casi todo su tiempo buscando por todas partes bebés recién aparecidos. Las vemos por las noches en nuestro bosque, embozadas y moviéndose como fantasmas, revisando los árboles, los claros, montículos, las aguas y hasta bajo montones de hojas, buscando y rebuscando por si hay un niño hada que puedan entregar a sus peticionarios.”

“Yo no tenía ni idea de que hacían eso,” dije yo.

“La mayoría de los niños que captan nacen por la noche. Los que nacen de día tienen más probabilidades de encontrarse con gentes que quieren ser padres. Ya sabes que si ves a un niño hada menor de siete años te lo puedes llevar siempre que seas el primero que lo haya visto y cogido. Claro que si ese niño ya tiene un día o más, lo más probable es que sepa hablar. Entonces debes preguntarle al crío si quiere irse contigo y ser tu hijo. Y tienes que respetar sus deseos. Lo contrario sería secuestro. Los bebés que nacen de noche son más difíciles de hallar y siendo recién nacidos, casi ninguno habla. Por eso se los suelen llevar las matronas.”

”No tenía ni idea de que las matronas vagasen por los bosques buscando recién nacidos. Yo creía que cultivaban niños en campos de coles o de repollos o algo así.”

 “No. Se hacen antes que nadie con cualquier recién nacido que encuentren, donde quiera que esté. Antes de que el crío pueda encontrar padres por sí mismo.  Padres que le gusten. Por eso los niños de encargo son a veces algo raritos, y no siempre parecen pertenecer del todo a su familia. Pero hay muchas excepciones.”

“Los niños que hablan, a esos no te los puedes llevar sin que ellos lo consientan. Si tienen un día o dos, casi siempre hablan. Los que no han localizado las matronas pueden elegir sus padres,” repitió Dudu.

“¿Y habéis encontrado uno de esos? Para mi tío Ricatierra?”

“Habla con ella. Dirá que está de acuerdo,” dijo Vicentico. “No parece una niña que quiera ser feral.”

Así, que llena de curiosidad, permití a Vicentico y Dudu que me llevasen al Bosque Triturado. Y allí, en un nido de pájaro abandonado, vi a una niña hada que no parecía tener más de una semana.

“¿Cómo es que no la ha cogido nadie?” pregunté a los hojitas. Tres o cuatro hojitas más se habían unido a nosotros. Habían estado vigilando a la niña para que nadie se adelantase a nosotros.

“No se muestra ante cualquiera. Los bebés que tienen más de un día suelen saber esconderse, y son muy cautos,” dijo Curro.

 “Y escogicas. Cuidado con lo que le dices a esa,” susurró Vicentico, “que no querrás quedártela para ti.””

“Hola, niña bonita,” le dije a la pequeña, dejándome ver. “¿Te gustaría ser mi prima? Soy de una familia muy simpática.”

La niña sonrió y dijo, “Eres muy mona. No me importaría que fueses mi modelo a seguir. Pero para ser tu prima, necesitaré un papá o una mamá.”

“Mi tío se pondrá contentísimo si accedes a ser su hija,” le dije. “Anda buscando hijos desesperadamente,  y es un hombre muy amable.”

“Dile que está forrado y que no escatimará en malcriarla,” susurró Vicentico, pero yo no lo hice.

“Si es como tú, “dijo la niña, “me podría interesar. ¿Pero no debería verle antes de decidir?”

Y el resultado fue que salió volando, convertida en un colibrí, directamente hacía el casi oeste para echarle un vistazo al tito.

Pero eso no fue todo.

Mientras yo quedé de pie junto al nido preguntándome que era lo siguiente que debía de hacer, la Abuela Divina apareció ante mí.

“Brezo,” me dijo, “¿ha vuelto tu novio? ¿Han regresado él y Richi?”

“Déjame ver,” dije yo. “No. Por lo que veo, han estado de merienda cena con Tito Cae. Y Tito Cae se ha hecho más que amigo de la diosa Melínoe. Y está a punto de pasear con ella y con sus perritos por los jardines de las ruinas de su casa, infestadas de gatos como están.”

“¿Qué?” dijo la abuela. “Caelanoche probablemente ha ligado con esa mujer  para evitar que lo hiciese Richi.”

“Tal vez. Pero me parece que le gusta. Parecen tener más en común que gatos sordos y perros mudos.”

