299. El buen buque Indignante
Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, escuché
una conversación en un bosquecillo de abetos y álamos temblones y se me permite
reproducirla aquí.
“Mamá, tienes que hablar con AEterno. A mí no me quiere escuchar.”
Divina miró a su hijo Ricatierra con cierta sorpresa.
“¿No quiere escucharte? Todo el mundo te quiere escuchar.”
“Eso cuando canto. Pero no cuando hago peticiones.”
“¿Qué le has podido pedir a tu padre que él no te quiera
dar? El nunca te niega nada a ti precisamente.”
“Sé que me tiene miedo, pero yo no quiero forzarle a
concederme mis deseos. Yo soy un tipo amable, campechano, al que le gusta
gustar y quedar bien y caer bien. ¿No es así?”
“Bueno, pues dime qué es lo que quieres. A lo mejor te lo
puedo dar yo misma.”
“No sin una bronca, me temo. Yo sólo quiero que razones con
Papá, no que te enfrentes a él. No quiero meter cizaña entre vosotros.”
“Bah! Algún mal rollo siempre hay.”
“La va a montar.”
“Un poco más o un poco menos de gresca, ¿qué más da? Así que habla y dime qué te preocupa.
Y yo veré lo que puedo hacer.”
“Es sobre mis secuestradores. Los que fueron mis
secuestradores. Los últimos que me secuestraron. Ahora somos Papi y yo los que
les tenemos cautivos.”
“Si recuerdo bien, los últimos en osar secuestrarte fueron
Elucubro de los Perogrullos y Metopata Gaitero.”
“Sí. Les tenemos presos en un barquito navegando
eternamente por los Siete Mares. ¿Todavía sigue habiendo Siete Mares o ya hay
más?”
“Hay cincuenta mares conocidos en el mundo de los mortales
y muchos otros en otros mundos,” dijo la pequeña Azulina, el hadita lagartija.
Estaba ahí con su padre.
“¿A qué es lista esta cría? Me hace sentirme como un
analfabeto. Un analfabeto muy orgulloso, eso sí, orgulloso porque ella es mi
hija,” dijo Ricatierra, muy ufano.
“Ah, sí. Muy, muy lista. Ahora, sigue contándome tu
historia, cielo. Siempre tengo tiempo para ti, cariño, pero tengo cita en la
peluquería y no quiero plantar a Rosendo. El bebé me va a peinar.”
“Ah! Ya. Sé que está aprendiendo el oficio de Melvinio. ¡Imagínate!
Mi pequeñajo, el menor. No tiene ni un año y ya va a peinar a su bisa. Espero
que te deje contenta.”
“Por supuesto que lo hará. Es mi bisnieto. Me encantará cualquier
cosa que haga.”
“He tenido suerte. ¿Verdad? Al final he llegado a tener
unos hijos muy espabilados.”
“Has hecho un muy buen negocio,” dijo Divina, acariciando
la carita de Azulina.
“Pues como te iba diciendo, condenamos a Elucubro y
Metopata a vagar en un barco para toda la eternidad. Bueno, para la eternidad
menos unos días al año, favor que conseguí que les concediese Papito a base de
ponerme pesado. ¡Me cachis, que enfadado estaba con esos tíos!”
“Podrían haber matado de hambre a toda la isla, tesoro,”
dijo Divina. “No se trataba sólo de ti, aunque que secuestren a tu benjamín ya
es causa suficiente para estar furioso. ¿No lo estarías tú si secuestrasen a
Rosendo?”
“Pues sí, claro. Pero tal y como yo recuerdo lo que
ocurrió, esos tíos me trataron bastante bien. No ocurrió como Papi cree que
paso. Quiero decir que no tenían que haberme secuestrado, eso está claro, pero
no me lo hicieron pasar mal. No me torturaron ni nada y me dejaban ver la tele
y beber toda la cerveza que quisiese.”
“Eso que tenías era el síndrome de Estocolmo. Te dieron
algo que te hizo delirar a su favor, mi amor. Y me parece que aun hoy no se te ha
pasado el efecto del brebaje.”
“Eso dice Papá. El caso es que yo creo que él debe perdonar
ya a estos simplones. La última vez que pisaron tierra ni siquiera pisaron la
de Isla Manzana, como hicieron el año anterior. Saltaron al fondo del mar para
pasar la Navidad con las familias de sus novias.”
“¿Novias?”
“Estoy tan contento con mi mujer y mis hijos que creo que a
estos infelices hay que dejarles disfrutar también. ¿Por qué no les dejamos
quedarse ahí abajo para siempre?”
“¿Elucubro y Metopata tienen novias? ¿Hay mujeres más
tontas que esos dos bobos? Lo encuentro difícil de creer.”
“Hay un par de sirenas que se suben a su barco. ¿Sabes quién
es Marina, la tía buena que tiene un escuela de canto? No quiso saber nada de
ellos cuando intentaron flirtear con ella en el rastrillo navideño el año
antepasado. Pero junto con las calabazas les dio los teléfonos de unas amigas
suyas. Para quitárselos de en medio, ya sabes. Y funcionó. Esas chicas van a
verles de vez en cuando y se suben al barco.”
“Pues claro que lo harán. Y mangarán todo lo que pueden de
ahí. Porque como tú soñaste que esos memos te habían convidado a cervezas y una
tele, pues les regalaste un yate de ensueño con velas bordadas con pepitas de
oro y cargado de contenedores llenos de rubíes y perlas y más. Los habitantes
del mar tienen fama de quedarse con todo lo que flota en este cuándo se les
antoja. Y eso es lo que están haciendo esas chicas ahí, afanar todo lo que
encuentran a bordo.”
“Bueno, supongo que los tesoros ayudaron a esos tipos a
ligárselas. Pero el caso es que las sirenas estas no pueden hundir el buen
buque Indignante, porque se halla bajo uno de los hechizos de Papi.
Así que mis secuestradores no pueden vivir felices y comer besugos para siempre
jamás en las profundidades.”
“Ya entiendo. Tú quieres que yo influya en tu padre para que él
levante el hechizo. Pues mira, no creo que sea buena idea. En cuanto las
sirenitas hundan el barco, tendrán todo lo que hay de valor en el buque en su
poder. Y acto seguido se desharán de Elucubro y Metopata. Y se irán a buscar a
otros incautos. Lo estoy viendo venir.”
“Eso es lo que dice Papito.”
“Mira, hijo, me tengo que ir. Pero pensaré en esto. Luego
nos vemos,” dijo Divina.
“¿Podría yo ir a la peluquería contigo, Bisa?” preguntó
Azulina tímidamente.
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