294. Juego de Gatos
Para secuestrar a su bisabuelo, los Atsabesitos tuvieron que
dejar el parque que rodeaba el Castillo de Ator. Tenían claro que había que hacer eso, pero
aunque no lo dijeron en alto, todos temían que al abandonar la seguridad de ese
espacio, podrían acabar secuestrados ellos mismos.
Sólo Neferclari, la más prudente de los niños, dijo algo que
parecía referirse al riesgo que tal vez iban a correr.
“Esto es Isla Manzana. Nada malo ocurre aquí. Hasta
Pedubastis lo ha dicho.”
Así que desplegaron sus alas y volaron hacia la casa de sus
bisabuelos. Cuando llegaron al portón,
aterrizaron ante él y se pusieron a pensar si entrarían o no.
“Puede que no esté ahí dentro,” dijo Nefernedi. “Es muy
temprano, pero es posible que esté en su club de golf.”
“No sabremos si está en casa o no hasta que no llamemos al
timbre,” dijo Neferedi.
“Sí hablamos con alguien que no es él, ese alguien puede
intentar detenernos,” advirtió Neferviki.
Los Atsabesitos sabía por experiencia que con frecuencia
alguien intentaba lograr que no hiciesen lo que querían hacer. Así que no
llamaron al timbre.
“Enviaremos a un espía,” dijo Neferniki, “ y ese puedo ser
yo, si gustáis. Me convertiré en gato y me colaré ahí dentro.”
“No, dejad que yo sea el espía,” dijo Neferhari. “Yo meto
menos ruido que tú.”
“Ninguno de nosotros mete ruido a no ser que quiera,” dijo
Neferclari. Y eso era cierto. Los Niños gato podían ser muy sigilosos.
“Cualquiera de nosotros podría ser el espia,” dijo
Neferviki.
Pero los Atsabesitos
no sabían que ya había dos espías presentes en ese momento y en ese lugar. Sus
nombres eran Aldegato y Adelgato y la mayor parte del tiempo daban la impresión
de ser dos enormes estatuas de leones alados que guardaban el portón de la casa
de AEterno. No es que hiciese falta guardar ese lugar mucho, pues estaba en
Isla Manzana y allí casi todo el mundo dejaba la puerta de su casa abierta para
los que habitaban en esa isla. Pero los Atsabesitos estaban tan ocupados
discutiendo quién debía ser el espía que explorase ese territorio que no se
dieron cuenta de que uno de los leones había desaparecido y que el otro ya no
parecía estar hecho de piedra.
“¿Una camada de gatitos?” los Atsabesitos escucharon decir a
la voz de una señora. “¿Estos son los merodeadores que amenazan a AEterno?”
“Señora Virbono, acaban de convertirse en gatitos hace un
minuto,” dijo el león que había permanecido en su puesto. Adelgato creo que
era.
“¡Cielos! ¿Qué eran antes de esto?”
“Parecían niños hada. Creo que intentaban parecer monísimos
para despistarnos.”
Y entonces Neferhari dijo, “¡Hola, bisabuela, hola!” Y se
volvió a convertir en el niño hada que era.
“Pues, sí, claro, hola, hijito. ¿Pero que estáis haciendo
aquí? Estos son mis bisnietos, los niños de Ator. No son peligrosos en
absoluto, Adelgato. Pero gracias a los dos por avisarme. No deberían andar por
ahí solos. ¿Dónde están vuestros padres, niños?”
“Arriba en el norte,” dijo Neferhari, “con nuestra otra
bisabuela. La gran dama.”
“Nosotros estábamos ahí también,” dijo Neferniki. “Pero
volvimos a casa con Pedubastis y nuestros padres se quedaron allí. Volvimos
porque estábamos comiendo demasiado, según Pedubastis. Pero creemos que fue porque
a ella no le gusta nada el frio. Pero hemos recibido un montón de regalos de
San Nicolás. Para eso fuimos ahí. Para decorar árboles de navidad y recibir
regalos.”
“El día seis, que es su día,” dijo Neferviki.
“Y también fuimos para cantar villancicos y cánticos de
invierno,” dijo Neferedi.
“Cantamos muy bien. ¿Quieres escucharnos, Bisita?”
“Ah, así que habéis venido por el aguinaldo. ¡Eso es lo que
estáis haciendo aquí!” rio la bisabuela Divina.
“¡No! Hemos venido para secuestrar al bisabuelo,” dijo
Nefernedi inocentemente, y los demás
Atsabesitos le miraron un poco mal por haberles delatado.
“¡Ah! O sea, que lo que queréis es jugar con el bisabuelito.
¡Claro que sí! Falta vuestro padre y necesitáis un sustituto. ¿Os ha mandado aquí Pedubastis?”
Los Atsabesitos parecían tener cara de algo culpables cuando
dijeron que Pedubastis no tenía ni idea de donde estaban.
“Ella cree que estamos jugando en los jardines del castillo.
Pero dijo que nada malo pasa en Isla Manzana, así que no es malo que estemos
aquí, ¿verdad?”
