“Soy muy corriente,
Bisabuelita,” dijo Azulina.
“Si tú supieses lo bonita
que me pareces tú a mí, no pensarías que necesitas arreglos,” le dijo Divina a
su bisnieta. “Pero resulta muy divertido emperifollarse. Eso no lo voy a negar,
así que vamos a dejar que tu hermanito empleé su magia en engalanarnos.”
“He salido a mayear,” dijo
Rosendo, “aunque todavía no sea mayo, y el mes alegre, aunque ansiado, quede lejano.
La presencia de Flora es fuerte aquí, como podéis ver, y yo he transportado
hasta este salón la primavera que ha de ser. La enredaré en vuestros cabellos,
si me lo permitís. Dejadme hacer y pronto lo veréis."
Una abundancia de flores
realmente había en el suntuoso salón de belleza de Malvinio, y pronto las
flores también abundaban en los peinados de Azulina y Divina.
Ah, y Azulina parecía
encantada con el resultado.
“Bien, ahora dime, tesoro,
¿para quién te has puesto tan guapa?” preguntó la bisabuela Divina a la niña.
“Porque para impresionarme a mí no habrá sido.”
“No creo que lo sepa
todavía,” dijo Malvinio. “Pero es seguro que habrá alguien. Hoy no la saldrá un
novio. La saldrán al menos dos.”
“¿Y qué podéis hacer para
mí?” preguntó una vocecita que pertenecía a alguien que había quedado olvidada,
tan pequeñita era que se había perdido en uno de los sillones del salón y bajo
los pliegues de una envolvente capa de peluquería.
“¿Quién eres tú,
preciosa?” preguntó Divina, escudriñando a la carita que acababa de hablar en
cuanto logró distinguirla. La capa podría haber envuelto a veinte bebes de su
tamaño.
“Anémona,” respondió.
“Creo que ese va a ser mi nombre. Lo aprueban mis hermanas. Estoy aquí para
probar peinados para mi día del nombre. Una no puede ir a una fiesta con el
pelo alborotado por el viento, ¿verdad? Yo soy hija de Vendaval y Matilde. La
menor de las tres que tienen.”
“¡Ay mi niña! ¡Entonces yo
soy tu bisabuela! ¡Y esta de aquí es tu primita Azulina! Y Rosendo también es
primo tuyo. Supongo que eso ya lo sabes. ¿Pero cuando has llegado aquí, cielo?
Me refiero al mundo, no a este salón. Es decir, ¿dónde y cuándo has empezado a
existir?”
“Ayer. En casa. Casa
Desolada. Un viento me dejó sentada en el alfeizar de una ventana. Yo di con
los nudillos en el cristal, porque quería entrar y huir de la lluvia. El dragoncito
Grrr fue el primero en detectarme y se puso a emitir gruñidos. Vendaval los escuchó y me
sopló hasta los brazos de Matilde.”
“¿Pero de dónde te trajo
el viento?” preguntó Azulina.
La niña hizo algo como
encogerse de hombros, aunque el gesto se perdió bastante bajo la capa.
“Sus padres han debido
concebirla. O sea, que se la imaginaron,” dijo Malvinio. “Así es como estas
apariciones suelen llegar a suceder. Uno empieza a tener ideas extrañas y
alguien aparece de la nada.”
“Mis padres no pueden
haberme creado pensando, pienso yo,” dijo Azulina, “porque me costó bastante
encontrarlos. Yo no sé de donde he salido tampoco,” dijo Azulina. “Lo único que
recuerdo es andar vagando por unas rocas durante algún tiempo antes de que me
fijé en alguien que me interesó. Ese fue Papá Deme. ¿Tú que dices,
bisabuelita?”
“Digo que los tres llegasteis
hasta nosotros y eso es lo que cuenta.” Divina se levantó y se acercó a Anémona
y la sacó de la capa y la sostuvo en sus brazos para estudiarla bien. “Eres muy
parecida a tus hermanas. Estoy segura de que a tus padres se les ocurriste.”
