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domingo, 21 de septiembre de 2025

315. La ley de tal para cual

 


315. La ley de tal para cual

“¿Sabe usted, joven y precoz saqueador, sobrino nieto y ahijado mío al que siempre he apoyado y al que estoy aquí ahora para volver a proteger, exactamente a quién le has arrebatado el barco?” preguntó La Señora Dama Doña Celestial al joven Esmeraldo. 

“¡Claro que no lo sabe! ¡Qué preguntas haces, Celestial!” protestó la Dama Divina. “Y no hables como si yo no estuviese aquí para hacer lo mismo que tú por mi propio nieto.”

“Había dos zoquetes abordo. Ahí en el barco, quiero decir,” dijo Azulina mientras que su hermano permanecía callado observando a las damas cambiar entre ellas miradas de esas que matan.

“¿Y qué ha sido de esos dos? ¿Qué les ha hecho tu hermanito?” preguntó la Dama Divina.

“Reducirles y encadenarles ahí en el calabozo del buque o algo como eso, creo yo,” explicó la hadita azul a su abuela.

“¡Ah, pero si toda esa nave es una cárcel de lujo!” suspiró la Dama Celestial.

Esmeraldo tocó una nota con su concertina y cantó.

“¡Su confinamiento será temporal! No ha sido su destino fatal, porque pienso venderlos como esclavos a algún gerifalte brutal, de esos que hay por tierras bárbaras, aumentando así mi peculio personal!”    

 “¡Ay, que al nene se le pasaron los tallarines!” suspiró la Dama Celestial.

“No. ¡No! A pesar de los fideos recocidos, no creo que estaría nada bien que vendieses a Metopata Gaitero y Elucubro Perogullo, Esmeraldo, cielito,” empezó a decir la Dama Divina. “¿Y quién iba a querer comprar a esos inútiles? Se les nota demasiado que son tontos. Si sus padres se alegraron cuando supieron que habían sido condenados a galeras. Aliviados se encontraron de que les hubiesen trincado.”

“¿Esos tíos tienen nombre?” preguntó Esmeraldo.

 “Y apellidos de abolengo. Ahora, escuchad atentamente, Azulina y Esmeraldo, mis queridísimos nietos menores, porque vuestra pobre abuelita os va a dar un consejo valioso. Hablando de nombres, no dejéis que os impresione ningún apellido rimbombante, que el vuestro lo es tanto como cualquiera, no voy a decir más, que sería una falta de consideración para con el prójimo y no está bien presumir, que es de maleducados e incautos. Pero el consejo que realmente os quiero dar es que cuando seáis mayores y si se os aparece sentadito en una rama o en un hongo o en una camita de algas marinas o en cualquier parte un bebé hada sin padres que os diga que se llama Metopata, pues que salgáis, queridos nietos, escopetados de ahí dejando al crío atrás.”

“Debo decir,” comentó la Señora Doña Dama Celestial, “que en esto estoy de acuerdo con vuestra abuela, pues tener un hijo desastroso no es nada conveniente. Y luego está todo el follón de plantearse cambiarlo por un humano bueno. ¡Qué cargo de conciencia! Así que podéis hacer caso a vuestra abuela en esto.”

“¿Y si el bebé dice llamarse Elucubro?” preguntó Azulina. “¿Huimos también?”

“Ese nombre es más engañoso, pero incluso tratándose de una intelectual como tú, nietecita, no es un nombre muy propicio para un hijo satisfactorio,” dijo la Señora Doña Dama Celestial.

“Nos van a demandar,” suspiró la Dama Divina tristemente. “A no ser que… Dime, Esmeraldo, ¿les has proporcionado cerveza y les has puesto la tele a los malhechores, querido?”

¿Qué?” preguntó la Señora Doña Dama Celestial. “¿Por qué tendría Esmeraldo que haber hecho eso?”

“Porque así es como Metopata y Elucubro trataron a mi chico Richi cuando le secuestraron. Y por eso Richi quería perdonarles, porque pensaba que habían sido amables con él mientras fue su cautivo. Así que si Esmeraldo les ha tratado de esa manera, pues tal vez ellos piensen igual y nos quieran perdonar.”

¿Papi?” exclamo Azulina, muy sorprendida. “¿Secuestraron a Papi?

“Esos dos zoquetes, sí, hijita,” asintió la Señora Doña Dama Celestial. “Lo cual no dice mucho de tu padre, ¿eh, nena?”

“¡Y ahora esos sinvergüenzas querrán aplicar la ley de tal para cual!” dijo la Dama Divina.

“¿Y esa ley cuál es?” preguntó Azulina, muy asustada.

“Si alguien te hace algo criminal, tú sólo podrás considerarle responsable de eso hasta que le hagas algo igual de criminal a él.”

“Ah, tú no te preocupes por tu Papi, nena. Richi siempre está siendo acosado por idiotas y maleantes,” dijo la Señora Dama Doña Celestial. “pero él siempre sale de todo eso bien airoso, brotando como nuevo, brillando y sonriendo más que nunca.”

“Sí, él se lo toma muy bien y tiende a buscar razones para perdonar a los que le ofenden, mi hijo generoso hace eso. Pero su padre AEterno, pues no.”

“AEterno es un cascarrabias vengativo,” sentenció la Señora Doña Dama Celestial.

“La galera fue su idea, y ya sabéis lo atacado que se siente cuando sus ideas no salen como pensó que lo harían,” dijo Divina. 

“Tal vez si Esmeraldo espabila y vende a esos memos a algún bárbaro AEterno se ponga contento. Odia a esos bobos. Seguro que verles sufrir le hace feliz,”dijo la Dama Celestial.

“Pero Richi no estará nada conforme. Él puso todas esas joyas y delicias a bordo del buque Indignante para que los lerdos esos no se sintieran demasiado mal estando presos ahí. Y a AEterno le dio una rabieta colosal cuando se enteró de eso. Y ahora Esmeraldo, con su violencia, les ha liberado.”

“No, abuelita Divina,” protestó Azulina, “Esmeraldo les tiene encadenados.”

“Pero han sido secuestrados por tu hermano tal y como ellos secuestraron a tu padre y ahora ya no son peores que nosotros. Tendremos que ponerles en libertad. Para que no nos hagan responsables de su secuestro.”

“Lo que vuestra abuelita está intentando deciros,” explicó la Señora Doña Dama Celestial, “es que vuestro papi no se va a enfadar por esto, pero vuestro señor abuelo va a poner el grito en el cielo.”

“Me gustaría verle hacer eso,” dijo Esmeraldo, muy chulito él.

“Escuche, Esmeraldo. ¡No sea usted borde! Yo me di cuenta nada más verte que prometías, y por eso te elegí para que fueses el legítimo heredero de Ricatierra, pero no veo cómo voy a poder protegerte si sigues por el camino que has tomado. Sí, creo que has dejado claro que eres un pirata de éxito, y muy capaz de ponérselo difícil a hombres más mayores y aparentemente mucho más experimentados que tú, pero no queremos competiciones ni concursos de ese tipo en nuestra familia. Así que vende a esos tontos a algún tío bestia de una vez y luego entrégame tu martillo y tu azada y deja de ser pirata y encontraremos otro juego al que podrás jugar sin entrar en conflicto con tu abuelo.”

