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domingo, 7 de septiembre de 2025

314. La canción de Esmeraldo

 

314. La canción de Esmeraldo

“¡Niña, no te asustes, nenita! Soy un fantasma feliz. No te haré daño,” dijo Mateo a Azulina cuando la vio contemplar perpleja el desastre que había causado en el cañaveral  el liberar al barquito del que se había caído este pobre chico para ahogarse en el Lago Fosforito. “No he podido evitar escucharte llamar a Esmeraldo, y yo sé quién es ese. Sí, ha estado por aquí. Y es responsable del caos en el cañaveral.”

Mateo apenas había hablado cuando un fuerte golpetazo se escuchó, y el barquito medio podrido en el que Esmeraldo se había lanzado a los mares volvió al lugar que había estado ocupando durante años.

“¡Oh, por favor! ¡Supongo que ya no lo necesitará el nene!” exclamó Mateo.

“¡Ayyyy!” gritó Calamo, dejándose ver entre las cañas. “¡Ay, ay y ay! ¿Tengo un chichón en la tapa del coco? Lo tendré, luego,  si no lo tengo ya.”

Las cañas estaban volviendo a organizarse, dejando el cañaveral como había estado antes de que el barco fuese arrancado de entre ellas. Carpo surgió del agua y gritó, “¿Quién le está haciendo daño a Cálamo? ¿No ha sufrido ya bastante cuando le arrancaron ese pedazo de basura de barco de entre  los pelos?”

“Pensé que lo querrías devuelta, Calamito,” dijo Esmeraldo. “No seas quejica y aguanta un poquito más y te dejaré nuevo, muchacho de las cañas. ¡Ale, ya acabo! Toque final. Y ya estás como estabas, bonito. ¡Ah, hola, preciosa!” acabó Esmeraldo, fijándose en su hermana. “Vas a estar muy orgullosa de mí, Azulina.”

“¿Y si empezáis a contarme lo que ha pasado desde el principio?” dijo la niña a los cuatro muchachos.

“Ese robó mi barco para navegar por los mares y aterrorizar a todo el mundo,” acusó Mateo señalando a Esmeraldo.

“Pues ya vuelve a ser tuyo. Y eso significa que me caes bien, porque los piratas como yo no tienen este tipo de consideraciones con cualquiera,” le dijo Esmeraldo tranquilamente a Mateo.

“Tu hermano tuvo un encuentro con la dama de este lago, sí, la Fosforita le dicen a esa señora, y fue muy generoso con ella, porque la cedió un portaaviones que casi ni cabe ahí abajo a cambio de una azada roñoso y un martillo siniestro y algo de información,” contribuyó Carpo a la explicación que había pedido Azulina.

“¿Una azada?”

“Roñosa. Y un martillo. Siniestro. Ambos en un estado lamentable. Era lo único que ella poseía. ¡Nada parecido a la espada Excalibur, no!”

“¿Y la información? Tiene que haber sido buena, porque mi hermano nunca se deja timar.”

“Un soplo. La dama dijo que si él quería algo legendario, pues se rumoreaba que existía una nave infame, asquerosamente plagada de joyas, mermeladas exóticas y especias javanesas que había sido condenada a vagar eternamente por los mares sin rumbo fijo, y que sólo dos lerdos endebles se hallaban en ella para defenderla. Y Esmeraldo decidió apoderarse de esa nave.”

“Pero si sus defensores eran realmente dos debiluchos mentecatos, ¿por qué no se había hecho algún desaprensivo con la nave ya?” 

“Obviamente por  alguna buena razón. Pero no sabíamos cuál. Y cómo tu hermanito es un lanzado, quiso probar suerte aun así. ¿Fue buena?” Carpo termino su discurso con esta pregunta para el hada caballito de mar.

“Parece feliz, así que le habrá salido bien la aventura,” dijo Cálamo.

Y el hadita caballito de mar decidió contestar a la pregunta irrumpiendo en un canto. Primero hizo aparecer una pequeña concertina, y se puso a tocarla y a bailar mientras lo hacía, zapateando y chocando los talones como si estuviese celebrando en la cubierta de un buque.

