314. La canción de Esmeraldo
“¡Niña, no te asustes, nenita! Soy un fantasma feliz. No te
haré daño,” dijo Mateo a Azulina cuando la vio contemplar perpleja el desastre
que había causado en el cañaveral el
liberar al barquito del que se había caído este pobre chico para ahogarse en el
Lago Fosforito. “No he podido evitar escucharte llamar a Esmeraldo, y yo sé
quién es ese. Sí, ha estado por aquí. Y es responsable del caos en el
cañaveral.”
Mateo apenas había hablado cuando un fuerte golpetazo se
escuchó, y el barquito medio podrido en el que Esmeraldo se había lanzado a los
mares volvió al lugar que había estado ocupando durante años.
“¡Oh, por favor! ¡Supongo que ya no lo necesitará el nene!”
exclamó Mateo.
“¡Ayyyy!” gritó Calamo, dejándose ver entre las cañas. “¡Ay,
ay y ay! ¿Tengo un chichón en la tapa del coco? Lo tendré, luego, si no lo tengo ya.”
Las cañas estaban volviendo a organizarse, dejando el
cañaveral como había estado antes de que el barco fuese arrancado de entre
ellas. Carpo surgió del agua y gritó, “¿Quién le está haciendo daño a Cálamo?
¿No ha sufrido ya bastante cuando le arrancaron ese pedazo de basura de barco
de entre los pelos?”
“Pensé que lo querrías devuelta, Calamito,” dijo Esmeraldo.
“No seas quejica y aguanta un poquito más y te dejaré nuevo, muchacho de las
cañas. ¡Ale, ya acabo! Toque final. Y ya estás como estabas, bonito. ¡Ah, hola,
preciosa!” acabó Esmeraldo, fijándose en su hermana. “Vas a estar muy orgullosa
de mí, Azulina.”
“¿Y si empezáis a contarme lo que ha pasado desde el
principio?” dijo la niña a los cuatro muchachos.
“Ese robó mi barco para navegar por los mares y aterrorizar
a todo el mundo,” acusó Mateo señalando a Esmeraldo.
“Pues ya vuelve a ser tuyo. Y eso significa que me caes
bien, porque los piratas como yo no tienen este tipo de consideraciones con
cualquiera,” le dijo Esmeraldo tranquilamente a Mateo.
“Tu hermano tuvo un encuentro con la dama de este lago, sí,
la Fosforita le dicen a esa señora, y fue muy generoso con ella, porque la
cedió un portaaviones que casi ni cabe ahí abajo a cambio de una azada roñoso y
un martillo siniestro y algo de información,” contribuyó Carpo a la explicación
que había pedido Azulina.
“¿Una azada?”
“Roñosa. Y un martillo. Siniestro. Ambos en un estado
lamentable. Era lo único que ella poseía. ¡Nada parecido a la espada Excalibur,
no!”
“¿Y la información? Tiene que haber sido buena, porque mi
hermano nunca se deja timar.”
“Un soplo. La dama dijo que si él quería algo legendario,
pues se rumoreaba que existía una nave infame, asquerosamente plagada de joyas,
mermeladas exóticas y especias javanesas que había sido condenada a vagar
eternamente por los mares sin rumbo fijo, y que sólo dos lerdos endebles se
hallaban en ella para defenderla. Y Esmeraldo decidió apoderarse de esa nave.”
“Pero si sus defensores eran realmente dos debiluchos
mentecatos, ¿por qué no se había hecho algún desaprensivo con la nave ya?”
“Obviamente por alguna
buena razón. Pero no sabíamos cuál. Y cómo tu hermanito es un lanzado, quiso
probar suerte aun así. ¿Fue buena?” Carpo termino su discurso con esta pregunta
para el hada caballito de mar.
“Parece feliz, así que le habrá salido bien la aventura,”
dijo Cálamo.
Y el hadita caballito de mar decidió contestar a la
pregunta irrumpiendo en un canto. Primero hizo aparecer una pequeña concertina,
y se puso a tocarla y a bailar mientras lo hacía, zapateando y chocando los
talones como si estuviese celebrando en la cubierta de un buque.
