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martes, 10 de junio de 2025

309. Los fantasmas de la casa parroquial

309. Los fantasmas de la casa parroquial

Yo, Dolfitos, el hojita intelectual, he sido consultado acerca de los fantasmas que encantan la Casa Parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Así que decidí visitar el pequeño cementerio casero que hay en el terreno de dicha casa. Me acerqué al muro que la rodea y le pedí permiso para pasar por una grieta de las que hay en esa pared parlante y la pared escribió “¡Adelante! ¡Hazlo! ¡Pasa!” en si misma y eso hice yo.

La hierba allí era tan alta que tuve que subirme a una enredadera de Clematis enrollada sobre una estructura de hierro algo oxidada para poder ver dónde estaba yo. Como si estuviese en el nido de cuervo del mástil de un barco mire a mi alrededor y divisé una piscina con agua de un verde veronés, una cabaña de madera a mi derecha, medio escondida entre árboles con hojas que todavía lucían su verde más joven, y al fondo, la casa parroquial, allí en la distancia, con el cementerio casero que buscaba asomando por su lado izquierdo.

Había una brisa, y decidí aprovecharla para avanzar, y batí mis alas y la enganché, y la permití que me llevase hacía dónde iba, descendiendo al fin sobre una lápida algo cubierta de musgo que decía pertenecer a una tal Juno.  


El cementerio estaba lleno de pequeñas ofrendas que llevaban ahí muchos años, y también había otras más recientes. Unas avellanas aportadas por alguna ardilla agradecida, dos o tres cerezas que habían depositado pajaritos que habían sido atendidos por el veterinario. Cositas de esas. Dos pequeñas estatuas de ángeles había allí, pero los marcadores de las tumbas eran casi todos lápidas redondeadas o cuadradas. Un gato y un perro descansaban ante dos de las tumbas, tal vez leales a los que otrora habían sido sus amos. Había flores recién cortadas, sobre todo lirios y pensamientos, probablemente aportados por Tyrone y Felina, y había también flores que crecían ahí, bajo sol de la primavera tardía. Cantidad de rosas de escaramujo, blancos lirios de la paz, bacopa azul, zinnias de color lavanda y la mismísima lavanda crecían ahí. Habían sido cuidadosamente plantadas, pero ahora medraban silvestres.

Saqué el cuadernito en el que yo solía tomar notas y estaba a punto de escribir los nombres que se veían en las lápidas cuando apareció Teófilo Apocada, apoyado en uno de los ángeles. Sus ojos verdes se entrecerraban por la luz del sol que se estaba poniendo y su melena caoba bailaba un poquito con la brisa. Ahí estaba el que iba a ser el heredero de los Apocado, sin aparentar tener más de trece añitos, y yo me pregunté cuánto tiempo llevaba realmente existiendo, apartado ya de la vida mortal. Él chico había reducido su tamaño al mío, a mi habitual tamaño, y por eso el ángel de piedra parecía un gigante ahí tras él, en lugar de un enano contra su rodilla.

“¿Cuál es la tuya, Teo?” le pregunté, apuntando a las tumbas.

“Yo no tengo una,” contestó. “Se supone que he desaparecido. Nunca llegué a morir. Me salvaron en el último segundo. Convertido estoy en uno de vosotros. Eso soy ahora. Uno de nosotros.”

“¡Ah, sí,  claro!” dije yo.

“Es cierto que la gente tiende a pensar que soy un fantasma. No me sorprende que tú lo creyeses. ¿Pero por qué estás aquí? No es que me moleste, pero siento curiosidad, si se me permite saber.”

“Claro que te daré una explicación. Estoy en tu territorio.”

Le dije que me habían preguntado que fantasmas encantaban la casa parroquial y que había pensado que pasear por este cementerio me daría una idea.

“No están todos por aquí. Por lo menos no hasta diciembre. Algunos aparecen en momentos distintos. Otros pasan todo el verano aquí. Tito Solitario y su esposa, Juno están aquí todo el año. Viven en su zona de la casa, como hacían en vida. Al principio mi tío estaba enfadado con mi hermanito Tyrone por haber vendido la casa, pero todo eso ya ha pasado. Porque Oberón se la devolvió a mi hermano. Es un tipo simpático, que intenta ser justo a veces. Le dijo a Tyrone que dos limusinas no pueden comprar un poco de terreno. La tierra vale mucho más. No tiene precio, eso dijo. Dejó que Tay se quedase las limusinas cuando le devolvió la casa. Dijo que Tay había sido desprendido y que él lo sería también. Y lo fue. Yo estaba presente cuando ocurrió esto."                                    

