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domingo, 27 de julio de 2025

312. Los abismales

 

312. Los abismales  

“¡Ese bote es mío!” chillo una voz que parecía avanzar por la maleza. Y el fantasma de un niño de unos once años se materializó ante Esmeraldo.

“¿Y te crees que eso a mí me importa?” espetó Esmeraldo, muy chulo él,  al joven fantasma, que le triplicaba en tamaño, “¡Quiero ese bote, y lo quiero ahora!”

“¡Venga ya, Mateo! ¡Qué tú no te has acercado a este bote en muchos años! ¡Qué tienes pánico a acercarte al agua!” intervino Cálamo. “Este crío cree que él es un feroz pirata. Te va a plantar cara y va a pelear por el bote podrido, porque está mal de la cabeza. ¡Y es muy chiquitín, y como en un descuido nuestro reciba algún mamporro, la vamos a tener liada!”

“Yo soy fuerte. No creáis que no,” insistió Esmeraldo, enseñando los dientes y alzando los puños. “¡Venga, al lío!” le retó a Mateo.

“Ya, ya,” dijo Carpo metiéndose entre ellos. “Pero una demostración de fuerza es lo que queremos evitar. Mira, niño, ya ves que hacerte con este bote no es buena idea. Cálamo quiere ayudarte a conseguirlo, pero que sepas que Mateo tiene dos amigos, uno muy bestia. Y eso sin contar con Teófilo, que se las trae cuando se enfada y es el dueño de este lugar y te puede echar de aquí. ¿Tú no tienes amigos ni  familia? ¿Qué haces aquí? Juega en el jardín de tu casa. ¿No tienes un estanquecillo de peces dorados? ¿O una piscinita?”

“Tengo dos piscinas, una cubierta y otra al aire, ambas enormes, y también tengo varias albercas en casa de mis padres ahí en Isla Manzana. Pero soy pirata, y pronto seré el rey de los mares.”

“¡Anda, si el nene es de los de la islita!” dijo Cálamo. “Me parece que dijiste que tu padre se llamaba Demetrio. ¿No tendrá algo que ver con mi buena diosa de los cereales?”

“Mi papá es ahijado de Deméter.”

“¡Vaya, vaya! Pues no necesitas meterte a pirata para poder comer, eso es seguro.”

“Claro que no. Lo que quiero es ser libre y temido. Si ya te lo he dicho. ¿Quieres que te de un recibo?”

“Lo que queremos es que te vayas a casita antes de que tengas un problema, mocoso,” dijo Carpo.

“Vosotros tampoco sois tan mayores. Seguro que vosotros tampoco estáis en casa. Sois griegos ¿no? Pues largo de aquí.”

“Escucha, bonito,” intervino otra vez Carpo, “estamos aquí por culpa de una desgracia, que si no, sí que estaríamos en casa. El padre de Cálamo, Meandro, prometió a los dioses que sacrificaría lo primero que se le acercase. No pensó que se podría tratar de su hijo. Pero así fue, y Meandro tiró a Cálamo a un río que había ahí mismo. Y Cálamo se ahogó. Y Meandro, que se sentía fatal, también se tiró al río. Y también se ahogó. Y los dioses, al ver semejante tragedia griega, se apiadaron de ellos. Convirtieron a Meandro en el espíritu de ese río, que ahora lleva su nombre, y a Cálamo en el espíritu de los cañaverales.  Ahí donde hay cañas está Cálamo, que para eso es el espíritu de los cañaverales. Yo soy hijo de dioses, y por lo tanto inmortal y no me ahogo. Pero allí donde está Cálamo, estoy yo, Carpo, porque soy su amigo del alma. Somos inseparables desde muy niños. Éramos inseparables cuando él estaba vivo, y siempre lo seremos ahora que no lo está.”

“Conmovedor. ¿Pero sacas el bote o doy tirones yo?” dijo Esmeraldo.

“No he terminado. Mateo, que es este niño que si antes no quería el bote ahora lo quiere, pues ese era un mortal que se ahogó aquí en este lago. Y no le tienen retenido ahí abajo los demonios de las profundidades porque unas hadas buenas lo sacaron del agua antes de que tocase fondo. Es un fantasma que vaga por el bosque. Hazme caso. Este lago no es un buen lugar para jugar.”

“O sacas el bote como me prometiste o lo saco yo a tirones.”

“¡Pero si he dicho que es mío!” gritó Mateo.

“Tú cállate, y no provoques al pequeñajo. ¿No ves que está loco, pobrecito?” dijo Cálamo. “Si el bote es de alguien, es mío, que llevo muchísimo tiempo reteniéndolo aquí. Que si no lo hago ya hubiese engordado el patrimonio de los abismales que viven ahí abajo. En cuanto lo suelte, encontraremos la manera de que el canijo se lo lleve a casa y aquí habrá paz y cada uno a lo suyo, como siempre.”

Carpo se puso a ayudar a Cálamo a separarse del bote. Desenredar ese lío de raíces y tallos y hojas no era fácil, y por delicadamente que se moviesen los dedos de Carpo intentando no hacer daño a su amigo, alguna queja soltó Cálamo.  

“Yo sólo quería evitar que pasasen más desgracias,” farfulló Mateo. “Por eso he dejado que el barco se pudriese ahí.”

“Pues ahora se va a pudrir en casa del enano este,” dijo Cálamo.

“No pienso llevármelo de aquí todavía,” dijo Esmeraldo. “Estoy pensando que como pirata, necesito algo más que mis puños para pelear. Necesito pistolones. Y una espada.”

“Sí, ya. Ahora con pistola. ¿No te he dicho que este crío nos va a traer un problema, Mateo?” dijo Cálamo. Y dirigiéndose a Esmeraldo añadió, “Seguro que te puedes fabricar una espadita de madera en el jardín de tu casa.”

“Una espada de madera se puede partir más fácilmente que una simple estaca si intento clavársela a alguien en el corazón. Quiero una espada de acero, o algo así.”

“Pues aquí no hay nada de eso. Cálamo y yo somos gente de paz. Sólo nadamos y retozamos disfrutando de la naturaleza. Y los Teos son aguerridos, pero no buscan broncas.”

“Te equivocas. He oído decir que en todos los lagos se esconden armas de las buenas. Algunas incluso mágicas. Seguro que en el fondo de este estanque encuentro algo estupendo.”

“¡Allá tú si te ahogas intentando cogerlo!” gritó Mateo. 

“¡Qué no soy mortal! ¡Qué soy un hada caballo de mar!”

“Caballito. Caballito de mar. No te enfades conmigo por recordártelo, que ya sé que eres chiquito pero matón,” dijo Carpo.

Esmeraldo no respondió con palabras. Se adentró en el lago sin decir ni una.

“Pero… ¡Ve tras él, Carpo!” exclamó Cálamo. “Los espíritus de este lugar se enfadan por cualquier tontería. ¡Le van a machacar!” 

De hecho, las aguas del Lago Fosforito, también conocido como el Estanque Malhumorado ya se estaban revolviendo. Y eso que en aquel ultra cálido día de verano no había ni la más suave brisa.

Carpo salió tras Esmeraldo, tal y como le había indicado Cálamo.

“Con lo pequeño que es y lo que me cuesta perseguirle. ¡Si me descuido, se me adelanta tanto que le pierdo de vista!”

