293. Un juego peculiar
Los Atsabesitos le habían dado la mañana temprana a su
niñera Pedubastis. Desayunaban en su dormitorio, donde les subían bandejas
llenas de tostadas calentitas con mantequilla y miel y vasos de cristal de
borosilicato hechos a mano y decorados con bolitas o burbujitas y que no se rompían sin que importase las veces
que los niños los tumbasen derramando zumo de naranja. De hecho, como eran
mágicos, al derramarse su contenido, daban un silbido y el líquido volvía a
entrar en el vaso y este se volvía a alzar. Pero como venía diciendo, le habían
dado la mañana temprana a Pedubastis porque desayunaban en su enorme cuna
comunitaria, donde habían dado más saltos de lo habitual sobre el enorme y
sufrido colchón y habían llegado a pegarse con las almohadas en feroz combate
que había resultado en que estas se rajasen y soltasen todas las plumitas y hierbas
que había en su interior, porque los Atsabesitos, y no importaba la de veces
que Pedubastis se las cortase, tenían unas uñitas de temer cuando se
transformaban en gatitos. Así que Pedubastis tenía que recoger todas las
plumitas de pavo y de pato salvaje y de urogallo y de paloma y de avefría y las
hierbecillas – romero, lavanda, jazmín, albahaca y más - que eran el relleno de
las almohaditas de los nenes, además de cambiar las sabanas, sacudiéndolas por la ventana de la habitación antes de
echarlas a lavar, cosa que hacía a
diario, porque estaban llenas de migas de pan tostado que te roza cuando te
acuestas. Y lo tenía que hacer con sumo cuidado porque las sábanas también
podían estar manchadas con algo de miel, que es pegajosa y se puede extender
por todas partes, algunas insospechadísimas y todas inconvenientes.
“¡Basta de maullidos! ¡Me estáis volviendo tarumba!”
gritó Pedubastis a los niños. “Anda, salid a jugar al jardín mientras yo
adecento este lugar, que parece que lo ha atacado Apep.”
“Su dios del caos,” susurró Neferclari y los demás niños
asintieron. Ellos habían escuchado a Pedubastis mentar a este dios egipcio
otras veces.
Los Atsabesitos nunca iban a ninguna parte solos. Era por
aquello de que su madre, Gatsabé, temía a
los amigos y a los enemigos de su propia madre, el hada Jocosa. Así que de
entrada se quedaron extrañados y le preguntaron a Pedubastis que les podía
pasar si ella no estaba con ellos en el jardín.
“¡Nada!” dijo Pedubastis. “Bueno, sí. Es posible que os
secuestren, pobres de ellos. Pero no creo que nadie se atreva si no salís del
jardín del castillo. Todo el mundo sabe que vuestro padre es una fiera y
vuestra madre peor, que la he criado yo, y la conozco bien. Así que no creo que se atreva nadie a
secuestraros mientras estéis en un lugar en el que se pueda saber de quienes
sois hijos. No salgáis del jardín y no os pasará nada. ¡Qué esto es Isla
Manzana, donde todos convivimos en paz! ¡Ale, fuera de aquí! ”
Pero los Atsabesitos tenían otra pregunta.
“¿Qué es secuestrar?” preguntó Neferclari.
“Pues que te rapten. Que te cojan por la fuerza y te lleven
a otra parte.”
“¿A dónde?” preguntó Neferhari.
“A un lugar donde nadie quiere ir y que no os gustaría
nada.”
“¿Por qué no?” preguntó Neferviki.
“Porque os tratarían
mal. Os darían de comer porquerías, con lo galgos que sois. Y os obligarían a trabajar gratis y sin ganas ni vocación.”
“¿Para qué querrían hacernos eso?” preguntó Neferniki,
fascinado.
“Para fastidiaros. Hay gente muy mala que quiere que los
demás sean infelices. Y para tener esclavos. Sí, eso. A la mala gente le gusta
tener esclavos.”