“¡Pues que sea lo que sea!  Con Cae nunca se sabe. Es muy reservado y discreto con sus asuntos. ¿Richi y Beau también están paseando?”

“Sí, pero camino a casa. Hay…un colibrí cantando a su manera con Tito Richi. Abuela, se trata de una niña hada que le he enviado. Puede que él la guste y ella quiera ser su hija. No creo que él haya encontrado nada en el Hades, y esta chiquilla parece buena gente. Educadita y eso.”

“¿Qué? ¡Pero si le acabo de enviar a Rosendo!”

“¿Y ese quién es?”

“Mi peluquero dio con un niño solitario. Puede convertirse en una ardilla voladora de color rosa. No mi peluquero. El niño hada con el que he llegado a un acuerdo. ”

“Le estoy viendo,” dije yo. “Puedo ver todo esto porque puedo saber todo lo que Beau sabe si eso quiero.”

“Ah. Eso mismo puedo hacer yo con tu abuelo. Pero para chincharme, él rara vez hace cosas interesantes. Por eso juega tanto al golf, y al ajedrez. Para aburrirme a muerte y para que no me dedique a espiarle. ¿Así que ahora hay dos niños valorando a Richi? Querida, hemos de intervenir. No podemos dejar que escapen.”

Y la Abuela Divina y yo aparecimos delante de Richi y Beau.

“¡Yo llegué primero!” gritó la Abuela Señora Doña Celestial. “¡Llevo rato tras estos inútiles!”

Sí, estaba justo detrás de Tito Richi.

“Ah, vaya…” dijo la Abuela Divina.

“¿Creías que iba a permanecer en casa cruzada de brazos mientras este loco se iba a buscar otro monstruo al infierno?”

Tito Richi dejó de tararear y las  flores de otoño que había hecho aparecer, crisantemos, margaritas otoñales, aliso, petunias,  nemesias  y últimas rosas y más se transformaron y eran  plantas siempreverdes las que requerían nuestra atención, toneladas de acebo y también de muérdago, que colgaba de los pinos.

“¡Ni se os ocurra moveros a ninguno de los dos!” le chilló la Abuela Divina al colibrí y a la ardilla. “¡Quietos parados,  preciosones!”

Y eso hicieron esas dos criaturitas.

“A ver, mi sobrino alocado, ¿qué has traído del polvoriento infierno?” le preguntó nuestra abuela paterna al hermanito de nuestra madre.

“Nada, tía. No ha habido suerte. Una profecía hecha para largarme de allí. Eso es lo único que he obtenido. El infierno me ha fallado.”

“¿Qué tienes en el cesto, Richi?”

“Oh. Sobras del …almuerzo? Desayuno? Brunch? ¿Qué fue esto, Beau?”

“Hay algo más ahí dentro,” dijo Beau. “Y en el bolsillo de tu chaqueta también.”

Beau estaba empezando a comprender lo que estaba pasando, probablemente porque me leía la mente.

Tito Richi vio que una pequeña lagartija azul asomaba de uno de sus bolsillos y la extrajo con mucho cuidado y nos la enseñó.

“Tú quieta parada también,” dijo la Abuela Divina a la lagartija. “Y lo que haya en el cesto va a quedarse parado lo mismo.”

Y Tito Richi sacó del cesto el tarro que había llenado de agua y en el que estaba el caballito de mar verde esmeralda que se había subido a su zapato en el Aqueronte.

“¿Será posible? ¿Hay cuatro?” preguntó la Señora Abuela Doña Celestial.

“Sí, hermana,” dijo la Abuela Divina. “Esto es lo que parece. ¿Cuál es tu candidato?”

“Esmeraldo,” dijo la Dama Celestial, apuntando al caballito de mar. “En seguida me di cuenta de que era lo único decente que había cerca del Hades.”

“¿Y quién apoya a la lagartija?”

“He venido por mi cuenta,” dijo la lagartija, muy bajito, “pero me puedo retirar si molesto.”

“¡Claro que no molestas!” gritaron mis dos abuelas a la vez. “Ninguno de los cuatro molesta. ¿Hay más? ¿O son estos todos lo que hay?”

“Parece que están todos,” dijo Beau, que había estado inspeccionando los alrededores.

“Si hay alguno más, ahora es el momento de dar un paso al frente,” anunció la Dama Celestial. “Vamos a conseguir padres para todos vosotros. Así que basta ya de miramientos, señoritos,  y muéstrense tal cual son.”