Y las aguas cada vez se volvían más oscuras…

Cuando por fin alcanzó Carpo al caballito de mar fue porque este se había parado delante de dos criaturas de los abismos. Tenían un aspecto muy poco alentador. Eran fosforescentes. Sus extremidades parecían las de los pulpos pero acababan en manos de largos y fuertes dedos, capaces de asir con fuerza estranguladora. Grandes huecos negros en lugar de ojos tenían y una boquita redonda que al abrirse mostraba dientes que eran la envidia del mejor dotado tiburón.

“¡No le toquéis!” gritó Carpo, y su voz se perdió por las gruesas aguas en las que flotaba. “¡Es peligrosísimo!”

“¿Tiene peligro el canijo este?” preguntó una de las criaturas. Se hubiese reído de saber como hacerlo, pero reír no estaba entre sus habilidades.

Esmeraldo ya se había vuelto a convertir en un niño hada, y estaba a punto de abrir la boca y soltar aquello de que era un temido pirata y ya podían empezar a respetarle, pero Carpo no le dejó hablar.

“Es una bomba de relojería el nene este. ¡Creedme! Ni os acerquéis a él.”  Y le susurró a Esmeraldo, “Deja que hable por ti. Yo les conozco.”

“¿Qué porras haces aquí, griego? Nunca bajáis tanto ni tú ni tu amiguete. Sois seres de superficie.”

“Vengo persiguiendo a este. Y para advertiros que si le lleváis la contraría puede producirse un desastre. Lo único que quiere este es saber si guardáis  ahí abajo algún arma digna de ser legendaria.”

“¿Qué?” dijeron los abismales.

Y entonces se unió al grupo un tercer ser, una mujer de bruma en la cabeza que se asemejaba a  larguísimos cabellos verdes y dientes como perlas, pero atrozmente afilados. Esta señora llevaba una corona en la cabeza.  

“Esto me interesa,” dijo la señora. “Hablaré yo con ellos. Conozco al padre de este chico, que es uno de los vientos griegos. No precisamente mi favorito, pero no es mal tío.”

Y a Carpo le dijo la reina, no quitándole el ojo de encima a Esmeraldo, “Tengo de lo que buscáis. ¿Pero que me vais a dar a cambio?”

“Yo sólo puedo ofrecerte fruta,” dijo Carpo. “Pero riquísima. De la mejor calidad.”

 “Tú no tienes ni idea de lo que nosotros comemos. ¿No es verdad, guapito de cara? Los frutos de los huertos terrenales aquí sólo sirven para pudrirse en el agua. Puede que los mordisqueé algún pez.”

“Puedo traeros manzanas de oro del jardín de las Hespérides.”

 “O sea, naranjas. ¿Naranjitas a nosotros? ¿Es que crees que nosotros podemos padecer de escorbuto? ¿Sabes cuál es nuestra comida predilecta? El aire que extraemos de los pulmones de aquellos que ahogamos. Traedme al fantasma del niño Mateo, que ese era presa nuestra y nos lo robaron. Entonces empezaremos a hablar.” 

Y Esmeraldo, sin decir palabra, sacó de uno de los bolsillos de su pantalón un diminuto modelito de portaaviones. El niño hizo que esa nave creciese de golpe a su tamaño natural, casi tumbando a los abismales por el tremendo movimiento de aguas que acompañó a ese cambio.

Carpo se había quedado sin habla. Le había seguido el juego a Esmeraldo y pensaba que él también estaba echando un farol cuando les advirtió a los abismales de lo peligroso que podía ser el hadita.

“¡Enséñame lo que tienes, señora, que yo te acabo de enseñar lo que tengo yo!” le espetó muy gallito Esmeraldo a la reina del abismo.

 

domingo, 20 de julio de 2025

311. Oculto en un cañaveral

311. Oculto en un cañaveral

Nadie roba en Isla Manzana. No sólo no hay por qué, es que a nadie se le ocurre hacerlo. Y si se le ocurre a alguien, ese alguien suele dejar la isla antes de hacerlo, repugnado por la excesiva bondad del lugar. Y ahí fuera es mucho más fácil robar. Así que el pirata en proyecto Esmeraldo Gemaverde sabía que tenía que abandonar la isla para robar un barco, acción que se había propuesto realizar para inaugurar su carrera. Un niño menor de siete años tiene prohibido abandonar la isla, pero los piratas rompen normas, y era mejor hacer esto fuera de allí.

Esmeraldo se transformó en un caballito de mar y cruzó el charco a nado y llegó hasta el Bosque Triturado, concretamente a la zona del Bosquecillo de los Búhos. Volvió a ser un niño hada y se paró delante de un gran cartel que ponía:

  PEREGRINE,

CUM REVERENTIA PROCEDE 

NAM MOX INTRATURUS

ES

DOMUM

SILVA BUBORUM!

“¿Habrá algo en este bosquecillo que me interese?” se preguntó. Y algo le dijo que sí. Probablemente fue porque divisó un cuerpo de agua. Y ese cuerpo era el Lago Fosforito, también conocido como el Estanque Malhumorado. Caminó hasta sus orillas y allí se fijó en un objeto de madera casi totalmente oculto en un cañaveral. Se acercó por allí y se puso a apartar las cañas. Entonces escuchó el sonido de un oboe.

“Dulce y placentera música que deleita los oídos del solitario caminante,” pensó. “No esperaba escuchar tal fuera de la isla. Es como si aquí no pegase.”

Algo ensimismado, Esmeraldo respiró profundamente y se puso a hablar a las plantas.

“Hueles a masa para hacer bizcocho,” Esmeraldo le dijo al cañaveral. Sí que olían aquellas cañas a canela y jengibre y a algo dulzón.

“Lo siento,” le respondió la voz de un muchacho. “No lo puedo evitar. Pero te aconsejo que no me comas. Puedo resultar tóxico, aunque hay quienes me usan para hacer caramelos perfectamente comestibles. ¿Es para eso que me vas a arrancar?”

“Perdón,” contestó Esmeraldo, “no quería hacerte daño. No, no quiero caramelos. Quería ver que escondes. Parece que podría ser un bote del revés.”

El espíritu del cañaveral se dejó ver. Era un espíritu con aspecto de adolescente, parecía tener unos quince años. Por su piel, de un verde muy claro, se deslizaban gotitas de agua que también caían de su cabellera,  que era de un verde más oscuro.

“Lo es,” dijo el espíritu del cañaveral.

“Si vamos a tener trato, será mejor que nos presentemos. Yo me llamo Esmeraldo Gemaverde, y soy hijo de Demetrio Ricatierra. Y desde ayer tarde soy un temido pirata. Bueno, temido todavía no, pero si valen las intenciones sí que debería de ser muy temido. Te advierto desde ya que voy a apropiarme de tu bote. Si te resistes a entregármelo… ¡te arrancaré de cuajo!”

“¡Ay, vaya!” exclamó el muchacho, intentando no reírse. “Será si puedes. Lleva años ahí el bote y puede que esté podrido. Desde luego te costará un dolor extraerlo y reflotarlo. A mí no me arranques para hacer eso, que ni siquiera es mío ese barquito. Haré lo que pueda para soltarlo pacíficamente. Pero es…no, era. Era de unos muchachos que se ahogaron aquí. O algo así. Ten cuidado. A ver si vas a ahogarte tú.”

“Soy un hada caballo de mar. ¿No ves que soy tan verde como tú? Eso que tú dices no me va a pasar.”

