309. Los fantasmas de la casa parroquial
Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, he sido consultado acerca de los fantasmas que encantan la Casa Parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Así que decidí visitar el pequeño cementerio casero que hay en el terreno de dicha casa. Me acerqué al muro que la rodea y le pedí permiso para pasar por una grieta de las que hay en esa pared parlante y la pared escribió “¡Adelante! ¡Hazlo! ¡Pasa!” en si misma y eso hice yo.
La hierba allí era tan alta que tuve que subirme a una enredadera de Clematis enrollada sobre una estructura de hierro algo oxidada para poder ver dónde estaba yo. Como si estuviese en el nido de cuervo del mástil de un barco mire a mi alrededor y divisé una piscina con agua de un verde veronés, una cabaña de madera a mi derecha, medio escondida entre árboles con hojas que todavía lucían su verde más joven, y al fondo, la casa parroquial, allí en la distancia, con el cementerio casero que buscaba asomando por su lado izquierdo.
Había una brisa, y decidí aprovecharla para avanzar, y batí mis alas y la enganché, y la permití que me llevase hacía dónde iba, descendiendo al fin sobre una lápida algo cubierta de musgo que decía pertenecer a una tal Juno.
“¿Cuál es la tuya, Teo?” le pregunté, apuntando a las
tumbas.
“Yo no tengo una,” contestó. “Se supone que he
desaparecido. Nunca llegué a morir. Me salvaron en el último segundo.
Convertido estoy en uno de vosotros. Eso soy ahora. Uno de nosotros.”
“¡Ah, sí, claro!”
dije yo.
“Es cierto que la gente tiende a pensar que soy un
fantasma. No me sorprende que tú lo creyeses. ¿Pero por qué estás aquí? No es
que me moleste, pero siento curiosidad, si se me permite saber.”
“Claro que te daré una explicación. Estoy en tu
territorio.”
Le dije que me habían preguntado que fantasmas encantaban
la casa parroquial y que había pensado que pasear por este cementerio me daría
una idea.
“No están todos por aquí. Por lo menos no hasta diciembre. Algunos aparecen en momentos distintos. Otros pasan todo el verano aquí. Tito Solitario y su esposa, Juno están aquí todo el año. Viven en su zona de la casa, como hacían en vida. Al principio mi tío estaba enfadado con mi hermanito Tyrone por haber vendido la casa, pero todo eso ya ha pasado. Porque Oberón se la devolvió a mi hermano. Es un tipo simpático, que intenta ser justo a veces. Le dijo a Tyrone que dos limusinas no pueden comprar un poco de terreno. La tierra vale mucho más. No tiene precio, eso dijo. Dejó que Tay se quedase las limusinas cuando le devolvió la casa. Dijo que Tay había sido desprendido y que él lo sería también. Y lo fue. Yo estaba presente cuando ocurrió esto."
“¿Sólo el Doctor Solitario y la Señorita Juno habitan aquí
encantando la casa?”
“Empezaré por el principio. El reverendo Tomás Apocado construyó esta casa, como seguro que ya sabrás. Se retiró a este lugar cuando empezó a dudar de la biblia al haber leído Sobre el origen de las especies de Darwin. Ahora ya sabe de lo que va todo esto. Y ha vuelto a su antigua casa parroquial, allí dónde ejercía, la que había abandonado para retirarse aquí. Su esposa, Isabel Rut, le acompaña siempre.
Pero sí que vienen por aquí para pasar la Navidad. Sus hijos…tuvieron dos, Mario y Hermético. Esos no se parecen nada físicamente, pero sí mucho de carácter. Son tan reservados que parecen algo huraños. Pero cuando les saludo, me contestan, aunque no dicen gran cosa.
Mario y su esposa Melisa se dejan caer por aquí casi todas las semanas. Les gustaba la jardinería, y todavía se ocupan algo del huerto y el invernadero. Pero no cortan el césped, porque se notaría demasiado su presencia. Pero sí que hablan con ciertos insectos y demás para disuadirles de traer aquí plagas. Y cuando hace falta, riegan. Lo hacen en plena noche, subrepticiamente.
Algunas noches se puede escuchar aquí música. No viene de las hadas. Son Hermético y su esposa Solita Desfallecer tocando sus antoguos instrumentos musicales. De vez en cuanto se oye el arpa de ella y el violín de él. Este lugar se vuelve especialmente ruidoso en Navidades. Villancicos se escuchan aquí cantar y todo. Tay y Felina no lo saben porque se van a ver a los padres de ella durante las fiestas. Mario y Melisa tuvieron un hijo, Tristán Eduardo. Él se caso con una mujer muy guapa pero misteriosa que se llama Elena Elfa. Eso ocurrió justo después de la segunda guerra mundial.
