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jueves, 12 de diciembre de 2024

295. El Señor de las Jaulas

295. El Señor de las Jaulas

En medio de un bosque de robles cubiertos de muérdago ha aparecido AEterno, para contestar a una llamada se su hija Titania. En la mano, el ahora otra vez anciano AEterno asía una bolsa cerrada.

“El Señor de las jaulas o algo así te van a apodar como sigas por este camino. Pero Papá, si tú no eres así. A tus hijos, nunca nos has hecho nada así.”

“Cierto. Os he dejado hacer lo que os ha dado la gana.”

“Te limitabas a decirnos que no convenía que lo hiciésemos.”

“Tú me hacías caso un tercio de las veces, mi hija predilecta. Tus hermanos jamás.”

“Ya, pero tampoco ha sido para tanto.”

“Pues explícaselo a tu madre, que ella siempre dice que yo tenía que haberme esforzado más. Pues ahora lo estoy haciendo y parece que a ti no te gusta. Y probablemente a ella tampoco, por lo que me dices.”

“¿Pero qué pretendes metiendo a unos pobres niños en un saco?”

“Ya te lo he dicho. Andan por ahí intentando secuestrar a gente y tienen que entender que eso no está bien. No, señora, no está nada bien.”

“¿Pero que van a entender? ¿Si qué edad tienen? ¿Ni dos años?”

“Mejor pronto que tarde.  Pero no te preocupes por estos, si estos no se detienen ante nada. Hasta se han atrevido conmigo. Que me querían poner a picar piedras, hijita. A mí, que no tengo uso ni para palos ni para piedras. Y todo esto es porque me  ha pedido que les cuide tu madre.”

“No finjas estar complaciendo a Mamá. A mí no me la pegas, que nos conocemos. Tú lo que quieres es chinchar por lo bajo. En plan pasivo- agresivo. No sé porque te ha dado por encerrar a gente para enseñarles algo. A mi pobre hijo, el más dulce e innocuo de todos, le encerraste en un armario. Y lo único que ha aprendido es a no fiarse de ti.”

“¿Te parece poco? Además, yo no encerré a tu hijo. Él insistió en razonar con un envenenador zumbado. Convencido de que lo haría mejor que yo. Sólo dejé que permaneciese encerrado un rato de nada. Para mayor gloria suya después. ¿O es que no quedó como un héroe?”

“Estos niños solo van a quedar traumatizados. Y tú quedarás como un ogro. Suéltalos ya, Papá.”

“Se van a soltar ellos solitos. La bolsa es de terciopelo. No les costará nada rasgarla. De momento están aturdidos. Como los gatos cuando les hechas una toalla encima y de pronto se van las luces. Pero en cuanto reaccionen, se convertirán en gatitos y sacaran las uñas. No veas que uñas tienen estos. Ni Mauelito las lleva más afiladas.”

“Pues claro. Son mis nietos. E hijos del más bravo de mis hijos.”

“Su madre también se las trae.”

“Y tú eres peor que su abuela materna. ¡Menuda broma les estás gastando!¡Qué no lo van a entender! Luego te quejarás de que no te entiende nadie.”

AEterno sacudió un poco el saco y efectivamente, una uñita asomó por el terciopelo. Pronto la bolsa estaba hecha jirones y los gatitos casi fuera, aunque algunos lloraban desconsolados.

“¡Ay, mis pequeños! Tranquilos, que no ha pasado nada. El bisabuelito solo quería que os enteraseis de que a nadie le gusta quedar en poder de otros,” dijo Titania, agachándose para abrazar a sus nietos que en sus brazos volvieron a convertirse en niños hada.

“¿A qué no os ha gustado nada que os secuestrase?” preguntó  AEterno a sus bisnietos.

“Nada,” dijo Neferclari, sacudiendo la cabeza.

“Pues no intentéis secuestrar a nadie.”

“Eres malo,” dijo Neferclari.

“¡No! El bisabuelito no es malo. Sólo es un poco tonto,” dijo Titania. “Él cree que hay que ponerse en el lugar de los demás para entender como se sienten. Literalmente. Puede que no sepa lo que es la imaginación.”

“Ale, a comer,” dijo AEterno, “que así se olvidan las penas.”

E hizo aparecer una mesa larga y baja, como las de café, repleta de perritos calientes y hamburguesas y pizza y patatas fritas y limonada rosa.

Los gatitos no se fiaban ni de eso, pero Titania les convenció que podían comer sin peligro, y se pusieron a ello.