Y las cuatro criaturas se convirtieron en bebés monísimos.

“¡Oh! ¡Wow!” dijo Tito Richi, comprendiendo lo que estaba ocurriendo.

“Pregúntales a estos críos de uno en uno si quieren ser hijos tuyos o si les has repugnado,” dijo la Abuela Señora Doña Celestial.

“No llames repugnante a mi hijo, que alimenta a toda esta isla,” dijo la Abuela Divina.

“Si me decís que no, me partís el corazón. Pero sí, me arriesgaré y os preguntaré de uno en uno. Alguno habrá que se apiade, digo yo. Porque yo os quiero a todos. Soy muy de excesos. Me gusta tener mucho de todo.”

“A mí me gusta como tarareas,” dijo la hadita que podía convertirse en un colibrí. “A mí no hace falta ni que me lo preguntes. Yo sí quiero.”

“Echada para adelante,” dijo la Dama Celestial. “Veremos por donde sale esta. No tiene porque ser algo malo.”

“Pero te lo voy a preguntar formalmente,” dijo Tito Richi.  “¿Quieres ser mi hija? Y como veo que puedes hablar, también te pregunto tu nombre.”

“Sí que quiero ser tu hija. Y mi nombre es Tararina,” dijo la hadita. “Y seré la mayor, porque tengo casi una semana y no creo que ninguno de los otros tenga mi edad. He esperado mucho para elegir bien.”

“¡GRACIAS!” exclamó Tito Richi, cayendo de rodillas ante la niña con lágrimas en los ojos. “¡Tengo una hija! ¿Quién será el siguiente?”

“Creo que yo. Casi tengo cinco días,” dijo el niño que podía convertirse en un caballito de mar. “Y sí, quiero ser tu hijo y me llamó Esmeraldo Gemaverde, pero me puedes llamar Gemo.”

Y él y el tito se dieron la mano para sellar el acuerdo. Y por dónde caían las lágrimas del tito crecían flores de pascua que casi ocuparon todo el camino, hasta empujándonos casi fuera de él.

“¿Y quieres tú ser mi otra hija, cosa bonita?” le preguntó el tito a la hadita que se podía convertir en una lagartija azul.

“Sí, eso me haría muy feliz. Pensé que no me querrías, o te lo hubiese pedido yo misma en Capri. No tengo mucha autoestima, aunque ya he cumplido tres  días y parezco mayor para mi edad. Como te vi desesperado, pensé que a lo mejor me aceptarías. Me llamo Azulina.”

“Muy adecuado. Esta es un hada azul. De las que salen intelectuales. Como la Mabel de mi Gen. Niña, tienes una tía que de seguro querrá ser tu madrina,” le dijo la Abuela Divina a la niña lagartija.

 “Gen no es tuyo,” dijo la Señora Abuela Doña Celestial. “Pero no creo que debamos discutir eso ahora, ¿no crees?”

“Brana también es algo intelectual. Es astrónoma,” dijo Tito Richi. “Eso es como ser intelectual, ¿no? ¡Qué contenta se va a poner cuando vea a todos estos niños! ¡Y ella pensaba que nunca tendríamos ni uno! ¡Ay, por favor, a lo mejor la da algo! ¿Y si se desmaya?”

“¡Termina de una vez, Richi!” le instó la Señora Doña Abuela Celestial al tito. “Pídeselo al más pequeño. Está ansioso.”

Y Tito Richi le preguntó a Rosendo, el niño ardilla voladora, si quería ser su cuarto hijo, y Rosendo, criatura gordita y sonriente que era, dijo que sí. Era un bebé muy risueño, siempre feliz.

Segunda Parte de esta carta:

Querido hermano, te mando esta carta  con una segunda parte, corriendo, para que te llegue antes de que vuelvas, y tú, que trabajas en información, vuelvas informado de nuestras cosas cotidianas. La mando por el palomo mensajero de Mamá,  Aldegundo, que es más rápido que cualquiera de los míos, por eso verás que incluye una hoja cubierta de besos que te manda Mamá. Todos están muy contentos porque vas a volver, pero ella está exultante. Nunca la he visto tan feliz.