“Yo no me parezco a
Rosendo,” dijo Azulina, “ni a mis padres, ni a mis otros hermanos. No nos parecemos los
cuatro entre nosotros. ¿Nos ocurrimos a nosotros mismos?”
“Yo broté de una nuez
cuando una ardilla la cascó,” contribuyó Rosendo. “La nuez estaba en ese nogal
que hay ahí fuera, a la entrada.”
“Lo único que importa es
que se os ocurran cosas buenas,” dijo Malvinio. “Buenos pensamientos, buenos
niños.”
“El tío Arley acaba de
estar aquí para cortarse el pelo, que traía greñas. No sé lo había cortado en
un año,” dijo Rosendo. “Vino con el bisabuelo AEterno, que le preguntó mientras
yo les atendía si todavía tenía pesadillas. Las pesadillas son malos
pensamientos. ¿Es un chico malo el tío Arley?”
“¡No!” exclamaron Divina y Malvinio a la vez.
“El bisabuelo AEterno dijo
que él tiene miedo de tener pesadillas, pero que suponía que a estas alturas
Arley tenía que estar enterado de eso.”
“Bueno, pues sois los tres
muy listos y tarde o temprano os vais a enterar de esto, así que mejor os lo
cuento yo, en la medida en que pueda. Yo no he tenido una pesadilla en mi vida.
Pero vuestro bisabuelo sí. Siempre las ha tenido. Por eso juega tanto al golf y
al ajedrez, para no pensar en ellas. Bueno, pues algunas personas le culpan de
que existan los espíritus malos que de pronto aparecen por estos mundos. El
insiste en que no tiene nada que ver con ellos, pero como os acabo de decir,
hay quienes piensan que sí. No hagáis caso de la gente que le culpa. Esa gente
está equivocada.”
“¿Y no te culpan a ti?
Porque tú también eres muy mayor,” dijo Azulina.
“Desde luego que lo soy.
Pero jamás he tenido una pesadilla. Sólo dulces sueños. Mi hermana gemela sí
que tiene pesadillas. Creo que las tiene por nosotras dos. Por eso trabaja
tanto. Se mantiene muy ocupada para no pensar en cosas odiosas, pero cuando
duerme, a no ser que este tan agotada que al despertar no se acuerde de nada,
pues tiene pesadillas. Mi hijo mayor, vuestro tío abuelo Gen, trabaja mucho
también, como mi hermana, pero él duerme siempre como un tronco, y si alguna
vez sueña, tiene sueños bonitos, como yo. Sólo tiene temores o preocupaciones
cuando está despierto y ve cosas que no van bien. Entonces intenta remediar
esas cosas, sean lo que sean.”
“¿Y el Señor Excelso?”
“Nadie tiene ni idea de lo
que piensa ese. Nunca dice gran cosa.””
“¿Pero también le culpan
de crear malos espíritus?”
“No. Sólo acusan al pobre
AEterno. Excelso siempre pasa desapercibido. AEterno es más escandaloso.”
“Eso no me parece justo.
¿A qué no?” concluyó Azulina.
“Mirad, mis bisnietos, los espíritus, buenos o malos, brotan por primera vez donde tienen que brotar. Su principio siempre es donde ha de ser. Y no tiene sentido culpar a este o a aquel por eso. Bueno, a veces sí lo tiene, pero no se puede culpar a los que no crean monstruos a posta de andar creándolos. Espero que vosotros tres os parezcáis a mí y soñéis sólo cosas bonitas. Los campechanos vivimos mejor. Y vamos a dejar de hablar de esto, no sea que aflore algún problema aquí mismo.”
Y en ese justo instante las puertas del salón se abrieron de golpe y berreando “¡Malvinio!¡ Malvinio!” irrumpió en el salón Pelucón Durisilva.
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