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martes, 23 de diciembre de 2025

320. El Apalpador

 

320. El Apalpador

Fuera en el jardín del Castillo Ator, tres niños estaban a punto de discutir la tarde del día cuya noche iba a ser nochebuena. Habían estado recogiendo hiedra y muérdago y acebo, pero no era por estas plantas que se iban a pelear.

“¡Has sido malísimo!” el hada gatito Neferhari le dijo a su tío Esmeraldo. “No vas a recibir ni un regalo esta noche de San Nicolás.”

Esmeraldo no parecía estar muy contento. Pensaba que tal vez su sobrino tuviese razón.

“Los piratas no reciben regalos de Papá Noel,” insistía Neferhari.

“¡Mi hermano no ha sido malo!” le dijo Azulina a su sobrino. “Para nada. Solo estaba jugando a ser pirata. No es un pirata de verdad.”

“El bisabuelo está que bota. Bota como unas habas saltarinas mejicanas. Casi fulminó a Elucubrio y Metopata en el bazar de Santa Lucía. La bisabuela casi no le podía contener.”

 “Esmeraldo no sabía que esos dos tontos eran presidiarios. ¿Quién iba pensar que esa opulenta galera era una cárcel?”

“Pues cuando el bisabuelo es bueno, es muy, muy bueno, pero cuando es malo, puede ser  terrible.”

“El abuelo nunca es muy, muy bueno. Es un liante en su manera de actuar. Aunque tampoco le he visto ser terriblemente malo. Dicen que aprieta pero no ahoga.”

“Azulina, te prometo que puede ser terrible. Una vez me engañó para que me metiese en un saco y luego lo cerró. Conmigo dentro.”

“Pero estás aquí ahora así que no tiró el saco al río y no te ha ahogado, Atsabesito.”

“No. Pero me dio un susto de muerte. El peor de mi vida.”

“Tu vida es muy corta,” dijo Esmeraldo de pronto. “Seguro que recibes en el futuro sustos mucho peores.”

“Soy mayor que tú aunque seas mi tío,” contestó Neferhari. “Asi que he vivido más que tú. Y…¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

“¿Qué pasa ahora, ancianete?” preguntó Esmeraldo al ver a su sobrino temblar y retroceder.

Neferhari se convirtió en el gatito negro en el que podía convertirse a voluntad y saltó al muro del castillo.

Azulina se volvió para ver qué había asustado al Atsabesito.

“¡Es cierto!” exclamó Esmeraldo, que también se había girado para echar un vistazo. “El hombre del saco ha venido a por mí.”

“¡No seas ridículo!” le regañó Azulina. “No hay nadie así en esta isla.”

“Entonces…¿qué es lo que estamos viendo?” preguntó su hermanito.

Estaban viendo a un hombre de pelo rojo y alborotado que llevaba boina, fumaba en pipa, se apoyaba en un palo y cargaba…¡un saco!“¡Eh, rapaziños! ¡Boas festas! Alguno de vosotros necesita que le palpe la barriga?”

“¡Ahhhhhhhhhh!” chillaron Esmeraldo y Azulina y salieron volando hasta donde Neferhari estaba sentado viendo cómo iba aquel espectáculo. Los tres entraron de golpe en el castillo por una de sus ventanas gritando “¡Pedubastiiiiiiiiiiiiiiis!”

“¿Ahora qué?” dijo Pedubastis, la niñera gata egipcia de los Atsabesitos. Sonaba más aburrida que alterada.

“¡El abuelo ha enviado al Krampus a cogerme!” espetó Esmeraldo.

“No, no es eso,” dijo Azulina.

“Pues claro que no,” bostezó Pedubastis. “El Krampus tiene la entrada a esta isla prohibida. Y nada tiene que hacer aquí. Si no ha atacado ni a Caldopollo Mortero Maneta, cuando ese maleante era niño promesa.”

“Y parece que tampoco ha podido coger a Elucubro y Metopata,” dijo Esmeraldo, sintiéndose algo más confiado, “así que puede que el Krampus no sea tan duro, porque hasta yo he podido vencer a esos torpes. Pero el tío que hay ahí fuera debe ser una fiera porque bebe sangre. La he visto gotear de una especie de pellejo.”

“¿No quieres ver de quién hablamos, Pedi?” preguntó Neferhari. Ya era un niño otra vez y arrastraba a su niñera a la ventana.

“Para nada quiero ver yo algo así,” protestó Pedubastis, intentando librarse de los tres niños que ahora la arrastraban a la ventana.

“Sí que tiene un saco,” dijo Azulina. “¡Míralo, Pedubastis! Parece estar lleno. Puede que haya secuestrado a otros niños. ¡Tenemos que salvarlos!”

“¡Ni modo!” gritó Pedubastis. “Ya hay bastantes niños aquí hoy, y más que habrá en casa de vuestro abuelo bisabuelo o lo que sea ese señor esta noche cuando vayamos allí a cenar.”

“Habla raro. Casi en otro idioma. ¡Dijo que quería palpar nuestras barrigas!”

“¿AEterno?” preguntó Pedubastis. Eso sí la sorpendió. “Será cuando sois gatos.”

 “No, el hombre ese del saco,” insistió Azulina. “Y Esmeraldo y yo no nos convertimos nunca en gatos.”

Entonces  Pedubastis miró por la ventana y de pronto saltó fuera del castillo, al muro que lo rodeaba y luego al jardín que había ahí fuera.

“¿Quién diantres eres y que quieres de mis niños?” le preguntó al hombre gordito que se había dirigido a los niños. Ella se había agrandado hasta llegar al tamaño de una leona, pero eso no parecía asustar al hombre.

“Soy el Apalpador,” dijo el hombre. “¿Nunca has oído de mí? Doy de comer a los niños hambrientos en Nochebuena.”

“Aquí no hay niños hambrientos. A no ser que lleves alguno en el saco.”

Y Pedubastis rasgó el saco con una de sus temibles uñas. Y del saco cayeron mogollón de castañas.

“¡Oh, no!” exclamó el hombre.

“¿Y qué significa esto?” preguntó Pedubastis.

“No hago daño a nadie. Como te he dicho, doy de comer a niños pobres en Nochebuena y deseo que tengan cenas todos los demás días del nuevo año. Palpo sus barrigas para ver si han comido, y si no lo han hecho, les alimento con castañas. Y tendrán algo que comer todas las noches, porque esa es mi magia. Ayúdame a recoger las castañas.”

“Recógelas tú, que yo voy a por un saco mejor que ese harapo multiremendado que traes ahí,” contestó Pedubastis.

“¿Podrías traerme también una bota para mi vino, que esta gotea?” preguntó el hombre. “Te aseguro que este vino es medicinal.”