“¿Y tú por qué me has llamado, mi hija guapa?” preguntó AEterno a Titania, apartándola un poco de la mesa.

Y Titania se puso sería.

“Llega el final de diciembre. Y tú sabes que ocurre entonces. El demonio.”

“Ya. ¿Vas a canjear prisioneros?”

“Quisiera. Pero no tengo presos que entregar a cambio.”

Cuentan algunas malas lenguas que la reina de las hadas se ve forzada a entregar al mismísimo demonio un tributo que consiste en  unos súbditos suyos que pasarían a ser sirvientes del maligno a cambio de que este la deje reinar en paz. Esto se supone que ocurre en la noche del último día de octubre. Pero nada de eso es cierto. Lo que hay de cierto, es que al salir el sol el treinta y uno de diciembre, la reina o alguno de sus emisarios se reúne con el demonio o alguno de los suyos para intercambiar prisioneros. Prisioneros que ambos bandos han hecho por las razones que sean a lo largo del año. Prisioneros que a la reina y al demonio les interesa liberar.

“Tengo que recuperar al hijo de una amiga. Gen se apoderó de este sinvergüenza, porque lo es, y se lo entregó inmediatamente a los agentes del demonio. Pero ahora necesito recuperarlo para que su madre me deje tranquila. El problema está en que yo no tengo a nadie a quién entregar a cambio de ese desgraciado. ¿Has hecho tú algún prisionero, Papá?”

“Yo no hago prisioneros. Dejo que cada uno ocupe su merecido lugar. Pero si tu hermanito la ha liado, ¿por qué no lo arregla él?”

“No quiero que ni se entere de que voy a liberar al sinvergüenza en cuestión.”

“Corrígeme si me equivoco. Pienso que te refieres al hijo de la mujer humana esa que tienes metida en tu jardín tropical. O sea, que la liante esa no acaba de enterarse de la buena pieza que es su hijo. ¿Acaso no intentó matarla?”

“No te equivocas,” contestó la reina de las hadas.

“Puedo soportar que hayas concedido asilo a esa tonta. Pero no pienso aguantar que su hijo campe por mi isla. Ni a sus anchas ni a sus estrechas. No lo quiero aquí, mi niña.”

“Ni tú ni nadie. Su madre solo quiere que salga del infierno. Quiere que le devolvamos a su país.”

“¡Ufff! ¿Va a visitarlo de nuevo sobre sus compatriotas? Pobrecitos.”

“Escucha, Papá. Lo que pase ahí no es cosa nuestra. A la larga o a la corta, lo matarán y volverá al infierno. Pero esta vez será un alma perdida, no un humano con posibilidad de redimirse, y no tendrá esperanza alguna de salir de allí. Y su madre tendrá que aceptarlo.”

“No sé porque te empeñas en ir tú al acto este de canjeo de prisioneros. No es lugar para una dama amable. Ya podría ir ese marido que tienes.”

“Mi marido no quiere saber nada del demonio. Insiste en que no cree en él, que el mal no existe. Niega su existencia rotundamente y dice que él no pierde el tiempo hablando con quien no existe.”

“Sí, bonita manera de escurrir bultos. Eso se le da bien. Y ya hemos quedado en que tu hermanito, el creyente precipitado, tampoco te va a ayudar en esto. Así que solo te queda tu padre. Pues no te preocupes, mi vida. Anda, ve a casa a descansar. Ponte guapa, que esta noche es la larga noche de Santa Lucia, y se nos hará todavía más larga porque tendremos que hacer acto de presencia en el dichoso rastrillo de los siempre felices Generoso y Dadivosa.”

“Tú nunca me fallas, Papá,” sonrió Titania, y desapareció del robledal tras despedirse con un beso.

Y AEterno se volvió a los niños y les preguntó si ya habían comido bastante.

No contestaron. Solo le miraron mal. Seguían desconfiando, aunque ya no tanto.

“Veo que sí. Hay que saber cuando parar. Vamos con la segunda parte de la lección. Eso es lo que toca ahora. Pero no tengáis  miedo, que esta vez el susto no os lo vais a llevar vosotros. Veréis, mis niños. Toda regla tiene sus excepciones. La regla es no secuestrar. Eso creo que ya lo sabéis. Ahora viene la excepción. Venga, mis valientes. Que el bisabuelo os va a utilizar para secuestrar a algún facineroso.”

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