“Ah. Ya me extrañaba que fueses tan verde como yo. Pero creí que serías el espíritu de alguna planta. Claro que una planta no arranca a otra…”

“Pero la puede desplazar. No niegues que os empujáis. No sois tan santas como la gente quiere creer que sois.”

Entonces apareció otro espíritu, también muy joven en apariencia. Vino nadando, surgiendo de la profundidad del lago.

“¡Tú! ¿Eres ese al que dicen Dionisio?” preguntó Esmeraldo al recién llegado. Preguntó porque este joven llevaba racimos de uvas negras liadas en su cabello.

“Dionisio siempre lleva uvas y a veces serpientes en la cabeza. Te enseñaré a distinguirnos. Soy Carpo,” le dijo a Esmeraldo el muchacho, “y mi nombre significa fruta. Llevo la fruta del día en el pelo. Hoy tocan uvas, mañana higos y pasado peras. ¿Qué hace mi amigo hablando con un hada tan canija como tú? Si eres un bebé en pañales.”

“No te engañes. Soy un feroz pirata. Le estoy contando a tu amigo mis planes para este bote.”

“Un bebé con planes. Mira, si prometes irte de aquí, te ayudaré a sacar el bote de entre las cañas. ¡Que si te pones tú, sólo conseguirás dar tirones que harán polvo al pobre Cálamo!”

domingo, 6 de julio de 2025

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

310. En el astillero de la Universidad de Tímote

“¿Así que quieres ser un arquitecto naval?” la pequeña hada lagartija le preguntó a su hermano Esmeraldo, el todavía más pequeño hada caballito de mar.

“¿Un qué?”

“Eso es lo que la gente que construye botes se llama. Arquitectos navales. Tienes tantísimas naves que Papi te ha regalado, pero dices que quieres construir una tú mismo.”

“Correcto. Un arquitecto naval seré pues. Eso es lo que quiero ser.”

Azulina consultó su bolita de cristal portátil y dijo, “La persona que te puede enseñar el oficio es un tal profesor Atizaola. Es el jefe de la facultad de Arquitectura Naval e Ingeniería Marítima de la Universidad de Tímote, sea lo que sea eso, y puede concederte una licenciatura. ¿Vamos a por ella? Tímote no está en nuestra isla. Tal vez no deberíamos ir allí.”

“¡Sí! ¡Sí que iremos! No diremos nada a nadie. ¡Será una sorpresa cuando volvamos con el título!”

“Bueno, ya que es para un buen propósito…Es por cuestión de estudios, y aprender siempre es bueno…Justifica saltarse las normas…”

“Yo soy un ve-a-por-ello! ¡Voy a ir a por ello!”

“Bueno pues yo soy la guardiana de mi hermano. Una ve-a-protegerle. Iré contigo.”

Ahora cualquiera con dos dedos de frente te puede decir que las hadas no van a las universidades a no ser que estén mal de la cabeza y a punto de pasarse a l lado oscuro. Pero aunque Esmeraldo y Azulina eran muy emprendedores, no tenían casi ni dos añitos y no sabían mucho sobre el lado oscuro de las universidades ni de lo oscuro en general  salvo que te puede comer un coco. Sólo soñaban con la alegría y el orgullo de poder construir sus propias naves, así que se fueron a por el conocimiento y el título a Tímote, un lugar al borde de una entrada al inframundo que estaba justo entre el diablo y el profundo mar azul.

“¿Y de dónde venís vosotros dos nenes resabidos?” bostezó Tanaceto Camamandrágoras. Nuestro viejo conocido, el extraño artista, estaba falsificando Turners junto al profundo mar azul. Había una vista esplendida del océano justo delante del astillero de la Universidad de Tímote, y ahí era donde estaban ya los niños hada.

“Somos dos de los hijos de Demetrio Estrarico Ricatierra.”

“¡Ahhhhhhhh!”   exclamó  Tanaceto suavemente pero impresionado. “ ¡Entonces sois nietos de AEterno Virbono! Y por lo tanto no hay quién os niegue admisión. Déjales ser tus alumnos si sabes lo que vale una buena recomendación, Atizaola.”

El Profesor Atizaola era un individuo muy alto, tan alto como la ola soñada del más osado de los surfistas, y el tipo se consideraba un gigante entre las hadas del lado oscuro. O eso quería que pensasen de él los demás. Y le importaba un rábano rojo lo que era conveniente para él. Era un tío combativo que disfrutaba de chinchar y se alimentaba de feas broncas. Siempre quería ver quién quedaría de pie.

“¿Sabes esos maestros que todos dicen que son buenísimos?” le preguntó Atizaola a Camamandrágoras. “No son más que unas magdalenas sentimentales que se desmoronan con mirarlas. Un auténtico maestro  jamás enseña. Espera a que sus discípulos aprendan por si mismos.”

“Ya…veo…” murmuró Tanaceto. “Pos vale.”

“Mañana antes del amanecer. Cuando está más oscura la noche.  Exactamente a las tres y cuarto. Entonces examinaré a los aspirantes a arquitecto naval. Ahí en esa cueva que hay junto al astillero,” dijo Atizaola, sonriendo cruelmente a los niños.

“¿Selectividad? ¿Un examen de entrada?” preguntó Tanaceto.

“Por supuesto que no. Un examen de patada. Sales de él de una patada y con un diploma en la mano si apruebas. Y si no apruebas, de una patada y con las manos vacías.”

“Ah. Ya veo,” dijo Tanaceto.

Pero Azulina era la que lo veía claro. Ni ella ni su hermano necesitaban la aprobación de un matón. Nada que ver con acosadores. Así que los niños no se matricularon para el examen y no pagaron un solo hadapenique. Azulina cogió a Esmeraldo de la manita y le llevó a la biblioteca de su Tía Mabel en la Mansión Gentil.

“La tita dice que no hay nada que uno no pueda aprender en la biblioteca adecuada,” le dijo Azulina a su hermanito. “No vamos a entrar en el juego de ese sinvergüenza. Ni en su cueva. Puede que nos coma o algo. No me gusta como me ha mirado. Ni como te ha mirado a ti. No era sólo que nos quisiese humillar. Su mirada era de algo peor que desprecio. Era siniestra. Si tenemos que hacer esto por nuestra cuenta, nos prepararemos realmente por nuestra cuenta, sin tener nada que ver con ese idiota. Vamos a empezar por ver qué información hallamos aquí mismo.”

Tuvieron suerte. Como el padre de Mabel, el Memorión, era un hada marina que vivía en un buque junto a Isla Manzana, en menos de media hora  Azulina había apilado dos docenas de libros sobre construcción de naves que les iban a ser útiles. Y había descartado tres libros ininteligibles que había escrito el mismísimo Atizaola. Pero Esmeraldo se había aburrido y caído dormido, y cuando despertó de la cabezadita dijo que él no iba a leerse todos esos libros. Si no podía aprender a ser arquitecto naval de forma práctica en vez de teórica, sería en vez un pirata. Eso es lo que tratar con Atizaola le había hecho. Le había convertido en un delincuente.

“Lo primero que haré será robar un barco,” dijo el niño.

“¿Qué? Pero si tienes docenas de barcos. ¿Por qué necesitas robar uno?”

“Es cuestión de principios, hermanita. Ningún pirata que se respete a si mismo va merodeando por ahí en un barco que su papaíto le ha regalado por Navidad.”