“¿Sólo el Doctor Solitario y la Señorita Juno habitan aquí encantando la casa?”

“Empezaré por el principio. El reverendo Tomás Apocado construyó esta casa, como seguro que ya sabrás. Se retiró a este lugar cuando empezó a dudar de la biblia al haber leído Sobre el origen de las especies de Darwin. Ahora ya sabe de lo que va todo esto. Y ha vuelto a su antigua casa parroquial, allí dónde ejercía, la que había abandonado para retirarse aquí. Su esposa, Isabel Rut, le acompaña siempre. 

Pero sí que vienen por aquí para pasar la Navidad. Sus hijos…tuvieron dos, Mario y Hermético. Esos no se parecen nada físicamente, pero sí mucho de carácter. Son tan reservados que parecen algo huraños. Pero cuando les saludo, me contestan, aunque no dicen gran cosa.


 Mario y su esposa Melisa se dejan caer por aquí casi todas las semanas. Les gustaba la jardinería, y todavía se ocupan algo del huerto y el invernadero. Pero no cortan el césped, porque se notaría demasiado su presencia. Pero sí que hablan con ciertos insectos y demás para disuadirles de traer aquí plagas. Y cuando hace falta, riegan. Lo hacen en plena noche, subrepticiamente. 

Algunas noches se puede escuchar aquí música. No viene de las hadas. Son Hermético y su esposa Solita Desfallecer tocando sus antoguos instrumentos musicales. De vez en cuanto se oye el arpa de ella y el violín de él. Este lugar se vuelve especialmente ruidoso en Navidades. Villancicos se escuchan aquí cantar y todo. Tay y Felina no lo saben porque se van a ver a los padres de ella durante las fiestas. Mario y Melisa tuvieron un hijo, Tristán Eduardo. Él se caso con una mujer muy guapa pero misteriosa que se llama Elena Elfa. Eso ocurrió justo después de la segunda guerra mundial.


 
Edu y Elfi cocinan muy bien. Abrieron un restaurante famoso, el Café Elfa, en algún lugar del continente. Puede que en Paris. Pero vienen en Navidad y se encargan de preparar la cena de Nochebuena y la comida del día siguiente. Menudo lío montan en la cocina, pero el resultado es magnífico. Claro que los fantasmas sólo se alimentan de sus recuerdos, a no ser que quemes la comida y puedan absorber su esencia vía el humo. Pero la comida de Edu y Elfi les llega. Y las hadas nos ponemos moradas. Todo está buenísimo. No tuvieron hijos estos dos. Hermético y Solita tuvieron dos, aunque tarde, porque se casaron tarde. Él tuvo que ir a por ella a las Indias Occidentales. Uno de sus hijos, pues, a ese lo conoces. 

Sí, es Solitario Apocado, el veterinario. Su mujer, Juno, también era veterinaria. Es muy simpática, y muy divertida. Murió relativamente joven, y él nunca lo asimiló. Creo que son los únicos no-mortales que viven aquí, aparte de mí. Ahora son felices otra vez, porque están juntos.

El hermano de Solitario, Federico, era mi padre, y también es el padre de Tyrone. Nuestra madre se llama Alicia. Ella cuidaba de las abejas, y  él era un insectólogo, una autoridad en mariposas y otros bichitos. Suelen pasar los veranos aquí. Y siempre tenemos miel buenísima, porque se sigue ocupando de eso mi madre. Si hubiese alguien más encantando este lugar, creo que lo sabría yo," dijo, encogiéndose de hombros y sacudiendo su melena.

