Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

sábado, 7 de diciembre de 2024

293. Un juego peculiar


 293. Un juego peculiar

Los Atsabesitos le habían dado la mañana temprana a su niñera Pedubastis. Desayunaban en su dormitorio, donde les subían bandejas llenas de tostadas calentitas con mantequilla y miel y vasos de cristal de borosilicato hechos a mano y decorados con bolitas o burbujitas y  que no se rompían sin que importase las veces que los niños los tumbasen derramando zumo de naranja. De hecho, como eran mágicos, al derramarse su contenido, daban un silbido y el líquido volvía a entrar en el vaso y este se volvía a alzar. Pero como venía diciendo, le habían dado la mañana temprana a Pedubastis porque desayunaban en su enorme cuna comunitaria, donde habían dado más saltos de lo habitual sobre el enorme y sufrido colchón y habían llegado a pegarse con las almohadas en feroz combate que había resultado en que estas se rajasen y soltasen todas las plumitas y hierbas que había en su interior, porque los Atsabesitos, y no importaba la de veces que Pedubastis se las cortase, tenían unas uñitas de temer cuando se transformaban en gatitos. Así que Pedubastis tenía que recoger todas las plumitas de pavo y de pato salvaje y de urogallo y de paloma y de avefría y las hierbecillas – romero, lavanda, jazmín, albahaca y más - que eran el relleno de las almohaditas de los nenes, además de cambiar las sabanas, sacudiéndolas  por la ventana de la habitación antes de echarlas a lavar,  cosa que hacía a diario, porque estaban llenas de migas de pan tostado que te roza cuando te acuestas. Y lo tenía que hacer con sumo cuidado porque las sábanas también podían estar manchadas con algo de miel, que es pegajosa y se puede extender por todas partes, algunas insospechadísimas y todas inconvenientes.

“¡Basta de maullidos! ¡Me estáis volviendo tarumba!” gritó Pedubastis a los niños. “Anda, salid a jugar al jardín mientras yo adecento este lugar, que parece que lo ha atacado Apep.”

“Su dios del caos,” susurró Neferclari y los demás niños asintieron. Ellos habían escuchado a Pedubastis mentar a este dios egipcio otras veces.

Los Atsabesitos nunca iban a ninguna parte solos. Era por aquello de que su madre, Gatsabé,  temía a los amigos y a los enemigos de su propia madre, el hada Jocosa. Así que de entrada se quedaron extrañados y le preguntaron a Pedubastis que les podía pasar si ella no estaba con ellos en el jardín.

“¡Nada!” dijo Pedubastis. “Bueno, sí. Es posible que os secuestren, pobres de ellos. Pero no creo que nadie se atreva si no salís del jardín del castillo. Todo el mundo sabe que vuestro padre es una fiera y vuestra madre peor, que la he criado yo, y la conozco bien.  Así que no creo que se atreva nadie a secuestraros mientras estéis en un lugar en el que se pueda saber de quienes sois hijos. No salgáis del jardín y no os pasará nada. ¡Qué esto es Isla Manzana, donde todos convivimos en paz! ¡Ale, fuera de aquí! ”

Pero los Atsabesitos tenían otra pregunta.

“¿Qué es secuestrar?” preguntó Neferclari.

“Pues que te rapten. Que te cojan por la fuerza y te lleven a otra parte.”

“¿A dónde?” preguntó Neferhari.

“A un lugar donde nadie quiere ir y que no os gustaría nada.”

“¿Por qué no?” preguntó Neferviki.

“Porque os  tratarían mal. Os darían de comer porquerías, con lo galgos que sois. Y os  obligarían  a trabajar gratis y sin ganas ni vocación.”

“¿Para qué querrían hacernos eso?” preguntó Neferniki, fascinado.

“Para fastidiaros. Hay gente muy mala que quiere que los demás sean infelices. Y para tener esclavos. Sí, eso. A la mala gente le gusta tener esclavos.”