Y Esmeraldo se largó para  buscar guerra.

Azulina le hubiese seguido, pero pensó que podría serle más útil si se quedase a leer todos esos libros que había seleccionado. Como era no sólo una lectora voraz sino también una muy rápida, pensó que daría tiempo antes de que se metiese en un lio su hermano.

martes, 10 de junio de 2025

309. Los fantasmas de la casa parroquial

309. Los fantasmas de la casa parroquial

Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, he sido consultado acerca de los fantasmas que encantan la Casa Parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Así que decidí visitar el pequeño cementerio casero que hay en el terreno de dicha casa. Me acerqué al muro que la rodea y le pedí permiso para pasar por una grieta de las que hay en esa pared parlante y la pared escribió “¡Adelante! ¡Hazlo! ¡Pasa!” en si misma y eso hice yo.

La hierba allí era tan alta que tuve que subirme a una enredadera de Clematis enrollada sobre una estructura de hierro algo oxidada para poder ver dónde estaba yo. Como si estuviese en el nido de cuervo del mástil de un barco mire a mi alrededor y divisé una piscina con agua de un verde veronés, una cabaña de madera a mi derecha, medio escondida entre árboles con hojas que todavía lucían su verde más joven, y al fondo, la casa parroquial, allí en la distancia, con el cementerio casero que buscaba asomando por su lado izquierdo.

Había una brisa, y decidí aprovecharla para avanzar, y batí mis alas y la enganché, y la permití que me llevase hacía dónde iba, descendiendo al fin sobre una lápida algo cubierta de musgo que decía pertenecer a una tal Juno.  


El cementerio estaba lleno de pequeñas ofrendas que llevaban ahí muchos años, y también había otras más recientes. Unas avellanas aportadas por alguna ardilla agradecida, dos o tres cerezas que habían depositado pajaritos que habían sido atendidos por el veterinario. Cositas de esas. Dos pequeñas estatuas de ángeles había allí, pero los marcadores de las tumbas eran casi todos lápidas redondeadas o cuadradas. Un gato y un perro descansaban ante dos de las tumbas, tal vez leales a los que otrora habían sido sus amos. Había flores recién cortadas, sobre todo lirios y pensamientos, probablemente aportados por Tyrone y Felina, y había también flores que crecían ahí, bajo sol de la primavera tardía. Cantidad de rosas de escaramujo, blancos lirios de la paz, bacopa azul, zinnias de color lavanda y la mismísima lavanda crecían ahí. Habían sido cuidadosamente plantadas, pero ahora medraban silvestres.

Saqué el cuadernito en el que yo solía tomar notas y estaba a punto de escribir los nombres que se veían en las lápidas cuando apareció Teófilo Apocada, apoyado en uno de los ángeles. Sus ojos verdes se entrecerraban por la luz del sol que se estaba poniendo y su melena caoba bailaba un poquito con la brisa. Ahí estaba el que iba a ser el heredero de los Apocado, sin aparentar tener más de trece añitos, y yo me pregunté cuánto tiempo llevaba realmente existiendo, apartado ya de la vida mortal. Él chico había reducido su tamaño al mío, a mi habitual tamaño, y por eso el ángel de piedra parecía un gigante ahí tras él, en lugar de un enano contra su rodilla.

“¿Cuál es la tuya, Teo?” le pregunté, apuntando a las tumbas.

“Yo no tengo una,” contestó. “Se supone que he desaparecido. Nunca llegué a morir. Me salvaron en el último segundo. Convertido estoy en uno de vosotros. Eso soy ahora. Uno de nosotros.”

“¡Ah, sí,  claro!” dije yo.

“Es cierto que la gente tiende a pensar que soy un fantasma. No me sorprende que tú lo creyeses. ¿Pero por qué estás aquí? No es que me moleste, pero siento curiosidad, si se me permite saber.”

“Claro que te daré una explicación. Estoy en tu territorio.”

Le dije que me habían preguntado que fantasmas encantaban la casa parroquial y que había pensado que pasear por este cementerio me daría una idea.

“No están todos por aquí. Por lo menos no hasta diciembre. Algunos aparecen en momentos distintos. Otros pasan todo el verano aquí. Tito Solitario y su esposa, Juno están aquí todo el año. Viven en su zona de la casa, como hacían en vida. Al principio mi tío estaba enfadado con mi hermanito Tyrone por haber vendido la casa, pero todo eso ya ha pasado. Porque Oberón se la devolvió a mi hermano. Es un tipo simpático, que intenta ser justo a veces. Le dijo a Tyrone que dos limusinas no pueden comprar un poco de terreno. La tierra vale mucho más. No tiene precio, eso dijo. Dejó que Tay se quedase las limusinas cuando le devolvió la casa. Dijo que Tay había sido desprendido y que él lo sería también. Y lo fue. Yo estaba presente cuando ocurrió esto."                                    

“¿Sólo el Doctor Solitario y la Señorita Juno habitan aquí encantando la casa?”

“Empezaré por el principio. El reverendo Tomás Apocado construyó esta casa, como seguro que ya sabrás. Se retiró a este lugar cuando empezó a dudar de la biblia al haber leído Sobre el origen de las especies de Darwin. Ahora ya sabe de lo que va todo esto. Y ha vuelto a su antigua casa parroquial, allí dónde ejercía, la que había abandonado para retirarse aquí. Su esposa, Isabel Rut, le acompaña siempre. 

Pero sí que vienen por aquí para pasar la Navidad. Sus hijos…tuvieron dos, Mario y Hermético. Esos no se parecen nada físicamente, pero sí mucho de carácter. Son tan reservados que parecen algo huraños. Pero cuando les saludo, me contestan, aunque no dicen gran cosa.


 Mario y su esposa Melisa se dejan caer por aquí casi todas las semanas. Les gustaba la jardinería, y todavía se ocupan algo del huerto y el invernadero. Pero no cortan el césped, porque se notaría demasiado su presencia. Pero sí que hablan con ciertos insectos y demás para disuadirles de traer aquí plagas. Y cuando hace falta, riegan. Lo hacen en plena noche, subrepticiamente. 

Algunas noches se puede escuchar aquí música. No viene de las hadas. Son Hermético y su esposa Solita Desfallecer tocando sus antoguos instrumentos musicales. De vez en cuanto se oye el arpa de ella y el violín de él. Este lugar se vuelve especialmente ruidoso en Navidades. Villancicos se escuchan aquí cantar y todo. Tay y Felina no lo saben porque se van a ver a los padres de ella durante las fiestas. Mario y Melisa tuvieron un hijo, Tristán Eduardo. Él se caso con una mujer muy guapa pero misteriosa que se llama Elena Elfa. Eso ocurrió justo después de la segunda guerra mundial.


 
Edu y Elfi cocinan muy bien. Abrieron un restaurante famoso, el Café Elfa, en algún lugar del continente. Puede que en Paris. Pero vienen en Navidad y se encargan de preparar la cena de Nochebuena y la comida del día siguiente. Menudo lío montan en la cocina, pero el resultado es magnífico. Claro que los fantasmas sólo se alimentan de sus recuerdos, a no ser que quemes la comida y puedan absorber su esencia vía el humo. Pero la comida de Edu y Elfi les llega. Y las hadas nos ponemos moradas. Todo está buenísimo. No tuvieron hijos estos dos. Hermético y Solita tuvieron dos, aunque tarde, porque se casaron tarde. Él tuvo que ir a por ella a las Indias Occidentales. Uno de sus hijos, pues, a ese lo conoces. 