"¡Ah, sí! Casi se me olvida Mateo, un chavalín que se ahogó en el Lago Fosforito y que vive en esa cabaña de ahí con sus amigos Doroteo y Timoteo. Estos son dos abducidos voluntarios, y ahora son hadas, casi tanto como yo. Necesitamos un nombre para los abducidos voluntariamente. No me gusta llamarles cambiaditos, porque aunque han sufrido un cambio, pues, los verdaderos cambiaditos siempre han sido los hijos malos que las hadas han cambiado por bebés mortales bien buenos. Yo dejo que esos tres Teos vivan en la cabaña. Yo duermo en lo que viene a ser el ático de la casa parroquial. Es todo para mí. Les ofrecí habitaciones en la casa a los Teos, pero prefieren la cabaña. Les gusta la naturaleza casi más que a mí. Yo procuro ser silencioso para no asustar a Felina. Ella parece un fantasma cuando sale a medianoche a jugar a la pelota con los gatos del bosque, pero se pone nerviosa si detecta a un fantasma de verdad. Por eso siempre sale acompañada por Tyrone por la noche. No se siente cómoda entre fantasmas, ni aquí en el cementerio.


 
Los Teos también vienen a la casa para la cena de Nochebuena y la comida del día de Navidad. Te habrás dado cuenta de que las navidades son la época con más actividad fantasmal aquí en la casa parroquial.”  

Y entonces recibí una invitación. Teófilo me sonrió y añadió, “Tú puedes venir y acompañarnos en Navidad si quieres. A la cena y a la comida. Y si te apetece pasear por aquí, ven cuando quieras. Los hojitas siempre tienen paso franco aquí.”

Y entonces se volvió hacia las tumbas y probablemente se fijó en las diminutas lápidas que marcaban el lugar en el que habían sido enterradas mascotas de la familia. 

“No debo olvidarme de las mascotas. Algunos de sus fantasmas pasan todo el año aquí. Otras vienen de vez en cuando con los que fueron sus amos. Ese perro y ese gato que hay tumbados ahí son hadas. Yo les convertí en eso. El perro es Barney. Perteneció a Solitario, y cuando este murió, yo convertí al perrito en hada, porque estaba hecho polvo. La gata era la gata más antigua de Felina. Tenía veinte años cuando se puso pocha y antes de que muriese, la convertí en hada también. Se llama Rebeca. Los animales enterrados aquí, pues son Pinky Miau, la gata de color casi fresa de mi madre, Alicia, y Lulú, que era la gata negra de mi madre, y Luna, una gata gris de mi tía Juno. Fluffy era su perrito, Bitsy su pez e Itsy su ratoncito. Ralph era medio perro y medio lobo y Darling un zorro rojo. Tutsi era un caracol y Perla era la perra de Tito Edi. Creo que eso es todo.”

El sol se había puesto y yo miré arriba, hacia el cielo.

“Hay un montón de ángeles revoloteando por el cementerio, ¿no?” le dije a Teófilo. “Les veo entre las estrellas.”

“Han estado recogiendo flores. Las flores también se salvan. Se las llevan a sus jardines celestiales  y allí florecen de nuevo. Siempre hay ángeles por aquí. Supongo que es porque esto casi era una casa parroquial. Pero deberías ver el cielo en Navidades. Ven a vernos. Te presentaré a todos.”

                                                                 

martes, 3 de junio de 2025

308. El quinto peine

308. El quinto peine

Rosendo abrió el paquete que había entregado Tedi Teodoro. Deshizo el lazo azul cobalto y retiro el papel dorado. Y quedó a la vista un estuche de cuero con rosas repujadas, de un color rosado muy bonito, con hojitas verdes. Muy lucido era el estuche.

“¿Lo abrimos?” le preguntó la bisabuela a su bisnieto. “Ábrelo tú mismo, cariño. Ya sabes que es s para ti.”

Rosendo abrió el estuche. Dentro había nueve peines de piedra luna.

“¡Peines! ¡Y que bonitos son!”

“No, cariño. Sólo uno. No te sorprendas. Todos los peines estos son para ti. Pero el regalo que realmente te hago es uno de esos peines. Los demás son para disimular. Vas a tener que aprender a disimular. Uno de esos peines es especial. Pero nadie debe saberlo. O te lo querrán robar.”

“¡Ah!” dijo Rosendo, mirando los peines para ver si alguno destacaba.

“Es el quinto. Podría haber sido el tercero, que el tres es un número muy mágico, o el séptimo, que es el de la suerte. Pero para disimular, es el quinto. Es un número menos notorio.”

“¡Ah!”

“Sácalo. El quinto peine. Lo tienes que saber distinguir de los demás. Tú sí.”

“Por el tamaño,” dijo Rosendo.

“Cuando está entre los otros sí, pues todos tienen distinto tamaño, pero si lo ves sólo, no será tan fácil.”