“Nunca he visto a nadie como tú, pero algo me dice que tú eres un tío legal. Aunque no estás donde deberías estar. En esta isla nadie pasa hambre. Ni en Nochebuena ni nunca.”

 

martes, 9 de diciembre de 2025

319. El Coro de los Coronados


319. El Coro de Coronados

Esmeraldo había llegado al final de su cuerda. Harto de todo lo que había hecho y soportado, negociar, atacar, secuestrar y conocer a demasiados personajes extraños, el niño estalló en llanto.

“¡Buaaaaaaa!”  gritó Esmeraldo, recordándoles a todos que por muy duro que pareciese en realidad era sólo un bebé. “¡Quiero irme a casa!”

“¡Ay, pobrecito!” exclamó la Dama Esplendida. “Si sólo es un niño, aunque parezca un bravucón. ¿Sólo has estado jugando a ser pirata, ¿verdad, cariño? No eres uno realmente. Pues el destino ha querido que robases un buque que le pertenece a tu papi. Y esa es la parte afortunada de este asunto, porque al ser esa galera de tu padre, todo queda en familia. Sí, se queda en tu familia, la galerita. Generosidad y yo encontraremos entre las dos algo más adecuado para el fondo del Estanque Malhumorado de la Dama Fosforita. Pero la parte desafortunada de este asunto es que tu abuelo AEterno ha cogido manía a esos dos gamberros que tú has secuestrado y sin quererlo posiblemente liberado de su prisión. Me preguntó que podremos hacer para solucionar ese problema.”

“Si me permite una sugerencia, Dama Esplendida,” dije yo, Dolfitos, el hojita intelectual, “esos dos cazurros a los que parece haber beneficiado Gemito, pues no son tan malos como son tontos. Es cierto que tienen las peores ideas, pero por estúpidas, no por malvadas precisamente. Nuestro problema, como ha dicho usted, es AEterno, que no los puede ver ni en pintura y que va a liarla cuando se entere de que va a haber que soltarlos. Pero en cualquier caso están a punto de disfrutar de esos pocos días al año en que se les permitía abandonar la galera. Y ese es el tiempo del que disponemos nosotros para pensar en que hacer con ellos cuando se les acabe el permiso.”

“¡Ufff! Ese cascarrabias de AEterno es muy difícil de contentar. Es muy exigente y quiere que todo se manifieste en su justa medida. Ni que decir tiene que yo no le caigo demasiado bien, a pesar de que él puede ser esplendido siempre que le apetezca. De vez en cuando…pero no. Este problema se lo vamos a dejar a Divina, que es la que mejor le conoce. Lo que voy a hacer ahora es llevaros a todos a casa,” dijo la Dama Esplendida. “Sólo dadme unos minutos para empacar unas pocas cositas, cosas que en su mayoría serán para el bazar navideño de mi hija Dadivosa. Pronto será Navidad y yo misma tendría que estar ya ahí fuera.”

Como os podréis imaginar, las “poquitas cosas” que empacó la Dama Esplendida distaron mucho de ser pocas. Pero no voy a entrar en eso ahora. Sólo diré que nos llevó a los niños y a mí a la Plantación Ricatierra. Y yo también me quedé a dormir allí. Cenamos y antes de acostarnos tomamos cada uno una jarrita de manzanilla, que es una de esas cosas que vienen bien después de una aventura o un exceso. Nos despertamos tarde, varios días después de acostarnos, pero no tan tarde que no pudimos asistir al Concierto de los Coronados.

¿Y qué  o quiénes exactamente son los coronados? Eso me podríais preguntar, de no saberlo. Pues os cuento para que lo sepáis que un día de diciembre, los niños hada que han cumplido siete años dentro del año en curso o que van a cumplirlos antes de que este se acabe, se juntan para celebrar su mayoría de edad. Se organiza una fiesta para ellos, que incluye un espectáculo en el que los niños participan. Forman un coro y cantan canciones para deleitar a sus familias y amigos. Ellos mismos componen la música y escriben la letra de la mitad de las canciones que cantan. La otra mitad de las canciones son tradicionales, o la obra de otros niños coronados con anterioridad, viejos hits, en este caso, que triunfaron en su momento y han pasado a ser clásicos. Las canciones que estos niños escriben suelen ser de melodía dulce, aunque puede haber sorpresitas, y siempre hay algo que resulta algo raro en las letras. Pero suelen ser buenas, y todos contentos. 

El hada murciélago Ángelratón Grigio, que ha llegado a ser un gran divo además de profesor de la escuela de voz de la sirena Marina O’Toora, dirigió al coro este año. Pero ahora me preguntareis por qué a esos niños cantores les llaman los coronados. Pues es porque al haber alcanzado la mayoría de edad ya mandan en sí mismos, y son monarcas casi absolutos de sus hogares ideales, que pueden reclamar a partir del uno de enero del año nuevo. Y para su fiesta llevan coronas que muestran que son libres y se gobiernan a sí mismos. La mayoría de estos niños son buenos. Este año lo son los doce que se han emancipado, así que se espera que todos sigan viviendo en Isla Manzana. Doce es un buen número para formar un pequeño coro, pues ha habido años en los que sólo dos o tres o incluso uno o ningún niño ha cumplido siete años. Y como los de este año además ensayaron mucho y cantaron bien, pues todos contentos.  El coro remató su actuación recordando a su público que en breve se iba a celebrar el gran bazar navideño de Generoso y Dadivosa, y que se esperaba que todos los presentes también lo estuviesen allí. Y la última canción que cantaron, acompañados por siete arpistas con arpas de oro, fue Luminosa Lucía, cuya letra voy a publicar aquí por si no la conocéis. Personalmente esta canción es una de mis favoritas, pues su autor y compositor es un hada nacida en el Bosque Triturado y describe nuestras costumbres.

Arriba en los cielos la luna palidece, pugnando con nubes oscuras que la quieren velar,

Por ver y ser vistas luchan estrellitas, con tristes nieblas que las quieren ocultar,

Más entre encajes de ramas negras y desnudas, todavía logran titilar, y el viento está quedo, en bloque de hielo el frío lo pudo congelar.

¡Pon fin a esta noche casi sin día, devuélvenos la luz, Luminosa Lucía!

Nuestros lechos calentitos hemos dejado, pues recibir a Lucía se nos ha antojado y la hemos salido a buscar,

Ahí en el bosque los pinos y nos, cubiertos de nieve no dejamos de temblar y de tiritar,

Pies calzados y dedos enguantados,  rojas narices, carrillos colorados y rodillas que chocan sin hacerse sonar.

¡Pon fin a esta noche casi sin día, devuélvenos la luz, Luminosa Lucía!

En esta más larga noche los bostezos ahogamos y ver un prodigio despiertos anhelamos.