Sí, es Solitario Apocado, el veterinario. Su mujer, Juno, también era veterinaria. Es muy simpática, y muy divertida. Murió relativamente joven, y él nunca lo asimiló. Creo que son los únicos no-mortales que viven aquí, aparte de mí. Ahora son felices otra vez, porque están juntos.

El hermano de Solitario, Federico, era mi padre, y también es el padre de Tyrone. Nuestra madre se llama Alicia. Ella cuidaba de las abejas, y  él era un insectólogo, una autoridad en mariposas y otros bichitos. Suelen pasar los veranos aquí. Y siempre tenemos miel buenísima, porque se sigue ocupando de eso mi madre. Si hubiese alguien más encantando este lugar, creo que lo sabría yo," dijo, encogiéndose de hombros y sacudiendo su melena.

"¡Ah, sí! Casi se me olvida Mateo, un chavalín que se ahogó en el Lago Fosforito y que vive en esa cabaña de ahí con sus amigos Doroteo y Timoteo. Estos son dos abducidos voluntarios, y ahora son hadas, casi tanto como yo. Necesitamos un nombre para los abducidos voluntariamente. No me gusta llamarles cambiaditos, porque aunque han sufrido un cambio, pues, los verdaderos cambiaditos siempre han sido los hijos malos que las hadas han cambiado por bebés mortales bien buenos. Yo dejo que esos tres Teos vivan en la cabaña. Yo duermo en lo que viene a ser el ático de la casa parroquial. Es todo para mí. Les ofrecí habitaciones en la casa a los Teos, pero prefieren la cabaña. Les gusta la naturaleza casi más que a mí. Yo procuro ser silencioso para no asustar a Felina. Ella parece un fantasma cuando sale a medianoche a jugar a la pelota con los gatos del bosque, pero se pone nerviosa si detecta a un fantasma de verdad. Por eso siempre sale acompañada por Tyrone por la noche. No se siente cómoda entre fantasmas, ni aquí en el cementerio.


 
Los Teos también vienen a la casa para la cena de Nochebuena y la comida del día de Navidad. Te habrás dado cuenta de que las navidades son la época con más actividad fantasmal aquí en la casa parroquial.”  

Y entonces recibí una invitación. Teófilo me sonrió y añadió, “Tú puedes venir y acompañarnos en Navidad si quieres. A la cena y a la comida. Y si te apetece pasear por aquí, ven cuando quieras. Los hojitas siempre tienen paso franco aquí.”

Y entonces se volvió hacia las tumbas y probablemente se fijó en las diminutas lápidas que marcaban el lugar en el que habían sido enterradas mascotas de la familia. 

“No debo olvidarme de las mascotas. Algunos de sus fantasmas pasan todo el año aquí. Otras vienen de vez en cuando con los que fueron sus amos. Ese perro y ese gato que hay tumbados ahí son hadas. Yo les convertí en eso. El perro es Barney. Perteneció a Solitario, y cuando este murió, yo convertí al perrito en hada, porque estaba hecho polvo. La gata era la gata más antigua de Felina. Tenía veinte años cuando se puso pocha y antes de que muriese, la convertí en hada también. Se llama Rebeca. Los animales enterrados aquí, pues son Pinky Miau, la gata de color casi fresa de mi madre, Alicia, y Lulú, que era la gata negra de mi madre, y Luna, una gata gris de mi tía Juno. Fluffy era su perrito, Bitsy su pez e Itsy su ratoncito. Ralph era medio perro y medio lobo y Darling un zorro rojo. Tutsi era un caracol y Perla era la perra de Tito Edi. Creo que eso es todo.”

El sol se había puesto y yo miré arriba, hacia el cielo.

“Hay un montón de ángeles revoloteando por el cementerio, ¿no?” le dije a Teófilo. “Les veo entre las estrellas.”

“Han estado recogiendo flores. Las flores también se salvan. Se las llevan a sus jardines celestiales  y allí florecen de nuevo. Siempre hay ángeles por aquí. Supongo que es porque esto casi era una casa parroquial. Pero deberías ver el cielo en Navidades. Ven a vernos. Te presentaré a todos.”

                                                                 

martes, 3 de junio de 2025

308. El quinto peine

308. El quinto peine

Rosendo abrió el paquete que había entregado Tedi Teodoro. Deshizo el lazo azul cobalto y retiro el papel dorado. Y quedó a la vista un estuche de cuero con rosas repujadas, de un color rosado muy bonito, con hojitas verdes. Muy lucido era el estuche.

“¿Lo abrimos?” le preguntó la bisabuela a su bisnieto. “Ábrelo tú mismo, cariño. Ya sabes que es s para ti.”

Rosendo abrió el estuche. Dentro había nueve peines de piedra luna.

“¡Peines! ¡Y que bonitos son!”

“No, cariño. Sólo uno. No te sorprendas. Todos los peines estos son para ti. Pero el regalo que realmente te hago es uno de esos peines. Los demás son para disimular. Vas a tener que aprender a disimular. Uno de esos peines es especial. Pero nadie debe saberlo. O te lo querrán robar.”

“¡Ah!” dijo Rosendo, mirando los peines para ver si alguno destacaba.

“Es el quinto. Podría haber sido el tercero, que el tres es un número muy mágico, o el séptimo, que es el de la suerte. Pero para disimular, es el quinto. Es un número menos notorio.”

“¡Ah!”

“Sácalo. El quinto peine. Lo tienes que saber distinguir de los demás. Tú sí.”

“Por el tamaño,” dijo Rosendo.

“Cuando está entre los otros sí, pues todos tienen distinto tamaño, pero si lo ves sólo, no será tan fácil.”

“Aquí la piedra es un pelín más oscura que en los demás. En esta esquina. Parece que hay un dibujo de una carita.”

“Pues eso también. Escucha, este peine es una genuina réplica del que he usado para dormir a AEterno. Este se despertará en cualquier minuto. Muy relajado al principio, y con suerte llevará a las niñas a celebrar el mes de mayo. Pero probablemente no tarde en ponerse como una fiera en cuanto  alguien le recuerde a Durisilva y el pájaro ladrón y el pelucón habitado.”

“¡Oh, lo harán las niñas! Le dirán que el pelucón está plagado de nidos.”

“Pues no hay tiempo que perder. Tengo que cargar el peine. ¿Dónde hay agua? Basta con un poco de agua de esta bendita isla. Cada vez que lo hayas usado, lo lavas, y ya está. Listo para funcionar de nuevo.”

“Hay una fuente ahí mismo,” dijo Rosendo. “¿Pero vale esa agua?”

“Sí, porque será de la isla. Ahora lo sabremos.”

La bisabuela y su bisnieto se acercaron a una de esas muchas fuentecillas que hay por toda la isla, pensadas para cualquiera que tenga sed o quiera refrescarse. El agua que mana de ellas es purísima, musical y cristalina, con ligerísimos reflejos azules. Divina lavó el quinto peine en esta agua.

“Disfruta de mí y mis poderes,” dijo el agua, conforme caía, con voz de campanilla de plata. El agua de las fuentes de Isla Manzana es así. Canta más que habla, con una voz preciosa, y te invita a utilizarla.  

