Iba yo, Dolfitos, el hojita intelectual siguiendo
sigilosamente al joven Arley FitzTitania
y FitzOberon para ver a donde iba y por si esto me llevase hasta una nueva
historia que contaros. No iba solo el joven Arley. Iba en compañía de
Ángelratón Campanario Grigio, pues había desayunado roscón de reyes y chocolate
en casa de la familia que Arley había encontrado para este, es decir, la
familia di Limbo. Había hallado muy bien a Gelsemina y a Nimbo, que se
alegraron mucho de verle, y ahora, tras hacer una breve parada en el Auditorio
de Isla Manzana, que se halla junto a la casa de estas personas, y con el
propósito de recoger Ángelratón unas partituras, iban los dos encaminados a la
plantación Ricatierra. O eso me parecía a mí. Y acerté en mi parecer, pues
llegaron a esta plantación y se adentraron en ella, y procedieron paseando
tranquilamente hasta la puerta de la mansión colonial que era el hogar de
Demetrio Estrarico Ricatierra, de su dulce esposa miraestrellas Brana, y de sus
cuatro recién estrenados hijos, los niños hada Tararina, Esmeraldo, Azulina y
Rosendo.
La tranquilidad de la hermosa mañana de la que
disfrutábamos se vio de pronto rasgada por unos horrendos gritos que brotaron o
más bien explotaron de detrás de la puerta entreabierta, pero bloqueada por algo
grande desde dentro. He de decir que delante de ella pudimos ver ahí de pie y
con cara de susto a dos figuras que no eran como para espantar a nadie pero que
como he dicho, parecían estar ellas mismas algo espantadas.
Se trataba de Artabán, el cuarto rey mago, el que no había
llegado a tiempo a Belén, de pie ahí con su corona en la cabeza y una gran bolsa
en las manos, y de la maga romana Befana, persona que también se había
propuesto acudir a Belén en su momento pero que tampoco había llegado a su
meta. Esta señora también portaba una gran bolsa, adornada con motivos
navideños y cintas rojas, verdes y blancas, como la bandera de Italia.
Volviendo a aquello de los gritos, lo que me pareció haber
escuchado era lo siguiente: “¡Se van a tener que ir por donde vinieron!” Y a
continuación, “¡No entra un regalo más en esta casa! ¡Yo me tiró por la ventana!”
Aquello fue dicho o mejor dicho, gritado, por la muy
alterada voz de una mujer, por lo cual, al escuchar la respuesta a esta
amenaza, pronunciada sin duda posible por la magnífica e inconfundible voz de
Demetrio Ricatierra, llegué a la conclusión de que quién había proferido la
amenaza era la dulce Brana, la Señora Ricatierra, a la que jamás antes se la
había escuchado alzar su tímida voz.
“Cariño, que tú eres muy educada. No puedes hacerle esto a
esta gente, que vienen en son de paz y amor. Y no amenaces con saltar por la ventana,
que sé que puedes volar. Pareces mi padre. Siempre me amenaza con tirarse al
vacío cuando se enfada conmigo. Amenaza tú con algo que me asuste, si es que
crees que tienes que hacerlo.”
Esa fue la respuesta de Demetrio a los gritos de su mujer.
“¡No te amenazo! ¡Digo que voy a salir por la ventana
porque no puedo llegar hasta la puerta!” gritó Brana. “¡Y tus visitas no van a
poder entrar! ¡Está todo bloqueado por tu culpa! ¡Desde hace semanas!”
“¡Pero piensa en lo contentos que están los niños! Mira sus
caritas maravilladas.”
“Si tienen los ojos a cuadros es porque no entienden lo
loco que está su padre,” repuso Brana.
“A ver, hijito,” le
preguntó Ricatierra a su niño Esmeraldo, buscando algo de apoyo, “¿te han
gustado los barquitos que te he regalado o no?”
“¡Mucho! ¡Gracias!” se escuchó decir a la voz de un niño.
