295. El Señor de las Jaulas
En medio de un bosque de robles cubiertos de muérdago ha
aparecido AEterno, para contestar a una llamada se su hija Titania. En la mano,
el ahora otra vez anciano AEterno asía una bolsa cerrada.
“El Señor de las jaulas o algo así te van a apodar como
sigas por este camino. Pero Papá, si tú no eres así. A tus hijos, nunca nos has hecho nada
así.”
“Cierto. Os he dejado hacer lo que os ha dado la gana.”
“Te limitabas a decirnos que no convenía que lo
hiciésemos.”
“Tú me hacías caso un tercio de las veces, mi hija
predilecta. Tus hermanos jamás.”
“Ya, pero tampoco ha sido para tanto.”
“Pues explícaselo a tu madre, que ella siempre dice que yo
tenía que haberme esforzado más. Pues ahora lo estoy haciendo y parece que a ti
no te gusta. Y probablemente a ella tampoco, por lo que me dices.”
“¿Pero qué pretendes metiendo a unos pobres niños en un
saco?”
“Ya te lo he dicho. Andan por ahí intentando secuestrar a
gente y tienen que entender que eso no está bien. No, señora, no está nada
bien.”
“¿Pero que van a entender? ¿Si qué edad tienen? ¿Ni dos
años?”
“Mejor pronto que tarde.
Pero no te preocupes por estos, si estos no se detienen ante nada. Hasta
se han atrevido conmigo. Que me querían poner a picar piedras, hijita. A mí,
que no tengo uso ni para palos ni para piedras. Y todo esto es porque me ha pedido que les cuide tu madre.”
“No finjas estar complaciendo a Mamá. A mí no me la pegas,
que nos conocemos. Tú lo que quieres es chinchar por lo bajo. En plan pasivo-
agresivo. No sé porque te ha dado por encerrar a gente para enseñarles algo. A
mi pobre hijo, el más dulce e innocuo de todos, le encerraste en un armario. Y
lo único que ha aprendido es a no fiarse de ti.”
“¿Te parece poco? Además, yo no encerré a tu hijo. Él insistió
en razonar con un envenenador zumbado. Convencido de que lo haría mejor que yo.
Sólo dejé que permaneciese encerrado un rato de nada. Para mayor gloria suya
después. ¿O es que no quedó como un héroe?”
“Estos niños solo van a quedar traumatizados. Y tú quedarás
como un ogro. Suéltalos ya, Papá.”
“Se van a soltar ellos solitos. La bolsa es de terciopelo.
No les costará nada rasgarla. De momento están aturdidos. Como los gatos cuando
les hechas una toalla encima y de pronto se van las luces. Pero en cuanto
reaccionen, se convertirán en gatitos y sacaran las uñas. No veas que uñas
tienen estos. Ni Mauelito las lleva más afiladas.”
“Pues claro. Son mis nietos. E hijos del más bravo de mis
hijos.”
“Su madre también se las trae.”
“Y tú eres peor que su abuela materna. ¡Menuda broma les
estás gastando!¡Qué no lo van a entender! Luego te quejarás de que no te
entiende nadie.”
AEterno sacudió un poco el saco y efectivamente, una uñita asomó
por el terciopelo. Pronto la bolsa estaba hecha jirones y los gatitos casi
fuera, aunque algunos lloraban desconsolados.
“¡Ay, mis pequeños! Tranquilos, que no ha pasado nada. El bisabuelito
solo quería que os enteraseis de que a nadie le gusta quedar en poder de
otros,” dijo Titania, agachándose para abrazar a sus nietos que en sus brazos
volvieron a convertirse en niños hada.
“¿A qué no os ha gustado nada que os secuestrase?” preguntó
AEterno a sus bisnietos.
“Nada,” dijo Neferclari, sacudiendo la cabeza.
“Pues no intentéis secuestrar a nadie.”
“Eres malo,” dijo Neferclari.
“¡No! El bisabuelito no es malo. Sólo es un poco tonto,”
dijo Titania. “Él cree que hay que ponerse en el lugar de los demás para
entender como se sienten. Literalmente. Puede que no sepa lo que es la
imaginación.”
“Ale, a comer,” dijo AEterno, “que así se olvidan las
penas.”
E hizo aparecer una mesa larga y baja, como las de café,
repleta de perritos calientes y hamburguesas y pizza y patatas fritas y
limonada rosa.
Los gatitos no se fiaban ni de eso, pero Titania les
convenció que podían comer sin peligro, y se pusieron a ello.