“Ya está,” dijo Divina, tras darle las gracias al agua. “No hace falta dejar el peine a remojo a la luz de la luna ni nada de eso. Con un baño basta. Ahora puedes tranquilizar a cualquiera que se deje peinar. En tu caso, el primero será Durisilva.”

“¡Oh!” dijo Rosendo.

“Mira, te voy a dar un folleto con las instrucciones para el uso del peine mágico. Léelas ahora mismo con mucha atención y procura asimilarlas, porque el folleto se va a autodestruir dentro de nada. ¿Entiendes que este regalo que te hago es algo importantísimo y hay que tener mucho cuidado con él? Puede dejar k.o. a cualquiera.”

“Sí, bisabuela.”

El folleto que Divina hizo aparecer decía:

Primero: Nunca levantes sospechas. Lava todos los peines a la vez siempre que no resulte raro que hagas eso, para no levantar sospechas. Segundo: Da un masaje en la cabeza al paciente que está siendo tratado para que todos crean que es el masaje el responsable de que el paciente se quede frito. Unos cinco minutos lleva eso. Dile al paciente que durante el masaje debe mantener los ojos cerrados para relajarse mejor. Eso debería despistar a cualquiera que te observe. Tercero: Pasa el peine inmediatamente después de acabar el masaje. Que parezca que se hace para no dejar despeinado al paciente. En cuanto el peine roce al paciente, este caerá dormido. Tres pasadas del peine bastarán para que el paciente quede roque una horita. Cuanto más se empleé el peine, más tiempo quedará roque el paciente. Cuarto: La tranquilidad que sentirá el paciente al despertar durará setenta y dos horas si ha dormido una hora entera. A no ser que alguien le soliviante mucho. Aun así, actuará siempre con mayor lucidez y tranquilidad cuando tenga que tomar cartas en cualquier asunto. Quinto: No uses el peine con cualquiera. Y ni se te ocurra probarlo en ti mismo. Es un arma peligrosísima esta que te está siendo confiada.

EN EL CASO DE DURISILVA: Habla primero con el apotecario Henny Parry, dile que vienes de mi parte, es de confianza. Entre los dos le explicáis a ese loco que tiene que someterse a un tratamiento diario si quiere librarse de sus ideas delirantes. Una vez convencido, y ojalá se deje convencer pronto, dile que el tratamiento consiste en que pase por la peluquería todas las mañanas a la hora de apertura. Él no tiene que hacer más que aparecer por ahí y ponerse en tus manos. Tú le das un masaje  en la cabeza para disimular. Unos cinco minutos. Luego le pasas el peine, inmediatamente, y a la primera se quedará frito. Sí, en cuanto el peine le toque el coco, caerá frito. Parecerá que ha sido por el masaje. Le peinas un poco, como si es para que no tenga pelos de loco, y te vas a lavar el peine y lo guardas mientras él duerme. Hazlo todo sin levantar sospechas. Sé muy natural. Durisilva despertará nuevo, y aunque el efecto puede durar setenta y dos horas, recuérdale que el tratamiento ha de ser diario y que tiene que volver a la mañana siguiente a la misma hora. Lo hará, está desesperado. 

El folleto se autodestruyó en cuanto lo leyó Rosendo que dijo que se había enterado bien, y que se acordaría de todas las instrucciones. Yo, Dolfitos, también leí el folleto, por si a Rosendo le fallase la memoria. La mía es fotográfica e infalible.

    “Un último consejo,” dijo la bisabuela Divina a Rosendo. “Es posible que Durisilva quiera mudarse a vivir a la peluquería del miedo que le dará faltar a su cita matutina. Eso lo habláis con Malvinio. Si hace falta, hablo yo antes con él. Sí, hablaré ya mismo yo misma con Malvinio por si acaso. No te preocupes por ese detalle. Es cosa mía. Ya mismo, yo misma.”

sábado, 31 de mayo de 2025

307. Los Teos

 

 307. Los Teos

“Escúchame con gran atención, Rosendo, cariño. Estoy apunto de hacerte un regalo, pero has de prometer que lo defenderás. No debe caer en manos equivocadas jamás.”

“Haré todo lo que pueda, Bisabuelita,” dijo el pequeño peluquero a la Dama Divina.

“Bien, pues he llamado a los Teos. Y deberían llegar en cualquier momento con tu regalo.”

Divina a penas había hablado cuando un joven muy sonriente, de unos dieciocho o diecinueve años apareció delante de esta señora y su bisnieto.

“¡Señora!” cantó, y la entregó un paquetito rectangular envuelto en papel dorado y con un lazo azul cobalto.

“Eso será todo, Teodoro,” dijo Divina, sonriendo también. Y el joven desapareció.

“Bueno, pues ya sabes bien que en esta isla intentamos vivir la mar de bendeidos. Buen clima, buena comida, buenas viviendas y lo mejor de todo, buenos modales y hasta mejores intenciones. Y probablemente también estes enterado de que ahí fuera las cosas son bastante diferentes para muchos. Pero hasta esos tiene sus grados. El diciembre pasado conociste en el bazaar de navidad de Santa Lucia a tus tios abuelos Generoso y Dadivosa, que son los organizadores de ese evento. Son buena gente, muy buena. Pero no pueden vivir en nuestra isla. Son tan buenos que sienten una necesidad irresistible de vivir ahí fuera, entre gente desgraciada. Tuvieron una casa aquí. De hecho, llegamos a darles hasta tres. Una tras otra. Porque eran tan buenos se las cedieron a gente que no podía vivir en ellas. Bueno, los Teos sí que podían y siguen viviendo en una. Pero el resto de la gente que Dadivosa y Generoso trajeron a la isla…pues tuvimos que invitarles a marcharse, o se fueron disgustados porque pensaban que merecían más y lo conseguirían ahí fuera. Pero hemos aceptado a los Teos porque no hacen daño a nadie. ¿Te estás preguntando quiénes son los Teos?”

“Sí,” dijo Rosendo.

“Una vez que recibieron su tercera casa ideal, Divina y Generoso comprendieron ellos mismos que no podían vivir aquí. La gente a la que habían cedido las casas anteriores no sólo las destruyeron sino que también pensaron que no eran casas lo bastante buenas para ellos. Verás, las casas ideales de Generoso y Dadivosa no son exactamente la clase de mansión que la gente mala ansía tener. No todo el mundo aprecia la pobreza y la miseria como la pareja generosa. ¿Sabes lo que es un protestante?”

Rosendo sacudió la cabeza.

“Los protestantes  son mortales, algunos de los cuales tienen una idea que se conoce como la ética del trabajo. Creen que los mortales que no curran e intentan salir adelante y triunfar en la vida no pueden acceder a uno de esos cielos a los que van los mortales buenos cuando la palman. Otra clase de gente cree que cuanto más pobre y desgraciado seas, más probabilidades tienes de ser bien recibido en algún cielo. No sé por qué te estoy contando todo esto. La gente mala que trajeron los Generosos no eran protestantes, sólo gente tonta que se creía con derecho a más y gratis, a beneficiarse del esfuerzo de otros. Eso debe tener algo que ver con lo que estoy diciendo. Generoso y Dadivosa no son selectivos.  Ayudan a cualquiera que se les cruza por el camino, sean gente buena o mala. ¿Me pregunto si ven la diferencia o no? En cualquier caso, hay grupos de gente que cree que sólo los infelices pueden entrar en el cielo de los mortales, pero no vamos a ahondar en eso. Todo lo que necesitas saber ahora mismo para entenderme es que para vivir en esta isla de los benditos no necesitas ser ni espantosamente pobre ni exageradamente rico. Todo lo que necesitas es ser un buen vecino. Por eso nos llaman los buenos vecinos a nosotros. A nuestra clase de hadas.  Ese es el apellido de nuestra familia. ¿Creías que era Ricatierra? Ese también es un nombre que puedes llevar tú, porque es el nombre de tu padre. Pero tu bisabuelo es el Señor Buenvecino. Y tú eres un Buenvecino, así que compórtate. Pórtate siempre bien.”