¡Cantad ahora en la oscuridad, como la alegre alondra la voz alzad!

Lo negro se torna un azul oscuro, luego rosa y entonces claridad, pues siempre amanece cuando es mayor la oscuridad.

¡Pon fin a esta noche casi sin día, devuélvenos la luz, Luminosa Lucía!


jueves, 27 de noviembre de 2025

318. Los otros habitantes del Castillo Nube

 

 318. Los otros habitantes del Castillo Nube

“Vosotros a los que estamos escuchando sin poder evitarlo!” cantó el coro de destellantes lucecitas. “¿Hemos oído bien? Es vuestra intención ver a Esplendida?”

“Eh…pues sí,” dije yo. “Por eso hemos venido. Por eso y por lo que acabamos de hacer, que era presentarle las virtudes a Esmeraldo. Esa parte de nuestro negocio ha quedado hecho, yo creo. Y bien hecho. Estoy seguro de que hemos logrado algo viniendo  aquí. Tú serás mejor persona a partir de ahora que ya sabes como serlo. ¿A qué sí, Gemito?”

Esmeraldo se dio cuenta de que era necesario decir que desde luego que mejoraría su conducta si es que quería resolver la cuestión de la propiedad legal del buque Indignante.

“Prometo tener en consideración todo lo aprendido aquí e intentaré hacer las cosas de mejor manera. Eso tendrá que bastar por ahora. ¡No puedo hacer más hasta que haya digerido todo esto y tenga la oportunidad de actuar, vosotros que me estáis cerrando el paso!” y añadió, porque pensó que tal vez no había convencido a los guardianes lo suficiente, “Lo digo de corazón, de verdad de la buena.”

Ahora, los guardianes no eran tontos y mientras él había estado soltando su discurso ellos habían enviado a uno de los suyos a hacer averiguaciones. Y ese guardián volvió diciendo, “Parece que hay un desacuerdo sobre a quién le pertenece cierta rica galera, y esta gente ha venido a zanjar esa cuestión antes de que la disputa se ponga fea. La nave es estupenda y podría pertenecer a la Señora Esplendida. Creo que deberíamos dejar que vean a dicha señora.”

“El problema está en que todavía no la hemos soltado,” dijo otra de las luces. “¿No podrían esperar estos hasta la Navidad?”

“¡¡¿¿Soltar??!!” exclamó Azulina, asustada al escuchar como hablaban las lucecitas.

“Creo que vamos a tener que dar explicaciones,” dijo otra de las lucecitas. “¿Lo hacemos?”

Y el coro dijo, en coro, “Este castillo no es solo la residencia de las Virtudes Remediales, que batallan contra los siete viles vicios que preferimos ni nombrar aquí. También residen aquí, en su propio espacio, los Siete Excesos de Virtud, siendo la dama Esplendida uno  de estos.”

“¿Pero residen aquí o los tenéis retenidos aquí?” preguntó Esmeraldo, que a pesar de su tierna edad ya tenía experiencia secuestrando a gente.

“Estos seres no son malos,” dijeron las Lucecitas. “De hecho, son demasiado buenos. Y eso pues…puede traer problemas. No podemos echarles de la Isla. Ni siquiera de su espacio aéreo, que es donde se ha decidido que han de habitar.”

“Eso me suena a orden de alejamiento o de internamiento,” dijo Esmeraldo. “¿Es que tenéis aquí un manicomio? Porque si no se trata de una cárcel…”

“No, no, no y no!” protestaron airadamente las luces centellantes, todas centelleando a la vez con indignación. Y entonces quedó claro que a pesar de su vehemencia inicial, había algo de disensión también entre ellas.

“El auténtico manicomio está por ahí abajo, muy abajo, en un lugar innombrable.”

“¿El foso sin fondo?”

“¡¿Horror!!” chillaron todas las lucecitas, al oír nombrar ese lugar.

“Sí, pero no exactamente. Los Siete Pecados Capitales tienen cada uno su trono de príncipes ahí abajo,” dijo una de las luces. “Vaya, ya he hablado. Bueno, pues sigo. El líder al que esos maleantes obedecen permite que los súbditos de estos príncipes vaguen por el mundo de los mortales reclutando a todo el que puedan. Nosotros no forzamos a nadie a permanecer aquí. Los Excesos de Virtudes están aquí voluntariamente. Este es un hogar. Su hogar, dulce hogar. Ellos no saben controlarse, pero nos permiten ayudarles a hacerlo.”

“Nuestros visitantes comprenderán todo esto mejor cuando conozcan a los Excesos, creo yo,” dijo otra de las luces. “Por favor recordad que hablamos de gente con buenas intenciones que quieren controlarse pero no siempre pueden.”

Entonces seguimos a las luces y cruzamos un patio interior, llegando al otro lado del castillo. Y entramos en un gran salón amueblado como un cuarto de estar. Ahí hallamos a varias personas que estaban cada una a lo suyo.

“Niñita,” dijo un hombre barbudo que estaba junto a la puerta, dirigiéndose a Azulina, “¿por qué no llevas el cabello cubierto? Muestras tus encantos demasiado descaradamente. ¿No te das cuenta de que podrías meterte en un lío por eso? Algún desalmado podría secuestrarte.”

“¿A mí? ¿Pero por qué iba a querer alguien hacer eso?” dijo Azulina inocentemente.

Una señora muy guapetona cuya esplendida cabellera estaba pero que muy a la vista y que llevaba más esmeraldas y amatitstas encima que un árbol de navidad lleva adornos, empezó a troncharse de risa y le dijo a Azulina, “Para que laves sus calzoncillos sucios.”

“¡Sí!” dijó otra señora que estaba de rodillas fregando el suelo a pesar de su elegante vestido de terciopelo rematado con encaje belga. He de decir que el suelo ya estaba de por sí más limpio que cualquiera que he visto relucir en mi vida. “Algunas personas son demasiado vagas para lavar su propia ropa. No hagas caso al Señor Pudibundo, querida. Sólo quiere protegerte. Pero no puede evitar exagerar. Está en su naturaleza. Ahora, sed los tres tan amables de flotar por encima del suelo. No es que me importe tener que volver a fregarlo. Es que tengo demasiadas cosas que hacer, corazones. Si no, no sería la Dama Adicta al Trabajo.”

“Pues yo creo que es un poco vanidosilla esta niña, mostrando esas tremendas trenzas tan bonitas. Tú cabello es realmente hermoso, nena, pero precisamente por eso deberías cortártelo al rape. Tú no querrás que te llamen presumida, Y haría que se sintiesen mal aquellos que lo viesen y no pudiesen igualarlo con el suyo. Personalmente a mí no me importa nada. Estoy acostumbrado a ser casi calvo y tan gris como un ratoncillo. Y nunca te haría daño por envidia. No sería capaz. Pero los hay que sí te lo podrían hacer. Aquí no, claro. Aquí estás segura. Como lo estamos nosotros. Aquí estamos protegidos hasta de nosotros mismos.”

