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jueves, 15 de mayo de 2025

305. La aguja colipinta de Pietro Enjoyado


305. La aguja colipinta de Pietro Enjoyado

“¿Os gusta mi conjunto?” preguntó Pietro Enjoyado.

Cuando llegamos a su mansión, aparte del mayordomo de oro macizo y la doncella de plata esterlina que nos abrió la puerta principal, robots ambos, la primera y única persona que vimos fue alguien envuelto en ropajes de luto. Para nuestra sorpresa, esta persona era el mismísimo Pietro Enjoyado. Se quitó el tupido velo de tul negro que llevaba y vimos a un joven que no había hecho nada para que su cara no pareciese la suya.



“Te falta una lagrima,” dijo Rosendo,” o eso creo yo.”

“Mmm. ¿De veras? Puede que tengas razón,” dijo Pietro, y sacó una cajita de lápices para ojos de multiples colores de un bolsillo y pintó una gran lagrima que parecía estar deslizándose grácilmente de su ojo izquierdo. Entonces se contempló durante un par de minutos en un espléndido espejo de cristal de Murano.

“Soy el zar de los looks,” dijo orgullosamente. “No soy dueño de cien, ni de mil. Empecé a coleccionarlos cuando tenía tres añitos, entre dos y cuatro al día, y ahora tengo cientos de miles, tantos como eran dueños los zares de almas.”

“Así que, si tantos tienes, no eres mortal. Pensé que podrías serlo, porque tu tía abuela lo fue, supongo yo,” comentó Azulina, “o no se hubiese tenido que vestir de luto.”

“Pues no. Sólo su marido era mortal.”

“Pero eso no es un problema para nosotros. Cuando los mortales mueren, se convierten en fantasmas. Él y ella podrían seguir juntos, al ser ambos espíritus. Yo tengo un hermano y una hermana que son fantasmas, y viven conmigo y compartimos la habitación de los niños.”

“¡Lo que tú digas!” dijo Pietro, e hizo aparecer un abanico de negras plumas de avestruz y comenzó a abanicarse la lagrima para que no se derritiese.

“¿Podemos presentarnos y explicarte por qué estamos aquí?” pregunté yo, Dolfitos, el hojita intelectual. “Esto no es sólo sobre ti, guapito.”

“Dicho groseramente, pero sí, presentados y decidme que os trae aquí.”

Y cuando lo habíamos hecho, Pietro añadió, “¿Por qué nunca se me ha ocurrido vestirme de Luis XIV? No entiendo como se me ha podido pasar. Tal vez lo haya hecho y simplemente no me acuerde. ¡Tantos conjuntos, tantos looks!”

“¿No conservas una lista de ellos?” preguntó Azulina. “Como historiadora, yo creo que deberías tomar fotos de todos y cada uno y archivarlas.”

“Pues sí. Sí que tendría que haber hecho eso. ¿Será tarde para empezar? He perdido tantos, todos entregados y condenados al olvido. Pero volviendo a lo que os ha traído aquí, debo decir que no, no tenía ni idea de que existiese un pelucón como el que habéis descrito. Primera noticia. Gracias por la información. Claro que puedo localizar esa peluca. Mis abuelos tienen modos de encontrar joyas robadas, y este pelucón parece ser eso mismo. Sí, seguro que lo localizo. Pero no para vosotros. Para mí. Quiero ese pelucón.”

“¡Ya la hemos liado!” murmuré a los niños.

“No, el Pájaro Raro nos ha vuelto a liar,” dijo Azulina. “Nos ha mandado aquí para que nos roben el pelucón.”

“Tsk, tsk! Nada de robar. El que encuentra algo, se lo queda. Yo lo encuentro, yo me lo quedo. ¿A qué seré un espléndido Rey Sol ataviado con ese pelucón? Si es realmente tan magnífico como decís que es.”

“Esa peluca fue creada con un propósito. Y ese propósito no es decorar una cabeza hueca como la tuya. Se hizo para una cabeza con muchas tonterías dentro, pero no como las superficiales tonterías tuyas,” dije yo. “Es para una cabeza con problemas serios.”

“¿Qué parte de yo lo encuentro, yo me lo quedo no entiendes?” preguntó Pietro Enjoyado. “No me contestes. No tengo tiempo que perder. He de encontrar esa peluca antes de que la halle otro. ¿Queréis ver cómo lo hago? ¿O sufriríais viéndolo?”

“Observaremos,” le dije a Pietro, “Al menos sabremos dónde está la dichosa peluca.” Mi plan secreto era dejar que Pietro la hallase y una vez que se la hubiese apropiado con sus malas artes como amenazaba,  hacer que mis primos la volviesen a mangar para nosotros.

“Entonces seguidme a mi cámara de tesoros,” dijo él zar de los looks.

Bajamos hasta el sótano de la mansión por una escalera larga y mareante. Una vez allí, él abrió una de las ocho puertas que nos encontramos de frente. Lo hizo convirtiendo su dedo meñique izquierdo en una llave esqueleto, que es un tipo de llave maestra. Y pasamos por la puerta.

La cámara de tesoros de Pietro Enjoyado no era un lugar oscuro con pilas de tesoros esparcidos por los suelos. Era un salón pasablemente iluminado que tenía en su centro una única mesa de bronce que se estaba volviendo verde y seis sillas que hacían juego con la mesa. También verdeaban. Las paredes de ese lugar estaban forradas con cajitas fuertes de pared, pintadas de blanco. Pietro se paró delante de una, giró su dial y marcó una combinación. La caja se abrió de golpe y él retiró de su interior otra caja, rectangular, que colocó en la mesa. Luego se sentó, marcó una segunda combinación de números y esta segunda caja también se abrió. De ella sacó un estuche de terciopelo púrpura.

“Tengo lo que necesito,” dijo él, y volvimos a la habitación en la que nos había recibido al llegar. Pietro abrió todas las ventanas que había allí. Bien grandes eran. Entonces abrió el estuche púrpura  y extrajo de él un broche con forma de limosa lapponica, o sea, de aguja colipinta. 

 Habló con el broche, diciendo algo como esto: “Spione, buscamos un pelucón gigantesco, tipo siglo dieciocho, que ha sido robado por un pájaro por identificar. Debe ser uno grande, porque la peluca esa tiene que pesar lo suyo. Encuéntrala para nosotros.”

Colocó el broche en el alfeizar de una de las ventanas y este se levantó por su cuenta y se transformó en una auténtica aguja colipinta. Y salió volando.

“Esta clase de ave puede volar sin escalas desde Alaska hasta Nueva Zelanda. No dejará de volar hasta que haya hallado el pelucón. Utilizamos este objeto para encontrar joyas que mangan las urracas y pulseras de zafiros y otras piedras azules que roban los pergoleros satinados, y más. Si un pájaro grande se ha llevado la peluca, seguro que está se hallará en un nido grande, que será más fácil de divisar que uno pequeñajo. Ahora podemos sentarnos en los sofás y contemplar la búsqueda.”

Y ocupamos dos grandes sofás que había allí, uno frente al otro, tapizados en seda azul, con azucenas bordadas con hilo de oro. Entre ellos había una mesa de café dorada y sobre ella una bola de cristal del tamaño de tres pelotas de baloncesto juntas. Y en la bola vimos a la aguja colipinta volando, cumpliendo su misión.

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