Rosendo dijo que lo hacía. Decían que era el más bueno de sus hermanos.

“Así que la pareja generosa nos dijo a nosotros, `Mirad, hermanos, sabemos que os estamos fallando y sabemos que nos tenemos que ir de la isla.´ Así que lo que hicimos es que les dimos una cuarta casa ideal que situamos en el Bosque Triturado, junto a la del Cochero de la Muerte. Había un niño ahí que también tenía una casa ideal exiliada. Una colosal casa. Pero se la ha llevado a una isla. A la nuestra no. ¿Sabes quién es el Señor Cochero de la Muerte?”

“No,” dijo Rosendo.

“Es alguien que prefiere vivir cerca de su trabajo. Y no le conoces porque aquí no tenemos uso para él. Su lugar está entre los mortales.”

“¡Oh!” dijo Rosendo.

“¿Todavía te estás preguntando quiénes son los Teos? ¿O ya te has olvidado de ellos?”

 “Sí,” dijo Rosendo.

“Espero que ese sí signifique que sí que recuerdas de que estábamos hablando, que es sobre los Teos. Bueno, pues Generoso y Dadivosa se fueron a vivir entre mortales y hadas malas. No quiero decir que ayuden a las hadas malas a hacer sus fechorías, aunque en ocasiones el bien que intentan hacer sale mal. La mayoría de las hadas defectuosas no quieren ni acercarse a Generoso y Dadivosa. La pareja generosa les da grima. Pero hadas que están confundidas o tienen problemas mentales que las hacen inestables sí que se dejan ayudar. Los mortales buenos también agradecen la ayuda. ¿No me vas a preguntar quiénes son los Teos?”

“Sí.”

“Pues, hazlo, cariño. Para que pueda seguir con nuestro negocio.”

“¿Quiénes son los Teos, Bisabuelita?”

“Cuando Generoso y Dadivosa dejaron la isla, dieron su tercera casa local a cinco mortales que casi se ahogaron en el Estanque Refunfuñon. En realidad dos o tres se ahogaron en serio. ¿Vas a preguntarme si ese estanque es el mismo lugar que el Lago Fosforito?”

“¿Lo es, Bisabuelita?”

Rosendo nunca había oído hablar ni del Estanque Refunfuñon ni del Lago Fosforito.

“Los son. Son el mismo sitio. No se trata de un lago grnade, pero el sol nunca llega al fondo de ese lugar. Así que no es un estanque pequeño tampoco. Debería tener nombre propio un lugar así. ¿A qué sí? Un nombre para algo que está entre un estanque y un lago.”

 “Ya veo,” dijo Rosendo.

“No, cielo. No ves nada, Porque el sol no llega al fondo de ese lugar, tal y como te he dicho. E incluso los que estamos dotados de una estupenda visión nocturna jamás hemos visto el fondo de ese lugar, aunque he de admitir que es porque no nos da la gana. ¿Y tú? ¿Te gustaría saber que hay en el fondo de ese lugar?”

“No personalmente,” dijo Rosendo, con cierta dificultad. Quería expresarse bien, y lo hizo. “Pero si tú me dices lo que hay, lo escucharé con agrado.”

“Pues personalmente tampoco lo sé. Nunca he estado ahí. Pero sí sé que hay viviendo en ese cuerpo de agua un número de fantasmas. Profundo, pero no ancho. Así es el Lago Fosforito o Estanque Refunfuñon. Así que los fantasmas están algo hacinados ahí. Algunos no son de los que aprecian la compañía de otros seres. Todo lo contrario. Son espíritus solitarios de esos que viven en bosques. Así que ese no hubiese sido un buen lugar para vivir para los Teos. Son muchos y algo ruidosillos. Los Teos. Y por eso tus tíos abuelos, Generoso y Dadivosa, sacaron a los Teos del lago o estanque antes de que todos se hubiesen ahogado como está mandado.”

“Los Teos son fantasmas?” Rosendo se había dado cuenta de que tendría que hacer preguntas.

“No todos ellos. Dos se ahogaron sin duda alguna. Uno no quería vivir si otro estaba muerto. Otro más decidió que no quería vivir si otro más estaba muerto. Y el que quedaba decidió que era mejor dejar de ser mortal también.”

“¿Hay cinco Teos?”

“Tus preguntas se están volviendo más y más inteligentes,” sonrió Divina. “Pero hay seis Teos, aunque el sexto, que es realmente el primero, no es pariente de los otros. Aunque la verdad es que ningún Teo es pariente de los demás tampoco. Vas a decir que no entiendes nada de lo que digo. ¿A qué sí?”

“¿Es una adivinanza?”

“No. Es mi manera de contar las cosas. Molesta a un montón de gente. Mi manera de decir las cosas. Pero esa es. ¡Ya sé! Te lo voy a dibujar para que lo entiendas mejor. Toda esta información. Eso debería ayudarte a comprender.”

Y Divina hizo que se materializase un block de papel de esos de artista y también sacó de la nada unos siete rotuladores de colores. Distintos. Y todas estás cosas se quedaron tiesas ahí en el aire ante ella y su nietecito mientras ilustraba la historia de los Seis Teos.

“Esto es una barquita. De esas de remos. Ahora metemos a gente en ella. Más gente de la que deberíamos meter. Este chico es Teodoro. Le llamaremos Tedi si nos acordamos de hacerlo. Está remando. También está remando Teona. Están enamoradísimos. Pero no están en un túnel del amor. Aunque el barco esta diseñado para dos. Pero ellos no son conscientes de eso. De que sólo es para dos. ¡Ay, vaya! ¿Cómo dibujo eso? Que son unos inconscientes ignorantes. ¿Cómo hago que parezcan ignorantes? ¿Te parecen ignorantes?”

“Ignorantes,” asintió Rosendo, tras estudiar el dibujo atentamente.