“¿Podré quedarme con la galera, Señora Dona Tía Abuela y Estupenda Madrina mía?”

“Eso dependerá de cómo digiera tu Abuelo los tallarines recocidos.”

“Pero…¿Cómo puedes aconsejarle a este niño que venda a gente, Celestial? ¡Cómo si no estuviesen lo suficientemente mal ya las cosas  y le recomiendas  al crío que se embarque en el tráfico de esclavos!” protestó Divina.

“Sí, ya sé que nosotros no hacemos eso. Pero he pensado que tal vez AEterno lo encuentre divertido en esta ocasión. Odia a los dos bobos que secuestraron a su hijo y piensa que viven demasiado bien en esa galera automática y de gran lujo. Bien, pues, AEterno es tu marido. ¡Arregla esto tú! Pero a mi Esmeraldo que no le culpen, que la lío parda.”

Mientras las dos damas discutían sobre cómo solucionar su problema, una tercera señora quiso unirse a la merienda campestre. La Dama del Lago Fosforito surgió tímidamente de su hogar acuoso y…



domingo, 7 de septiembre de 2025

314. La canción de Esmeraldo

 

314. La canción de Esmeraldo

“¡Niña, no te asustes, nenita! Soy un fantasma feliz. No te haré daño,” dijo Mateo a Azulina cuando la vio contemplar perpleja el desastre que había causado en el cañaveral  el liberar al barquito del que se había caído este pobre chico para ahogarse en el Lago Fosforito. “No he podido evitar escucharte llamar a Esmeraldo, y yo sé quién es ese. Sí, ha estado por aquí. Y es responsable del caos en el cañaveral.”

Mateo apenas había hablado cuando un fuerte golpetazo se escuchó, y el barquito medio podrido en el que Esmeraldo se había lanzado a los mares volvió al lugar que había estado ocupando durante años.

“¡Oh, por favor! ¡Supongo que ya no lo necesitará el nene!” exclamó Mateo.

“¡Ayyyy!” gritó Calamo, dejándose ver entre las cañas. “¡Ay, ay y ay! ¿Tengo un chichón en la tapa del coco? Lo tendré, luego,  si no lo tengo ya.”

Las cañas estaban volviendo a organizarse, dejando el cañaveral como había estado antes de que el barco fuese arrancado de entre ellas. Carpo surgió del agua y gritó, “¿Quién le está haciendo daño a Cálamo? ¿No ha sufrido ya bastante cuando le arrancaron ese pedazo de basura de barco de entre  los pelos?”

“Pensé que lo querrías devuelta, Calamito,” dijo Esmeraldo. “No seas quejica y aguanta un poquito más y te dejaré nuevo, muchacho de las cañas. ¡Ale, ya acabo! Toque final. Y ya estás como estabas, bonito. ¡Ah, hola, preciosa!” acabó Esmeraldo, fijándose en su hermana. “Vas a estar muy orgullosa de mí, Azulina.”

“¿Y si empezáis a contarme lo que ha pasado desde el principio?” dijo la niña a los cuatro muchachos.

“Ese robó mi barco para navegar por los mares y aterrorizar a todo el mundo,” acusó Mateo señalando a Esmeraldo.

“Pues ya vuelve a ser tuyo. Y eso significa que me caes bien, porque los piratas como yo no tienen este tipo de consideraciones con cualquiera,” le dijo Esmeraldo tranquilamente a Mateo.

“Tu hermano tuvo un encuentro con la dama de este lago, sí, la Fosforita le dicen a esa señora, y fue muy generoso con ella, porque la cedió un portaaviones que casi ni cabe ahí abajo a cambio de una azada roñosa y un martillo abollado y algo de información,” contribuyó Carpo a la explicación que había pedido Azulina.

“¿Una azada?”

“Roñosa. Y un martillo. Abollado. Ambos en un estado lamentable. Era lo único que ella poseía. ¡Nada parecido a la espada Excalibur, no!”

“¿Y la información? Tiene que haber sido buena, porque mi hermano nunca se deja timar.”

“Un soplo. La dama dijo que si él quería algo legendario, pues se rumoreaba que existía una nave infame, asquerosamente plagada de joyas, mermeladas exóticas y especias javanesas que había sido condenada a vagar eternamente por los mares sin rumbo fijo, y que sólo dos lerdos endebles se hallaban en ella para defenderla. Y, ni corto ni perezoso, Esmeraldo decidió apoderarse de esa nave.”

“Pero si sus defensores eran realmente dos debiluchos mentecatos, ¿por qué no se había hecho algún desaprensivo con la nave ya?” 

“Obviamente por  alguna buena razón. Pero no sabíamos cuál. Y cómo tu hermanito es un lanzado, quiso probar suerte aun así. ¿Fue buena?” Carpo termino su discurso con esta pregunta para el hada caballito de mar.

“Parece feliz, así que le habrá salido bien la aventura,” dijo Cálamo.

Y el hadita caballito de mar decidió contestar a la pregunta irrumpiendo en un canto. Primero hizo aparecer una pequeña concertina, y se puso a tocarla y a bailar mientras lo hacía, zapateando y chocando los talones como si estuviese celebrando en la cubierta de un buque.

“¡Oh, soy el terror de los mares! ¡Armadas nacionales destruyo yo a pares! ¡Si entre el diablo y el mar azul has de elegir, antes que tratar conmigo es mejor morir! ¡Entre el desayuno y el almuerzo, he llegado a ser, sin mucho esfuerzo, el  pirata más rico que pueda existir! ¿Qué más señores, se me puede pedir?”” 

“¿Qué? ¿Me tomas el pelo?” exclamó Azulina con asombro.

“Mi buque tiene velas tejidas con oro. ¡Su bodega rebosa con un inagotable  tesoro! De rubíes y zafiros, diamantes y esmeraldas, y corales y perlas hay interminables guirnaldas!  ¡Mermeladas de frutos exóticos y especias javanesas  en cofres de ébano incrustados con turquesas! Puede, querida hermana, que esto no signifique mucho para ti, pero es muestra y señal de éxito y triunfo para mí.”

“Pero…¿cómo?” preguntó la boquiabierta Azulina. “¿Cómo has conseguido eso?”

“Sí,” dijo Carpo. “¿Cómo ha podido un crío del tamaño de una gamba vencer a los guardianes del buque,  por enclenques lerdos que fuesen?”

“¡Atizaola no quiso enseñarme su profesión, y ahora he de ejercer  la de  un  bribón! ¡Ese tío borde no me quiso enseñar, y por eso ahora me dedico a asaltar! Pero soy tan bueno en esto que no me asusta la competencia, y os regalo un consejo, tan cierto que es pura ciencia. Aspirantes a piratas, estéis donde estéis, seguid esta regla de oro, y triunfareis. Sed veloces  cual mercurio y atizar con precisión, dándole al enemigo un fatal coscorrón. Y para rematar la faena, llevad a cabo esta acción: antes de que se enteré de que le habéis noqueado, estad seguros de que al enemigo habéis atado, y seréis los… indiscutibles… amos  de la situación.”