“Aquí la piedra es un pelín más oscura que en los demás. En esta esquina. Parece que hay un dibujo de una carita.”

“Pues eso también. Escucha, este peine es una genuina réplica del que he usado para dormir a AEterno. Este se despertará en cualquier minuto. Muy relajado al principio, y con suerte llevará a las niñas a celebrar el mes de mayo. Pero probablemente no tarde en ponerse como una fiera en cuanto  alguien le recuerde a Durisilva y el pájaro ladrón y el pelucón habitado.”

“¡Oh, lo harán las niñas! Le dirán que el pelucón está plagado de nidos.”

“Pues no hay tiempo que perder. Tengo que cargar el peine. ¿Dónde hay agua? Basta con un poco de agua de esta bendita isla. Cada vez que lo hayas usado, lo lavas, y ya está. Listo para funcionar de nuevo.”

“Hay una fuente ahí mismo,” dijo Rosendo. “¿Pero vale esa agua?”

“Sí, porque será de la isla. Ahora lo sabremos.”

La bisabuela y su bisnieto se acercaron a una de esas muchas fuentecillas que hay por toda la isla, pensadas para cualquiera que tenga sed o quiera refrescarse. El agua que mana de ellas es purísima, musical y cristalina, con ligerísimos reflejos azules. Divina lavó el quinto peine en esta agua.

“Disfruta de mí y mis poderes,” dijo el agua, conforme caía, con voz de campanilla de plata. El agua de las fuentes de Isla Manzana es así. Canta más que habla, con una voz preciosa, y te invita a utilizarla.  

“Ya está,” dijo Divina, tras darle las gracias al agua. “No hace falta dejar el peine a remojo a la luz de la luna ni nada de eso. Con un baño basta. Ahora puedes tranquilizar a cualquiera que se deje peinar. En tu caso, el primero será Durisilva.”

“¡Oh!” dijo Rosendo.

“Mira, te voy a dar un folleto con las instrucciones para el uso del peine mágico. Léelas ahora mismo con mucha atención y procura asimilarlas, porque el folleto se va a autodestruir dentro de nada. ¿Entiendes que este regalo que te hago es algo importantísimo y hay que tener mucho cuidado con él? Puede dejar k.o. a cualquiera.”

“Sí, bisabuela.”

El folleto que Divina hizo aparecer decía:

Primero: Nunca levantes sospechas. Lava todos los peines a la vez siempre que no resulte raro que hagas eso, para no levantar sospechas. Segundo: Da un masaje en la cabeza al paciente que está siendo tratado para que todos crean que es el masaje el responsable de que el paciente se quede frito. Unos cinco minutos lleva eso. Dile al paciente que durante el masaje debe mantener los ojos cerrados para relajarse mejor. Eso debería despistar a cualquiera que te observe. Tercero: Pasa el peine inmediatamente después de acabar el masaje. Que parezca que se hace para no dejar despeinado al paciente. En cuanto el peine roce al paciente, este caerá dormido. Tres pasadas del peine bastarán para que el paciente quede roque una horita. Cuanto más se empleé el peine, más tiempo quedará roque el paciente. Cuarto: La tranquilidad que sentirá el paciente al despertar durará setenta y dos horas si ha dormido una hora entera. A no ser que alguien le soliviante mucho. Aun así, actuará siempre con mayor lucidez y tranquilidad cuando tenga que tomar cartas en cualquier asunto. Quinto: No uses el peine con cualquiera. Y ni se te ocurra probarlo en ti mismo. Es un arma peligrosísima esta que te está siendo confiada.

EN EL CASO DE DURISILVA: Habla primero con el apotecario Henny Parry, dile que vienes de mi parte, es de confianza. Entre los dos le explicáis a ese loco que tiene que someterse a un tratamiento diario si quiere librarse de sus ideas delirantes. Una vez convencido, y ojalá se deje convencer pronto, dile que el tratamiento consiste en que pase por la peluquería todas las mañanas a la hora de apertura. Él no tiene que hacer más que aparecer por ahí y ponerse en tus manos. Tú le das un masaje  en la cabeza para disimular. Unos cinco minutos. Luego le pasas el peine, inmediatamente, y a la primera se quedará frito. Sí, en cuanto el peine le toque el coco, caerá frito. Parecerá que ha sido por el masaje. Le peinas un poco, como si es para que no tenga pelos de loco, y te vas a lavar el peine y lo guardas mientras él duerme. Hazlo todo sin levantar sospechas. Sé muy natural. Durisilva despertará nuevo, y aunque el efecto puede durar setenta y dos horas, recuérdale que el tratamiento ha de ser diario y que tiene que volver a la mañana siguiente a la misma hora. Lo hará, está desesperado. 