Los asuntos de nuestro tío Ricatierra no quedaron como te he contado. Se han complicado algo más, aunque parece que para bien. El tito hizo que las abuelas y yo le acompañásemos a su hacienda porque temía que Brana se desmayase y según dijo, él no tiene ni idea que hacer ante una persona desmayada, salvo ponerse histérico y dar voces. Pero el que se desmayó fue el tito. Al ver que Brana estaba extasiada, comiéndose a los críos a besos, gritó, “¡He podido darle a mi mujer todo lo que cualquiera necesita!” y  cayó desplomado al suelo de su casa, como si hubiese hecho el mismo esfuerzo que el que corrió el primer maratón. Y Beau  tuvo que reanimarle y alzarle, mientras la Señora Abuela Doña Celestial le regañaba, “¡Ya vale, Richi, no siempre se puede ser el centro de atención!” Y Beau dijo que mejor se lo llevaba al jardín, a que le diese el aire. Y eso hizo.

Bueno, la cuestión es que Brana hizo todo lo contrario que su marido. Se puso hiperactiva, y empezó a agrandar el cuarto de los niños, tirando tabiques con un mazo y hablando enloquecidamente de añadir armarios, y de pintar el lugar por zonas de los colores de los niños, rosa y azul y verde y violeta. Las abuelas avisaron a Tito Gen, que apareció al instante con una cuadrilla,  y ya la mujer se tranquilizó y lo dejó en sus manos, y la Abuela Divina llamó a Alys Possun, el gran pintor e interiorista, que llenó aquello de murales. Cada pared homenajeaba a uno de los cuatro elementos, y las abuelas se pusieron a cantar una vieja canción que yo no había vuelto a oír desde que yo misma era un bebé.

Fuego, agua, aire y tierra

Son los elementos de mi ser,

Observad y vedlos en mis ojos,

En mi voz y pelo y piel.

El fuego ilumina mi cabello

Y arde en mi corazón,

El agua fluye por mis venas

En mis ojos,  quietas las aguas son.

Mi voz es aire y en el vuela,

Habla, ríe, suspira y replica,

La tierra habita en mis huesos,

Y dora mi piel, que con pecas salpica.

Ahora contemplad como bailo,

Salto y giro, me agacho y me alzo,

En la danza de mi vida, implicados están los cuatro.

Me hicieron las abuelas participar en su canto y Tararina se unió a nosotras tarareando, mientras los otros tres críos y Brana daban palmadas, y así cantando convertimos la única cuna que había en la habitación en cuatro, cada una con sus particularidades, siendo la de Tararina un nido de glorias del amanecer que se abrirían cuando ella despertase  y se cerrarían de noche, la de Gemo una cuna con forma de concha verde y colchón de agua de mar, la de Azulina una bellísima cunita de cerámica azul celeste con un bosque de delicadas campanillas azules ahí pintado y la de Rosendo de bronce, con un espléndido sol y sus rayos, que hubiese sido la envidia de Luis XIV.

Y cuando la habitación estaba lista y todos congratulándonos – mi toque final fue añadir unas medallas cuna de oro y plata con hadas de la guarda a las cunitas–  pues llamaron al tito para que lo viese todo, dando voces por la ventana. Y por la puerta de la suite de los niños aparecieron, como si se alzase un telón, nada menos que las Euménides, cuya entrada nos dejó helados, cosa que las complació. Y tras ellas desfilaron Vendaval y Matilde y sus niñas y dragones. Y acto seguido,  Ati y Gatsabé y los Atsabesitos y Pedubastis, su hada de la guarda.

“¡Hooooooooola!” saludó la Abuela Divina.

“¿Pero esto de qué va?” preguntó la Señora Abuela Doña Celestial.

Y por respuesta entró Tito Ricatierra con un bebé precioso pero algo extrañamente  pálido en cada brazo, y con cara de susto pero voz resuelta anunció, “Estos son Corona de Rosas y Estrella de Oro y sí, están muertos. ¡Pero me los quedo igual! ¡Igual!”

“¡Nos los quedamos!” gritó Brana, corriendo a por los niños, como si se los fuesen a arrebatar.

“¡Pero no digas muertos, hijo, que suena fatal! Di que son fantasmitas. Espíritus, como nosotros, al fin y al cabo," le dijo la Abuela Divina al tito.