“¿Les dejaste inconscientes antes de que supiesen que les habías golpeado? ¿Con la azada roñosa?” Azulina cada vez estaba más estupefacta.

Esmeraldo sonrió.

“¡Con el martillo abollado!” gritó Carpo.

“Primero le aticé a uno en la rodilla, y cuando se agachó, le di en la barbilla. ¡Y se desplomó! ¡Sí, eso hice yo! Le desplomé, yo mismo doy fe. Luego fui en busca del otro, y repetí  la operación. Y habiendo a ambos derribado y también bien atado, se acabó la confrontación. Este consejo, amigos, yo os dejo. Seguidlo sin ningún complejo, y  es seguro y fijo, fijo, fijo, que seréis el …indiscutible…amo del gran cortijo!”

“¡Os advertí que este crío era un demonio!” susurró Cálamo.

“He traído algo de merienda,” dijo Azulina. “Mamá siempre exagera al preparar una cesta así que creo que habrá bastante para nosotros cinco. Necesito una taza de té para tranquilizarme. Y he de digerir una magdalena a la vez que este notición.”

Eso dijo Azulina mientras extendía una jarapa que había extraído de una gran cesta que había traído consigo.

Y entonces…

“¡Ay, guay!” dijo la Abuela Divina a su nietecita. “No habrá jalea de guayaba entre las muchas  y maravillosas mermeladas del barco de tu hermano?“

“Yo traigo tostadas y miel y  bollos y pastelitos y tartaletas de limón. ¿Qué has traído tú, Divina? Apuesto a que  nada. Nunca estás preparada.”

Eso dijo la Abuela Celestial manifestándose de sopetón en aquel lugar al igual que había hecho  su hermana.

“Bueno,” suspiró Divina, “estoy casi segura que podría pedir que nos acercasen helado de tutti frutti.”

“Sí, de eso siempre tienes en tu congelador.”

“Hermana, me imagino que estamos aquí por el mismo motivo.”

“Imaginas bien. Pero primero vamos a merendar.”

lunes, 25 de agosto de 2025

313. La Universidad de Tealzo

313. La Universidad de Tealzo

Mientras su hermanito negociaba en el Lago Fosforito con la Dama de ese lugar, Azulina estaba devolviendo los libros que había hallado sobre arquitectura naval a su lugar en las estanterías de la biblioteca de Casa Gentil. Se los había leído todos con gran diligencia y creía estar preparada para intentar construir un buen barquito.

Y entonces, cuando acababa de dejar el último de los libros en su lugar, sonó su bola de cristal.

“La llamamos desde la Universidad de Tealzo,” dijo una voz. “Hemos oído que intentaste matricularte en la facultad de arquitectura naval e ingeniería marina de la Universidad de Tímote, pero no te gusto lo que encontraste ahí. Queremos ofrecerte nuestros servicios. Estamos seguros de que estarás encantada de trabajar con nosotros. Serás muy feliz aquí.”

Azulina le explicó a esa voz que ella se había preparado por su cuenta y que probablemente ya no necesitaba acudir a una universidad para aprender a construir una nave modesta. Pero la voz insistió e insistió.

“¡Necesitarás clases prácticas, bla, bla, bla! ¡Vale más tener un diploma, bla bla, bla!” continuaba la voz de la Universidad de Tealzo.

La voz era tan amable y tan insistente que Azulina, que odiaba tener que decir que no a gente agradable, acabó por ceder.

“Muy bien,” dijo Azulina. “Pasaré por vuestra facultad y veré lo que me ofrecéis.”

Y eso hizo.

Aconsejaron a Azulina que asistiese a dos o tres clases para ver si la gustaba aquello.

Y eso también hizo.

La primera clase iba a consistir en una magistral dada por el Profesor Divago. Se suponía que iba a hablar sobre cómo hacer que un barco no se hundiese jamás. Pero se puso a divagar contando a sus alumnos como él casi se ahogó a los dos añitos de edad en la bañera de la decrepita casa de su decrepita abuela. Ella le había dejado sentado en la bañera con el agua fluyendo y el tapón puesto y se había ido a ver si ya estaban listas unas lentejas que estaba cociendo. Luego se puso a hablar por teléfono y se olvidó del todo del niño. Y como no sabía nadar, fue una suerte que el profesor flotase milagrosamente y fuese rescatado a tiempo por su tío, que entró en el baño a hacer sus necesidades y vió lo que había ahí. El Profesor Divago entonces explicó a sus alumnos que algunas personas pensaban que era muy conveniente aprender a nadar si no querías ahogarte mientras que otras pensaban que saber nadar sólo prolongaba la agonía de luchar contra grandes cuerpos de agua y era mejor ahogarse rápido. Y tras haber compartido con sus alumnos toda está indispensable información, él mismo hizo sonar una campana y ese fue el final de su clase.

La segunda clase a la que asistió Azulina tenía que haber sido sobre los mejores materiales con los que construir naves. El Profesor Resentido habló durante una hora sobre lo antipáticas que eran las autoridades protuarias extranjeras y los perjuicios que sentían contra los extranjeros y lo sospechosas que se mostraban al tratar con barcos que navegaban bajo una bandera ajena. ¡Jolín, lo cabreado que estaba con esas autoridades portuarias! Llegó a llamarlas toda clase de nombres pintorescos y acabó su clase aconsejando a sus alumnos a jamás navegar fuera de las aguas territoriales de su país. Entonces preguntó a sus alumnos si entre ellos había algún extranjero. Azulina no estaba segura de que si era una extranjera ahí o no. Así que se deslizó hacia abajo para esconderse bajo su pupitre y pasar desapercibida.

El tercer profesor que entró en la clase era sobrino del Profesor Resentido. Azulina sabía esto porque había escuchado a una de las alumnas decírselo a otra. Entró sin más y preguntó si había allí alguien que ya supiese algo sobre barcos y el mar. Dijo que de ser así, sería mejor que esta persona no se molestase en asistir a clase porque sólo conseguiría incomodar a los demás alumnos haciendo que se sintiesen inferiores. Entonces empezó a pasar lista, y  conforme decía un nombre sonreía a la persona nombrada o no, mirando en este último caso rápidamente hacia otra parte, como si no hubiese visto a nadie. Porque el profe había dejado la puerta abierta, Azulina pudo salir del aula a cuatro patas sin ser percibida.

“Pero, cariño,” dijo el hombre cuya agradable voz había hablado con Azulina por la bola de cristal cuando esta le explicó, muy educadamente que no la habían convencido las clases a las que había asistido, “nosotros no queremos expertos y tú quieres un diploma. Estoy seguro de que podemos llegar a un arreglo. ¿No es tu padre Ricatierra Buenvecino? Te queremos aquí.”