Ese discurso lo soltó un hombre que estaba sentado junto a un paragüero lleno de varas de medir, cintas métricas, balanzas y más cosas parecidas.

“Vuelve a ponerte a leer tu libro favorito, cariño,” dijo la señora enjoyada a ese hombre. “Uriah Heep es el villano favorito del Señor Manso,” nos explicó a nosotros, y el señor se volvió a sentar en silencio, cogió una edición baratita de David Copperfield y clavó sus ojos en ella, como si se sintiese demasiado consciente de haber hablado de más.

“¡Hipócrita!” murmuró suavemente el Señor Manso fijándose en una ilustración del Señor Heep.

“No le gustan nada los que sólo fingen se humildes,” sonrió un viejecito de cara alegre, apretando el hombro del Señor Manso para animarle. “No te alteres mucho con el Sr. Heep, viejo amigo, que ya sabes que pagará por sus fechorías.”

Mientras este hombre hablaba, no nos quitaba los ojos de encima, cosa que llevaba haciendo desde que entramos en la habitación. Y por fin tuvo la oportunidad de decirnos, “Me estoy muriendo por saber que puedo hacer por vosotros. ¿Qué va a ser? ¡Decídmelo! Pedid y se os dará!” 

“Estamos aquí para ver a Esplendida,” dijo Esmeraldo, sin perder el tiempo.

“¡Oh!” dijo el Señor Servil, sonando un poco decepcionado. “Pues claro que sí. Ella es tan…estupenda. No hay quién compita. Pero si hay algo que yo pueda hacer por vosotros, no dudéis en pedírmelo. Sabed que estoy más que dispuesto a complacer.”

“¿Esplendida?” dijo la dama enjoyada. “¿Qué podrían querer de mí un nene verdecito, una damita azul y un hojita con gafas apabullantes? Seguro que es por el furor del black Friday! ¿O es porque se acerca la navidad?”

“Ay,” suspiró la Dama Adicta al Trabajo, “una temporada  maravillosamente plagada de cosas que hacer. ¡Maravillosa Navidad! Pero todavía queda rato para eso. ¿No es así, Apatía?”

“A mi no me importa esperar,” dijo una señora que parecía una ancianita de lo quietecita que estaba sentadita en una esquina del salón.

“Lo sé. Demasiado para los nervios de alguien como tú, la Navidad. ¡Qué pena que no puedas espabilar un poco y ponerte a ayudarme a organizar las fiestas!”

“Escuchad, tesoros,” dijo la voluptuosa Esplendida, “yo no voy a echar una sola moneda de aguinaldo en vuestra gorra de mendigos viejos. Una bandada entera y verdadera de gansos es lo que voy a echar ahí para que podáis celebrar a lo grande. Pedid por esas boquitas y así sabré lo que daros. No me llaman la Opulenta por nada.”

“Me gustas,” dijo Esmeraldo antes de que pudiese hablar otro. “Esta señora habla mi idioma. ¿He dicho que me gustas? Me encanta tu actitud. Pero antes de que empiece usted a repartir regalos, Dama Esplendida, podría decirme porque no se halla Exceso de Templanza en esta sala?”

“¡Oh, pero si Escasez está aquí! Andará por ahí detrás de las cortinas para que parezca que aquí falta de algo.”


lunes, 17 de noviembre de 2025

317. Las Siete Virtudes Remediadoras

 317. Las siete virtudes remediadoras

Así que una mañana, bien soleada pero de aire fresco y crujiente, fuimos paseando en dirección a la Colina del Cáliz, caminando entre hojas de hermosos colores que caían por ser otoño y que formaron guirnaldas que adornaron nuestro cabello. Claro que yo, Dolfitos, el hojita intellectual, no tengo pelo. Pero Azulina tiene gruesas trenzas azules y Esmeraldo una cresta verde. Y yo, aunque como acabo de decir, no tengo pelo por ser un hojita, si llevo gafas por ser un intellectual, y algunas hojas, de las más chiquitas, quedaron pilladas en mis gafotas.

La Colina del Cáliz es un montículo con forma de justo eso, de cáliz. Se encuentra en una explanada en la que no hay un solo árbol, pero es siempre verde porque siempre está cubierta de hierba siempre verde. También se pueden encontrar ahí unos cuantos pensamientos blancos, gigantes,  y la cima del montecito tiene la forma de la tapa de un cáliz, con una cruz que de lejos parece pequeña. Y bajo ella está enterrado uno que fue y será rey, pero no voy a entrar en eso, aunque el lugar estaba, como casi siempre lo está, plagado de turistas que escalan hasta esa tumba por las rampas moradas que llevan a la cima. Esta gente estaba, como suele estar, tomando selfies con un fondo precioso de una vista que se vuelve cada vez más y más hermosa conforme se avanza, y por esto tomaban foto tras foto tras foto, cada vez más perfectas.

Pero nosotros íbamos camino de una nube que flota por encima de la colina, un poco a la izquierda, para no inmiscuirse en los asuntos de los turistas que poco sospechaban que había algo grandioso en la nube con forma de castillo que flotaba entre otras de formas distintas en el cielo azul.  Quería ser una nube muy privada y lo era, nuestra nube castillo. Tuvimos que llamar a la puerta una docena de veces antes de que alguien nos contestase.

“¡Vosotros que estáis de pie ante nuestra puerta! ¿Quiénes llaman?” cantó un coro de voces melodiosas.

Y nosotros contestamos, “¡Vosotros que guardais a las Virtudes! ¡Dejadnos pasar! Somos gentes de buena voluntad.”

Hay un montón de guardias ahí arriba, y todos tienen que ponerse de acuerdo para dejar pasar a alguien. Así que llevó un ratito que nos estudiasen y que llegasen a un acuerdo.

“¡No estamos seguros sobre el nene verde ese!” cantaron las voces al fin.

“¡Vosotros que guardais a las virtudes! Él no es bueno del todo, pero tampoco es malo del todo. Es muy amable con su hermanita. Y está aquí para convertirse en una persona mejor por haber conocido a las Virtudes.”

Tuve que decir eso, porque si no lo hubiese dicho, creo que Esmeraldo no hubiese sido bienvenido ahí. No podíamos decir que la razón por la que habíamos acudido era una disputa sobre la legítima propiedad de un barco pirata.

“¡Vosotros que queréis mejorar vuestro carácter! ¡Avanzad ahora!”