“¿Y tú por qué me has llamado, mi hija guapa?” preguntó
AEterno a Titania, apartándola un poco de la mesa.
Y Titania se puso sería.
“Llega el final de diciembre. Y tú sabes que ocurre
entonces. El demonio.”
“Ya. ¿Vas a canjear prisioneros?”
“Quisiera. Pero no tengo presos que entregar a cambio.”
Cuentan algunas malas lenguas que la reina de las hadas se
ve forzada a entregar al mismísimo demonio un tributo que consiste en unos súbditos suyos que pasarían a ser
sirvientes del maligno a cambio de que este la deje reinar en paz. Esto se
supone que ocurre en la noche del último día de octubre. Pero nada de eso es
cierto. Lo que hay de cierto, es que al salir el sol el treinta y uno de
diciembre, la reina o alguno de sus emisarios se reúne con el demonio o alguno
de los suyos para intercambiar prisioneros. Prisioneros que ambos bandos han
hecho por las razones que sean a lo largo del año. Prisioneros que a la reina y
al demonio les interesa liberar.
“Tengo que recuperar al hijo de una amiga. Gen se apoderó
de este sinvergüenza, porque lo es, y se lo entregó inmediatamente a los
agentes del demonio. Pero ahora necesito recuperarlo para que su madre me deje
tranquila. El problema está en que yo no tengo a nadie a quién entregar a
cambio de ese desgraciado. ¿Has hecho tú algún prisionero, Papá?”
“Yo no hago prisioneros. Dejo que cada uno ocupe su merecido
lugar. Pero si tu hermanito la ha liado, ¿por qué no lo arregla él?”
“No quiero que ni se entere de que voy a liberar al sinvergüenza
en cuestión.”
“Corrígeme si me equivoco. Pienso que te refieres al hijo
de la mujer humana esa que tienes metida en tu jardín tropical. O sea, que la
liante esa no acaba de enterarse de la buena pieza que es su hijo. ¿Acaso no
intentó matarla?”
“No te equivocas,” contestó la reina de las hadas.
“Puedo soportar que hayas concedido asilo a esa tonta. Pero
no pienso aguantar que su hijo campe por mi isla. Ni a sus anchas ni a sus
estrechas. No lo quiero aquí, mi niña.”
“Ni tú ni nadie. Su madre solo quiere que salga del
infierno. Quiere que le devolvamos a su país.”
“¡Ufff! ¿Va a visitarlo de nuevo sobre sus compatriotas?
Pobrecitos.”
“Escucha, Papá. Lo que pase ahí no es cosa nuestra. A la
larga o a la corta, lo matarán y volverá al infierno. Pero esta vez será un
alma perdida, no un humano con posibilidad de redimirse, y no tendrá esperanza
alguna de salir de allí. Y su madre tendrá que aceptarlo.”
“No sé porque te empeñas en ir tú al acto este de canjeo de
prisioneros. No es lugar para una dama amable. Ya podría ir ese marido que tienes.”
“Mi marido no quiere saber nada del demonio. Insiste en que
no cree en él, que el mal no existe. Niega su existencia rotundamente y dice
que él no pierde el tiempo hablando con quien no existe.”
“Sí, bonita manera de escurrir bultos. Eso se le da bien. Y
ya hemos quedado en que tu hermanito, el creyente precipitado, tampoco te va a ayudar en esto. Así que
solo te queda tu padre. Pues no te preocupes, mi vida. Anda, ve a casa a
descansar. Ponte guapa, que esta noche es la larga noche de Santa Lucia, y se
nos hará todavía más larga porque tendremos que hacer acto de presencia en el
dichoso rastrillo de los siempre felices Generoso y Dadivosa.”
“Tú nunca me fallas, Papá,” sonrió Titania, y desapareció
del robledal tras despedirse con un beso.
Y AEterno se volvió a los niños y les preguntó si ya habían
comido bastante.
No contestaron. Solo le miraron mal. Seguían desconfiando,
aunque ya no tanto.
“Veo que sí. Hay que saber cuando parar. Vamos con la segunda parte de la lección. Eso es lo que
toca ahora. Pero no tengáis miedo, que
esta vez el susto no os lo vais a llevar vosotros. Veréis, mis niños. Toda
regla tiene sus excepciones. La regla es no secuestrar. Eso creo que ya lo
sabéis. Ahora viene la excepción. Venga, mis valientes. Que el bisabuelo os va
a utilizar para secuestrar a algún facineroso.”
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