Y Tito Vendaval dijo, “Como Brana quería llevarse una de nuestras hijas o un par de los niños de Ator, y yo por supuesto no las cedo por nada del mundo, y Ator a los suyos  menos, si es posible,  pues él y yo fuimos a ver a las matronas y Ati las dijo que las iba a demandar, aunque tarde y mal, por haber dejado que Jocosa encargase a sus hijos, si no solucionaban de una vez y por todas el problema de mi hermano.  Se manifestaron las Euménides allí en la oficina de Lucina, que dijeron que ya habían emitido un juicio relacionado con este asunto, y nos dieron la razón. La razón y algo más. Me dijeron que ellas mismas se habían ocupado del asunto, pues  habían recordado un caso por el que habían sido consultadas un mes antes.”

“Había en el Hades dos bebés de tres añitos,” continuaron las Euménides,  “que se habían alejado de sus padres, unos turistas mortales que una noche como muchas otras y estando en su yate se pasaron en su culto y devoción a Dioniso  y  no se dieron cuenta de que el carrito de sus gemelos había tomado rumbo propio y se estaba dirigiendo hacia Antemusa. La diosa del mar nórdica,  Ran, quiso reclamar a esos niños, basando su pretensión en la nacionalidad  de los padres, pero los críos se hallaban en aguas territoriales de las Sirenas, que siguiendo nuestro consejo, ofrecieron a Ran, que tiene fama de avariciosa,  una bolsa de monedas de oro y la instaron a no pelear más por estas criaturas. Lo hicieron porque nosotras pensamos que los niños estarían mejor en los campos de asfódelos que en las mazmorras de la diosa marina. Y Ran se retiró con la bolsa, aunque murmuraba algo de que se había fallada a favor de compatriotas.”

Las Euménides nos aseguraron que ellas nunca se dejaban influir por nadie, y siempre eran justas en sus juicios.

“Sabemos que sois hadas,” nos dijeron estas señoras, “pero le vimos a este muchacho alegre tan inusualmente desesperado que no nos pareció esta una solución descabellada,” dijeron las Euménides. “Al fin y al cabo un niño que parece una estrella es adecuado para una astrónoma, y las rosas son las reinas de las flores que puede plantar un agricultor. ¿No iréis a asustaros de estos pobres críos, verdad que no, hadas? Después de todo nos consta que la candidata a madre ha ejercido de vampira.”

Y Alys, muy temperamental siempre, no se contuvo más y se puso a rabiar. “¡Han arruinado mi obra! ¡Tendré que empezar de cero!” 

Pero la Abuela Señora Doña Celestial le dijo que el techo había quedado algo soso, y que podría hacer algo allí para los dos niños nuevos.

“Para el Estrellito, vale. ¡Qué se suba al techo! ¿Pero y la Rositas qué? ¿La hago compartir la tierra con Azulina? ¿Campanillas azules y rosas rojas juntas?  No pega. No, no lo creo.”

“No me importa,” se ofreció Azulina enseguida.

“Tú calla, niña. No seas boba. No hay que ceder territorio,” dijo la Señora Abuela Doña Celestial.

“No hace falta, cariño. El Sr. Possun es muy listo, ya se le ocurrirá algo. ¿No ves que es un genio, Azulina?” dijo la Abuela Divina.

Y alentado por los elogios de la abuela Divina, e inspirado por las sugerencias de la Señora Doña Abuela Celestial,  Alys se puso a pintar estrellas en el centro del techo que brillaban como lámparas, y creó planetas cubiertos de rosas rojas y otros con anillos de rosas amarillas. Y Tito Gen hizo colgar del techo dos cunitas muy elaboradas de oro y plata forjada, que a primera vista parecían esas macetas que algunos cuelgan de sus techos. Y ya sé que suena raro y recargado, pero el conjunto quedó interesante.

“Parece ser que más es más,” dijo Tito Gen. 

“Espero que no os de por aullar por las noches, y no dejéis pegar ojo a nadie,” dijo la Abuela Señora Doña Celestial a los dos pequeñajos.

“¿Qué es aullar?” preguntaron inocentemente los pobres fantasmitas, recién salidos de los silenciosísimos campos de asfódelos.

“Que sigan en su ignorancia, Mamá,” sugirió Tito Gen.

Pero Tito Richi dijo que sus hijos podían aullar si les daba la gana, y se puso a aullar él. Pero no hubo que insonorizar nada, porque los fantasmicos no estaban interesados en molestar a nadie, ni en hacer caso a su peculiar padre. Sólo en conocer a sus hermanos y primos.

Y pronto podré desearte en persona feliz navidad, Arley.

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