Ahora, las Virtudes nunca dejan escapar la oportunidad de hacer el bien, así que cuando oyeron los guardias que Esmeraldo quería ser bueno, pues no podían echarnos de ahí. Y se arriesgaron a abrir la puerta del castillo, puerta a veces densa y esponjosa y otras veces vaporosa, pero siempre decididamente inexpugnable. Sí, parecía débil, pero no lo era. Tampoco lo eran las muchas lucecitas que se podían ver brillando en el interior del castillo y que eran sus guardianes. Se podían ver reluciendo incluso a pesar de que el interior estaba lleno de una hermosísima marea de luz dorada que fluia por todo el lugar. Y en ningún momento toda esta iluminación hería la vista, a pesar de lo brillante que era.

“Muy monos los diamantitos,” murmuró Esmeraldo, y Azulina rápidamente le hizo callar. Lo que estuvo bien, porque él era demasiado materialista y podría haber intentado llevarse a algunos de los pequeños guardianes para su cofre de tesoros. Desde luego que podían pasar por diamantes y sí que eran joyas a su manera.

“¡Avanzad, avanzad, avanzad! ¡Avanzad, avanzad, avanzad, avanzad!” ordenó el bendito coros de guardianes, colocándose a los lados de nuestro camino vertical hasta que se volvió horizontal y nos encontramos ante un trono simplemente precioso. Sí, simple pero magnifico por su sencillez.


Había un joven sentadito en él, muy quitecito, que dijo, “Soy Humildad. Necesariamente la primera virtud que hay que conocer  si se quiere aprender, pero sólo por eso la primera. Me alegro de conoceros, vosotros que queréis aprender sobre virtudes, y sobre como remediar vicios. Avanzad y conoced a mis maravillosos hermanos y hermanas.”

Nos movimos horizontalmente y paramos ante un segundo trono, que tenía la forma de un gran árbol, verde con hojas de jade verde y repleto de frutas de muchas clases, y con parras de uvas amatistas colgadas en él. Y así conocimos a Generosidad, una doncella cuyas manos abiertas siempre ofrecían estupendos frutos. “Todo vuestro si realmente lo queréis, todo vuestro con que sólo lo necesitéis. Cuanto más doy, más tengo,” nos dijo. No estaba sentada sobre su esplendido árbol, sino de pie ante él, volcándose un poco hacia nosotros. Azulina agarró a Esmeraldo del brazo al primer movimiento que hizo y el protestó, “¡Pero si dice que nos la podemos llevar!” Y Azulina hizo callar a su hermano.

Y una vez más dimos unos pasos y nos hallamos ante Caridad, muchacho que sonrió con una sonrisa que iluminaba y que llevaba su corazón en su mano.  Había un pelícano sentado detrás de él en un trono que parecía un nido. La mejor de las sonrisas de Caridad fue para Esmeraldo. Y todo lo que dijo fue “¡Bienvenidos!” pero te dabas cuenta de que lo decía de corazón.

“¿Por qué tiene un pelícano por mascota?” preguntó Esmeraldo.

“Es un símbolo, no una mascota,” le expliqué al niño. “Se dice que el pelícano es capaz de arrancarse el corazón para dárselo de comer a sus crías.”

“¿Y muere ahí mismo? ¿Delante de ellas?”

“Sólo es una leyenda. No hace falta que muera. Afortunadamente.”

Seguimos adelante y nos encontramos con Castidad, un jovencísimo caballero con una armadura blanca cual las azucenas y cuyo trono era un caballo y cuyo caballo era un unicornio y cuyos ojos nos veían, pero también veían más allá de nosotros. “Hola,” nos saludó.


Y después conocimos a Templanza. Firme era, y sostenía dos copas y vertía un arcoíris líquido de una a otra sin derramar una sóla gota. “El equilibrio es lo mejor,” nos aconsejó Templanza. 

La siguiente fue Paciencia, sentada sobre un reloj de arena y rodeada de capullitos de flores por florecer. Y sonrió tímidamente.


Y por último conocimos a Diligencia, una chica ocupada que escribía con una pluma de pavo real en un cuaderno de oro. Estaba sentada ante un escritorio, rodeada de libros que volaban lentamente a su alrededor, encuadernados en colores muy vistosos, pero había una escoba muy tiesa detrás de ella, y en la mesa, muchas cosas, como una escuadra y una regla, un martillo y un compás, y había cerca un telescopio, y en el suelo un cuenco con agua que fluía de alguna misteriosa parte pero no inundaba nada, aunque también había por allí una fregona con su cubo. Pero aunque había ahí muchas cosas, y algunas estaban en movimiento, todas parecían estar en su lugar, y no parecía haber desorden.

Diligencia nos saludó y volvió a lo suyo.

“¿Haber visto a toda esta gente ha hecho que yo sea mejor?” preguntó Esmeraldo. “Yo soy diligente. Siempre lo he sido. Yo hago mi trabajo a conciencia.”  Y pudimos ver como Diligencia se reía un poco por lo bajinis, pero sin distraerse de su labor.

“Es cierto que no eres ningún vago indecente, pero se supone que debes ser diligente al hacer cosas buenas y no esos trabajos inmundos que eliges hacer,” le dije al niño. “Y espero que haber conocido estas Virtudes mejore tu carácter y te sirva para saber a que debes aspirar.”

“Estas virtudes casi parecen niños,” comentó Azulina. “¿Por qué? Yo creía que serían todas señoras mayores, como la abuela y la Tía Abuela Celestial. Estoy segura de que en realidad son ancianas.”

“Probablemente sean como niños porque eso hace falta para vivir en un sitio como Isla Manzana, aunque sea en su espacio aereo. Al menos, hay que serlo por dentro. Y esta gente hasta lo parece por fuera,” le dije yo a la niña.

“¿No hay más virtudes?” preguntó Azulina. “El coraje, por ejemplo. El valor es una virtud.”

“Sí. Y estoy seguro de que estas siete virtudes son muy valientes. Hay que serlo para ser bueno. Pero estas son las Virtudes Remediadoras, las que se oponen a siete vicios capitales. Y desafortunadamente no estamos aquí en realidad para aprender sobre virtudes. Vinimos para consultar a una señora llamada Esplendida sobre el dudoso buque El Indignante.”

viernes, 17 de octubre de 2025

316. La dueña original del buque El Indignante

316. La dueña original del buque El Indignante

Cuando estaba fuera del agua la Dama del Abismo no parecía un monstruo durante largo rato. Poco a poco se iba poniendo bastante guapa. Rosendo, que había estado silenciosamente presente entre los presentes todo ese rato, peinando delicadamente la cabellera de cañas del pobre Cálamo,, sintió el deseo de darle un nuevo look al pelo de la Dama Abismal también, pues la única cosa desagradable que se podía decir del aspecto de esta señora cuando llevaba unos minutos fuera del agua era que tenía malos pelos.