“El problema es que estoy empezando a pensar que tal vez sea yo una experta,” Azulina se dijo a sí misma. Había entrado en el aula con síndrome del impostor, pero ahora estaba pensando que tal vez no lo era. La llevó un rato huir de la secretaría del rectorado y del persistente secretario, pero logró llegar a casa a la hora del té.

Mientras extendía mantequilla por un bollito y observaba como se derretía y hundía un terrón de azúcar en su taza de té, Azulina suspiró y musitó, “¡Vivant bibliothecae! Un libro, cuando lo tienes en tus manos y lo abres, te da generosamente todo lo que contiene. No te exige que sepas de antemano todo de lo que va y te acompleja y te llama tonto por no saberlo. No te pregunta de dónde eres, ni quién eres. No te castiga por no saber nada o por saber demasiado. Sólo te pide que sepas leer, y si sabes leer, te da todo lo que él sabe. Lo dicho. ¡Sí, sí, sí! ¡Larga vida a las buenas bibliotecas!”

“¿Qué has dicho, cielo?” preguntó Mamá Brana a la niña. Pero antes de que Azulina pudiese contestar, su madre tenía otra pregunta para ella. “¿Sabes dónde puede andar Esmeraldo?”

“Ahora iré a buscarle, y le llevaré algo de merienda,” le dijo Azulina a su madre. "No te preocupes. Sólo está jugando a ser un pirata, aunque es cierto que se toma sus juegos muy en serio." 

domingo, 27 de julio de 2025

312. Los abismales

 

312. Los abismales  

“¡Ese bote es mío!” chillo una voz que parecía avanzar por la maleza. Y el fantasma de un niño de unos once años se materializó ante Esmeraldo.

“¿Y te crees que eso a mí me importa?” espetó Esmeraldo, muy chulo él,  al joven fantasma, que le triplicaba en tamaño, “¡Quiero ese bote, y lo quiero ahora!”

“¡Venga ya, Mateo! ¡Qué tú no te has acercado a este bote en muchos años! ¡Qué tienes pánico a acercarte al agua!” intervino Cálamo. “Este crío cree que él es un feroz pirata. Te va a plantar cara y va a pelear por el bote podrido, porque está mal de la cabeza. ¡Y es muy chiquitín, y como en un descuido nuestro reciba algún mamporro, la vamos a tener liada!”

“Yo soy fuerte. No creáis que no,” insistió Esmeraldo, enseñando los dientes y alzando los puños. “¡Venga, al lío!” le retó a Mateo.

“Ya, ya,” dijo Carpo metiéndose entre ellos. “Pero una demostración de fuerza es lo que queremos evitar. Mira, niño, ya ves que hacerte con este bote no es buena idea. Cálamo quiere ayudarte a conseguirlo, pero que sepas que Mateo tiene dos amigos, uno muy bestia. Y eso sin contar con Teófilo, que se las trae cuando se enfada y es el dueño de este lugar y te puede echar de aquí. ¿Tú no tienes amigos ni  familia? ¿Qué haces aquí? Juega en el jardín de tu casa. ¿No tienes un estanquecillo de peces dorados? ¿O una piscinita?”

“Tengo dos piscinas, una cubierta y otra al aire, ambas enormes, y también tengo varias albercas en casa de mis padres ahí en Isla Manzana. Pero soy pirata, y pronto seré el rey de los mares.”

“¡Anda, si el nene es de los de la islita!” dijo Cálamo. “Me parece que dijiste que tu padre se llamaba Demetrio. ¿No tendrá algo que ver con mi buena diosa de los cereales?”

“Mi papá es ahijado de Deméter.”

“¡Vaya, vaya! Pues no necesitas meterte a pirata para poder comer, eso es seguro.”

“Claro que no. Lo que quiero es ser libre y temido. Si ya te lo he dicho. ¿Quieres que te de un recibo?”

“Lo que queremos es que te vayas a casita antes de que tengas un problema, mocoso,” dijo Carpo.

“Vosotros tampoco sois tan mayores. Seguro que vosotros tampoco estáis en casa. Sois griegos ¿no? Pues largo de aquí.”

“Escucha, bonito,” intervino otra vez Carpo, “estamos aquí por culpa de una desgracia, que si no, sí que estaríamos en casa. El padre de Cálamo, Meandro, prometió a los dioses que sacrificaría lo primero que se le acercase. No pensó que se podría tratar de su hijo. Pero así fue, y Meandro tiró a Cálamo a un río que había ahí mismo. Y Cálamo se ahogó. Y Meandro, que se sentía fatal, también se tiró al río. Y también se ahogó. Y los dioses, al ver semejante tragedia griega, se apiadaron de ellos. Convirtieron a Meandro en el espíritu de ese río, que ahora lleva su nombre, y a Cálamo en el espíritu de los cañaverales.  Ahí donde hay cañas está Cálamo, que para eso es el espíritu de los cañaverales. Yo soy hijo de dioses, y por lo tanto inmortal y no me ahogo. Pero allí donde está Cálamo, estoy yo, Carpo, porque soy su amigo del alma. Somos inseparables desde muy niños. Éramos inseparables cuando él estaba vivo, y siempre lo seremos ahora que no lo está.”

“Conmovedor. ¿Pero sacas el bote o doy tirones yo?” dijo Esmeraldo.

“No he terminado. Mateo, que es este niño que si antes no quería el bote ahora lo quiere, pues ese era un mortal que se ahogó aquí en este lago. Y no le tienen retenido ahí abajo los demonios de las profundidades porque unas hadas buenas lo sacaron del agua antes de que tocase fondo. Es un fantasma que vaga por el bosque. Hazme caso. Este lago no es un buen lugar para jugar.”

“O sacas el bote como me prometiste o lo saco yo a tirones.”

“¡Pero si he dicho que es mío!” gritó Mateo.

“Tú cállate, y no provoques al pequeñajo. ¿No ves que está loco, pobrecito?” dijo Cálamo. “Si el bote es de alguien, es mío, que llevo muchísimo tiempo reteniéndolo aquí. Que si no lo hago ya hubiese engordado el patrimonio de los abismales que viven ahí abajo. En cuanto lo suelte, encontraremos la manera de que el canijo se lo lleve a casa y aquí habrá paz y cada uno a lo suyo, como siempre.”

Carpo se puso a ayudar a Cálamo a separarse del bote. Desenredar ese lío de raíces y tallos y hojas no era fácil, y por delicadamente que se moviesen los dedos de Carpo intentando no hacer daño a su amigo, alguna queja soltó Cálamo.  

“Yo sólo quería evitar que pasasen más desgracias,” farfulló Mateo. “Por eso he dejado que el barco se pudriese ahí.”

“Pues ahora se va a pudrir en casa del enano este,” dijo Cálamo.

“No pienso llevármelo de aquí todavía,” dijo Esmeraldo. “Estoy pensando que como pirata, necesito algo más que mis puños para pelear. Necesito pistolones. Y una espada.”