“Bien. Como iba diciendo, no es este lugar un túnel del amor. Es el Lago Fosforito. Mira todo este limo verdoso y toda esta agua malhumorada. Y uno de los niños que hay abordo es un fosforito y se está alterando. Ah, pero si no he dibujado a los niños aun. Teona es su cangura y pensó que sería divertido ir de camping. Como dije, una ignorante. Ni ella ni Tedi Teodoro han estado de camping antes en sus vidas. ¿Se nota que no tienen ni idea de lo que están haciendo? Claro que siempre hay una primera vez para todo, pero siempre tienes que tener cierta idea de lo que estás haciendo antes de ponerte a hacerlo. ¿Se nota que no tienen ni idea? Mira, voy a dibujar a Teona sujetando a un niño con una mano y a otro con una pierna, porque con la otra mano está intentando remar. Eso debería mostrar el lío en el que la pobre se ha metido. Verás, es que hay un tercer crio. Le dibujaré ahora porque es el más fosforito. Se llama Mateo. ¿Ya te he dicho eso o no? Bueno, te lo digo ahora. Así que el Estanque Refunfuñon está empezando a refunfuñear porque hay un niño hundiéndose en él. Mira como se hunde. Le voy a dibujar cinco o seis veces hundiéndose cada vez más profundamente para que te hagas una idea de lo horrible que es lo que está pasando. Sé que dije que nadie sabe a cuanto está el fondo de este cuerpo de agua, pero está claro que la forma de llegar ahí es bajar. Así que Mateo va bajando. Más y más. ¿Te haces una idea, verdad? Ahora Teodoro ya no aguanta los gritos  histéricos de Teona así que se lanza al agua también. Para pescar a Mateo. Pero hay algo en el agua que tira de él para abajo. Y ni puede ver a Mateo. Voy a tapar todo esto con tinta negra para que veas que nada se ve. De lo oscuro que está todo. Ahora Teona también se tira al agua, porque su noviete no resurge. Le dice a los otros dos niños que se queden quietos parados hasta que vuelva. La voy a dibujar gritando “¡Quietos parados!” mientras salta. Pero Timoteo ya ha saltado al agua también antes de que ella ha dejado de gritar. Es muy empático. Pero no sé como puedo dibujar que siempre siente mucha empatía. Sólo que toda está tragedia le ha afectado y que va a intentar salvar a su amigo Mateo. Ahora pasa algo bueno. Dos hadas bondadosas ven lo que está pasando y salen al rescate. Vienen volando. Mira sus alas. Pues sacan del agua a la cangura y al niño Timoteo, el empático. Pero la chica dice que no quiere vivir sin su novio. Y Timoteo no dice nada porque está tosiendo agua a lo bestia como un grifo lleno de aire porque nadie lo han usado en un tiempo. Mira que ruiditos he dibujado aquí. Así que las hadas buenas vuelven a tirarse al agua para sacar a Teodoro y Mateo, que desgraciadamente ahora son fantasmetes confundidos, que todavía no se han percatado del todo del cambio que han pegado. No saben si toser o no. Puede que ya no sea necesario. Entre nosotros, no lo es, lo sabemos, porque somos conscientes de que han muerto. No es fácil agarrar a un fantasma, pero supongo que tú sabes eso porque tienes un hermanito y una hermanita que lo son porque también se ahogaron, aunque tú no estabas ahí para salvarles, pero eso no es tu culpa así que no te obsesiones ahora con eso. Prométeme que no lo harás.”

“Lo prometo,” dijo Rosendo. “Sí que no se les puede agarrar si no se dejan.”

“Lo prometes. Bien, porque así puedo volver a la historia de los Teos. Generoso y Dadivosa – ¿te he dicho que ellos eran las hadas buenas? No, no recuerdo haberlo dicho, pero lo digo ahora. Pues están discutiendo con la chica que no quiere vivir ahora que su novio es un fantasma. Y ella tampoco quiere tener que dar explicaciones a los padres de Mateo sobre lo que le ha pasado. Bien, pues una ley de las hadas dice que si un mortal te ve, has de desaparecer en el acto. Eso seguro que te lo han enseñado si es que no has nacido sabiéndolo. Cosa del instinto. Pero si hablas con un mortal, entonces tienes que abducirlo. Así que Generoso y Dadivosa le dicen a Teona que no hace falta que se ahogue, que ellos la abducirán y convertirán en un hada y podrá estar con Teodoro porque ambos serán espíritus y pueden tener trato. La pareja generosa también va a tener que abducir a los niños, porque son testigos, pero a estos les pueden devolver pasado un tiempo, aunque puede no resultar conveniente porque a veces los abducidos que vuelven al mundo mortal caen fulminados nada más entrar en él, convertidos en un montón de cenizas por aquello de que el tiempo no es igual aquí que allí y envejecen de golpe allí todo lo que no han envejecido aquí. El niño que está seco dice que él prefiere quedarse con sus amigos a regresar a casa de todas formas. Así que Dadivosa le coge de la mano. Mira, ¿ves como está sequito este crio? Milagrosamente no se ha caído este al agua. Por eso no le he dibujado todo mojado como a los otros dos. Puede que algo le haya salpicado un poco…no sé. Pero cuando Dadivosa intenta coger de la mano al crio que casi se ahoga, resulta que no se le ve por ningún lado. ¿Quieres saber por qué? ¡Claro que quieres! No sé porque pierdo el tiempo preguntando. Pues porque se ha vuelto a caer al agua. Y Generosa se va a lanzar a por él pero de pronto aparece…¿quién aparece arrastrando al crio ese que está otra vez tosiendo a lo bestia? ¿Lo adivinas?”

“¿Espíritus acuáticos?” preguntó Rosendo.

“¡NO! Cuenta con tus deditos, cariño. ¿Cuántos Teos hay?”

“Dos fantasmas y tres abducidos.”

Hasta ahí podía contar Rosendo. 

“¡El sexto Teo! ¿Recuerdas que te dije que había un Teo que no tenía nada que ver con los demás? Deja que le dibuje para ti. Ese es su aspecto. Sí así exactamente es Teófilo Apocado.”

 “¡Teo!” exclamé yo, Dolfitos, el hojita intelectual que estaba escuchando todo lo que hablaban la Señora Divina y su bisnieto. Puedo hacerlo porque a los hojitas se nos consiente, ya que todos saben que jamás contamos lo que escuchamos a no ser que nos de la gana, que no suele ser el caso.

“Dile a Rosendo quién es Teófilo,” me sonrió Divina. “Estoy algo cansada de tanto hablar.”

“Teo era de una familia de parahadas. Vivía con sus gente en el Bosque Triturado, en una casa conocida como la casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Su familia sigue allí, pero son todos fantasmas ahora, salvo su hermano menor, Tyrone, y la esposa de este, Felina. Teófilo vive en una cabaña que hay en el terreno de esa casa con otros muchachos.”

“Con Mateo, Timoteo y Doroteo. Doroteo es el chico que no se mojó. el seco del dibujo. Se me olvidó decirte que se llamaba así. Generoso y  Dadivosa se llevaron a los cinco Teos a su tercera casa en Isla Manzana, pero los niños se hicieron muy amigos de Teófilo y se lo pasan mejor viviendo con él.”

“¿Teófilo es un fantasma o un abducido?”

“No está del todo claro,” dije yo.

“Ah, lo que es es un muchacho muy amable,” dijo Divina. “Los espíritus del agua le querían mucho y le convirtieron en uno de nosotros cuando estaba a punto de morir. Los tres niños que estuvieron involucrados en el follón del lago habitan en la cabaña con él, pues Teófilo comparte ese techo con ellos. No hacen más que pasar el tiempo disfrutando de la naturaleza. La cangura y su novio viven aquí, en la isla, en la casa que les cedieron Generoso y Dadivosa. Él trabajaba en una fábrica manufacturando muchas clases de cosas. Sigue haciendo eso, pero para entretenerse, no para vivir, pues está muerto.”

 “¿Teodoro?” Rosendo había entendido que se esperaba de él que hiciese preguntas.

“Tedi, sí. Y Teona. Ellos viven aquí. ¿Quieres saber lo que hay en la cajita que nos ha traído Tedi Teodoro?”

Rosendo asintió.

“Si puedo.”

“Una replica.”