“¿Puedo quedarme con la nave? Ahora que los malefactores van a ser liberados, el barco quedará sin dueño, ¿no? Por favor dádmelo a mí. No lo subastéis ni nada de eso, pues no tengo un céntimo para comprarlo. Precisamente es por eso que lo necesito. No tengo ningún tesoro en el fondo de este lago. Cuando me pidió un arma legendaria, sólo pude darle a este nieto emprendedor suyo, Dama Divina, una azada y un martillo.”

“Ambos roñosos,” asintió Esmeraldo Gemaverde dando fe y testimonio.

“¡Pero vaya cara tiene esta! ¡Vaya, vaya, Abismal! Tú no te cortas,” dijo la Dama Celestial. “¿Cómo puedes siquiera pensar que una maravilla como esta galera podría acabar en un lago cateto como el tuyo?”

“Mi lago es más profundo que cualquier otro. Puede que no sea extenso, pero no lo hay más profundo en ninguno de los dos mundos. ¿Y quién pensaría en buscar un tesoro aquí en un lago cateto, como dices que es este? Estará muy seguro aquí.”

“Siempre corren rumores,” advirtió la Dama Celestial.

“Lo defenderíamos como fieras, pues es conocida la ferocidad de los Abismales del Lago Fosforito. ¡Ay de los que intentasen extraer la galera de nuestras aguas!”

“La galera es el botín de Esmeraldo,” dijo la Dama Celestial. “No puedes privarle de ella. La ganó legalmente según las reprobables leyes de la piratería.”

“Pero si ya no me interesa,” dijo Esmeraldo Gemaverde. “Me aburre jugar a pirata. Ahora quiero ser agente de aduanas.”

“¿Pero que barbaridades dices? ¡No tenemos nada de eso en Isla Manzana!” bufó la Dama Celestial.

“Razón de más para que yo sea uno. ¡Seré el primero! Y anuncio desde ya que aceptaré sobornos. ¡Sobornos generosos!”

“Tú sigue diciendo tonterías innovadoras como esa, Gemito, y acabarás durmiendo en el jardín de cierta niña junto a un loco que intentó convertirnos en humanos,” advirtió la Dama Celestial a su sobrino nieto y hada ahijado.

Y la Dama Divina intervino para explicar cómo eran las cosas de la isla bendita.

“Casi todas las cosas entran y salen libremente de la isla, a voluntad de sus dueños. Si alguien intenta colar algo inapropiado siempre hay vecinos metetes que le detienen, como tu tío Gentillluvia, que tiene controlado a Caldopollo Maneta y Mortero, o como se llame ese chico malo local. Se le permite sacer bienes posiblemente malignos de la isla pero no importar cosas nocivas.”

“¿Caldopollo qué?” preguntó Esmeraldo.

“No le des ideas al niño, Divina,” dijo la Dama Celestial. “Puede que no te hayas dado cuenta, pero acabas de presentar a tu nieto a ese maleante.”

“No  tenéis por qué preocuparos, abuelita y tita madrina. Yo no pienso cooperar con ningún pollo que se ha dejado hacer caldo. No necesito hacerlo. No tengo porque temer a la competencia. Soy el mejor en lo mío. Ese estará fuera del juego en cuanto yo empiece a jugar al mío.”

“¿Puedo quedarme el buque o no?” dijo la Dama Abismal que empezaba a impacientarse.

“Verás, Fosforita. En verdad esa nave le pertenece a Esplendida, que es el hada madrina de Richi y que se la facilitó. Creo que si ya no tenemos uso para ella, deberíamos devolvérsela a su dueña original. Es con Esplendida con quién tendrás que hablar,” le dijo la Dama Divina a la Dama Abismal. 


domingo, 21 de septiembre de 2025

315. La ley de tal para cual

 


315. La ley de tal para cual

“¿Sabe usted, joven y precoz saqueador, sobrino nieto y ahijado mío al que siempre he apoyado y al que estoy aquí ahora para volver a proteger, exactamente a quién le has arrebatado el barco?” preguntó La Señora Dama Doña Celestial al joven Esmeraldo. 

“¡Claro que no lo sabe! ¡Qué preguntas haces, Celestial!” protestó la Dama Divina. “Y no hables como si yo no estuviese aquí para hacer lo mismo que tú por mi propio nieto.”

“Había dos zoquetes abordo. Ahí en el barco, quiero decir,” dijo Azulina mientras que su hermano permanecía callado observando a las damas cambiar entre ellas miradas de esas que matan.

“¿Y qué ha sido de esos dos? ¿Qué les ha hecho tu hermanito?” preguntó la Dama Divina.

“Reducirles y encadenarles ahí en el calabozo del buque o algo como eso, creo yo,” explicó la hadita azul a su abuela.

“¡Ah, pero si toda esa nave es una cárcel de lujo!” suspiró la Dama Celestial.

Esmeraldo tocó una nota con su concertina y cantó.

“¡Su confinamiento será temporal! No ha sido su destino fatal, porque pienso venderlos como esclavos a algún gerifalte brutal, de esos que hay por tierras bárbaras, aumentando así mi peculio personal!”    

 “¡Ay, que al nene se le pasaron los tallarines!” suspiró la Dama Celestial.

“No. ¡No! A pesar de los fideos recocidos, no creo que estaría nada bien que vendieses a Metopata Gaitero y Elucubro Perogullo, Esmeraldo, cielito,” empezó a decir la Dama Divina. “¿Y quién iba a querer comprar a esos inútiles? Se les nota demasiado que son tontos. Si sus padres se alegraron cuando supieron que habían sido condenados a galeras. Aliviados se encontraron de que les hubiesen trincado.”

“¿Esos tíos tienen nombre?” preguntó Esmeraldo.

 “Y apellidos de abolengo. Ahora, escuchad atentamente, Azulina y Esmeraldo, mis queridísimos nietos menores, porque vuestra pobre abuelita os va a dar un consejo valioso. Hablando de nombres, no dejéis que os impresione ningún apellido rimbombante, que el vuestro lo es tanto como cualquiera, no voy a decir más, que sería una falta de consideración para con el prójimo y no está bien presumir, que es de maleducados e incautos. Pero el consejo que realmente os quiero dar es que cuando seáis mayores y si se os aparece sentadito en una rama o en un hongo o en una camita de algas marinas o en cualquier parte un bebé hada sin padres que os diga que se llama Metopata, pues que salgáis, queridos nietos, escopetados de ahí dejando al crío atrás.”