“¡Pues claro que está bien que estéis aquí! ¡AEterno!”
gritó Divina. “¡Ven a la puerta inmediatamente!”
“Claro que lo haré,” escucharon gritar devuelta a AEterno, “porque estoy a punto de salir por ahí para ir a mi club.”
Y apareció tras el portón abierto con su bolsa de palos de
golf, todos ellos magníficos.
“Olvídate de ir al club. Los niños de Ati han venido y
quieren jugar contigo,” dijo Divina.
“¿Por qué?” preguntó AEterno. “¿Qué niño en su sano juicio
querría jugar conmigo?”
“Te elegimos porque tienes un palo,” dijo Neferviki.
“Ella quiere decir que tienes un palo de golf,” dijo
Neferniki.
“¿Queréis jugar al golf?” preguntó el bisabuelo algo
sorprendido.
“No exactamente. Pero te lo explicaremos cuando te hayamos
secuestrado,” dijo Neferhari.
“AEterno, acabas de ser secuestrado. No intentes oponer resistencia. Acéptalo cuanto antes,
y tengamos las fiestas en paz,” dijo la Bisabuela Divina. “Llévate a estos críos a algún sitio
divertido y juega con ellos.”
“¿Qué? ¿Por qué he de hacer eso?”
“Porque si eres amable con ellos, yo lo seré contigo. Y si
no lo eres, te daré la navidad.”
“¿Y qué más hay de nuevo?” dijo AEterno.
“Lo nuevo es que vas a jugar con tus bisnietos. Piensa en
algo que les entretenga. Yo he de ir de compras navideñas. Online. Venga. Vete.
¡Ya!”
Y la bisabuela Divina empujó a su marido por la puerta hasta
la calle y cerró el portón desde dentro. Y Adelgato y Aldegato plegaron sus
alas y volvieron a parecer leones de piedra cubiertos de musgo.
“A ver, niños,” les dijo AEterno a los Atsabesitos. “No tengo
ni idea de porque demontres estáis aquí para molestarme, pero tal y como veo
esto, no me queda otra que jugar con vosotros.”
“¡Bien!” dijo
Neferhari.
“Tú tienes palos, bisa. Ahiora hemos de encontrar una
piedra,” dijo Neferclari.
“¿Una piedra? La gente civilizada no juega con palos y
piedras,” dijo AEterno.
“Es que tú tienes que dar de golpes a la piedra,” dijo
Neferedi.
“¿Yo? ¿Qué me ha hecho la piedra para que quiera golpearla?”
“No tienes que querer golpearla,” dijo Nefernedi.
“De hecho, tienes que no querer golpearla,” dijo Neferviki.
“Pero tienes que hacerlo,” insistió Neferniki, “y te tiene
que fastidiar.”
“Fastidiado ya estoy. Pero sigo sin entender lo de la
piedra.”
“Es que eres nuestro esclavo.”
“¿Lo soy? ¿Y ese es el único uso que tenéis para un esclavo?
¿Por qué exactamente necesitáis que yo tenga que atizar a una piedra? ¿Qué os
ha hecho la piedra? ¿O yo, mismamente?”
“Pedubastis dice que eso es lo que hacen los esclavos. Picar
piedras.”
“¡Pues ni modo!” dijo
AEterno. “Yo voy a entreteneros un rato, porque soy un ser muy
civilizado y no quiero discutir con mi mujer en diciembre, que la gente
civilizada evita discutir en este mes. Pero como os he dicho antes, la gente
civilizada no juega con piedras y palos. Y tampoco tienen esclavos. Y me parece
importante que entendáis esto. Así que no soy vuestro esclavo, sea por lo que
sea que pensáis que necesitáis uno. Lo que voy a hacer es fingir que soy amigo
vuestro y jugar con vosotros a un juego civilizado. ¿Entendido? Más vale que
sí.”
Y AEterno se transformó en lo que les pareció a los
Atsabesitos que era un niño más mayor que ellos. Uno de unos siete u ocho años.
O uno pequeño para nueve, pero lo bastante mayor para que los pequeñajos le
respetasen. Y entonces hizo que apareciese un campo de golf. No el suyo de
siempre, sino un campo de mini golf. Y pasó el resto de la mañana enseñando a
sus nietecitos a jugar al mini golf.
Y AEterno se portó muy bien con los niños mientras les
enseñaba a jugar, y fue tan amable que ellos estaban encantados con él y
admiraban a ese niño mayor que él parecía ser. Pero al llegar la hora del
almuerzo, AEterno hizo aparecer un saco grande y dijo que contenía perritos
calientes y mini hamburguesas vegetarianas, pero que los Atsabesitos tenían que
entrar en el saco para hacerse con ellas. Y como pensaban que era un niño mayor
muy guay, entraron en el saco sin pensárselo dos veces, lo cual significaba que
se fiaban mucho de él, porque los niños gato eran desconfiados por naturaleza.
Y esta historia os la está contando Dolfitos, el hojita intelectual.
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