El folleto se autodestruyó en cuanto lo leyó Rosendo que dijo que se había enterado bien, y que se acordaría de todas las instrucciones. Yo, Dolfitos, también leí el folleto, por si a Rosendo le fallase la memoria. La mía es fotográfica e infalible.

    “Un último consejo,” dijo la bisabuela Divina a Rosendo. “Es posible que Durisilva quiera mudarse a vivir a la peluquería del miedo que le dará faltar a su cita matutina. Eso lo habláis con Malvinio. Si hace falta, hablo yo antes con él. Sí, hablaré ya mismo yo misma con Malvinio por si acaso. No te preocupes por ese detalle. Es cosa mía. Ya mismo, yo misma.”

sábado, 31 de mayo de 2025

307. Los Teos

 

 307. Los Teos

“Escúchame con gran atención, Rosendo, cariño. Estoy apunto de hacerte un regalo, pero has de prometer que lo defenderás. No debe caer en manos equivocadas jamás.”

“Haré todo lo que pueda, Bisabuelita,” dijo el pequeño peluquero a la Dama Divina.

“Bien, pues he llamado a los Teos. Y deberían llegar en cualquier momento con tu regalo.”

Divina a penas había hablado cuando un joven muy sonriente, de unos dieciocho o diecinueve años apareció delante de esta señora y su bisnieto.

“¡Señora!” cantó, y la entregó un paquetito rectangular envuelto en papel dorado y con un lazo azul cobalto.

“Eso será todo, Teodoro,” dijo Divina, sonriendo también. Y el joven desapareció.

“Bueno, pues ya sabes bien que en esta isla intentamos vivir la mar de bendeidos. Buen clima, buena comida, buenas viviendas y lo mejor de todo, buenos modales y hasta mejores intenciones. Y probablemente también estes enterado de que ahí fuera las cosas son bastante diferentes para muchos. Pero hasta esos tiene sus grados. El diciembre pasado conociste en el bazaar de navidad de Santa Lucia a tus tios abuelos Generoso y Dadivosa, que son los organizadores de ese evento. Son buena gente, muy buena. Pero no pueden vivir en nuestra isla. Son tan buenos que sienten una necesidad irresistible de vivir ahí fuera, entre gente desgraciada. Tuvieron una casa aquí. De hecho, llegamos a darles hasta tres. Una tras otra. Porque eran tan buenos se las cedieron a gente que no podía vivir en ellas. Bueno, los Teos sí que podían y siguen viviendo en una. Pero el resto de la gente que Dadivosa y Generoso trajeron a la isla…pues tuvimos que invitarles a marcharse, o se fueron disgustados porque pensaban que merecían más y lo conseguirían ahí fuera. Pero hemos aceptado a los Teos porque no hacen daño a nadie. ¿Te estás preguntando quiénes son los Teos?”

“Sí,” dijo Rosendo.

“Una vez que recibieron su tercera casa ideal, Divina y Generoso comprendieron ellos mismos que no podían vivir aquí. La gente a la que habían cedido las casas anteriores no sólo las destruyeron sino que también pensaron que no eran casas lo bastante buenas para ellos. Verás, las casas ideales de Generoso y Dadivosa no son exactamente la clase de mansión que la gente mala ansía tener. No todo el mundo aprecia la pobreza y la miseria como la pareja generosa. ¿Sabes lo que es un protestante?”

Rosendo sacudió la cabeza.

