315. La ley de tal para cual
“¿Sabe usted, joven y precoz saqueador, sobrino nieto y
ahijado mío al que siempre he apoyado y al que estoy aquí ahora para volver a
proteger, exactamente a quién le has arrebatado el barco?” preguntó La Señora Dama Doña Celestial al joven Esmeraldo.
“¡Claro que no lo sabe! ¡Qué preguntas haces, Celestial!”
protestó la Dama Divina. “Y no hables como si yo no estuviese aquí para hacer
lo mismo que tú por mi propio nieto.”
“Había dos zoquetes abordo. Ahí en el barco, quiero decir,”
dijo Azulina mientras que su hermano permanecía callado observando a las damas
cambiar entre ellas miradas de esas que matan.
“¿Y qué ha sido de esos dos? ¿Qué les ha hecho tu hermanito?”
preguntó la Dama Divina.
“Reducirles y encadenarles ahí en el calabozo del buque o
algo como eso, creo yo,” explicó la hadita azul a su abuela.
“¡Ah, pero si toda esa nave es una cárcel de lujo!” suspiró
la Dama Celestial.
Esmeraldo tocó una nota con su concertina y cantó.
“¡Su confinamiento será temporal! No ha sido su destino
fatal, porque pienso venderlos como esclavos a algún gerifalte brutal, de esos
que hay por tierras bárbaras, aumentando así mi peculio personal!”
“¡Ay, que se pasaron
los fideos!” exclamó la Dama Celestial.
“No. No. A pesar de los fideos recocidos, no creo que estaría nada bien que vendieses a Metopata
Gaitero y Elucubro Perogullo, Esmeraldo, cielito,” empezó a decir la Dama Divina. “¿Y quién iba a
querer comprar a esos inútiles? Si sus padres se alegraron cuando supieron que
habían sido condenados a galeras.”
“¿Esos tíos tienen nombre?” preguntó Esmeraldo.
“Y apellidos de
abolengo. Ahora, escuchad atentamente, Azulina y Esmeraldo, mis queridísimos
nietos, porque vuestra pobre abuelita os va a dar un consejo valioso. Hablando
de nombres, no dejéis que os impresione ningún apellido rimbombante, que el
vuestro lo es tanto como cualquiera, no voy a decir más, que sería una falta de
consideración para con el prójimo y no está bien presumir, que es de
ignorantes e incautos. Pero el consejo que realmente os quiero dar es que cuando seáis
mayores y si se os aparece sentadito en una rama o en un hongo o en una camita
de algas marinas o en cualquier parte un bebé hada sin padres que os diga que
se llama Metopata, pues que salgáis, queridos nietos, escopetados de ahí dejando
al crío atrás.”
“Debo decir,” comentó la Señora Doña Dama Celestial, “que en
esto estoy de acuerdo con vuestra abuela, pues tener un hijo desastroso no es
nada conveniente. Así que podéis hacer caso a vuestra abuela en esto.”
“¿Y si el bebé dice llamarse Elucubro?” preguntó Azulina.
“¿Huimos también?”
“Ese nombre es más engañoso, pero incluso tratándose de una
intelectual como tú, nietecita, no es un nombre muy propicio para un buen hijo,”
dijo la Señora Doña Dama Celestial.
“Nos van a demandar,” suspiró la Dama Divina tristemente.
“A no ser que… Dime, Esmeraldo, ¿les has proporcionado cerveza y les has puesto la
tele a los malhechores, querido?”
“¿Qué?” preguntó la Señora Doña Dama
Celestial. “¿Por qué tendría Esmeraldo que haber hecho eso?”
“Porque así es como Metopata y Elucubro trataron a mi chico
Richi cuando le secuestraron. Y por eso Richi quería perdonarles, porque
pensaba que habían sido amables con él mientras fue su cautivo. Así que si
Esmeraldo les ha tratado de esa manera, pues tal vez ellos piensen igual y nos
quieran perdonar.”
“¿Papi?” exclamo
Azulina, muy sorprendida. “¿Secuestraron
a Papi?”
“Esos dos zoquetes, sí, hijita,” asintió la Señora Doña Dama
Celestial. “Lo cual no dice mucho de tu padre, ¿eh, nena?”