“¿Y eso que es?” preguntó Nefernedi, pues los niños jamás habían tenido noticia de algo semejante.

“Ya os lo he dicho. Los esclavos tienen que trabajar gratis aunque no quieran. No pueden tumbarse a la bartola. Tienen que picar piedras, y cosas así. Levantan mucho polvo que se les mete en los pulmones y tosen y tosen y si son mortales, la palman.”

“¿Para qué se pican piedras?” preguntó Neferedi.

“¿Eso qué más da? Te obligan a hacerlo para fastidiarte, y ya está. El propósito es fastidiarte, así que no me fastidiéis a mí, que tengo mucho que hacer. Anda, salid al jardín de una vez.”

Y los Atsabesitos salieron al jardín del castillo de Ator. Lo hicieron muy cautelosamente, como los gatitos que eran. Antes de salir por la gran puerta de roble duro como cuerno, se asomaron un poquito por entre las dos hojas y miraron a su alrededor. Luego sacaron una patita, y al ver que el pesado puente levadizo no se hundía bajo su ligerísimo peso, sacaron otra, y avanzaron.

Una vez en el jardín, se sentaron bajo un gran árbol, aunque esto no tenía sentido porque este había perdido sus hojas y no daba sombra, cosa innecesaria porque el cielo estaba algo gris, y se pusieron a pensar en que iban a hacer ahí fuera.

Y Neferhari tuvo una brillante idea.  “¿Y si secuestramos a alguien?” dijo.

“¿Para que sea nuestro esclavo?” preguntó Neferclari. Y añadió, “¿Por qué íbamos a querer un esclavo?”

“Es para jugar a algo,” dijo Neferhari.

“¿Y le fastidiamos haciendo que pique piedras?” quiso saber  Nefernedi.

“¿Eso como se hace? Lo de picar piedras. Fastidiar es fácil,” dijo Neferedi.

“Muy fácil, lo de fastidiar, sí,” dijo Neferviki, “Eso lo sabemos hacer. Cualquiera puede fastidiar a cualquiera.”

Y Neferniki dijo, “Pues primero hay que encontrar una piedra, y luego hay que darla de golpes, hasta que se parta.”

“Eso no es fácil,” dijo Neferviki, “eso de partirla.”

“Pero se puede,” dijo Neferniki, “o no habría esclavos. ¿O no?”

“Hay piedras en este jardín. Un montón, pequeñas  y muy grandes. Llevaría tiempo partirlas,” dijo Neferclari. “¿Pero quién va a hacerlo? ¿Quién será nuestro esclavo?”

“Papi es fuerte,” dijo Neferhari, “y hay que serlo para partir piedras.”

“No creo que Papi se deje secuestrar,” dijo Nefernedi. “Pedubasits ha dicho que no dejaría que nos secuestrasen a nosotros, porque es una fiera. Tampoco se dejará secuestrar.”

“Nunca le he visto picar piedras.”

“El bisabuelo tiene un palo,” contribuyó Neferedi, muy inspirada.

“Tiene muchos. Pero son de golf,” dijo Neferniki.

“Y los parte cuando se enfada,” contribuyo Nefernedi.

 “Algo hace con ellos que es como pegar a una piedra,” dijo Neferviki.

“Pega a una bola, pero si le secuestramos tendrá que golpear piedras. ¿O no? ¿Qué más le da una cosa que otra?” preguntó Neferclari.

“Si es nuestro esclavo no le puede importar nada. Tendrá que hacerlo sí o sí,” dijo Neferedi.

“Y si le fastidia hacerlo, mejor. ¿O no?” preguntó Neferhari.

“Claro. ¿Cómo lo hacemos? Secuestrar al bisabuelo, digo,” preguntó Neferedi, “porque somos seis y el bisabuelo es uno, pero es grande. No es del tamaño de un grillo, ni de un gorrión, ni de un lirón.”  

Esta historia os la está contando Dolfitos, el hojita intelectual.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario