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viernes, 14 de febrero de 2025

299. El buen buque Indignante


 299. El buen buque Indignante

Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, escuché una conversación en un bosquecillo de abetos y álamos temblones y se me permite reproducirla aquí.

“Mamá, tienes que hablar con AEterno. A mí no me quiere escuchar.”

Divina miró a su hijo Ricatierra con cierta sorpresa.

“¿No quiere escucharte? Todo el mundo te quiere escuchar.”

“Eso cuando canto. Pero no cuando hago peticiones.”

“¿Qué le has podido pedir a tu padre que él no te quiera dar? El nunca te niega nada a ti precisamente.”

“Sé que me tiene miedo, pero yo no quiero forzarle a concederme mis deseos. Yo soy un tipo amable, campechano, al que le gusta gustar y quedar bien y caer bien. ¿No es así?”

“Bueno, pues dime qué es lo que quieres. A lo mejor te lo puedo dar yo misma.”

“No sin una bronca, me temo. Yo sólo quiero que razones con Papá, no que te enfrentes a él. No quiero meter cizaña entre vosotros.”

 “Bah!  Algún mal rollo siempre hay.”

“La va a montar.”

“Un poco más o un poco menos de gresca, ¿qué  más da? Así que habla y dime qué te preocupa. Y yo veré lo que puedo hacer.”

“Es sobre mis secuestradores. Los que fueron mis secuestradores. Los últimos que me secuestraron. Ahora somos Papi y yo los que les tenemos cautivos.”

“Si recuerdo bien, los últimos en osar secuestrarte fueron Elucubro de los Perogrullos y Metopata Gaitero.”

“Sí. Les tenemos presos en un barquito navegando eternamente por los Siete Mares. ¿Todavía sigue habiendo Siete Mares o ya hay más?”

“Hay cincuenta mares conocidos en el mundo de los mortales y muchos otros en otros mundos,” dijo la pequeña Azulina, el hadita lagartija. Estaba ahí con su padre.

“¿A qué es lista esta cría? Me hace sentirme como un analfabeto. Un analfabeto muy orgulloso, eso sí, orgulloso porque ella es mi hija,” dijo Ricatierra, muy ufano.

“Ah, sí. Muy, muy lista. Ahora, sigue contándome tu historia, cielo. Siempre tengo tiempo para ti, cariño, pero tengo cita en la peluquería y no quiero plantar a Rosendo.  El bebé me va a peinar.”

“Ah! Ya. Sé que está aprendiendo el oficio de Melvinio. ¡Imagínate! Mi pequeñajo, el menor. No tiene ni un año y ya va a peinar a su bisa. Espero que te deje contenta.”

“Por supuesto que lo hará. Es mi bisnieto. Me encantará cualquier cosa que haga.”

“He tenido suerte. ¿Verdad? Al final he llegado a tener unos hijos muy espabilados.”

“Has hecho un muy buen negocio,” dijo Divina, acariciando la carita de Azulina.

“Pues como te iba diciendo, condenamos a Elucubro y Metopata a vagar en un barco para toda la eternidad. Bueno, para la eternidad menos unos días al año, favor que conseguí que les concediese Papito a base de ponerme pesado. ¡Me cachis, que enfadado estaba con esos tíos!”

“Podrían haber matado de hambre a toda la isla, tesoro,” dijo Divina. “No se trataba sólo de ti, aunque que secuestren a tu benjamín ya es causa suficiente para estar furioso. ¿No lo estarías tú si secuestrasen a Rosendo?”

“Pues sí, claro. Pero tal y como yo recuerdo lo que ocurrió, esos tíos me trataron bastante bien. No ocurrió como Papi cree que paso. Quiero decir que no tenían que haberme secuestrado, eso está claro, pero no me lo hicieron pasar mal. No me torturaron ni nada y me dejaban ver la tele y beber toda la cerveza que quisiese.”

“Eso que tenías era el síndrome de Estocolmo. Te dieron algo que te hizo delirar a su favor, mi amor. Y me parece que aun hoy no se te ha pasado el efecto del brebaje.”

“Eso dice Papá. El caso es que yo creo que él debe perdonar ya a estos simplones. La última vez que pisaron tierra ni siquiera pisaron la de Isla Manzana, como hicieron el año anterior. Saltaron al fondo del mar para pasar la Navidad con las familias de sus novias.”

“¿Novias?”

“Estoy tan contento con mi mujer y mis hijos que creo que a estos infelices hay que dejarles disfrutar también. ¿Por qué no les dejamos quedarse ahí abajo para siempre?”

“¿Elucubro y Metopata tienen novias? ¿Hay mujeres más tontas que esos dos bobos? Lo encuentro difícil de creer.”

“Hay un par de sirenas que se suben a su barco. ¿Sabes quién es Marina, la tía buena que tiene un escuela de canto? No quiso saber nada de ellos cuando intentaron flirtear con ella en el rastrillo navideño el año antepasado. Pero junto con las calabazas les dio los teléfonos de unas amigas suyas. Para quitárselos de en medio, ya sabes. Y funcionó. Esas chicas van a verles de vez en cuando y se suben al barco.”

“Pues claro que lo harán. Y mangarán todo lo que pueden de ahí. Porque como tú soñaste que esos memos te habían convidado a cervezas y una tele, pues les regalaste un yate de ensueño con velas bordadas con pepitas de oro y cargado de contenedores llenos de rubíes y perlas y más. Los habitantes del mar tienen fama de quedarse con todo lo que flota en este cuándo se les antoja. Y eso es lo que están haciendo esas chicas ahí, afanar todo lo que encuentran a bordo.”

“Bueno, supongo que los tesoros ayudaron a esos tipos a ligárselas. Pero el caso es que las sirenas estas no pueden hundir el buen buque Indignante, porque se halla bajo uno de los hechizos de Papi. Así que mis secuestradores no pueden vivir felices y comer besugos para siempre jamás en las profundidades.”

“Ya entiendo. Tú quieres que yo influya en tu padre para que él levante el hechizo. Pues mira, no creo que sea buena idea. En cuanto las sirenitas hundan el barco, tendrán todo lo que hay de valor en el buque en su poder. Y acto seguido se desharán de Elucubro y Metopata. Y se irán a buscar a otros incautos. Lo estoy viendo venir.”  

“Eso es lo que dice Papito.”

“Mira, hijo, me tengo que ir. Pero pensaré en esto. Luego nos vemos,” dijo Divina.

“¿Podría yo ir a la peluquería contigo, Bisa?” preguntó Azulina tímidamente.

domingo, 12 de enero de 2025

298. Tarde, pero nunca es tarde

298. Tarde, pero nunca es tarde

Iba yo, Dolfitos, el hojita intelectual siguiendo sigilosamente  al joven Arley FitzTitania y FitzOberon para ver a donde iba y por si esto me llevase hasta una nueva historia que contaros. No iba solo el joven Arley. Iba en compañía de Ángelratón Campanario Grigio, pues había desayunado roscón de reyes y chocolate en casa de la familia que Arley había encontrado para este, es decir, la familia di Limbo. Había hallado muy bien a Gelsemina y a Nimbo, que se alegraron mucho de verle, y ahora, tras hacer una breve parada en el Auditorio de Isla Manzana, que se halla junto a la casa de estas personas, y con el propósito de recoger Ángelratón unas partituras, iban los dos encaminados a la plantación Ricatierra. O eso me parecía a mí. Y acerté en mi parecer, pues llegaron a esta plantación y se adentraron en ella, y procedieron paseando tranquilamente hasta la puerta de la mansión colonial que era el hogar de Demetrio Estrarico Ricatierra, de su dulce esposa miraestrellas Brana, y de sus cuatro recién estrenados hijos, los niños hada Tararina, Esmeraldo, Azulina y Rosendo.

La tranquilidad de la hermosa mañana de la que disfrutábamos se vio de pronto rasgada por unos horrendos gritos que brotaron o más bien explotaron de detrás de la puerta entreabierta, pero bloqueada por algo grande desde dentro. He de decir que delante de ella pudimos ver ahí de pie y con cara de susto a dos figuras que no eran como para espantar a nadie pero que como he dicho, parecían estar ellas mismas algo espantadas.

Se trataba de Artabán, el cuarto rey mago, el que no había llegado a tiempo a Belén, de pie ahí con su corona en la cabeza y una gran bolsa en las manos, y de la maga romana Befana, persona que también se había propuesto acudir a Belén en su momento pero que tampoco había llegado a su meta. Esta señora también portaba una gran bolsa, adornada con motivos navideños y cintas rojas, verdes y blancas, como la bandera de Italia.

Volviendo a aquello de los gritos, lo que me pareció haber escuchado era lo siguiente: “¡Se van a tener que  ir por donde vinieron!” Y a continuación, “¡No entra un regalo más en esta casa! ¡Yo me tiró por la ventana!”

Aquello fue dicho o mejor dicho, gritado, por la muy alterada voz de una mujer, por lo cual, al escuchar la respuesta a esta amenaza, pronunciada sin duda posible por la magnífica e inconfundible voz de Demetrio Ricatierra, llegué a la conclusión de que quién había proferido la amenaza era la dulce Brana, la Señora Ricatierra, a la que jamás antes se la había escuchado alzar su tímida voz.

“Cariño, que tú eres muy educada. No puedes hacerle esto a esta gente, que vienen en son de paz y amor. Y no amenaces con saltar por la ventana, que sé que puedes volar. Pareces mi padre. Siempre me amenaza con tirarse al vacío cuando se enfada conmigo. Amenaza tú con algo que me asuste, si es que crees que tienes que hacerlo.”

Esa fue la respuesta de Demetrio a los gritos de su mujer.

“¡No te amenazo! ¡Digo que voy a salir por la ventana porque no puedo llegar hasta la puerta!” gritó Brana. “¡Y tus visitas no van a poder entrar! ¡Está todo bloqueado por tu culpa! ¡Desde hace semanas!”

“¡Pero piensa en lo contentos que están los niños! Mira sus caritas maravilladas.”

“Si tienen los ojos a cuadros es porque no entienden lo loco que está su padre,” repuso Brana.

 “A ver, hijito,” le preguntó Ricatierra a su niño Esmeraldo, buscando algo de apoyo, “¿te han gustado los barquitos que te he regalado o no?”

“¡Mucho! ¡Gracias!” se escuchó decir a la voz de un niño.

“¡Que no necesita barcos! ¡Que se puede transformar en caballito de mar! ¿Qué va a hacer con un kayak, una canoa de corteza kawesqar, otra yámana, otra esquimal, un cayuco de tronco de palmera, una lancha motora, un catamarán, un barco fluvial sureño, una góndola veneciana, una goleta, tres galeones y un velero bergantín?”

“¡Pues volar del uno al otro confín!”

“¿Volar? ¡Horror!¿También le has regalado un portaviones?”

“Mira, ese se me ha pasado. Pero lo pondré en la lista de cosas a adquirir. ¡Y volando voy yo, el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y frente a mí Estambuuuuuul!”

Y Ricatierra se puso a cantar la Canción del Pirata, y jolines, que bien lo hacía. Daba gusto escucharle. Todo lo que nos rodeaba se calló para atender. Yo juraría que el mundo dejó de girar.

“¡Qué es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento y mi única patria la mar!”   

Y cuando terminó, añadió, “No te enfades, pero por problemas de sobrecarga en correos, queda por llegar un submarino. Y un barco de manipulación climática. Esos no se me han pasado.”

“¿Nos vamos?” preguntó la Befana a Artabán.

“No lo sé. Si vuelve a cantar, me gustaría escucharle,” dijo el mago. “Me he quedado fascinado. Caray, como canta el tío este. ¡Qué tío más grande! Mira a tu alrededor, Befana. Toda la flora que crece por aquí ha triplicado su tamaño al oírle cantar.  Puede que no seamos bienvenidos, pero aquí fuera no estorbamos mucho, creo yo. Podríamos quedarnos a escuchar.”

“Sí que es bueno,” intervino Ángelratón. “Permitan que me presente. Soy Ángelratón Campanario Gris, y algo de música entiendo. Soy profesor de canto de Tararina Ricatierra, hija de Demetrio. Me contrató él mismo esta navidad, ese honor me ha hecho. Trabajo para la Escuela Dulce Voz de la Sirena, y pertenezco a la compañía de ópera del Auditorio de esta isla.”

“¡Ah! ¡Pues nos encantaría escucharle a usted también!” dijeron Artabán y Befana.

A partir de ahí, todo el mundo escuchó a todo el mundo. Demetrio encogió la inmensidad de juguetes que había regalado a sus hijos todavía más de lo que ya estaban encogidos para que pudiésemos entrar en la casa. Brana pudo llegar hasta la puerta y nos hizo pasar, pidiendo perdón por sus gritos, pero para justificarse se puso a señalar las montañas de trastos que había por toda la casa y a lamentar la posibilidad de que volviesen a su tamaño natural dentro de la mansión. Demetrio la aseguró que eso no iba a pasar. Pero lo que me interesa contaros es lo que contaron Artabán y Befana hablando de sí mismos.

“Como usted nunca ha oído de nosotros, Señora Brana, pues le explicaremos quiénes somos. Empieza tú Artabán,” dijo la Befana.

“Yo era médico. Bueno, cuando era humano era médico.”

“Entonces lo sigue siendo, aunque ya no ejerce, supongo por lo que ha dicho,” dijo Brana.

“Eso. Pues también era aficionado a la astronomía, como tengo entendido que lo es usted. Y me carteaba con otros astrónomos. Quedé en encontrarme con tres de ellos para seguir una estrella. Ya se imaginará usted cual. E hice las maletas, en especial una llena de piedras preciosas y me puse en marcha. Pero quiso la fortuna que a cada paso que daba me encontrase con alguien que necesitaba atención médica. Y dinero. Porque muchos estaban mal porque no tenían para comer bien. Y yo hacía paradas, y paradas y paradas y nunca había visto tantos enfermos en la vida, hasta epidemias y pandemias se me cruzaban, parecía que salían de debajo de las piedras, y al final no llegué a donde iba. Bueno, llegué a Jerusalén treinta y tres años después de partir para Belén. Y lo único que me quedaba de valor era un rubí. Y visto lo que vi ahí, ahí lo dejé.”

“A mí me sucedió algo parecido,” dijo la Befana. “Mi padre murió siendo yo niña, y mi madre cerró las habitaciones que él había ocupado para trabajar y no dejaba que entrase ahí nadie del servicio ni a limpiar. Como lo que había ahí era mi herencia, dado que no tenía ningún hermano varón que la reclamase, decidí entrar yo misma con un plumero para quitar el polvo de los muchos pergaminos y papiros que había en la biblioteca que fue de mi padre y que yo había heredado. Un día se me ocurrió ponerme a leer todo aquello. Lo encontré interesantísimo, me aficioné también a la astronomía y empecé a cartearme como Artabán con otros astrónomos. Un día mi madre me dijo que tenía que casarme con un señor mayor porque nos habíamos quedado sin dinero, y o me casaba o vendíamos los papiros y demás. La obedecí. Mi marido se pasaba la vida yéndose a la guerra, se apuntaba a cualquier guerra que hubiese, así que yo, a pesar de estar criando a dos hijos, tenía tiempo para seguir estudiando las estrellas. Me di cuenta de que algo maravilloso estaba pasando en el cielo, algo que anunciaba hechos maravillosos en la tierra también. Los amigos con los que me escribía me contaron sus planes para seguir a una estrella en particular, y yo me apunté al viaje. Tenía que moverme con rapidez, porque iba muy justa de tiempo. Me enteré algo tarde de todo esto. Me puse a preparar el equipaje, metiendo los más interesantes pergaminos y papiros en mis bolsas. “¿Pero dónde vas tú con todo eso, loca?” dijo mi marido, que no entendía de estrellas ni milagros aparte de algún augurio sobre cómo iba a ir su última guerra. Le expliqué que iba a nacer un ser importantísimo, hijo de Dios, y que yo quería regalarle lo mejor que tenía para animarle a cambiar el mundo, que era lo que venía a hacer. Y mi marido dijo, “Pero si es un dios, ya sabrá todo lo que tiene que saber. ¿A qué llevas toda esa información?” Pero no se opuso a que me fuese, así que la mañana siguiente, estábamos en la puerta, él listo para irse a otra guerra y yo para perseguir a la estrella de paz, cuando mis dos hijos, que ya estaban crecidos, se pusieron a chillar. “¡Ni se te ocurra irte sin plancharme la túnica roja!” dijo uno. Y el otro quería desayunar. Así que mi marido se fue, y yo me quedé para asegurarme de que las sirvientas planchasen la túnica roja del mayor y diesen de desayunar al menor y para explicarles que se iban a tener que entender ellos con los criados por un tiempo, porque yo tenía que ausentarme.  Total, que a la mañana siguiente, conseguí salir de mi casa pero me encontré de frente con la hijita de una vecina. Me dijo que su madre estaba enferma y que la enviaba a pedirme ayuda. Fui a ver lo que pasaba y me quedé en casa de la vecina unas cuantas noches, hasta que esta se repuso, y entonces enfermé yo. Pasó una semana y por fin recuperada, me puse en marcha. Pero…bueno, que llegué tarde. Y nadie pudo decirme que había sido de la gente que yo buscaba. Así que volví a Roma, a mi casa, pero como no pude hacer el regalo que quería hacer, me dediqué a hacer regalitos a los niños buenos que tenía cerca, sobre todo en diciembre, porque yo vivía en Roma y allí había fiestas en esa época. Y ahora me ocupo de llevar regalos a los niños de toda Italia.”     

“Y yo aprovecho ahora para darle a usted las gracias por los que me trajo cuando era un bebé y vivía en un campanario de Italia,” dijo Ángelratón.

Y eso es todo lo que yo,  el hojita intelectual, tengo que contar por ahora. Gracias por leer.    

  

martes, 31 de diciembre de 2024

297. Recordar todo

297. Recordar todo

“¿Cómo os ha ido, tesoros?” preguntó Divina a los Atsabesitos cuando se acercaron a saludarla en el rastrillo navideño de Santa Lucía. Iban muy guapos, las chicas con corona de velas en sus cabecitas y los muchachos disfrazados de niños estrella. “¿Os ha tratado bien el bisabuelo? Más le vale.”

“Nos ha enseñado a secuestrar a gente. Bueno, a un tío muy malo. Lo metió en un saco. Bueno, a nosotros también, pero nos soltó. Al malo no. ¿Verdad, Bisa?”

“¿¡Eh!? Pero… ¿qué me estáis diciendo?” exclamó la Bisabuela Divina. “Pero AEterno, ¿quién eres? ¿El Krampus?”

“¡Indiscretos!” murmuró AEterno. “Os tenía que haber hecho jurar que no contaríais nada, acusicas enanos.”  

“¿Quién es el Krampus?” preguntó Neferclari, a la que no se le escapaba nada.

“A mí el tío malo ese me quería pinchar con alfileres,” dijo Neferhari, muy orgulloso. 

“¡Ay, Señor AEterno, no asuste usted a los niños que luego no duermen!” dijo Pedubastis.

“De tú,” dijo AEterno, “te lo he dicho mil veces. Y no me llames señor, que me hace sentirme viejo. Que tú eres casi de mi edad. Y a estos, dales un té de manzana, si te parece que no duermen, pero me parece a mí que más miedo les daría que les contasen cualquier cuento de hadas. ”

“Si he probado de todo para que no tengan pesadillas,” dijo Pedubastis.

“¿A que no les has dado un lingotazo de esto?” dijo el Bisabuelo, sacando una petaca de plata de un bolsillo de su chaqueta.

“¿Pero serás bruto? ¡Qué no pueden tomar  cognac courvoisier, aunque lo bebiese Napoleón!¡ Qué son niños, y los vas a alcoholizar!” dijo la bisabuela.

“Sólo es jarabe de loto,” protestó AEterno. “Te quita la ansiedad. Y también te quita la tos.”

“Peor me lo pones. El que no siente algo de ansiedad acaba pasando de todo. Y además eso tiene que ser adictivo.”

“¡Qué no! ¡Qué esto es muy flojo! No es lo que tú crees. Es para tener sueños placenteros. Yo lo tomaba a diario de niño.”

“Así estás, que pasas de todo.”

“Era malísimo, ese que secuestramos. Se lo tenía merecido. Y la abuela lo va a entregar al demonio a fin de año,” dijo Neferniki a su bisabuela.

“¡Ay, por favor!” exclamó Titania. “Eso era un secreto. Ahora te lo explico, Mamá.”

Y le contó a su madre como ella necesitaba un prisionero para poder rescatar al hijo de Mari la Sherbaniana, y que su padre se había ofrecido a conseguir uno.

“¿Pero cómo no me habéis dicho nada? Eso es peligrosísimo. Yo os hubiese ayudado. AEterno, bonito, podrías haberme pedido que os acompañase. ¿Cómo no me avisaste?”

“Porque tú serías capaz de entregarme a mí al demonio,” contestó AEterno, “para acabar antes y volver a tus compras.”

“¡Ya estamos! Mira que eres paranoico. Siempre piensas que yo te voy a hacer algo malo. Pues yo no le haría eso ni al demonio. ¡Pobre del demonio si acaba teniendo que cargar contigo! Tranquilo, que ese no te va a aceptar. No eres tan malo. Sólo eres un pesado. Y un insensato. No hay quién entienda tu manera de hacer las cosas.”

“Además, si te interrumpo mientras compras, te enfadas y dejas de hacerlo y me toca a mí ocuparme de los regalos, y yo no puedo estar pendiente de lo que necesita este y lo que quiere aquel. No soy el Krampus, pero tampoco un Rey Mago.”

“El abuelo nos ha dicho que nos portemos bien con Pedubastis, porque así ella no nos echará al jardín y no iremos a darle la lata a él,” dijo Neferclari.

“Haremos nuestras camas,” dijo Neferniki.

Y los demás gatitos le miraron mal.

“No te pases,” le dijo Nefernedi, dándole un codazo.

“Pero ha sido divertido dar la lata al abuelo,” dijo Neferhari, para cambiar de tema un poco.

“Sí que se la dimos, así que hemos cumplido nuestro propósito  que era fastidiar a alguien, ¿no?” preguntó Neferedi.

“Por partida doble, porque el tío malo ese también ha quedado fastidiado y secuestrado.”

“El bisabuelo no ha secuestrado a nadie, niños,” dijo Titania. “Ha detenido a un criminal. No es lo mismo. Pero dejad ya de hablar de eso. Es desagradable.”

“Sí, pues ahora dar la lata a los de los puestos, que esos están deseando que alguien les haga caso. Mirad, ahí están vuestras tías Brezo y Cardo, vendiendo dulces de navidad de distintos países. Comprad unos botes de crema de brandi para los pudines ingleses, que a Ruibarbo siempre se le olvida hacerla y hay que comerlos secos,” dijo AEterno a sus nietos, soltando seis bolsitas llenas  de moneditas de oro que le habían preparado los ratones de la Banca Pérez. Las monedas ni estaban hechas con dientes de oro ni mordían.

“¡GUAY!” gritaron los niños y se fueron a gastar su dinerito.

En el puesto de Brezo y Cardo también estaba Arley, recién vuelto de su casi un año de entrenamiento en su nuevo trabajo.

“¿Y te gusta tu trabajo?” le preguntó Cardo.

“No, pero me encanta la gente con la que trabajo,” respondió Arley a su hermana.

“¿Eso quiere decir que te vas a quedar a vivir con ellos ahora que puedes vivir donde quieras?” preguntó Brezo. “He oído decir que por fin vas a reclamar tu casa ideal, y que no la vas a colocar junto a las nuestras como siempre hemos pensado que algún día harías, sino que te la vas a llevar a la urbanización de los Mnemosinos.”

“La colocaré junto a las vuestras, pero será muy parecida a la casa de la tía Mabel, y aunque no tendrá su interminable jardín,  habrá pasadizos que me lleven hasta las casas de los Mnemosinos. Y de Mabel, claro.”

“¿Entonces no te has olvidado de nosotras?”

“Un memorión no se puede olvidar de nada. Tengo que recordarlo todo, ese es mi trabajo.”

“Para que el abuelo pueda jugar al golf,” dijo Cardo. “Pues vaya paliza.”

“En realidad, sólo tendré que recordar todo lo que ocurre en el sur, pues seré de ese equipo. Pero luego nuestras cuatro tías se reúnen y le pasan toda la información al completo a Belvedere y entonces es cuando las cosas cobran sentido.”

“¿Toda?”

“Absolutamente toda. Si no, puede haber problemas. No se puede ignorar, retener, o esconder información. Belvedere la organiza pero no la filtra. Y se la pasa al abuelo, que toma decisiones. Él sólo la tiene un rato, para poder descansar y sentirse libre también. Luego se la devuelve a Belvedere, y éste la archiva. Nosotros archivamos nuestra parte. O sea, toda queda en dos archivos, el personal del Memorión y el de los equipos direccionales. Nada se omite. Al completo en ambos archivos”

“¿Y cuándo descansa Belvedere?”

“Nunca descansa del todo, pero sí lo hace un poco mientras nosotros estamos recabando la información nueva.”

“Para mí que el Belvedere tiene que estar hecho polvo si lo sabe todo siempre,”  bostezó Cardo.

“Bueno, se le da bien lo que hace.”

“¿Podemos comprar salsa para los pudines navideños?” se atrevieron a interrumpir los Atsabesitos, algo impacientes.

"¡Ni lo soñéis! ¿Qué os ha hecho pensar que vendemos ron a menores?" les regañó Beaurenardo.

Los Atsabesitos le miraron mal, y él se echó a reír. Estaba de broma.

“Sí, claro,” dijo Brezo. “He puesto la receta en los tarritos. A los que les preocupa el poquito alcohol que lleva la salsa, pues esos pueden hacerla con vainilla en vez de brandi. A ti no te la mandé con la duodécima carta, Arley, porque como ibas a venir, pues no iba a hacer falta.”      

 

CREMA DE BRANDI

Ingredientes:

Dos yemas de huevos orgánicos

Cuatro onzas de nata orgánica

Dos cucharadas de buen azúcar

Dos cucharadas de un estupendo brandi

Instrucciones:

Colocar las yemas, la nata y el azúcar en una cacerola.

Ponerla a fuego lento.

Batir todo esto desde el primer momento, suavemente hasta que se convierta en una salsa o crema.

Añadir el brandi, calculando con cuidado al añadirlo para que la salsa no quede muy liquida. No dejéis de batir suavemente ni un segundo.

Cuando la crema se vea suave y uniforme, verter en una salsera.

Si la salsa es para un pudín grande, se puede verter sobre él justo antes de cortarlo. O sobre cada pedazo individual una vez cortado.

Si la salsa es para varios pudines pequeños e individuales, verter la crema sobre estos antes de servirlos.

O que cada uno se sirva la crema que quiera.

Este cuento os lo ha terminado de contar Dolfitos, el hojita intelectual. 


viernes, 13 de diciembre de 2024

296. A capa y no espada

296. A capa y no espada

La curiosidad les pudo a los niños gato y volvieron a dirigirle la palabra a su bisabuelo.

“¿Qué tenemos que hacer?” preguntaron.

“Hay que tener cuidado,” dijo el bisabuelo.

“De que no nos cojan,” dijo Nefernedi.

“Sí, claro. Aunque tenemos todas las ventajas, hay que ser cautos. Pero no me refería a eso. Quiero decir que no debemos secuestrar  a cualquiera. Hay que encontrar al ser adecuado.”

“Para no ser malvados como él.”

“Así es. Para no cometer una injusticia. A cada uno, los suyos.”

“Buscamos a alguien malo.”

“No buscamos. No somos cazadores. Ese ser  es el que busca y nos encontrará. Él es el cazador.”

“Viene a por nosotros porque es malo,” dijo Neferniki.

“Y nosotros le mandaremos con gente que se encargará de él.”

“Así es,” asintió AEterno, “parece que lo estáis entendiendo bien.”

“¿Nos quedamos aquí esperando?”

“No,” dijo el bisabuelo. “Esto es Isla Manzana. Aquí no vendrá nadie a por nosotros. Hay que salir a dar un paseo.”

“Por sitios peligrosos,” dijo Neferhari.

“Pues vamos ya,” dijo Neferedi.

“Sí, cuanto antes acabe esto, mejor,” dijo AEterno. “Hace frío. Vosotros tenéis un abrigo de piel. Yo me voy a poner una capa.”

Y los Atsabesitos, aunque conservaban su auténtica forma de niños hada, se pusieron unos abriguitos de piel parecida a la piel que lucían cuando se volvían gatos.

Y AEterno y los Atsabesitos abandonaron la isla bendita y se pusieron a pasear por el Bosque Triturado. Y apareció Artemio, su rey guardián. Y le dijo a AEterno que en ese momento no había persona de interés en el bosque. Y AEterno y su comitiva de niños gato salieron del bosque y comenzaron a pasear por lugares compartidos por espíritus desencaminados, perturbados y perturbadores  y por toda clase de humanos, buenos, malos y regulares. Y lo primero que vieron fue a un vagabundo que estaba sentado junto a unos cubos de basura, comiendo algo que había encontrado en ellos.

“¿Este?” preguntó dudosa Neferclari, que no lo veía claro.

“No, hijita. Lo primero que busca la gente mala cuando quiere hacer daño es a un vagabundo. Porque están solos, y heridos, a veces en el cuerpo y casi siempre en el alma.”

“Como lo mirabas tanto...”

 “Lo miro porque las hadas no atacamos a vagabundos. Los ayudamos cuando nos encontramos con ellos.”

“Porque lo tienen crudo,” dijo Neferviki.

Y la capa del bisabuelo abandonó sus hombros y voló a cubrir al vagabundo, que se puso de pie y comenzó a caminar.

“Ese ya va a encontrar el camino de vuelta a casa,” dijo Neferniki.

“Sí. Siempre que tropecéis con un vagabundo, parad a pensar si podéis hacer algo por él.”

Y AEterno y los niños siguieron caminando. Y llegaron al parking de un edificio donde vieron a cuatro chicos. Dos estaban  pegando a otro. Y el cuarto miraba y se reía.

“¿Estos?” dijo Neferclari, casi segura.

“Sólo uno. Dos no son más que unos cobardes mandados.”

Y dos de los muchachos de pronto resbalaron y cayeron al suelo, y aquel al que estaban pegando se soltó y salió corriendo, porque en ello le iba la vida. Y el que reía, que seguía en pie,  persiguió a la víctima  que huía. La persiguió rato, y AEterno y los Atsabesitos le siguieron a él, hasta que el que huía logró desaparecer de la vista del que le perseguía.

El perseguidor se sentó bajo una farola tras haber lanzado una piedra que rompió el cristal de la lámpara.

“Ahora es cuando vosotros entráis en acción,” dijo el bisabuelo. “Convertidos en gatitos, colocados todos juntos en ese rincón. Os voy a poner un escudo invisible, por si este desalmado intenta tiraros una piedra o algo.”

“Sabemos colocarnos un escudo,” dijeron los Atsabesitos. Y demostraron que sí sabían. Les había enseñado bien Pedubastis.

“Ahora maullar, dando pena,” dijo el bisabuelo, “mucha, mucha pena.”

“¿Pero que tenemos aquí?” dijo el muchacho que estaba sentado bajo la farola rota. Se levantó y se fue hacía los gatitos. “Pero que suerte tengo. Al final me voy a divertir. No me aburriré hoy. A ti te voy a hervir, a ti ahorcar, a ti te clavaré alfileres, a ti-“

No dijo más. El bisabuelo se hizo visible. Una vez más, llevaba capa. Esta salió volando y envolvió al maleante como si este fuese la presa de una araña. Quedó como una momia. Y sólo le dio tiempo a enterarse.

“¡Jopeta, que malo era!” exclamó Neferniki.

“Es,” dijo el bisabuelo. “Desafortunadamente. Pero ahora lo será entre los suyos, los que son como él. Y verá quién puede más.  Lo habéis hecho muy bien, niños. Habéis sido muy valientes. Y buenos. Ahora sois mucho más mayores de lo que eráis cuando despertasteis esta mañana. Pero no le cojáis el gusto a perseguir a gente, aunque sea gente mala. Este no es nuestro mundo. Tenemos que volver al nuestro, a un rastrillo de navidad, del corto día de Santa Lucia, organizado por gente de buena voluntad. Os daré dinero para que aprendáis a hacer gasto haciendo el bien.”  

Y sí, esta historia os la ha contado Dolfitos, el hojita intelectual.

jueves, 12 de diciembre de 2024

295. El Señor de las Jaulas

295. El Señor de las Jaulas

En medio de un bosque de robles cubiertos de muérdago ha aparecido AEterno, para contestar a una llamada se su hija Titania. En la mano, el ahora otra vez anciano AEterno asía una bolsa cerrada.

“El Señor de las jaulas o algo así te van a apodar como sigas por este camino. Pero Papá, si tú no eres así. A tus hijos, nunca nos has hecho nada así.”

“Cierto. Os he dejado hacer lo que os ha dado la gana.”

“Te limitabas a decirnos que no convenía que lo hiciésemos.”

“Tú me hacías caso un tercio de las veces, mi hija predilecta. Tus hermanos jamás.”

“Ya, pero tampoco ha sido para tanto.”

“Pues explícaselo a tu madre, que ella siempre dice que yo tenía que haberme esforzado más. Pues ahora lo estoy haciendo y parece que a ti no te gusta. Y probablemente a ella tampoco, por lo que me dices.”

“¿Pero qué pretendes metiendo a unos pobres niños en un saco?”

“Ya te lo he dicho. Andan por ahí intentando secuestrar a gente y tienen que entender que eso no está bien. No, señora, no está nada bien.”

“¿Pero que van a entender? ¿Si qué edad tienen? ¿Ni dos años?”

“Mejor pronto que tarde.  Pero no te preocupes por estos, si estos no se detienen ante nada. Hasta se han atrevido conmigo. Que me querían poner a picar piedras, hijita. A mí, que no tengo uso ni para palos ni para piedras. Y todo esto es porque me  ha pedido que les cuide tu madre.”

“No finjas estar complaciendo a Mamá. A mí no me la pegas, que nos conocemos. Tú lo que quieres es chinchar por lo bajo. En plan pasivo- agresivo. No sé porque te ha dado por encerrar a gente para enseñarles algo. A mi pobre hijo, el más dulce e innocuo de todos, le encerraste en un armario. Y lo único que ha aprendido es a no fiarse de ti.”

“¿Te parece poco? Además, yo no encerré a tu hijo. Él insistió en razonar con un envenenador zumbado. Convencido de que lo haría mejor que yo. Sólo dejé que permaneciese encerrado un rato de nada. Para mayor gloria suya después. ¿O es que no quedó como un héroe?”

“Estos niños solo van a quedar traumatizados. Y tú quedarás como un ogro. Suéltalos ya, Papá.”

“Se van a soltar ellos solitos. La bolsa es de terciopelo. No les costará nada rasgarla. De momento están aturdidos. Como los gatos cuando les hechas una toalla encima y de pronto se van las luces. Pero en cuanto reaccionen, se convertirán en gatitos y sacaran las uñas. No veas que uñas tienen estos. Ni Mauelito las lleva más afiladas.”

“Pues claro. Son mis nietos. E hijos del más bravo de mis hijos.”

“Su madre también se las trae.”

“Y tú eres peor que su abuela materna. ¡Menuda broma les estás gastando!¡Qué no lo van a entender! Luego te quejarás de que no te entiende nadie.”

AEterno sacudió un poco el saco y efectivamente, una uñita asomó por el terciopelo. Pronto la bolsa estaba hecha jirones y los gatitos casi fuera, aunque algunos lloraban desconsolados.

“¡Ay, mis pequeños! Tranquilos, que no ha pasado nada. El bisabuelito solo quería que os enteraseis de que a nadie le gusta quedar en poder de otros,” dijo Titania, agachándose para abrazar a sus nietos que en sus brazos volvieron a convertirse en niños hada.

“¿A qué no os ha gustado nada que os secuestrase?” preguntó  AEterno a sus bisnietos.

“Nada,” dijo Neferclari, sacudiendo la cabeza.

“Pues no intentéis secuestrar a nadie.”

“Eres malo,” dijo Neferclari.

“¡No! El bisabuelito no es malo. Sólo es un poco tonto,” dijo Titania. “Él cree que hay que ponerse en el lugar de los demás para entender como se sienten. Literalmente. Puede que no sepa lo que es la imaginación.”

“Ale, a comer,” dijo AEterno, “que así se olvidan las penas.”

E hizo aparecer una mesa larga y baja, como las de café, repleta de perritos calientes y hamburguesas y pizza y patatas fritas y limonada rosa.

Los gatitos no se fiaban ni de eso, pero Titania les convenció que podían comer sin peligro, y se pusieron a ello.

“¿Y tú por qué me has llamado, mi hija guapa?” preguntó AEterno a Titania, apartándola un poco de la mesa.

Y Titania se puso sería.

“Llega el final de diciembre. Y tú sabes que ocurre entonces. El demonio.”

“Ya. ¿Vas a canjear prisioneros?”

“Quisiera. Pero no tengo presos que entregar a cambio.”

Cuentan algunas malas lenguas que la reina de las hadas se ve forzada a entregar al mismísimo demonio un tributo que consiste en  unos súbditos suyos que pasarían a ser sirvientes del maligno a cambio de que este la deje reinar en paz. Esto se supone que ocurre en la noche del último día de octubre. Pero nada de eso es cierto. Lo que hay de cierto, es que al salir el sol el treinta y uno de diciembre, la reina o alguno de sus emisarios se reúne con el demonio o alguno de los suyos para intercambiar prisioneros. Prisioneros que ambos bandos han hecho por las razones que sean a lo largo del año. Prisioneros que a la reina y al demonio les interesa liberar.

“Tengo que recuperar al hijo de una amiga. Gen se apoderó de este sinvergüenza, porque lo es, y se lo entregó inmediatamente a los agentes del demonio. Pero ahora necesito recuperarlo para que su madre me deje tranquila. El problema está en que yo no tengo a nadie a quién entregar a cambio de ese desgraciado. ¿Has hecho tú algún prisionero, Papá?”

“Yo no hago prisioneros. Dejo que cada uno ocupe su merecido lugar. Pero si tu hermanito la ha liado, ¿por qué no lo arregla él?”

“No quiero que ni se entere de que voy a liberar al sinvergüenza en cuestión.”

“Corrígeme si me equivoco. Pienso que te refieres al hijo de la mujer humana esa que tienes metida en tu jardín tropical. O sea, que la liante esa no acaba de enterarse de la buena pieza que es su hijo. ¿Acaso no intentó matarla?”

“No te equivocas,” contestó la reina de las hadas.

“Puedo soportar que hayas concedido asilo a esa tonta. Pero no pienso aguantar que su hijo campe por mi isla. Ni a sus anchas ni a sus estrechas. No lo quiero aquí, mi niña.”

“Ni tú ni nadie. Su madre solo quiere que salga del infierno. Quiere que le devolvamos a su país.”

“¡Ufff! ¿Va a visitarlo de nuevo sobre sus compatriotas? Pobrecitos.”

“Escucha, Papá. Lo que pase ahí no es cosa nuestra. A la larga o a la corta, lo matarán y volverá al infierno. Pero esta vez será un alma perdida, no un humano con posibilidad de redimirse, y no tendrá esperanza alguna de salir de allí. Y su madre tendrá que aceptarlo.”

“No sé porque te empeñas en ir tú al acto este de canjeo de prisioneros. No es lugar para una dama amable. Ya podría ir ese marido que tienes.”

“Mi marido no quiere saber nada del demonio. Insiste en que no cree en él, que el mal no existe. Niega su existencia rotundamente y dice que él no pierde el tiempo hablando con quien no existe.”

“Sí, bonita manera de escurrir bultos. Eso se le da bien. Y ya hemos quedado en que tu hermanito, el creyente precipitado, tampoco te va a ayudar en esto. Así que solo te queda tu padre. Pues no te preocupes, mi vida. Anda, ve a casa a descansar. Ponte guapa, que esta noche es la larga noche de Santa Lucia, y se nos hará todavía más larga porque tendremos que hacer acto de presencia en el dichoso rastrillo de los siempre felices Generoso y Dadivosa.”

“Tú nunca me fallas, Papá,” sonrió Titania, y desapareció del robledal tras despedirse con un beso.

Y AEterno se volvió a los niños y les preguntó si ya habían comido bastante.

No contestaron. Solo le miraron mal. Seguían desconfiando, aunque ya no tanto.

“Veo que sí. Hay que saber cuando parar. Vamos con la segunda parte de la lección. Eso es lo que toca ahora. Pero no tengáis  miedo, que esta vez el susto no os lo vais a llevar vosotros. Veréis, mis niños. Toda regla tiene sus excepciones. La regla es no secuestrar. Eso creo que ya lo sabéis. Ahora viene la excepción. Venga, mis valientes. Que el bisabuelo os va a utilizar para secuestrar a algún facineroso.”

miércoles, 11 de diciembre de 2024

294. Juego de gatos

 294. Juego de Gatos

Para secuestrar a su bisabuelo, los Atsabesitos tuvieron que dejar el parque que rodeaba el Castillo de Ator.  Tenían claro que había que hacer eso, pero aunque no lo dijeron en alto, todos temían que al abandonar la seguridad de ese espacio, podrían acabar secuestrados ellos mismos.

Sólo Neferclari, la más prudente de los niños, dijo algo que parecía referirse al riesgo que tal vez iban a correr.

“Esto es Isla Manzana. Nada malo ocurre aquí. Hasta Pedubastis lo ha dicho.”

Así que desplegaron sus alas y volaron hacia la casa de sus bisabuelos. Cuando llegaron al portón,  aterrizaron ante él y se pusieron a pensar si entrarían o no.

“Puede que no esté ahí dentro,” dijo Nefernedi. “Es muy temprano, pero es posible que esté en su club de golf.”

“No sabremos si está en casa o no hasta que no llamemos al timbre,” dijo Neferedi.

“Sí hablamos con alguien que no es él, ese alguien puede intentar detenernos,” advirtió Neferviki.

Los Atsabesitos sabía por experiencia que con frecuencia alguien intentaba lograr que no hiciesen lo que querían hacer. Así que no llamaron al timbre.

“Enviaremos a un espía,” dijo Neferniki, “ y ese puedo ser yo, si gustáis. Me convertiré en gato y me colaré ahí dentro.”

“No, dejad que yo sea el espía,” dijo Neferhari. “Yo meto menos ruido que tú.”

“Ninguno de nosotros mete ruido a no ser que quiera,” dijo Neferclari. Y eso era cierto. Los Niños gato podían ser muy sigilosos.

“Cualquiera de nosotros podría ser el espia,” dijo Neferviki.

 Pero los Atsabesitos no sabían que ya había dos espías presentes en ese momento y en ese lugar. Sus nombres eran Aldegato y Adelgato y la mayor parte del tiempo daban la impresión de ser dos enormes estatuas de leones alados que guardaban el portón de la casa de AEterno. No es que hiciese falta guardar ese lugar mucho, pues estaba en Isla Manzana y allí casi todo el mundo dejaba la puerta de su casa abierta para los que habitaban en esa isla. Pero los Atsabesitos estaban tan ocupados discutiendo quién debía ser el espía que explorase ese territorio que no se dieron cuenta de que uno de los leones había desaparecido y que el otro ya no parecía estar hecho de piedra.

“¿Una camada de gatitos?” los Atsabesitos escucharon decir a la voz de una señora. “¿Estos son los merodeadores que amenazan a AEterno?”

“Señora Virbono, acaban de convertirse en gatitos hace un minuto,” dijo el león que había permanecido en su puesto. Adelgato creo que era.

“¡Cielos! ¿Qué eran antes de esto?”

“Parecían niños hada. Creo que intentaban parecer monísimos para despistarnos.”

Y entonces Neferhari dijo, “¡Hola, bisabuela, hola!” Y se volvió a convertir en el niño hada que era.

“Pues, sí, claro, hola, hijito. ¿Pero que estáis haciendo aquí? Estos son mis bisnietos, los niños de Ator. No son peligrosos en absoluto, Adelgato. Pero gracias a los dos por avisarme. No deberían andar por ahí solos. ¿Dónde están vuestros padres, niños?”

“Arriba en el norte,” dijo Neferhari, “con nuestra otra bisabuela. La gran dama.”

“Nosotros estábamos ahí también,” dijo Neferniki. “Pero volvimos a casa con Pedubastis y nuestros padres se quedaron allí. Volvimos porque estábamos comiendo demasiado, según Pedubastis. Pero creemos que fue  porque a ella no le gusta nada el frio. Pero hemos recibido un montón de regalos de San Nicolás. Para eso fuimos ahí. Para decorar árboles de navidad y recibir regalos.”

“El día seis, que es su día,” dijo Neferviki.

“Y también fuimos para cantar villancicos y cánticos de invierno,” dijo Neferedi.  

“Cantamos muy bien. ¿Quieres escucharnos, Bisita?”

“Ah, así que habéis venido por el aguinaldo. ¡Eso es lo que estáis haciendo aquí!” rio la bisabuela Divina.

“¡No! Hemos venido para secuestrar al bisabuelo,” dijo Nefernedi  inocentemente, y los demás Atsabesitos le miraron un poco mal por haberles delatado.

“¡Ah! O sea, que lo que queréis es jugar con el bisabuelito. ¡Claro que sí! Falta vuestro padre y necesitáis un sustituto. ¿Os ha mandado aquí Pedubastis?”

Los Atsabesitos parecían tener cara de algo culpables cuando dijeron que Pedubastis no tenía ni idea de donde estaban.

“Ella cree que estamos jugando en los jardines del castillo. Pero dijo que nada malo pasa en Isla Manzana, así que no es malo que estemos aquí, ¿verdad?”

“¡Pues claro que está bien que estéis aquí! ¡AEterno!” gritó Divina. “¡Ven a la puerta inmediatamente!”

“Claro que lo haré,” escucharon gritar devuelta a AEterno, “porque estoy a punto de salir por ahí para ir a mi club.”

Y apareció tras el portón abierto con su bolsa de palos de golf, todos ellos magníficos.

“Olvídate de ir al club. Los niños de Ati han venido y quieren jugar contigo,” dijo Divina.

“¿Por qué?” preguntó AEterno. “¿Qué niño en su sano juicio querría jugar conmigo?”

“Te elegimos porque tienes un palo,” dijo Neferviki.

“Ella quiere decir que tienes un palo de golf,” dijo Neferniki.

“¿Queréis jugar al golf?” preguntó el bisabuelo algo sorprendido.

“No exactamente. Pero te lo explicaremos cuando te hayamos secuestrado,” dijo Neferhari.

“AEterno, acabas de ser secuestrado. No intentes oponer resistencia. Acéptalo cuanto antes, y tengamos las fiestas en paz,” dijo la Bisabuela Divina. “Llévate a estos críos a algún sitio divertido y juega con ellos.”

“¿Qué? ¿Por qué he de hacer eso?”

“Porque si eres amable con ellos, yo lo seré contigo. Y si no lo eres, te daré la navidad.”

“¿Y qué más hay de nuevo?” dijo AEterno.

“Lo nuevo es que vas a jugar con tus bisnietos. Piensa en algo que les entretenga. Yo he de ir de compras navideñas. Online. Venga. Vete. ¡Ya!”

Y la bisabuela Divina empujó a su marido por la puerta hasta la calle y cerró el portón desde dentro. Y Adelgato y Aldegato plegaron sus alas y volvieron a parecer leones de piedra cubiertos de musgo. 

“A ver, niños,” les dijo AEterno a los Atsabesitos. “No tengo ni idea de porque demontres estáis aquí para molestarme, pero tal y como veo esto, no me queda otra que jugar con vosotros.”

 “¡Bien!” dijo Neferhari.

“Tú tienes palos, bisa. Ahiora hemos de encontrar una piedra,” dijo Neferclari.

“¿Una piedra? La gente civilizada no juega con palos y piedras,” dijo AEterno.

“Es que tú tienes que dar de golpes a la piedra,” dijo Neferedi.

“¿Yo? ¿Qué me ha hecho la piedra para que quiera golpearla?”

“No tienes que querer golpearla,” dijo Nefernedi. 

“De hecho, tienes que no querer golpearla,” dijo Neferviki.

“Pero tienes que hacerlo,” insistió Neferniki, “y te tiene que fastidiar.”

“Fastidiado ya estoy. Pero sigo sin entender lo de la piedra.”

“Es que eres nuestro esclavo.”

“¿Lo soy? ¿Y ese es el único uso que tenéis para un esclavo? ¿Por qué exactamente necesitáis que yo tenga que atizar a una piedra? ¿Qué os ha hecho la piedra? ¿O yo, mismamente?”

“Pedubastis dice que eso es lo que hacen los esclavos. Picar piedras.”

“¡Pues ni modo!” dijo  AEterno. “Yo voy a entreteneros un rato, porque soy un ser muy civilizado y no quiero discutir con mi mujer en diciembre, que la gente civilizada evita discutir en este mes. Pero como os he dicho antes, la gente civilizada no juega con piedras y palos. Y tampoco tienen esclavos. Y me parece importante que entendáis esto. Así que no soy vuestro esclavo, sea por lo que sea que pensáis que necesitáis uno. Lo que voy a hacer es fingir que soy amigo vuestro y jugar con vosotros a un juego civilizado. ¿Entendido? Más vale que sí.”

Y AEterno se transformó en lo que les pareció a los Atsabesitos que era un niño más mayor que ellos. Uno de unos siete u ocho años. O uno pequeño para nueve, pero lo bastante mayor para que los pequeñajos le respetasen. Y entonces hizo que apareciese un campo de golf. No el suyo de siempre, sino un campo de mini golf. Y pasó el resto de la mañana enseñando a sus nietecitos a jugar al mini golf.

Y AEterno se portó muy bien con los niños mientras les enseñaba a jugar, y fue tan amable que ellos estaban encantados con él y admiraban a ese niño mayor que él parecía ser. Pero al llegar la hora del almuerzo, AEterno hizo aparecer un saco grande y dijo que contenía perritos calientes y mini hamburguesas vegetarianas, pero que los Atsabesitos tenían que entrar en el saco para hacerse con ellas. Y como pensaban que era un niño mayor muy guay, entraron en el saco sin pensárselo dos veces, lo cual significaba que se fiaban mucho de él, porque los niños gato eran desconfiados por naturaleza.

Y esta historia os la está contando Dolfitos, el hojita intelectual.

sábado, 7 de diciembre de 2024

293. Un juego peculiar


 293. Un juego peculiar

Los Atsabesitos le habían dado la mañana temprana a su niñera Pedubastis. Desayunaban en su dormitorio, donde les subían bandejas llenas de tostadas calentitas con mantequilla y miel y vasos de cristal de borosilicato hechos a mano y decorados con bolitas o burbujitas y  que no se rompían sin que importase las veces que los niños los tumbasen derramando zumo de naranja. De hecho, como eran mágicos, al derramarse su contenido, daban un silbido y el líquido volvía a entrar en el vaso y este se volvía a alzar. Pero como venía diciendo, le habían dado la mañana temprana a Pedubastis porque desayunaban en su enorme cuna comunitaria, donde habían dado más saltos de lo habitual sobre el enorme y sufrido colchón y habían llegado a pegarse con las almohadas en feroz combate que había resultado en que estas se rajasen y soltasen todas las plumitas y hierbas que había en su interior, porque los Atsabesitos, y no importaba la de veces que Pedubastis se las cortase, tenían unas uñitas de temer cuando se transformaban en gatitos. Así que Pedubastis tenía que recoger todas las plumitas de pavo y de pato salvaje y de urogallo y de paloma y de avefría y las hierbecillas – romero, lavanda, jazmín, albahaca y más - que eran el relleno de las almohaditas de los nenes, además de cambiar las sabanas, sacudiéndolas  por la ventana de la habitación antes de echarlas a lavar,  cosa que hacía a diario, porque estaban llenas de migas de pan tostado que te roza cuando te acuestas. Y lo tenía que hacer con sumo cuidado porque las sábanas también podían estar manchadas con algo de miel, que es pegajosa y se puede extender por todas partes, algunas insospechadísimas y todas inconvenientes.

“¡Basta de maullidos! ¡Me estáis volviendo tarumba!” gritó Pedubastis a los niños. “Anda, salid a jugar al jardín mientras yo adecento este lugar, que parece que lo ha atacado Apep.”

“Su dios del caos,” susurró Neferclari y los demás niños asintieron. Ellos habían escuchado a Pedubastis mentar a este dios egipcio otras veces.

Los Atsabesitos nunca iban a ninguna parte solos. Era por aquello de que su madre, Gatsabé,  temía a los amigos y a los enemigos de su propia madre, el hada Jocosa. Así que de entrada se quedaron extrañados y le preguntaron a Pedubastis que les podía pasar si ella no estaba con ellos en el jardín.

“¡Nada!” dijo Pedubastis. “Bueno, sí. Es posible que os secuestren, pobres de ellos. Pero no creo que nadie se atreva si no salís del jardín del castillo. Todo el mundo sabe que vuestro padre es una fiera y vuestra madre peor, que la he criado yo, y la conozco bien.  Así que no creo que se atreva nadie a secuestraros mientras estéis en un lugar en el que se pueda saber de quienes sois hijos. No salgáis del jardín y no os pasará nada. ¡Qué esto es Isla Manzana, donde todos convivimos en paz! ¡Ale, fuera de aquí! ”

Pero los Atsabesitos tenían otra pregunta.

“¿Qué es secuestrar?” preguntó Neferclari.

“Pues que te rapten. Que te cojan por la fuerza y te lleven a otra parte.”

“¿A dónde?” preguntó Neferhari.

“A un lugar donde nadie quiere ir y que no os gustaría nada.”

“¿Por qué no?” preguntó Neferviki.

“Porque os  tratarían mal. Os darían de comer porquerías, con lo galgos que sois. Y os  obligarían  a trabajar gratis y sin ganas ni vocación.”

“¿Para qué querrían hacernos eso?” preguntó Neferniki, fascinado.

“Para fastidiaros. Hay gente muy mala que quiere que los demás sean infelices. Y para tener esclavos. Sí, eso. A la mala gente le gusta tener esclavos.”

“¿Y eso que es?” preguntó Nefernedi, pues los niños jamás habían tenido noticia de algo semejante.

“Ya os lo he dicho. Los esclavos tienen que trabajar gratis aunque no quieran. No pueden tumbarse a la bartola. Tienen que picar piedras, y cosas así. Levantan mucho polvo que se les mete en los pulmones y tosen y tosen y si son mortales, la palman.”

“¿Para qué se pican piedras?” preguntó Neferedi.

“¿Eso qué más da? Te obligan a hacerlo para fastidiarte, y ya está. El propósito es fastidiarte, así que no me fastidiéis a mí, que tengo mucho que hacer. Anda, salid al jardín de una vez.”

Y los Atsabesitos salieron al jardín del castillo de Ator. Lo hicieron muy cautelosamente, como los gatitos que eran. Antes de salir por la gran puerta de roble duro como cuerno, se asomaron un poquito por entre las dos hojas y miraron a su alrededor. Luego sacaron una patita, y al ver que el pesado puente levadizo no se hundía bajo su ligerísimo peso, sacaron otra, y avanzaron.

Una vez en el jardín, se sentaron bajo un gran árbol, aunque esto no tenía sentido porque este había perdido sus hojas y no daba sombra, cosa innecesaria porque el cielo estaba algo gris, y se pusieron a pensar en que iban a hacer ahí fuera.

Y Neferhari tuvo una brillante idea.  “¿Y si secuestramos a alguien?” dijo.

“¿Para que sea nuestro esclavo?” preguntó Neferclari. Y añadió, “¿Por qué íbamos a querer un esclavo?”

“Es para jugar a algo,” dijo Neferhari.

“¿Y le fastidiamos haciendo que pique piedras?” quiso saber  Nefernedi.

“¿Eso como se hace? Lo de picar piedras. Fastidiar es fácil,” dijo Neferedi.

“Muy fácil, lo de fastidiar, sí,” dijo Neferviki, “Eso lo sabemos hacer. Cualquiera puede fastidiar a cualquiera.”

Y Neferniki dijo, “Pues primero hay que encontrar una piedra, y luego hay que darla de golpes, hasta que se parta.”

“Eso no es fácil,” dijo Neferviki, “eso de partirla.”

“Pero se puede,” dijo Neferniki, “o no habría esclavos. ¿O no?”

“Hay piedras en este jardín. Un montón, pequeñas  y muy grandes. Llevaría tiempo partirlas,” dijo Neferclari. “¿Pero quién va a hacerlo? ¿Quién será nuestro esclavo?”

“Papi es fuerte,” dijo Neferhari, “y hay que serlo para partir piedras.”

“No creo que Papi se deje secuestrar,” dijo Nefernedi. “Pedubasits ha dicho que no dejaría que nos secuestrasen a nosotros, porque es una fiera. Tampoco se dejará secuestrar.”

“Nunca le he visto picar piedras.”

“El bisabuelo tiene un palo,” contribuyó Neferedi, muy inspirada.

“Tiene muchos. Pero son de golf,” dijo Neferniki.

“Y los parte cuando se enfada,” contribuyo Nefernedi.

 “Algo hace con ellos que es como pegar a una piedra,” dijo Neferviki.

“Pega a una bola, pero si le secuestramos tendrá que golpear piedras. ¿O no? ¿Qué más le da una cosa que otra?” preguntó Neferclari.

“Si es nuestro esclavo no le puede importar nada. Tendrá que hacerlo sí o sí,” dijo Neferedi.

“Y si le fastidia hacerlo, mejor. ¿O no?” preguntó Neferhari.

“Claro. ¿Cómo lo hacemos? Secuestrar al bisabuelo, digo,” preguntó Neferedi, “porque somos seis y el bisabuelo es uno, pero es grande. No es del tamaño de un grillo, ni de un gorrión, ni de un lirón.”  

Esta historia os la está contando Dolfitos, el hojita intelectual.