“Sí, ya. Ahora con pistola. ¿No te he dicho que este crío nos va a traer un problema, Mateo?” dijo Cálamo. Y dirigiéndose a Esmeraldo añadió, “Seguro que te puedes fabricar una espadita de madera en el jardín de tu casa.”

“Una espada de madera se puede partir más fácilmente que una simple estaca si intento clavársela a alguien en el corazón. Quiero una espada de acero, o algo así.”

“Pues aquí no hay nada de eso. Cálamo y yo somos gente de paz. Sólo nadamos y retozamos disfrutando de la naturaleza. Y los Teos son aguerridos, pero no buscan broncas.”

“Te equivocas. He oído decir que en todos los lagos se esconden armas de las buenas. Algunas incluso mágicas. Seguro que en el fondo de este estanque encuentro algo estupendo.”

“¡Allá tú si te ahogas intentando cogerlo!” gritó Mateo. 

“¡Qué no soy mortal! ¡Qué soy un hada caballo de mar!”

“Caballito. Caballito de mar. No te enfades conmigo por recordártelo, que ya sé que eres chiquito pero matón,” dijo Carpo.

Esmeraldo no respondió con palabras. Se adentró en el lago sin decir ni una.

“Pero… ¡Ve tras él, Carpo!” exclamó Cálamo. “Los espíritus de este lugar se enfadan por cualquier tontería. ¡Le van a machacar!” 

De hecho, las aguas del Lago Fosforito, también conocido como el Estanque Malhumorado ya se estaban revolviendo. Y eso que en aquel ultra cálido día de verano no había ni la más suave brisa.

Carpo salió tras Esmeraldo, tal y como le había indicado Cálamo.

“Con lo pequeño que es y lo que me cuesta perseguirle. ¡Si me descuido, se me adelanta tanto que le pierdo de vista!”

Y las aguas cada vez se volvían más oscuras…

Cuando por fin alcanzó Carpo al caballito de mar fue porque este se había parado delante de dos criaturas de los abismos. Tenían un aspecto muy poco alentador. Eran fosforescentes. Sus extremidades parecían las de los pulpos pero acababan en manos de largos y fuertes dedos, capaces de asir con fuerza estranguladora. Grandes huecos negros en lugar de ojos tenían y una boquita redonda que al abrirse mostraba dientes que eran la envidia del mejor dotado tiburón.

“¡No le toquéis!” gritó Carpo, y su voz se perdió por las gruesas aguas en las que flotaba. “¡Es peligrosísimo!”

“¿Tiene peligro el canijo este?” preguntó una de las criaturas. Se hubiese reído de saber como hacerlo, pero reír no estaba entre sus habilidades.

Esmeraldo ya se había vuelto a convertir en un niño hada, y estaba a punto de abrir la boca y soltar aquello de que era un temido pirata y ya podían empezar a respetarle, pero Carpo no le dejó hablar.

“Es una bomba de relojería el nene este. ¡Creedme! Ni os acerquéis a él.”  Y le susurró a Esmeraldo, “Deja que hable por ti. Yo les conozco.”

“¿Qué porras haces aquí, griego? Nunca bajáis tanto ni tú ni tu amiguete. Sois seres de superficie.”

“Vengo persiguiendo a este. Y para advertiros que si le lleváis la contraría puede producirse un desastre. Lo único que quiere este es saber si guardáis  ahí abajo algún arma digna de ser legendaria.”

“¿Qué?” dijeron los abismales.

Y entonces se unió al grupo un tercer ser, una mujer de bruma en la cabeza que se asemejaba a  larguísimos cabellos verdes y dientes como perlas, pero atrozmente afilados. Esta señora llevaba una corona en la cabeza.  

“Esto me interesa,” dijo la señora. “Hablaré yo con ellos. Conozco al padre de este chico, que es uno de los vientos griegos. No precisamente mi favorito, pero no es mal tío.”

Y a Carpo le dijo la reina, no quitándole el ojo de encima a Esmeraldo, “Tengo de lo que buscáis. ¿Pero que me vais a dar a cambio?”

“Yo sólo puedo ofrecerte fruta,” dijo Carpo. “Pero riquísima. De la mejor calidad.”

 “Tú no tienes ni idea de lo que nosotros comemos. ¿No es verdad, guapito de cara? Los frutos de los huertos terrenales aquí sólo sirven para pudrirse en el agua. Puede que los mordisqueé algún pez.”

“Puedo traeros manzanas de oro del jardín de las Hespérides.”

 “O sea, naranjas. ¿Naranjitas a nosotros? ¿Es que crees que nosotros podemos padecer de escorbuto? ¿Sabes cuál es nuestra comida predilecta? El aire que extraemos de los pulmones de aquellos que ahogamos. Traedme al fantasma del niño Mateo, que ese era presa nuestra y nos lo robaron. Entonces empezaremos a hablar.” 

Y Esmeraldo, sin decir palabra, sacó de uno de los bolsillos de su pantalón un diminuto modelito de portaaviones. El niño hizo que esa nave creciese de golpe a su tamaño natural, casi tumbando a los abismales por el tremendo movimiento de aguas que acompañó a ese cambio.

Carpo se había quedado sin habla. Le había seguido el juego a Esmeraldo y pensaba que él también estaba echando un farol cuando les advirtió a los abismales de lo peligroso que podía ser el hadita.

“¡Enséñame lo que tienes, señora, que yo te acabo de enseñar lo que tengo yo!” le espetó muy gallito Esmeraldo a la reina del abismo.

 

domingo, 20 de julio de 2025

311. Oculto en un cañaveral

311. Oculto en un cañaveral

Nadie roba en Isla Manzana. No sólo no hay por qué, es que a nadie se le ocurre hacerlo. Y si se le ocurre a alguien, ese alguien suele dejar la isla antes de hacerlo, repugnado por la excesiva bondad del lugar. Y ahí fuera es mucho más fácil robar. Así que el pirata en proyecto Esmeraldo Gemaverde sabía que tenía que abandonar la isla para robar un barco, acción que se había propuesto realizar para inaugurar su carrera. Un niño menor de siete años tiene prohibido abandonar la isla, pero los piratas rompen normas, y era mejor hacer esto fuera de allí.

Esmeraldo se transformó en un caballito de mar y cruzó el charco a nado y llegó hasta el Bosque Triturado, concretamente a la zona del Bosquecillo de los Búhos. Volvió a ser un niño hada y se paró delante de un gran cartel que ponía:

  PEREGRINE,

CUM REVERENTIA PROCEDE 

NAM MOX INTRATURUS

ES

DOMUM

SILVA BUBORUM!

“¿Habrá algo en este bosquecillo que me interese?” se preguntó. Y algo le dijo que sí. Probablemente fue porque divisó un cuerpo de agua. Y ese cuerpo era el Lago Fosforito, también conocido como el Estanque Malhumorado. Caminó hasta sus orillas y allí se fijó en un objeto de madera casi totalmente oculto en un cañaveral. Se acercó por allí y se puso a apartar las cañas. Entonces escuchó el sonido de un oboe.