“¡Oh, soy el terror de los mares! ¡Armadas nacionales destruyo yo
a pares! ¡Si entre el diablo y el mar azul has de elegir, antes que tratar
conmigo es mejor morir! ¡Entre el desayuno y el almuerzo, he llegado a ser, sin
mucho esfuerzo, el pirata más rico que
pueda existir! ¿Qué más señores, se me puede pedir?””
“¿Qué? ¿Me tomas el pelo?” exclamó Azulina con asombro.
“Mi buque tiene velas tejidas con oro. ¡Su bodega rebosa con un
inagotable tesoro! De rubíes y zafiros,
diamantes y esmeraldas, y corales y perlas hay interminables guirnaldas! ¡Mermeladas de frutos exóticos y especias
javanesas en cofres de ébano incrustados
con turquesas! Puede, querida hermana, que esto no signifique mucho para ti,
pero es muestra y señal de éxito y triunfo para mí.”
“Pero…¿cómo?” preguntó la boquiabierta Azulina. “¿Cómo has
conseguido eso?”
“Sí,” dijo Carpo. “¿Cómo ha podido un crío del tamaño de
una gamba vencer a los guardianes del buque,
por enclenques lerdos que fuesen?”
“¡Atizaola no quiso enseñarme su profesión, y ahora he de
ejercer la de un bribón! ¡Ese tío borde no me quiso enseñar, y por
eso ahora me dedico a asaltar! Pero soy tan bueno en esto que no me asusta la
competencia, y os regalo un consejo, tan cierto que es pura ciencia. Aspirantes
a piratas, estéis donde estéis, seguid esta regla de oro, y triunfareis. Sed
veloces cual mercurio y atizar con
precisión, dándole al enemigo un fatal coscorrón. Y para rematar la faena,
llevad a cabo esta acción: antes de que se enteré de que le habéis noqueado,
estad seguros de que al enemigo habéis atado, y seréis los… indiscutibles… amos
de la situación.”
“¿Les dejaste inconscientes antes de que supiesen que les
habías golpeado? ¿Con la azada roñosa?” Azulina cada vez estaba más
estupefacta.
Esmeraldo sonrió.
“¡Con el martillo siniestro!” gritó Carpo.
“Primero le aticé a uno en la rodilla, y cuando se agachó, le di
en la barbilla. ¡Y se desplomó! ¡Sí, eso hice yo! Le desplomé, yo mismo doy fe.
Luego fui en busca del otro, y repetí la
operación. Y habiendo a ambos derribado y también bien atado, se acabó la
confrontación. Este consejo, amigos, yo os dejo. Seguidlo sin ningún complejo,
y es seguro y fijo, fijo, fijo, que seréis el …indiscutible…amo
del gran cortijo!”
“¡Os advertí que este crío era un demonio!” susurró Cálamo.
“He traído algo de merienda,” dijo Azulina. “Mamá siempre exagera
al preparar una cesta así que creo que habrá bastante para nosotros cinco.
Necesito una taza de té para tranquilizarme. Y he de digerir una magdalena a la
vez que este notición.”
Eso dijo Azulina mientras extendía una jarapa que había
extraído de una gran cesta que había traído consigo.
Y entonces…
“¡Ay, guay!” dijo la Abuela Divina a su nietecita. “No
habrá jalea de guayaba entre las muchas y maravillosas mermeladas del barco de tu
hermano?“
“Yo traigo tostadas y miel y bollos y pastelitos y tartaletas de limón.
¿Qué has traído tú, Divina? Apuesto a que
nada. Nunca estás preparada.”
Eso dijo la Abuela Celestial manifestándose de sopetón en
aquel lugar al igual que había hecho su
hermana.
“Bueno,” suspiró Divina, “estoy casi segura que podría
pedir que nos acercasen helado de tutti frutti.”
“Sí, de eso siempre tienes en tu congelador.”
“Hermana, me imagino que estamos aquí por el mismo motivo.”
“Imaginas bien. Pero primero vamos a merendar.”
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