“Debo decir,” comentó la Señora Doña Dama Celestial, “que en esto estoy de acuerdo con vuestra abuela, pues tener un hijo desastroso no es nada conveniente. Y luego está todo el follón de plantearse cambiarlo por un humano bueno. ¡Qué cargo de conciencia! Así que podéis hacer caso a vuestra abuela en esto.”

“¿Y si el bebé dice llamarse Elucubro?” preguntó Azulina. “¿Huimos también?”

“Ese nombre es más engañoso, pero incluso tratándose de una intelectual como tú, nietecita, no es un nombre muy propicio para un hijo satisfactorio,” dijo la Señora Doña Dama Celestial.

“Nos van a demandar,” suspiró la Dama Divina tristemente. “A no ser que… Dime, Esmeraldo, ¿les has proporcionado cerveza y les has puesto la tele a los malhechores, querido?”

¿Qué?” preguntó la Señora Doña Dama Celestial. “¿Por qué tendría Esmeraldo que haber hecho eso?”

“Porque así es como Metopata y Elucubro trataron a mi chico Richi cuando le secuestraron. Y por eso Richi quería perdonarles, porque pensaba que habían sido amables con él mientras fue su cautivo. Así que si Esmeraldo les ha tratado de esa manera, pues tal vez ellos piensen igual y nos quieran perdonar.”

¿Papi?” exclamo Azulina, muy sorprendida. “¿Secuestraron a Papi?

“Esos dos zoquetes, sí, hijita,” asintió la Señora Doña Dama Celestial. “Lo cual no dice mucho de tu padre, ¿eh, nena?”

“¡Y ahora esos sinvergüenzas querrán aplicar la ley de tal para cual!” dijo la Dama Divina.

“¿Y esa ley cuál es?” preguntó Azulina, muy asustada.

“Si alguien te hace algo criminal, tú sólo podrás considerarle responsable de eso hasta que le hagas algo igual de criminal a él.”

“Ah, tú no te preocupes por tu Papi, nena. Richi siempre está siendo acosado por idiotas y maleantes,” dijo la Señora Dama Doña Celestial. “pero él siempre sale de todo eso bien airoso, brotando como nuevo, brillando y sonriendo más que nunca.”

“Sí, él se lo toma muy bien y tiende a buscar razones para perdonar a los que le ofenden, mi hijo generoso hace eso. Pero su padre AEterno, pues no.”

“AEterno es un cascarrabias vengativo,” sentenció la Señora Doña Dama Celestial.

“La galera fue su idea, y ya sabéis lo atacado que se siente cuando sus ideas no salen como pensó que lo harían,” dijo Divina. 

“Tal vez si Esmeraldo espabila y vende a esos memos a algún bárbaro AEterno se ponga contento. Odia a esos bobos. Seguro que verles sufrir le hace feliz,”dijo la Dama Celestial.

“Pero Richi no estará nada conforme. Él puso todas esas joyas y delicias a bordo del buque Indignante para que los lerdos esos no se sintieran demasiado mal estando presos ahí. Y a AEterno le dio una rabieta colosal cuando se enteró de eso. Y ahora Esmeraldo, con su violencia, les ha liberado.”

“No, abuelita Divina,” protestó Azulina, “Esmeraldo les tiene encadenados.”

“Pero han sido secuestrados por tu hermano tal y como ellos secuestraron a tu padre y ahora ya no son peores que nosotros. Tendremos que ponerles en libertad. Para que no nos hagan responsables de su secuestro.”

“Lo que vuestra abuelita está intentando deciros,” explicó la Señora Doña Dama Celestial, “es que vuestro papi no se va a enfadar por esto, pero vuestro señor abuelo va a poner el grito en el cielo.”

“Me gustaría verle hacer eso,” dijo Esmeraldo, muy chulito él.

“Escuche, Esmeraldo. ¡No sea usted borde! Yo me di cuenta nada más verte que prometías, y por eso te elegí para que fueses el legítimo heredero de Ricatierra, pero no veo cómo voy a poder protegerte si sigues por el camino que has tomado. Sí, creo que has dejado claro que eres un pirata de éxito, y muy capaz de ponérselo difícil a hombres más mayores y aparentemente mucho más experimentados que tú, pero no queremos competiciones ni concursos de ese tipo en nuestra familia. Así que vende a esos tontos a algún tío bestia de una vez y luego entrégame tu martillo y tu azada y deja de ser pirata y encontraremos otro juego al que podrás jugar sin entrar en conflicto con tu abuelo.”

“¿Podré quedarme con la galera, Señora Dona Tía Abuela y Estupenda Madrina mía?”

“Eso dependerá de cómo digiera tu Abuelo los tallarines recocidos.”

“Pero…¿Cómo puedes aconsejarle a este niño que venda a gente, Celestial? ¡Cómo si no estuviesen lo suficientemente mal ya las cosas  y le recomiendas  al crío que se embarque en el tráfico de esclavos!” protestó Divina.

“Sí, ya sé que nosotros no hacemos eso. Pero he pensado que tal vez AEterno lo encuentre divertido en esta ocasión. Odia a los dos bobos que secuestraron a su hijo y piensa que viven demasiado bien en esa galera automática y de gran lujo. Bien, pues, AEterno es tu marido. ¡Arregla esto tú! Pero a mi Esmeraldo que no le culpen, que la lío parda.”

Mientras las dos damas discutían sobre cómo solucionar su problema, una tercera señora quiso unirse a la merienda campestre. La Dama del Lago Fosforito surgió tímidamente de su hogar acuoso y…



domingo, 7 de septiembre de 2025

314. La canción de Esmeraldo

 

314. La canción de Esmeraldo

“¡Niña, no te asustes, nenita! Soy un fantasma feliz. No te haré daño,” dijo Mateo a Azulina cuando la vio contemplar perpleja el desastre que había causado en el cañaveral  el liberar al barquito del que se había caído este pobre chico para ahogarse en el Lago Fosforito. “No he podido evitar escucharte llamar a Esmeraldo, y yo sé quién es ese. Sí, ha estado por aquí. Y es responsable del caos en el cañaveral.”

Mateo apenas había hablado cuando un fuerte golpetazo se escuchó, y el barquito medio podrido en el que Esmeraldo se había lanzado a los mares volvió al lugar que había estado ocupando durante años.

“¡Oh, por favor! ¡Supongo que ya no lo necesitará el nene!” exclamó Mateo.

“¡Ayyyy!” gritó Calamo, dejándose ver entre las cañas. “¡Ay, ay y ay! ¿Tengo un chichón en la tapa del coco? Lo tendré, luego,  si no lo tengo ya.”

Las cañas estaban volviendo a organizarse, dejando el cañaveral como había estado antes de que el barco fuese arrancado de entre ellas. Carpo surgió del agua y gritó, “¿Quién le está haciendo daño a Cálamo? ¿No ha sufrido ya bastante cuando le arrancaron ese pedazo de basura de barco de entre  los pelos?”