“¡Y ahora esos sinvergüenzas querrán aplicar la ley de tal
para cual!” dijo la Dama Divina.
“¿Y esa ley cuál es?” preguntó Azulina, muy asustada.
“Si alguien te hace algo criminal, tú sólo podrás
considerarle responsable de eso hasta que le hagas algo igual de criminal a
él.”
“Ah, tú no te preocupes por tu Papi, nena. Richi siempre
está siendo acosado por idiotas y maleantes,” dijo la Señora Dama Doña
Celestial. “pero él siempre sale de todo eso bien airoso, brotando como nuevo, brillando y sonriendo
más que nunca.”
“Sí, él se lo toma muy bien y tiende a buscar razones para
perdonar a los que le ofenden, mi hijo generoso hace eso. Pero su padre
AEterno, pues no.”
“AEterno es un cascarrabias vengativo,” sentenció la Señora Doña Dama Celestial.
“La galera fue su idea, y ya sabéis lo atacado que se
siente cuando sus ideas no salen como pensó que lo harían,” dijo Divina.
“Tal vez si Esmeraldo espabila y vende a esos memos a algún
bárbaro AEterno se ponga contento. Odia a esos bobos. Seguro que verles sufrir
le hace feliz,”dijo la Dama Celestial.
“Pero Richi no estará nada conforme. Él puso todas esas
joyas y delicias a bordo del buque Indignante para que los lerdos esos no se
sintieran demasiado mal estando presos ahí. Y a AEterno le dio una rabieta
colosal cuando se enteró de eso. Y ahora Esmeraldo, con su violencia, les ha
liberado.”
“No, abuelita Divina,” protestó Azulina, “Esmeraldo les
tiene encadenados.”
“Pero han sido secuestrados por tu hermano tal y como ellos
secuestraron a tu padre y ahora ya no son peores que nosotros. Tendremos que
ponerles en libertad. Para que no nos hagan responsables de su secuestro.”
“Lo que vuestra abuelita está intentando deciros,” explicó la
Señora Doña Dama Celestial, “es que vuestro papi no se va a enfadar por esto,
pero vuestro señor abuelo va a poner el grito en el cielo.”
“Me gustaría verle hacer eso,” dijo Esmeraldo, muy chulito
él.
“Escucha, Esmeraldo. ¡No sea borde! Yo me di cuenta nada más
verte que prometías, y por eso te elegí para que fueses el legítimo heredero de
Ricatierra, pero no veo cómo voy a poder protegerte si sigues por el camino que
has tomado. Sí, creo que has dejado claro que eres un pirata de éxito, y muy
capaz de ponérselo difícil a hombres más mayores y aparentemente mucho más
experimentados que tú, pero no queremos competiciones de ese tipo en nuestra
familia. Así que vende a esos tontos a algún tío bestia de una vez y luego entrégame tu martillo y
tu azada y deja de ser pirata y encontraremos otro juego al que podrás jugar
sin entrar en conflicto con tu abuelo.”
“¿Podré quedarme con la galera, Señora Dona Tía Abuela y Madrina
mía?”
“Eso dependerá de cómo digiera tu Abuelo los fideos
recocidos.”
“Pero…¿Cómo puedes aconsejarle a este niño que venda a gente,
Celestial? ¡Cómo si no estuviesen lo suficientemente mal ya las cosas y le recomiendas al crío que se embarque en el tráfico de
esclavos!” protestó Divina.
“Veras, sí. Sí, ya sé que nosotros no hacemos eso. Pero he
pensado que tal vez AEterno lo encuentre divertido en esta ocasión. Odia a los
dos bobos que secuestraron a su hijo y piensa que viven demasiado bien en esa
galera automática y de gran lujo. Bien, pues, AEterno es tu marido. ¡Arregla
esto tú! Pero a mi Esmeraldo que no le culpen, que la lío parda.”
Mientras las dos damas discutían sobre cómo solucionar su
problema, una tercera señora quiso unirse a la merienda campestre. La Dama del
Lago Fosforito surgió tímidamente de su hogar acuoso y…
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