Edu y Elfi cocinan muy bien. Abrieron un restaurante famoso, el Café Elfa, en algún lugar del continente. Puede que en Paris. Pero vienen en Navidad y se encargan de preparar la cena de Nochebuena y la comida del día siguiente. Menudo lío montan en la cocina, pero el resultado es magnífico. Claro que los fantasmas sólo se alimentan de sus recuerdos, a no ser que quemes la comida y puedan absorber su esencia vía el humo. Pero la comida de Edu y Elfi les llega. Y las hadas nos ponemos moradas. Todo está buenísimo. No tuvieron hijos estos dos. Hermético y Solita tuvieron dos, aunque tarde, porque se casaron tarde. Él tuvo que ir a por ella a las Indias Occidentales. Uno de sus hijos, pues, a ese lo conoces.
Sí, es Solitario Apocado, el veterinario. Su mujer, Juno, también era veterinaria. Es muy simpática, y muy divertida. Murió relativamente joven, y él nunca lo asimiló. Creo que son los únicos no-mortales que viven aquí, aparte de mí. Ahora son felices otra vez, porque están juntos.
El hermano de Solitario, Federico, era mi padre, y también es el padre de Tyrone. Nuestra madre se llama Alicia. Ella cuidaba de las abejas, y él era un insectólogo, una autoridad en mariposas y otros bichitos. Suelen pasar los veranos aquí. Y siempre tenemos miel buenísima, porque se sigue ocupando de eso mi madre. Si hubiese alguien más encantando este lugar, creo que lo sabría yo," dijo, encogiéndose de hombros y sacudiendo su melena.
"¡Ah, sí! Casi se me olvida Mateo, un chavalín que se ahogó en el Lago Fosforito y que vive en esa cabaña de ahí con sus amigos Doroteo y Timoteo. Estos son dos abducidos voluntarios, y ahora son hadas, casi tanto como yo. Necesitamos un nombre para los abducidos voluntariamente. No me gusta llamarles cambiaditos, porque aunque han sufrido un cambio, pues, los verdaderos cambiaditos siempre han sido los hijos malos que las hadas han cambiado por bebés mortales bien buenos. Yo dejo que esos tres Teos vivan en la cabaña. Yo duermo en lo que viene a ser el ático de la casa parroquial. Es todo para mí. Les ofrecí habitaciones en la casa a los Teos, pero prefieren la cabaña. Les gusta la naturaleza casi más que a mí. Yo procuro ser silencioso para no asustar a Felina. Ella parece un fantasma cuando sale a medianoche a jugar a la pelota con los gatos del bosque, pero se pone nerviosa si detecta a un fantasma de verdad. Por eso siempre sale acompañada por Tyrone por la noche. No se siente cómoda entre fantasmas, ni aquí en el cementerio.
Los Teos también vienen a la casa para la cena de Nochebuena y la comida del día de Navidad. Te habrás dado cuenta de que las navidades son la época con más actividad fantasmal aquí en la casa parroquial.”
Y entonces recibí una invitación. Teófilo me sonrió y añadió, “Tú puedes venir y acompañarnos en Navidad si quieres. A la cena y a la comida. Y si te apetece pasear por aquí, ven cuando quieras. Los hojitas siempre tienen paso franco aquí.”
Y entonces se volvió hacia las tumbas y probablemente se fijó en las diminutas lápidas que marcaban el lugar en el que habían sido enterradas mascotas de la familia.
“No debo olvidarme de las mascotas. Algunos de sus fantasmas pasan todo el año aquí. Otras vienen de vez en cuando con los que fueron sus
amos. Ese perro y ese gato que hay tumbados ahí son hadas. Yo les convertí en
eso. El perro es Barney. Perteneció a Solitario, y cuando este murió, yo
convertí al perrito en hada, porque estaba hecho polvo. La gata era la gata más antigua de Felina. Tenía veinte años cuando se puso pocha y antes
de que muriese, la convertí en hada también. Se llama Rebeca. Los animales
enterrados aquí, pues son Pinky Miau, la gata de color casi fresa de mi madre,
Alicia, y Lulú, que era la gata negra de mi madre, y Luna, una gata gris de mi
tía Juno. Fluffy era su perrito, Bitsy su pez e Itsy su ratoncito. Ralph era
medio perro y medio lobo y Darling un zorro rojo. Tutsi era un caracol y Perla
era la perra de Tito Edi. Creo que eso es todo.”
El sol se había puesto y yo miré arriba, hacia el cielo.
“Hay un montón de ángeles revoloteando por el cementerio,
¿no?” le dije a Teófilo. “Les veo entre las estrellas.”
“Han estado recogiendo flores. Las flores también se
salvan. Se las llevan a sus jardines celestiales y allí florecen de nuevo. Siempre hay
ángeles por aquí. Supongo que es porque esto casi era una casa parroquial. Pero
deberías ver el cielo en Navidades. Ven a vernos. Te presentaré a todos.”