“¡Que no necesita barcos! ¡Que se puede transformar en
caballito de mar! ¿Qué va a hacer con un kayak, una canoa de corteza kawesqar,
otra yámana, otra esquimal, un cayuco de tronco de palmera, una lancha motora,
un catamarán, un barco fluvial sureño, una góndola veneciana, una goleta, tres
galeones y un velero bergantín?”
“¡Pues volar del uno al otro confín!”
“¿Volar? ¡Horror!¿También le has regalado un portaviones?”
“Mira, ese se me ha pasado. Pero lo pondré en la lista de
cosas a adquirir. ¡Y volando voy yo, el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia
a un lado, al otro Europa, y frente a mí Estambuuuuuul!”
Y Ricatierra se puso a cantar la Canción del Pirata, y
jolines, que bien lo hacía. Daba gusto escucharle. Todo lo que nos rodeaba se
calló para atender. Yo juraría que el mundo dejó de girar.
“¡Qué
es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento
y mi única patria la mar!”
Y cuando terminó, añadió, “No te enfades, pero por
problemas de sobrecarga en correos, queda por llegar un submarino. Y un barco
de manipulación climática. Esos no se me han pasado.”
“¿Nos vamos?” preguntó la Befana a Artabán.
“No lo sé. Si vuelve a cantar, me gustaría escucharle,”
dijo el mago. “Me he quedado fascinado. Caray, como canta el tío este. ¡Qué tío
más grande! Mira a tu alrededor, Befana. Toda la flora que crece por aquí ha
triplicado su tamaño al oírle cantar. Puede
que no seamos bienvenidos, pero aquí fuera no estorbamos mucho, creo yo.
Podríamos quedarnos a escuchar.”
“Sí que es bueno,” intervino Ángelratón. “Permitan que me
presente. Soy Ángelratón Campanario Gris, y algo de música entiendo. Soy profesor
de canto de Tararina Ricatierra, hija de Demetrio. Me contrató él mismo esta
navidad, ese honor me ha hecho. Trabajo para la Escuela Dulce Voz de la Sirena,
y pertenezco a la compañía de ópera del Auditorio de esta isla.”
“¡Ah! ¡Pues nos encantaría escucharle a usted también!”
dijeron Artabán y Befana.
A partir de ahí, todo el mundo escuchó a todo el mundo.
Demetrio encogió la inmensidad de juguetes que había regalado a sus hijos
todavía más de lo que ya estaban encogidos para que pudiésemos entrar en la
casa. Brana pudo llegar hasta la puerta y nos hizo pasar, pidiendo perdón por
sus gritos, pero para justificarse se puso a señalar las montañas de trastos
que había por toda la casa y a lamentar la posibilidad de que volviesen a su
tamaño natural dentro de la mansión. Demetrio la aseguró que eso no iba a
pasar. Pero lo que me interesa contaros es lo que contaron Artabán y Befana
hablando de sí mismos.
“Como usted nunca ha oído de nosotros, Señora Brana, pues
le explicaremos quiénes somos. Empieza tú Artabán,” dijo la Befana.
“Yo era médico. Bueno, cuando era humano era médico.”
“Entonces lo sigue siendo, aunque ya no ejerce, supongo por
lo que ha dicho,” dijo Brana.
“Eso. Pues también era aficionado a la astronomía, como
tengo entendido que lo es usted. Y me carteaba con otros astrónomos. Quedé en
encontrarme con tres de ellos para seguir una estrella. Ya se imaginará usted
cual. E hice las maletas, en especial una llena de piedras preciosas y me puse
en marcha. Pero quiso la fortuna que a cada paso que daba me encontrase con
alguien que necesitaba atención médica. Y dinero. Porque muchos estaban mal
porque no tenían para comer bien. Y yo hacía paradas, y paradas y paradas y
nunca había visto tantos enfermos en la vida, hasta epidemias y pandemias se me
cruzaban, parecía que salían de debajo de las piedras, y al final no llegué a
donde iba. Bueno, llegué a Jerusalén treinta y tres años después de partir para
Belén. Y lo único que me quedaba de valor era un rubí. Y visto lo que vi ahí,
ahí lo dejé.”
