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martes, 22 de octubre de 2024

291. Historia de un fantasma diminuto

291. Historia de un fantasma diminuto

Rositas y Estrellito no eran tan echados para adelante como sus hermanos y hermanas hadas. Rara vez salían estos fantasmitas de sus cunas y bajaban del techo, atraídos por los muchos regalos que su padre les traía a diario. Y cuando sí que bajaban, contemplaban estos presentes sin tocarlos, sonriendo tímidamente. Mamabrana, como llamaban todos los niños Ricatierra a su madre, tenía que subir las comidas de los gemelos en bandejas a la habitación de los niños. Y los gemelos flotaban hacia abajo y olfateaban la comida, absorbiendo su esencia, pues los fantasmas no necesitan hacer mucho más para alimentarse. Pero eran felices. Eso estaba claro. Tímidos, pero contentos. Así que Mamabrana no les obligaba a comer más o a mostrar algo más de espíritu. Después de todo, eso era lo que eran, espíritus, y los espíritus tienen sus manías.

Los hermanos y hermanas hadas de estos críos intentaban que ellos participasen en sus juegos, pero eso también era difícil. Los gemelos observaban a los otros niños con interés cuando les veían jugar, pero no, nunca participaban. Pero sonreían sonrisas mayores, y Rosendo lograba hacerles reír, sobre todo cuando se convertía en ardilla voladora y revoloteaba por la habitación haciendo ruiditos graciosos.

El único día que salieron del cuarto de los niños fue el día de su Fiesta del Nombre. En el jardín de la gran finca de los Ricatierra pronunciaron sus nombres de forma inequívoca. Estrella de oro y Corona de rosas dijeron bien alto y claro esos sus nombres. Y dieron las gracias por sus regalos muy complacidos. Así que, aunque eran muy tímidos, nadie dudaba de que quisiesen formar parte de la familia Buenvecino.

Y entonces, una tarde, las cosas cambiaron. Por alguna razón que sólo ellos conocían, o que ni ellos conocían, abandonaron sus cunas y salieron de la habitación de los niños. Bajaron la larga escalera flotando, cruzaron la puerta principal y atravesaron el portón del jardín, que estaba cerrado a cal y canto, como los fantasmitas que eran. Se pasearon por Isla Manzana tranquilamente, observando todo lo que veían pero sin parar para ver algo de más cerca hasta que llegaron al mar. Allí vieron la barca de Barinto. Y se subieron a esa barca. Tal vez porque era lo que habían hecho en vida, navegar, porque muchos mortales siguen haciendo de muertos lo mismo que hacían en vida, los gemelos se escondieron bajo uno de los bancos de la barca, sabiendo que iban a salir a la mar. Y así salieron de la isla cuando Barinto se puso a remar, sin darse el barquero cuenta de que transportaba a polizones, pues pesaban muy poco, casi nada, y se habían hecho invisibles.

Descendieron de la barca cuando llegó a tierra, vieron a una abejita entre las gaillardias con sus pétalos rosas  de puntas  amarillas que estaban esperando valientemente junto a la playa a que llegase la primera helada y siguieron a la abejita hasta el Bosque Triturado.

Cuando llegó la abeja al bosquecillo de eucryphias en el que había estado escondida la pequeña Matilde durante siglos, la abejita se tumbó en el pétalo de una flor suavemente rosada y se preparó para morir. Sí, definitivamente.

“Sabemos porque no has vuelto a tu colmena,” dijo Rositas a la abeja.

“Vas a morir,” dijo Estrellito, “porque tú eres mortal, como lo fuimos nosotros, y esta noche te irás a los prados de asfódelos.”

“Sabemos que lo harás, porque nosotros habitabamos en ese lugar. Había abejas entre los asfódelos, haciendo lo que haces tú ahora. Sólo estaban tumbadas ahí, sin hacer miel ni nada, reposando en los pétalos de las flores,” dijo Rositas.

“Sabemos lo que es la miel. Pero lo sabemos porque nuestra Mamabrana nos da tostadas calentitas con mantequilla y miel,” explicó Estrellito.

Pero antes de que la abeja mortal pudiese responder, alguien intervino. Se trataba de una niña hada pequeña, no tanto como los gemelos, pero pequeña.

“Me llamo Melisa. ¿Vosotros quiénes sois?” dijo la niña.

Los gemelos dijeron sus nombres, Estrella de Oro y Corona de Rosas. Y Melisa sonrió.

“Ya me parecía a mí eso. Soy vuestra tía. Melisa, la hada abeja que nació en una morera caída y plagada de colmenas. Estuve en vuestra fiesta del día del nombre. Os regalé un montón de miel de las colmenas de mi morera. Ahora ese árbol está en el jardín de mi madre, Titania. Es cierto que las abejas no regresan a sus colmenas cuando saben que van a morir. Esperan bajo el cielo abierto de la oscura noche y allí es donde eso sucede.”

“¿Te sientes mal?” los niños le preguntaron a la abejita.

Y la abejita asintió.

“Y también me siento triste,” dijo. “No creo que ya pueda hacer más para mis compañeras. Sólo fallecer fuera de la colmena para no preocuparlas.”

“Si mueres esta noche, no tienes necesidad de ir  al Hades. Te podemos llevar a casa con nosotros y puedes ser nuestra abeja mascota,” dijo Rositas.

“¿Nos la podemos llevar a casa?” Estrellito le preguntó a Melisa.

“No necesitas morir esta noche, abejita viejita,” dijo Melisa. “Puedes venirte con nosotros. En cuanto lleguemos a Isla Manzana te sentirás mejor. Sanarás, y yo te llevaré al jardín de mi madre. Y si  te sientes a gusto en una de mis colmenas, podrás quedarte ahí. Te cuidaré como a las demás abejas que viven en mi morera.”

La abejita hizo un esfuerzo y se levantó.

“Si mueres durante el camino, serás nuestra mascota, recuerda eso. No te vayas volando al Hades. Aquello es muy aburrido,” dijo Rositas.

“Nunca pasa nada en los campos de asfódelos,” dijo Estrellito, "nada ni bueni ni malo." 

La abeja si que se convirtió en un fantasma antes de llegar al árbol de Melisa. Así que se fue con Estrellito y Rositas a la habitación de los niños y durmió con ellos en el techo. A la mañana siguiente, todos quedaron encantados con ella. Se convirtió en una favorita de los niños Ricatierra y sus primos. Por votación unánime la pusieron el nombre de Pamela. Y hoy pasa la mayor parte de su tiempo decorando la corona de rosas de Rositas.

                                                       

En cuanto a Rositas y Estrellito, ya no temen salir de la habitación de los niños. Saben que no acabarán en los campos de asfódelos si dejan su casa. Desde entonces salen siempre antes de caer la noche. Su madre les deja salir de noche porque ella fue vampira de niña y entiende que los fantasmas suelen ser nocturnos. Y lo que hacen los niños en el Bosque Triturado por la noche es buscar  abejas que se sienten morir y llevárselas con ellos a casa. Pronto tenían tantas que se convirtieron en dueños de su propia colmena y ahora comen la fantasmal miel que estás producen. Melisa les enseñó a cuidar a las abejitas. Pero no todas las abejas enfermas mueren antes de llegar a Isla Manzana. Algunas llegan con vida, y sanan, y se van a trabajar para Melisa, en las colmenas de su morera del jardín de Titania.

Esta historia te la ha contado Dolfitos. 



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