“Pensé que lo querrías devuelta, Calamito,” dijo Esmeraldo. “No seas quejica y aguanta un poquito más y te dejaré nuevo, muchacho de las cañas. ¡Ale, ya acabo! Toque final. Y ya estás como estabas, bonito. ¡Ah, hola, preciosa!” acabó Esmeraldo, fijándose en su hermana. “Vas a estar muy orgullosa de mí, Azulina.”

“¿Y si empezáis a contarme lo que ha pasado desde el principio?” dijo la niña a los cuatro muchachos.

“Ese robó mi barco para navegar por los mares y aterrorizar a todo el mundo,” acusó Mateo señalando a Esmeraldo.

“Pues ya vuelve a ser tuyo. Y eso significa que me caes bien, porque los piratas como yo no tienen este tipo de consideraciones con cualquiera,” le dijo Esmeraldo tranquilamente a Mateo.

“Tu hermano tuvo un encuentro con la dama de este lago, sí, la Fosforita le dicen a esa señora, y fue muy generoso con ella, porque la cedió un portaaviones que casi ni cabe ahí abajo a cambio de una azada roñosa y un martillo abollado y algo de información,” contribuyó Carpo a la explicación que había pedido Azulina.

“¿Una azada?”

“Roñosa. Y un martillo. Abollado. Ambos en un estado lamentable. Era lo único que ella poseía. ¡Nada parecido a la espada Excalibur, no!”

“¿Y la información? Tiene que haber sido buena, porque mi hermano nunca se deja timar.”

“Un soplo. La dama dijo que si él quería algo legendario, pues se rumoreaba que existía una nave infame, asquerosamente plagada de joyas, mermeladas exóticas y especias javanesas que había sido condenada a vagar eternamente por los mares sin rumbo fijo, y que sólo dos lerdos endebles se hallaban en ella para defenderla. Y, ni corto ni perezoso, Esmeraldo decidió apoderarse de esa nave.”

“Pero si sus defensores eran realmente dos debiluchos mentecatos, ¿por qué no se había hecho algún desaprensivo con la nave ya?” 

“Obviamente por  alguna buena razón. Pero no sabíamos cuál. Y cómo tu hermanito es un lanzado, quiso probar suerte aun así. ¿Fue buena?” Carpo termino su discurso con esta pregunta para el hada caballito de mar.

“Parece feliz, así que le habrá salido bien la aventura,” dijo Cálamo.

Y el hadita caballito de mar decidió contestar a la pregunta irrumpiendo en un canto. Primero hizo aparecer una pequeña concertina, y se puso a tocarla y a bailar mientras lo hacía, zapateando y chocando los talones como si estuviese celebrando en la cubierta de un buque.

“¡Oh, soy el terror de los mares! ¡Armadas nacionales destruyo yo a pares! ¡Si entre el diablo y el mar azul has de elegir, antes que tratar conmigo es mejor morir! ¡Entre el desayuno y el almuerzo, he llegado a ser, sin mucho esfuerzo, el  pirata más rico que pueda existir! ¿Qué más señores, se me puede pedir?”” 

“¿Qué? ¿Me tomas el pelo?” exclamó Azulina con asombro.

“Mi buque tiene velas tejidas con oro. ¡Su bodega rebosa con un inagotable  tesoro! De rubíes y zafiros, diamantes y esmeraldas, y corales y perlas hay interminables guirnaldas!  ¡Mermeladas de frutos exóticos y especias javanesas  en cofres de ébano incrustados con turquesas! Puede, querida hermana, que esto no signifique mucho para ti, pero es muestra y señal de éxito y triunfo para mí.”

“Pero…¿cómo?” preguntó la boquiabierta Azulina. “¿Cómo has conseguido eso?”

“Sí,” dijo Carpo. “¿Cómo ha podido un crío del tamaño de una gamba vencer a los guardianes del buque,  por enclenques lerdos que fuesen?”

“¡Atizaola no quiso enseñarme su profesión, y ahora he de ejercer  la de  un  bribón! ¡Ese tío borde no me quiso enseñar, y por eso ahora me dedico a asaltar! Pero soy tan bueno en esto que no me asusta la competencia, y os regalo un consejo, tan cierto que es pura ciencia. Aspirantes a piratas, estéis donde estéis, seguid esta regla de oro, y triunfareis. Sed veloces  cual mercurio y atizar con precisión, dándole al enemigo un fatal coscorrón. Y para rematar la faena, llevad a cabo esta acción: antes de que se enteré de que le habéis noqueado, estad seguros de que al enemigo habéis atado, y seréis los… indiscutibles… amos  de la situación.”

“¿Les dejaste inconscientes antes de que supiesen que les habías golpeado? ¿Con la azada roñosa?” Azulina cada vez estaba más estupefacta.

Esmeraldo sonrió.

“¡Con el martillo abollado!” gritó Carpo.

“Primero le aticé a uno en la rodilla, y cuando se agachó, le di en la barbilla. ¡Y se desplomó! ¡Sí, eso hice yo! Le desplomé, yo mismo doy fe. Luego fui en busca del otro, y repetí  la operación. Y habiendo a ambos derribado y también bien atado, se acabó la confrontación. Este consejo, amigos, yo os dejo. Seguidlo sin ningún complejo, y  es seguro y fijo, fijo, fijo, que seréis el …indiscutible…amo del gran cortijo!”

“¡Os advertí que este crío era un demonio!” susurró Cálamo.

“He traído algo de merienda,” dijo Azulina. “Mamá siempre exagera al preparar una cesta así que creo que habrá bastante para nosotros cinco. Necesito una taza de té para tranquilizarme. Y he de digerir una magdalena a la vez que este notición.”

Eso dijo Azulina mientras extendía una jarapa que había extraído de una gran cesta que había traído consigo.

Y entonces…

“¡Ay, guay!” dijo la Abuela Divina a su nietecita. “No habrá jalea de guayaba entre las muchas  y maravillosas mermeladas del barco de tu hermano?“

“Yo traigo tostadas y miel y  bollos y pastelitos y tartaletas de limón. ¿Qué has traído tú, Divina? Apuesto a que  nada. Nunca estás preparada.”

Eso dijo la Abuela Celestial manifestándose de sopetón en aquel lugar al igual que había hecho  su hermana.

“Bueno,” suspiró Divina, “estoy casi segura que podría pedir que nos acercasen helado de tutti frutti.”

“Sí, de eso siempre tienes en tu congelador.”

“Hermana, me imagino que estamos aquí por el mismo motivo.”

“Imaginas bien. Pero primero vamos a merendar.”