“Los protestantes  son mortales, algunos de los cuales tienen una idea que se conoce como la ética del trabajo. Creen que los mortales que no curran e intentan salir adelante y triunfar en la vida no pueden acceder a uno de esos cielos a los que van los mortales buenos cuando la palman. Otra clase de gente cree que cuanto más pobre y desgraciado seas, más probabilidades tienes de ser bien recibido en algún cielo. No sé por qué te estoy contando todo esto. La gente mala que trajeron los Generosos no eran protestantes, sólo gente tonta que se creía con derecho a más y gratis, a beneficiarse del esfuerzo de otros. Eso debe tener algo que ver con lo que estoy diciendo. Generoso y Dadivosa no son selectivos.  Ayudan a cualquiera que se les cruza por el camino, sean gente buena o mala. ¿Me pregunto si ven la diferencia o no? En cualquier caso, hay grupos de gente que cree que sólo los infelices pueden entrar en el cielo de los mortales, pero no vamos a ahondar en eso. Todo lo que necesitas saber ahora mismo para entenderme es que para vivir en esta isla de los benditos no necesitas ser ni espantosamente pobre ni exageradamente rico. Todo lo que necesitas es ser un buen vecino. Por eso nos llaman los buenos vecinos a nosotros. A nuestra clase de hadas.  Ese es el apellido de nuestra familia. ¿Creías que era Ricatierra? Ese también es un nombre que puedes llevar tú, porque es el nombre de tu padre. Pero tu bisabuelo es el Señor Buenvecino. Y tú eres un Buenvecino, así que compórtate. Pórtate siempre bien.”

Rosendo dijo que lo hacía. Decían que era el más bueno de sus hermanos.

“Así que la pareja generosa nos dijo a nosotros, `Mirad, hermanos, sabemos que os estamos fallando y sabemos que nos tenemos que ir de la isla.´ Así que lo que hicimos es que les dimos una cuarta casa ideal que situamos en el Bosque Triturado, junto a la del Cochero de la Muerte. Había un niño ahí que también tenía una casa ideal exiliada. Una colosal casa. Pero se la ha llevado a una isla. A la nuestra no. ¿Sabes quién es el Señor Cochero de la Muerte?”

“No,” dijo Rosendo.

“Es alguien que prefiere vivir cerca de su trabajo. Y no le conoces porque aquí no tenemos uso para él. Su lugar está entre los mortales.”

“¡Oh!” dijo Rosendo.

“¿Todavía te estás preguntando quiénes son los Teos? ¿O ya te has olvidado de ellos?”

 “Sí,” dijo Rosendo.

“Espero que ese sí signifique que sí que recuerdas de que estábamos hablando, que es sobre los Teos. Bueno, pues Generoso y Dadivosa se fueron a vivir entre mortales y hadas malas. No quiero decir que ayuden a las hadas malas a hacer sus fechorías, aunque en ocasiones el bien que intentan hacer sale mal. La mayoría de las hadas defectuosas no quieren ni acercarse a Generoso y Dadivosa. La pareja generosa les da grima. Pero hadas que están confundidas o tienen problemas mentales que las hacen inestables sí que se dejan ayudar. Los mortales buenos también agradecen la ayuda. ¿No me vas a preguntar quiénes son los Teos?”

“Sí.”

“Pues, hazlo, cariño. Para que pueda seguir con nuestro negocio.”

“¿Quiénes son los Teos, Bisabuelita?”

“Cuando Generoso y Dadivosa dejaron la isla, dieron su tercera casa local a cinco mortales que casi se ahogaron en el Estanque Refunfuñon. En realidad dos o tres se ahogaron en serio. ¿Vas a preguntarme si ese estanque es el mismo lugar que el Lago Fosforito?”

“¿Lo es, Bisabuelita?”

Rosendo nunca había oído hablar ni del Estanque Refunfuñon ni del Lago Fosforito.

“Los son. Son el mismo sitio. No se trata de un lago grnade, pero el sol nunca llega al fondo de ese lugar. Así que no es un estanque pequeño tampoco. Debería tener nombre propio un lugar así. ¿A qué sí? Un nombre para algo que está entre un estanque y un lago.”

 “Ya veo,” dijo Rosendo.

“No, cielo. No ves nada, Porque el sol no llega al fondo de ese lugar, tal y como te he dicho. E incluso los que estamos dotados de una estupenda visión nocturna jamás hemos visto el fondo de ese lugar, aunque he de admitir que es porque no nos da la gana. ¿Y tú? ¿Te gustaría saber que hay en el fondo de ese lugar?”

“No personalmente,” dijo Rosendo, con cierta dificultad. Quería expresarse bien, y lo hizo. “Pero si tú me dices lo que hay, lo escucharé con agrado.”