“Dulce y placentera música que deleita los oídos del solitario caminante,” pensó. “No esperaba escuchar tal fuera de la isla. Es como si aquí no pegase.”

Algo ensimismado, Esmeraldo respiró profundamente y se puso a hablar a las plantas.

“Hueles a masa para hacer bizcocho,” Esmeraldo le dijo al cañaveral. Sí que olían aquellas cañas a canela y jengibre y a algo dulzón.

“Lo siento,” le respondió la voz de un muchacho. “No lo puedo evitar. Pero te aconsejo que no me comas. Puedo resultar tóxico, aunque hay quienes me usan para hacer caramelos perfectamente comestibles. ¿Es para eso que me vas a arrancar?”

“Perdón,” contestó Esmeraldo, “no quería hacerte daño. No, no quiero caramelos. Quería ver que escondes. Parece que podría ser un bote del revés.”

El espíritu del cañaveral se dejó ver. Era un espíritu con aspecto de adolescente, parecía tener unos quince años. Por su piel, de un verde muy claro, se deslizaban gotitas de agua que también caían de su cabellera,  que era de un verde más oscuro.

“Lo es,” dijo el espíritu del cañaveral.

“Si vamos a tener trato, será mejor que nos presentemos. Yo me llamo Esmeraldo Gemaverde, y soy hijo de Demetrio Ricatierra. Y desde ayer tarde soy un temido pirata. Bueno, temido todavía no, pero si valen las intenciones sí que debería de ser muy temido. Te advierto desde ya que voy a apropiarme de tu bote. Si te resistes a entregármelo… ¡te arrancaré de cuajo!”

“¡Ay, vaya!” exclamó el muchacho, intentando no reírse. “Será si puedes. Lleva años ahí el bote y puede que esté podrido. Desde luego te costará un dolor extraerlo y reflotarlo. A mí no me arranques para hacer eso, que ni siquiera es mío ese barquito. Haré lo que pueda para soltarlo pacíficamente. Pero es…no, era. Era de unos muchachos que se ahogaron aquí. O algo así. Ten cuidado. A ver si vas a ahogarte tú.”

“Soy un hada caballo de mar. ¿No ves que soy tan verde como tú? Eso que tú dices no me va a pasar.”

“Ah. Ya me extrañaba que fueses tan verde como yo. Pero creí que serías el espíritu de alguna planta. Claro que una planta no arranca a otra…”

“Pero la puede desplazar. No niegues que os empujáis. No sois tan santas como la gente quiere creer que sois.”

Entonces apareció otro espíritu, también muy joven en apariencia. Vino nadando, surgiendo de la profundidad del lago.

“¡Tú! ¿Eres ese al que dicen Dionisio?” preguntó Esmeraldo al recién llegado. Preguntó porque este joven llevaba racimos de uvas negras liadas en su cabello.

“Dionisio siempre lleva uvas y a veces serpientes en la cabeza. Te enseñaré a distinguirnos. Soy Carpo,” le dijo a Esmeraldo el muchacho, “y mi nombre significa fruta. Llevo la fruta del día en el pelo. Hoy tocan uvas, mañana higos y pasado peras. ¿Qué hace mi amigo hablando con un hada tan canija como tú? Si eres un bebé en pañales.”

“No te engañes. Soy un feroz pirata. Le estoy contando a tu amigo mis planes para este bote.”

“Un bebé con planes. Mira, si prometes irte de aquí, te ayudaré a sacar el bote de entre las cañas. ¡Que si te pones tú, sólo conseguirás dar tirones que harán polvo al pobre Cálamo!”

domingo, 6 de julio de 2025

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

“¿Así que quieres ser un arquitecto naval?” la pequeña hada lagartija le preguntó a su hermano Esmeraldo, el todavía más pequeño hada caballito de mar.

“¿Un qué?”

“Eso es lo que la gente que construye botes se llama. Arquitectos navales. Tienes tantísimas naves que Papi te ha regalado, pero dices que quieres construir una tú mismo.”

“Correcto. Un arquitecto naval seré pues. Eso es lo que quiero ser.”

Azulina consultó su bolita de cristal portátil y dijo, “La persona que te puede enseñar el oficio es un tal profesor Atizaola. Es el jefe de la facultad de Arquitectura Naval e Ingeniería Marítima de la Universidad de Tímote, sea lo que sea eso, y puede concederte una licenciatura. ¿Vamos a por ella? Tímote no está en nuestra isla. Tal vez no deberíamos ir allí.”

“¡Sí! ¡Sí que iremos! No diremos nada a nadie. ¡Será una sorpresa cuando volvamos con el título!”

“Bueno, ya que es para un buen propósito…Es por cuestión de estudios, y aprender siempre es bueno…Justifica saltarse las normas…”

“Yo soy un ve-a-por-ello! ¡Voy a ir a por ello!”

“Bueno pues yo soy la guardiana de mi hermano. Una ve-a-protegerle. Iré contigo.”

Ahora cualquiera con dos dedos de frente te puede decir que las hadas no van a las universidades a no ser que estén mal de la cabeza y a punto de pasarse a l lado oscuro. Pero aunque Esmeraldo y Azulina eran muy emprendedores, no tenían casi ni dos añitos y no sabían mucho sobre el lado oscuro de las universidades ni de lo oscuro en general  salvo que te puede comer un coco. Sólo soñaban con la alegría y el orgullo de poder construir sus propias naves, así que se fueron a por el conocimiento y el título a Tímote, un lugar al borde de una entrada al inframundo que estaba justo entre el diablo y el profundo mar azul.

“¿Y de dónde venís vosotros dos nenes resabidos?” bostezó Tanaceto Camamandrágoras. Nuestro viejo conocido, el extraño artista, estaba falsificando Turners junto al profundo mar azul. Había una vista esplendida del océano justo delante del astillero de la Universidad de Tímote, y ahí era donde estaban ya los niños hada.

“Somos dos de los hijos de Demetrio Estrarico Ricatierra.”

“¡Ahhhhhhhh!”   exclamó  Tanaceto suavemente pero impresionado. “ ¡Entonces sois nietos de AEterno Virbono! Y por lo tanto no hay quién os niegue admisión. Déjales ser tus alumnos si sabes lo que vale una buena recomendación, Atizaola.”

El Profesor Atizaola era un individuo muy alto, tan alto como la ola soñada del más osado de los surfistas, y el tipo se consideraba un gigante entre las hadas del lado oscuro. O eso quería que pensasen de él los demás. Y le importaba un rábano rojo lo que era conveniente para él. Era un tío combativo que disfrutaba de chinchar y se alimentaba de feas broncas. Siempre quería ver quién quedaría de pie.

“¿Sabes esos maestros que todos dicen que son buenísimos?” le preguntó Atizaola a Camamandrágoras. “No son más que unas magdalenas sentimentales que se desmoronan con mirarlas. Un auténtico maestro  jamás enseña. Espera a que sus discípulos aprendan por si mismos.”

“Ya…veo…” murmuró Tanaceto. “Pos vale.”