“¡Oh, soy el terror de los mares! ¡Armadas nacionales destruyo yo a pares! ¡Si entre el diablo y el mar azul has de elegir, antes que tratar conmigo es mejor morir! ¡Entre el desayuno y el almuerzo, he llegado a ser, sin mucho esfuerzo, el  pirata más rico que pueda existir! ¿Qué más señores, se me puede pedir?”” 

“¿Qué? ¿Me tomas el pelo?” exclamó Azulina con asombro.

“Mi buque tiene velas tejidas con oro. ¡Su bodega rebosa con un inagotable  tesoro! De rubíes y zafiros, diamantes y esmeraldas, y corales y perlas hay interminables guirnaldas!  ¡Mermeladas de frutos exóticos y especias javanesas  en cofres de ébano incrustados con turquesas! Puede, querida hermana, que esto no signifique mucho para ti, pero es muestra y señal de éxito y triunfo para mí.”

“Pero…¿cómo?” preguntó la boquiabierta Azulina. “¿Cómo has conseguido eso?”

“Sí,” dijo Carpo. “¿Cómo ha podido un crío del tamaño de una gamba vencer a los guardianes del buque,  por enclenques lerdos que fuesen?”

“¡Atizaola no quiso enseñarme su profesión, y ahora he de ejercer  la de  un  bribón! ¡Ese tío borde no me quiso enseñar, y por eso ahora me dedico a asaltar! Pero soy tan bueno en esto que no me asusta la competencia, y os regalo un consejo, tan cierto que es pura ciencia. Aspirantes a piratas, estéis donde estéis, seguid esta regla de oro, y triunfareis. Sed veloces  cual mercurio y atizar con precisión, dándole al enemigo un fatal coscorrón. Y para rematar la faena, llevad a cabo esta acción: antes de que se enteré de que le habéis noqueado, estad seguros de que al enemigo habéis atado, y seréis los… indiscutibles… amos  de la situación.”

“¿Les dejaste inconscientes antes de que supiesen que les habías golpeado? ¿Con la azada roñosa?” Azulina cada vez estaba más estupefacta.

Esmeraldo sonrió.

“¡Con el martillo siniestro!” gritó Carpo.

“Primero le aticé a uno en la rodilla, y cuando se agachó, le di en la barbilla. ¡Y se desplomó! ¡Sí, eso hice yo! Le desplomé, yo mismo doy fe. Luego fui en busca del otro, y repetí  la operación. Y habiendo a ambos derribado y también bien atado, se acabó la confrontación. Este consejo, amigos, yo os dejo. Seguidlo sin ningún complejo, y  es seguro y fijo, fijo, fijo, que seréis el …indiscutible…amo del gran cortijo!”

“¡Os advertí que este crío era un demonio!” susurró Cálamo.

“He traído algo de merienda,” dijo Azulina. “Mamá siempre exagera al preparar una cesta así que creo que habrá bastante para nosotros cinco. Necesito una taza de té para tranquilizarme. Y he de digerir una magdalena a la vez que este notición.”

Eso dijo Azulina mientras extendía una jarapa que había extraído de una gran cesta que había traído consigo.

Y entonces…

“¡Ay, guay!” dijo la Abuela Divina a su nietecita. “No habrá jalea de guayaba entre las muchas  y maravillosas mermeladas del barco de tu hermano?“

“Yo traigo tostadas y miel y  bollos y pastelitos y tartaletas de limón. ¿Qué has traído tú, Divina? Apuesto a que  nada. Nunca estás preparada.”

Eso dijo la Abuela Celestial manifestándose de sopetón en aquel lugar al igual que había hecho  su hermana.

“Bueno,” suspiró Divina, “estoy casi segura que podría pedir que nos acercasen helado de tutti frutti.”

“Sí, de eso siempre tienes en tu congelador.”

“Hermana, me imagino que estamos aquí por el mismo motivo.”

“Imaginas bien. Pero primero vamos a merendar.”

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