La curiosidad les pudo a los niños gato y volvieron a
dirigirle la palabra a su bisabuelo.
“¿Qué tenemos que hacer?” preguntaron.
“Hay que tener cuidado,” dijo el bisabuelo.
“De que no nos cojan,” dijo Nefernedi.
“Sí, claro. Aunque tenemos todas las ventajas, hay que ser
cautos. Pero no me refería a eso. Quiero decir que no debemos secuestrar a cualquiera. Hay que encontrar al ser
adecuado.”
“Para no ser malvados como él.”
“Así es. Para no cometer una injusticia. A cada uno, los
suyos.”
“Buscamos a alguien malo.”
“No buscamos. No somos cazadores. Ese ser es el que busca y nos encontrará. Él es el
cazador.”
“Viene a por nosotros porque es malo,” dijo Neferniki.
“Y nosotros le mandaremos con gente que se encargará de él.”
“Así es,” asintió AEterno, “parece que lo estáis
entendiendo bien.”
“¿Nos quedamos aquí esperando?”
“No,” dijo el bisabuelo. “Esto es Isla Manzana. Aquí no
vendrá nadie a por nosotros. Hay que salir a dar un paseo.”
“Por sitios peligrosos,” dijo Neferhari.
“Pues vamos ya,” dijo Neferedi.
“Sí, cuanto antes acabe esto, mejor,” dijo AEterno. “Hace
frío. Vosotros tenéis un abrigo de piel. Yo me voy a poner una capa.”
Y los Atsabesitos, aunque conservaban su auténtica forma de
niños hada, se pusieron unos abriguitos de piel parecida a la piel que lucían
cuando se volvían gatos.
Y AEterno y los Atsabesitos abandonaron la isla bendita y se
pusieron a pasear por el Bosque Triturado. Y apareció Artemio, su rey guardián.
Y le dijo a AEterno que en ese momento no había persona de interés en el
bosque. Y AEterno y su comitiva de niños gato salieron del bosque y comenzaron
a pasear por lugares compartidos por espíritus desencaminados, perturbados y perturbadores y por toda clase
de humanos, buenos, malos y regulares. Y lo primero que vieron fue a un vagabundo que estaba sentado junto
a unos cubos de basura, comiendo algo que había encontrado en ellos.
“¿Este?” preguntó dudosa Neferclari, que no lo veía claro.
“No, hijita. Lo primero que busca la gente mala cuando
quiere hacer daño es a un vagabundo. Porque están solos, y heridos, a veces en
el cuerpo y casi siempre en el alma.”
“Como lo mirabas tanto...”
“Lo miro porque las
hadas no atacamos a vagabundos. Los ayudamos cuando nos encontramos con ellos.”
“Porque lo tienen crudo,” dijo Neferviki.
Y la capa del bisabuelo abandonó sus hombros y voló a
cubrir al vagabundo, que se puso de pie y comenzó a caminar.
“Ese ya va a encontrar el camino de vuelta a casa,” dijo
Neferniki.
“Sí. Siempre que tropecéis con un vagabundo, parad a pensar
si podéis hacer algo por él.”
Y AEterno y los niños siguieron caminando. Y llegaron al
parking de un edificio donde vieron a cuatro chicos. Dos estaban pegando a otro. Y el cuarto miraba y se
reía.
“¿Estos?” dijo Neferclari, casi segura.
“Sólo uno. Dos no son más que unos cobardes mandados.”
Y dos de los muchachos de pronto resbalaron y cayeron al
suelo, y aquel al que estaban pegando se soltó y salió corriendo, porque en ello le iba la vida. Y el que reía, que seguía en pie, persiguió a la víctima que huía. La persiguió rato, y AEterno y los
Atsabesitos le siguieron a él, hasta que el que huía logró desaparecer de la
vista del que le perseguía.
El perseguidor se sentó bajo una farola tras haber lanzado
una piedra que rompió el cristal de la lámpara.
“Ahora es cuando vosotros entráis en acción,” dijo el
bisabuelo. “Convertidos en gatitos, colocados todos juntos en ese rincón. Os
voy a poner un escudo invisible, por si este desalmado intenta tiraros una piedra o
algo.”
“Sabemos colocarnos un escudo,” dijeron los Atsabesitos. Y
demostraron que sí sabían. Les había enseñado bien Pedubastis.
“Ahora maullar, dando pena,” dijo el bisabuelo, “mucha, mucha pena.”
“¿Pero que tenemos aquí?” dijo el muchacho que estaba
sentado bajo la farola rota. Se levantó y se fue hacía los gatitos. “Pero que
suerte tengo. Al final me voy a divertir. No me aburriré hoy. A ti te voy a
hervir, a ti ahorcar, a ti te clavaré alfileres, a ti-“
No dijo más. El bisabuelo se hizo visible. Una vez más,
llevaba capa. Esta salió volando y envolvió al maleante como si este fuese la
presa de una araña. Quedó como una momia. Y sólo le dio tiempo a enterarse.
“¡Jopeta, que malo era!” exclamó Neferniki.
“Es,” dijo el bisabuelo. “Desafortunadamente. Pero ahora lo
será entre los suyos, los que son como él. Y verá quién puede más. Lo habéis hecho muy bien, niños. Habéis sido
muy valientes. Y buenos. Ahora sois mucho más mayores de lo que eráis cuando
despertasteis esta mañana. Pero no le cojáis el gusto a perseguir a gente,
aunque sea gente mala. Este no es nuestro mundo. Tenemos que volver al nuestro,
a un rastrillo de navidad, del corto día de Santa Lucia, organizado por gente de buena voluntad. Os daré dinero para que
aprendáis a hacer gasto haciendo el bien.”
Y sí, esta historia os la ha contado Dolfitos, el hojita
intelectual.
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