“Mañana antes del amanecer. Cuando está más oscura la noche.  Exactamente a las tres y cuarto. Entonces examinaré a los aspirantes a arquitecto naval. Ahí en esa cueva que hay junto al astillero,” dijo Atizaola, sonriendo cruelmente a los niños.

“¿Selectividad? ¿Un examen de entrada?” preguntó Tanaceto.

“Por supuesto que no. Un examen de patada. Sales de él de una patada y con un diploma en la mano si apruebas. Y si no apruebas, de una patada y con las manos vacías.”

“Ah. Ya veo,” dijo Tanaceto.

Pero Azulina era la que lo veía claro. Ni ella ni su hermano necesitaban la aprobación de un matón. Nada que ver con acosadores. Así que los niños no se matricularon para el examen y no pagaron un solo hadapenique. Azulina cogió a Esmeraldo de la manita y le llevó a la biblioteca de su Tía Mabel en la Mansión Gentil.

“La tita dice que no hay nada que uno no pueda aprender en la biblioteca adecuada,” le dijo Azulina a su hermanito. “No vamos a entrar en el juego de ese sinvergüenza. Ni en su cueva. Puede que nos coma o algo. No me gusta como me ha mirado. Ni como te ha mirado a ti. No era sólo que nos quisiese humillar. Su mirada era de algo peor que desprecio. Era siniestra. Si tenemos que hacer esto por nuestra cuenta, nos prepararemos realmente por nuestra cuenta, sin tener nada que ver con ese idiota. Vamos a empezar por ver qué información hallamos aquí mismo.”

Tuvieron suerte. Como el padre de Mabel, el Memorión, era un hada marina que vivía en un buque junto a Isla Manzana, en menos de media hora  Azulina había apilado dos docenas de libros sobre construcción de naves que les iban a ser útiles. Y había descartado tres libros ininteligibles que había escrito el mismísimo Atizaola. Pero Esmeraldo se había aburrido y caído dormido, y cuando despertó de la cabezadita dijo que él no iba a leerse todos esos libros. Si no podía aprender a ser arquitecto naval de forma práctica en vez de teórica, sería en vez un pirata. Eso es lo que tratar con Atizaola le había hecho. Le había convertido en un delincuente.

“Lo primero que haré será robar un barco,” dijo el niño.

“¿Qué? Pero si tienes docenas de barcos. ¿Por qué necesitas robar uno?”

“Es cuestión de principios, hermanita. Ningún pirata que se respete a si mismo va merodeando por ahí en un barco que su papaíto le ha regalado por Navidad.”

Y Esmeraldo se largó para  buscar guerra.

Azulina le hubiese seguido, pero pensó que podría serle más útil si se quedase a leer todos esos libros que había seleccionado. Como era no sólo una lectora voraz sino también una muy rápida, pensó que daría tiempo antes de que se metiese en un lio su hermano.

martes, 10 de junio de 2025

309. Los fantasmas de la casa parroquial

309. Los fantasmas de la casa parroquial

Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, he sido consultado acerca de los fantasmas que encantan la Casa Parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Así que decidí visitar el pequeño cementerio casero que hay en el terreno de dicha casa. Me acerqué al muro que la rodea y le pedí permiso para pasar por una grieta de las que hay en esa pared parlante y la pared escribió “¡Adelante! ¡Hazlo! ¡Pasa!” en si misma y eso hice yo.

La hierba allí era tan alta que tuve que subirme a una enredadera de Clematis enrollada sobre una estructura de hierro algo oxidada para poder ver dónde estaba yo. Como si estuviese en el nido de cuervo del mástil de un barco mire a mi alrededor y divisé una piscina con agua de un verde veronés, una cabaña de madera a mi derecha, medio escondida entre árboles con hojas que todavía lucían su verde más joven, y al fondo, la casa parroquial, allí en la distancia, con el cementerio casero que buscaba asomando por su lado izquierdo.

Había una brisa, y decidí aprovecharla para avanzar, y batí mis alas y la enganché, y la permití que me llevase hacía dónde iba, descendiendo al fin sobre una lápida algo cubierta de musgo que decía pertenecer a una tal Juno.  


El cementerio estaba lleno de pequeñas ofrendas que llevaban ahí muchos años, y también había otras más recientes. Unas avellanas aportadas por alguna ardilla agradecida, dos o tres cerezas que habían depositado pajaritos que habían sido atendidos por el veterinario. Cositas de esas. Dos pequeñas estatuas de ángeles había allí, pero los marcadores de las tumbas eran casi todos lápidas redondeadas o cuadradas. Un gato y un perro descansaban ante dos de las tumbas, tal vez leales a los que otrora habían sido sus amos. Había flores recién cortadas, sobre todo lirios y pensamientos, probablemente aportados por Tyrone y Felina, y había también flores que crecían ahí, bajo sol de la primavera tardía. Cantidad de rosas de escaramujo, blancos lirios de la paz, bacopa azul, zinnias de color lavanda y la mismísima lavanda crecían ahí. Habían sido cuidadosamente plantadas, pero ahora medraban silvestres.

Saqué el cuadernito en el que yo solía tomar notas y estaba a punto de escribir los nombres que se veían en las lápidas cuando apareció Teófilo Apocada, apoyado en uno de los ángeles. Sus ojos verdes se entrecerraban por la luz del sol que se estaba poniendo y su melena caoba bailaba un poquito con la brisa. Ahí estaba el que iba a ser el heredero de los Apocado, sin aparentar tener más de trece añitos, y yo me pregunté cuánto tiempo llevaba realmente existiendo, apartado ya de la vida mortal. Él chico había reducido su tamaño al mío, a mi habitual tamaño, y por eso el ángel de piedra parecía un gigante ahí tras él, en lugar de un enano contra su rodilla.

“¿Cuál es la tuya, Teo?” le pregunté, apuntando a las tumbas.

“Yo no tengo una,” contestó. “Se supone que he desaparecido. Nunca llegué a morir. Me salvaron en el último segundo. Convertido estoy en uno de vosotros. Eso soy ahora. Uno de nosotros.”

“¡Ah, sí,  claro!” dije yo.

“Es cierto que la gente tiende a pensar que soy un fantasma. No me sorprende que tú lo creyeses. ¿Pero por qué estás aquí? No es que me moleste, pero siento curiosidad, si se me permite saber.”

“Claro que te daré una explicación. Estoy en tu territorio.”

Le dije que me habían preguntado que fantasmas encantaban la casa parroquial y que había pensado que pasear por este cementerio me daría una idea.

“No están todos por aquí. Por lo menos no hasta diciembre. Algunos aparecen en momentos distintos. Otros pasan todo el verano aquí. Tito Solitario y su esposa, Juno están aquí todo el año. Viven en su zona de la casa, como hacían en vida. Al principio mi tío estaba enfadado con mi hermanito Tyrone por haber vendido la casa, pero todo eso ya ha pasado. Porque Oberón se la devolvió a mi hermano. Es un tipo simpático, que intenta ser justo a veces. Le dijo a Tyrone que dos limusinas no pueden comprar un poco de terreno. La tierra vale mucho más. No tiene precio, eso dijo. Dejó que Tay se quedase las limusinas cuando le devolvió la casa. Dijo que Tay había sido desprendido y que él lo sería también. Y lo fue. Yo estaba presente cuando ocurrió esto."                                    

