291. Historia de un fantasma diminuto
Rositas y Estrellito no eran tan echados para adelante como
sus hermanos y hermanas hadas. Rara vez salían estos fantasmitas de sus cunas y bajaban del
techo, atraídos por los muchos regalos que su padre les traía a diario. Y cuando sí que
bajaban, contemplaban estos presentes sin tocarlos, sonriendo tímidamente.
Mamabrana, como llamaban todos los niños Ricatierra a su madre, tenía que subir
las comidas de los gemelos en bandejas a la habitación de los niños. Y los
gemelos flotaban hacia abajo y olfateaban la comida, absorbiendo su esencia,
pues los fantasmas no necesitan hacer mucho más para alimentarse. Pero eran
felices. Eso estaba claro. Tímidos, pero contentos. Así que Mamabrana no les
obligaba a comer más o a mostrar algo más de espíritu. Después de todo, eso era
lo que eran, espíritus, y los espíritus tienen sus manías.
Los hermanos y hermanas hadas de estos críos intentaban que
ellos participasen en sus juegos, pero eso también era difícil. Los gemelos
observaban a los otros niños con interés cuando les veían jugar, pero no, nunca
participaban. Pero sonreían sonrisas mayores, y Rosendo lograba hacerles reír, sobre
todo cuando se convertía en ardilla voladora y revoloteaba por la habitación
haciendo ruiditos graciosos.
El único día que salieron del cuarto de los niños fue el
día de su Fiesta del Nombre. En el jardín de la gran finca de los Ricatierra
pronunciaron sus nombres de forma inequívoca. Estrella de oro y Corona de rosas
dijeron bien alto y claro esos sus nombres. Y dieron las gracias por sus regalos muy
complacidos. Así que, aunque eran muy tímidos, nadie dudaba de que quisiesen
formar parte de la familia Buenvecino.
Y entonces, una tarde, las cosas cambiaron. Por alguna
razón que sólo ellos conocían, o que ni ellos conocían, abandonaron sus cunas y
salieron de la habitación de los niños. Bajaron la larga escalera flotando,
cruzaron la puerta principal y atravesaron el portón del jardín, que estaba
cerrado a cal y canto, como los fantasmitas que eran. Se pasearon por Isla
Manzana tranquilamente, observando todo lo que veían pero sin parar para ver
algo de más cerca hasta que llegaron al mar. Allí vieron la barca de Barinto. Y
se subieron a esa barca. Tal vez porque era lo que habían hecho en vida, navegar, porque
muchos mortales siguen haciendo de muertos lo mismo que hacían en vida, los
gemelos se escondieron bajo uno de los bancos de la barca, sabiendo que iban a salir a la mar. Y así salieron de la
isla cuando Barinto se puso a remar, sin darse el barquero cuenta de que transportaba
a polizones, pues pesaban muy poco, casi nada, y se habían hecho invisibles.
Descendieron de la barca cuando llegó a tierra, vieron a una abejita entre las gaillardias con sus pétalos rosas de puntas amarillas que estaban esperando valientemente junto a la playa a que llegase la primera helada y siguieron a la abejita hasta el Bosque Triturado.
Cuando llegó la abeja al bosquecillo de eucryphias en el que
había estado escondida la pequeña Matilde durante siglos, la abejita se tumbó
en el pétalo de una flor suavemente rosada y se preparó para morir. Sí, definitivamente.
“Sabemos porque no has vuelto a tu colmena,” dijo Rositas a
la abeja.
“Vas a morir,” dijo Estrellito, “porque tú eres mortal,
como lo fuimos nosotros, y esta noche te irás a los prados de asfódelos.”
“Sabemos que lo harás, porque nosotros habitabamos en ese
lugar. Había abejas entre los asfódelos, haciendo lo que haces tú ahora. Sólo
estaban tumbadas ahí, sin hacer miel ni nada, reposando en los pétalos de las
flores,” dijo Rositas.
“Sabemos lo que es la miel. Pero lo sabemos porque nuestra Mamabrana nos da
tostadas calentitas con mantequilla y miel,” explicó Estrellito.
Pero antes de que la abeja mortal pudiese responder,
alguien intervino. Se trataba de una niña hada pequeña, no tanto como los gemelos,
pero pequeña.
“Me llamo Melisa. ¿Vosotros quiénes sois?” dijo la niña.
Los gemelos dijeron sus nombres, Estrella de Oro y Corona
de Rosas. Y Melisa sonrió.
“Ya me parecía a mí eso. Soy vuestra tía. Melisa, la hada
abeja que nació en una morera caída y plagada de colmenas. Estuve en vuestra
fiesta del día del nombre. Os regalé un montón de miel de las colmenas de mi
morera. Ahora ese árbol está en el jardín de mi madre, Titania. Es cierto que
las abejas no regresan a sus colmenas cuando saben que van a morir. Esperan
bajo el cielo abierto de la oscura noche y allí es donde eso sucede.”
“¿Te sientes mal?” los niños le preguntaron a la abejita.
Y la abejita asintió.
“Y también me siento triste,” dijo. “No creo que ya pueda
hacer más para mis compañeras. Sólo fallecer fuera de la colmena para no
preocuparlas.”
“Si mueres esta noche, no tienes necesidad de ir al Hades.
Te podemos llevar a casa con nosotros y puedes ser nuestra abeja mascota,” dijo
Rositas.
“¿Nos la podemos llevar a casa?” Estrellito le preguntó a
Melisa.
“No necesitas morir esta noche, abejita viejita,” dijo Melisa.
“Puedes venirte con nosotros. En cuanto lleguemos a Isla Manzana te sentirás
mejor. Sanarás, y yo te llevaré al jardín de mi madre. Y si te sientes a gusto en una de mis colmenas,
podrás quedarte ahí. Te cuidaré como a las demás abejas que viven en mi morera.”
La abejita hizo un esfuerzo y se levantó.
“Si mueres durante el camino, serás nuestra mascota,
recuerda eso. No te vayas volando al Hades. Aquello es muy aburrido,” dijo
Rositas.
“Nunca pasa nada en los campos de asfódelos,” dijo Estrellito, "nada ni bueni ni malo."
La abeja si que se convirtió en un fantasma antes de llegar
al árbol de Melisa. Así que se fue con Estrellito y Rositas a la habitación de
los niños y durmió con ellos en el techo. A la mañana siguiente, todos quedaron
encantados con ella. Se convirtió en una favorita de los niños Ricatierra y sus
primos. Por votación unánime la pusieron el nombre de Pamela. Y hoy pasa la
mayor parte de su tiempo decorando la corona de rosas de Rositas.
En cuanto a Rositas y Estrellito, ya no temen salir de la
habitación de los niños. Saben que no acabarán en los campos de asfódelos si
dejan su casa. Desde entonces salen siempre antes de caer la noche. Su madre
les deja salir de noche porque ella fue vampira de niña y entiende que los
fantasmas suelen ser nocturnos. Y lo que hacen los niños en el Bosque
Triturado por la noche es buscar abejas que se sienten morir y llevárselas con
ellos a casa. Pronto tenían tantas que se convirtieron en dueños de su propia
colmena y ahora comen la fantasmal miel que estás producen. Melisa les enseñó a cuidar a las
abejitas. Pero no todas las abejas enfermas mueren antes de llegar a Isla Manzana.
Algunas llegan con vida, y sanan, y se van a trabajar para Melisa, en las
colmenas de su morera del jardín de Titania.
Esta historia te la ha contado Dolfitos.
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