“A mí me sucedió algo parecido,” dijo la Befana. “Mi padre
murió siendo yo niña, y mi madre cerró las habitaciones que él había ocupado
para trabajar y no dejaba que entrase ahí nadie del servicio ni a limpiar. Como
lo que había ahí era mi herencia, dado que no tenía ningún hermano varón que la
reclamase, decidí entrar yo misma con un plumero para quitar el polvo de los
muchos pergaminos y papiros que había en la biblioteca que fue de mi padre y que
yo había heredado. Un día se me ocurrió ponerme a leer todo aquello. Lo
encontré interesantísimo, me aficioné también a la astronomía y empecé a
cartearme como Artabán con otros astrónomos. Un día mi madre me dijo que tenía
que casarme con un señor mayor porque nos habíamos quedado sin dinero, y o me
casaba o vendíamos los papiros y demás. La obedecí. Mi marido se pasaba la vida
yéndose a la guerra, se apuntaba a cualquier guerra que hubiese, así que yo, a
pesar de estar criando a dos hijos, tenía tiempo para seguir estudiando las
estrellas. Me di cuenta de que algo maravilloso estaba pasando en el cielo,
algo que anunciaba hechos maravillosos en la tierra también. Los amigos con los
que me escribía me contaron sus planes para seguir a una estrella en
particular, y yo me apunté al viaje. Tenía que moverme con rapidez, porque iba
muy justa de tiempo. Me enteré algo tarde de todo esto. Me puse a preparar el
equipaje, metiendo los más interesantes pergaminos y papiros en mis bolsas.
“¿Pero dónde vas tú con todo eso, loca?” dijo mi marido, que no entendía de
estrellas ni milagros aparte de algún augurio sobre cómo iba a ir su última
guerra. Le expliqué que iba a nacer un ser importantísimo, hijo de Dios, y que
yo quería regalarle lo mejor que tenía para animarle a cambiar el mundo, que
era lo que venía a hacer. Y mi marido dijo, “Pero si es un dios, ya sabrá todo
lo que tiene que saber. ¿A qué llevas toda esa información?” Pero no se opuso a
que me fuese, así que la mañana siguiente, estábamos en la puerta, él listo
para irse a otra guerra y yo para perseguir a la estrella de paz, cuando mis
dos hijos, que ya estaban crecidos, se pusieron a chillar. “¡Ni se te ocurra
irte sin plancharme la túnica roja!” dijo uno. Y el otro quería desayunar. Así
que mi marido se fue, y yo me quedé para asegurarme de que las sirvientas
planchasen la túnica roja del mayor y diesen de desayunar al menor y para
explicarles que se iban a tener que entender ellos con los criados por un tiempo,
porque yo tenía que ausentarme. Total,
que a la mañana siguiente, conseguí salir de mi casa pero me encontré de frente
con la hijita de una vecina. Me dijo que su madre estaba enferma y que la
enviaba a pedirme ayuda. Fui a ver lo que pasaba y me quedé en casa de la vecina
unas cuantas noches, hasta que esta se repuso, y entonces enfermé yo. Pasó una semana
y por fin recuperada, me puse en marcha. Pero…bueno, que llegué tarde. Y nadie
pudo decirme que había sido de la gente que yo buscaba. Así que volví a Roma, a
mi casa, pero como no pude hacer el regalo que quería hacer, me dediqué a hacer
regalitos a los niños buenos que tenía cerca, sobre todo en diciembre, porque
yo vivía en Roma y allí había fiestas en esa época. Y ahora me ocupo de llevar
regalos a los niños de toda Italia.”
“Y yo aprovecho ahora para darle a usted las gracias por
los que me trajo cuando era un bebé y vivía en un campanario de Italia,” dijo
Ángelratón.
Y eso es todo lo que yo,
el hojita intelectual, tengo que contar por ahora. Gracias por leer.
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