“¿Sólo el Doctor Solitario y la Señorita Juno habitan aquí encantando la casa?”

“Empezaré por el principio. El reverendo Tomás Apocado construyó esta casa, como seguro que ya sabrás. Se retiró a este lugar cuando empezó a dudar de la biblia al haber leído Sobre el origen de las especies de Darwin. Ahora ya sabe de lo que va todo esto. Y ha vuelto a su antigua casa parroquial, allí dónde ejercía, la que había abandonado para retirarse aquí. Su esposa, Isabel Rut, le acompaña siempre. 

Pero sí que vienen por aquí para pasar la Navidad. Sus hijos…tuvieron dos, Mario y Hermético. Esos no se parecen nada físicamente, pero sí mucho de carácter. Son tan reservados que parecen algo huraños. Pero cuando les saludo, me contestan, aunque no dicen gran cosa.


 Mario y su esposa Melisa se dejan caer por aquí casi todas las semanas. Les gustaba la jardinería, y todavía se ocupan algo del huerto y el invernadero. Pero no cortan el césped, porque se notaría demasiado su presencia. Pero sí que hablan con ciertos insectos y demás para disuadirles de traer aquí plagas. Y cuando hace falta, riegan. Lo hacen en plena noche, subrepticiamente. 

Algunas noches se puede escuchar aquí música. No viene de las hadas. Son Hermético y su esposa Solita Desfallecer tocando sus antoguos instrumentos musicales. De vez en cuanto se oye el arpa de ella y el violín de él. Este lugar se vuelve especialmente ruidoso en Navidades. Villancicos se escuchan aquí cantar y todo. Tay y Felina no lo saben porque se van a ver a los padres de ella durante las fiestas. Mario y Melisa tuvieron un hijo, Tristán Eduardo. Él se caso con una mujer muy guapa pero misteriosa que se llama Elena Elfa. Eso ocurrió justo después de la segunda guerra mundial.


 
Edu y Elfi cocinan muy bien. Abrieron un restaurante famoso, el Café Elfa, en algún lugar del continente. Puede que en Paris. Pero vienen en Navidad y se encargan de preparar la cena de Nochebuena y la comida del día siguiente. Menudo lío montan en la cocina, pero el resultado es magnífico. Claro que los fantasmas sólo se alimentan de sus recuerdos, a no ser que quemes la comida y puedan absorber su esencia vía el humo. Pero la comida de Edu y Elfi les llega. Y las hadas nos ponemos moradas. Todo está buenísimo. No tuvieron hijos estos dos. Hermético y Solita tuvieron dos, aunque tarde, porque se casaron tarde. Él tuvo que ir a por ella a las Indias Occidentales. Uno de sus hijos, pues, a ese lo conoces. 

Sí, es Solitario Apocado, el veterinario. Su mujer, Juno, también era veterinaria. Es muy simpática, y muy divertida. Murió relativamente joven, y él nunca lo asimiló. Creo que son los únicos no-mortales que viven aquí, aparte de mí. Ahora son felices otra vez, porque están juntos.

El hermano de Solitario, Federico, era mi padre, y también es el padre de Tyrone. Nuestra madre se llama Alicia. Ella cuidaba de las abejas, y  él era un insectólogo, una autoridad en mariposas y otros bichitos. Suelen pasar los veranos aquí. Y siempre tenemos miel buenísima, porque se sigue ocupando de eso mi madre. Si hubiese alguien más encantando este lugar, creo que lo sabría yo," dijo, encogiéndose de hombros y sacudiendo su melena.

"¡Ah, sí! Casi se me olvida Mateo, un chavalín que se ahogó en el Lago Fosforito y que vive en esa cabaña de ahí con sus amigos Doroteo y Timoteo. Estos son dos abducidos voluntarios, y ahora son hadas, casi tanto como yo. Necesitamos un nombre para los abducidos voluntariamente. No me gusta llamarles cambiaditos, porque aunque han sufrido un cambio, pues, los verdaderos cambiaditos siempre han sido los hijos malos que las hadas han cambiado por bebés mortales bien buenos. Yo dejo que esos tres Teos vivan en la cabaña. Yo duermo en lo que viene a ser el ático de la casa parroquial. Es todo para mí. Les ofrecí habitaciones en la casa a los Teos, pero prefieren la cabaña. Les gusta la naturaleza casi más que a mí. Yo procuro ser silencioso para no asustar a Felina. Ella parece un fantasma cuando sale a medianoche a jugar a la pelota con los gatos del bosque, pero se pone nerviosa si detecta a un fantasma de verdad. Por eso siempre sale acompañada por Tyrone por la noche. No se siente cómoda entre fantasmas, ni aquí en el cementerio.


 
Los Teos también vienen a la casa para la cena de Nochebuena y la comida del día de Navidad. Te habrás dado cuenta de que las navidades son la época con más actividad fantasmal aquí en la casa parroquial.”  

Y entonces recibí una invitación. Teófilo me sonrió y añadió, “Tú puedes venir y acompañarnos en Navidad si quieres. A la cena y a la comida. Y si te apetece pasear por aquí, ven cuando quieras. Los hojitas siempre tienen paso franco aquí.”

Y entonces se volvió hacia las tumbas y probablemente se fijó en las diminutas lápidas que marcaban el lugar en el que habían sido enterradas mascotas de la familia. 

“No debo olvidarme de las mascotas. Algunos de sus fantasmas pasan todo el año aquí. Otras vienen de vez en cuando con los que fueron sus amos. Ese perro y ese gato que hay tumbados ahí son hadas. Yo les convertí en eso. El perro es Barney. Perteneció a Solitario, y cuando este murió, yo convertí al perrito en hada, porque estaba hecho polvo. La gata era la gata más antigua de Felina. Tenía veinte años cuando se puso pocha y antes de que muriese, la convertí en hada también. Se llama Rebeca. Los animales enterrados aquí, pues son Pinky Miau, la gata de color casi fresa de mi madre, Alicia, y Lulú, que era la gata negra de mi madre, y Luna, una gata gris de mi tía Juno. Fluffy era su perrito, Bitsy su pez e Itsy su ratoncito. Ralph era medio perro y medio lobo y Darling un zorro rojo. Tutsi era un caracol y Perla era la perra de Tito Edi. Creo que eso es todo.”

El sol se había puesto y yo miré arriba, hacia el cielo.

“Hay un montón de ángeles revoloteando por el cementerio, ¿no?” le dije a Teófilo. “Les veo entre las estrellas.”

“Han estado recogiendo flores. Las flores también se salvan. Se las llevan a sus jardines celestiales  y allí florecen de nuevo. Siempre hay ángeles por aquí. Supongo que es porque esto casi era una casa parroquial. Pero deberías ver el cielo en Navidades. Ven a vernos. Te presentaré a todos.”