“¿Y eso que es?” preguntó Nefernedi, pues los niños jamás
habían tenido noticia de algo semejante.
“Ya os lo he dicho. Los esclavos tienen que trabajar gratis
aunque no quieran. No pueden tumbarse a la bartola. Tienen que picar piedras, y
cosas así. Levantan mucho polvo que se les mete en los pulmones y tosen y tosen
y si son mortales, la palman.”
“¿Para qué se pican piedras?” preguntó Neferedi.
“¿Eso qué más da? Te obligan a hacerlo para fastidiarte, y
ya está. El propósito es fastidiarte, así que no me fastidiéis a mí, que tengo
mucho que hacer. Anda, salid al jardín de una vez.”
Y los Atsabesitos salieron al jardín del castillo de Ator.
Lo hicieron muy cautelosamente, como los gatitos que eran. Antes de salir por
la gran puerta de roble duro como cuerno, se asomaron un poquito por entre las
dos hojas y miraron a su alrededor. Luego sacaron una patita, y al ver que el
pesado puente levadizo no se hundía bajo su ligerísimo peso, sacaron otra, y avanzaron.
Una vez en el jardín, se sentaron bajo un gran árbol, aunque
esto no tenía sentido porque este había perdido sus hojas y no daba sombra,
cosa innecesaria porque el cielo estaba algo gris, y se pusieron a pensar en
que iban a hacer ahí fuera.
Y Neferhari tuvo una brillante idea. “¿Y si secuestramos a alguien?” dijo.
“¿Para que sea nuestro esclavo?” preguntó Neferclari. Y
añadió, “¿Por qué íbamos a querer un esclavo?”
“Es para jugar a algo,” dijo Neferhari.
“¿Y le fastidiamos haciendo que pique piedras?” quiso
saber Nefernedi.
“¿Eso como se hace? Lo de picar piedras. Fastidiar es
fácil,” dijo Neferedi.
“Muy fácil, lo de fastidiar, sí,” dijo Neferviki, “Eso lo
sabemos hacer. Cualquiera puede fastidiar a cualquiera.”
Y Neferniki dijo, “Pues primero hay que encontrar una
piedra, y luego hay que darla de golpes, hasta que se parta.”
“Eso no es fácil,” dijo Neferviki, “eso de partirla.”
“Pero se puede,” dijo Neferniki, “o no habría esclavos. ¿O
no?”
“Hay piedras en este jardín. Un montón, pequeñas y muy grandes. Llevaría tiempo partirlas,”
dijo Neferclari. “¿Pero quién va a hacerlo? ¿Quién será nuestro esclavo?”
“Papi es fuerte,” dijo Neferhari, “y hay que serlo para
partir piedras.”
“No creo que Papi se deje secuestrar,” dijo Nefernedi.
“Pedubasits ha dicho que no dejaría que nos secuestrasen a nosotros, porque es
una fiera. Tampoco se dejará secuestrar.”
“Nunca le he visto picar piedras.”
“El bisabuelo tiene un palo,” contribuyó Neferedi, muy
inspirada.
“Tiene muchos. Pero son de golf,” dijo Neferniki.
“Y los parte cuando se enfada,” contribuyo Nefernedi.
“Algo hace con ellos
que es como pegar a una piedra,” dijo Neferviki.
“Pega a una bola, pero si le secuestramos tendrá que golpear
piedras. ¿O no? ¿Qué más le da una cosa que otra?” preguntó Neferclari.
“Si es nuestro esclavo no le puede importar nada. Tendrá que
hacerlo sí o sí,” dijo Neferedi.
“Y si le fastidia hacerlo, mejor. ¿O no?” preguntó
Neferhari.
“Claro. ¿Cómo lo hacemos? Secuestrar al bisabuelo, digo,”
preguntó Neferedi, “porque somos seis y el bisabuelo es uno, pero es grande. No
es del tamaño de un grillo, ni de un gorrión, ni de un lirón.”
Esta historia os la está contando Dolfitos, el hojita
intelectual.
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