“Pues personalmente tampoco lo sé. Nunca he estado ahí. Pero sí sé que hay viviendo en ese cuerpo de agua un número de fantasmas. Profundo, pero no ancho. Así es el Lago Fosforito o Estanque Refunfuñon. Así que los fantasmas están algo hacinados ahí. Algunos no son de los que aprecian la compañía de otros seres. Todo lo contrario. Son espíritus solitarios de esos que viven en bosques. Así que ese no hubiese sido un buen lugar para vivir para los Teos. Son muchos y algo ruidosillos. Los Teos. Y por eso tus tíos abuelos, Generoso y Dadivosa, sacaron a los Teos del lago o estanque antes de que todos se hubiesen ahogado como está mandado.”

“Los Teos son fantasmas?” Rosendo se había dado cuenta de que tendría que hacer preguntas.

“No todos ellos. Dos se ahogaron sin duda alguna. Uno no quería vivir si otro estaba muerto. Otro más decidió que no quería vivir si otro más estaba muerto. Y el que quedaba decidió que era mejor dejar de ser mortal también.”

“¿Hay cinco Teos?”

“Tus preguntas se están volviendo más y más inteligentes,” sonrió Divina. “Pero hay seis Teos, aunque el sexto, que es realmente el primero, no es pariente de los otros. Aunque la verdad es que ningún Teo es pariente de los demás tampoco. Vas a decir que no entiendes nada de lo que digo. ¿A qué sí?”

“¿Es una adivinanza?”

“No. Es mi manera de contar las cosas. Molesta a un montón de gente. Mi manera de decir las cosas. Pero esa es. ¡Ya sé! Te lo voy a dibujar para que lo entiendas mejor. Toda esta información. Eso debería ayudarte a comprender.”

Y Divina hizo que se materializase un block de papel de esos de artista y también sacó de la nada unos siete rotuladores de colores. Distintos. Y todas estás cosas se quedaron tiesas ahí en el aire ante ella y su nietecito mientras ilustraba la historia de los Seis Teos.

“Esto es una barquita. De esas de remos. Ahora metemos a gente en ella. Más gente de la que deberíamos meter. Este chico es Teodoro. Le llamaremos Tedi si nos acordamos de hacerlo. Está remando. También está remando Teona. Están enamoradísimos. Pero no están en un túnel del amor. Aunque el barco esta diseñado para dos. Pero ellos no son conscientes de eso. De que sólo es para dos. ¡Ay, vaya! ¿Cómo dibujo eso? Que son unos inconscientes ignorantes. ¿Cómo hago que parezcan ignorantes? ¿Te parecen ignorantes?”

“Ignorantes,” asintió Rosendo, tras estudiar el dibujo atentamente.

“Bien. Como iba diciendo, no es este lugar un túnel del amor. Es el Lago Fosforito. Mira todo este limo verdoso y toda esta agua malhumorada. Y uno de los niños que hay abordo es un fosforito y se está alterando. Ah, pero si no he dibujado a los niños aun. Teona es su cangura y pensó que sería divertido ir de camping. Como dije, una ignorante. Ni ella ni Tedi Teodoro han estado de camping antes en sus vidas. ¿Se nota que no tienen ni idea de lo que están haciendo? Claro que siempre hay una primera vez para todo, pero siempre tienes que tener cierta idea de lo que estás haciendo antes de ponerte a hacerlo. ¿Se nota que no tienen ni idea? Mira, voy a dibujar a Teona sujetando a un niño con una mano y a otro con una pierna, porque con la otra mano está intentando remar. Eso debería mostrar el lío en el que la pobre se ha metido. Verás, es que hay un tercer crio. Le dibujaré ahora porque es el más fosforito. Se llama Mateo. ¿Ya te he dicho eso o no? Bueno, te lo digo ahora. Así que el Estanque Refunfuñon está empezando a refunfuñear porque hay un niño hundiéndose en él. Mira como se hunde. Le voy a dibujar cinco o seis veces hundiéndose cada vez más profundamente para que te hagas una idea de lo horrible que es lo que está pasando. Sé que dije que nadie sabe a cuanto está el fondo de este cuerpo de agua, pero está claro que la forma de llegar ahí es bajar. Así que Mateo va bajando. Más y más. ¿Te haces una idea, verdad? Ahora Teodoro ya no aguanta los gritos  histéricos de Teona así que se lanza al agua también. Para pescar a Mateo. Pero hay algo en el agua que tira de él para abajo. Y ni puede ver a Mateo. Voy a tapar todo esto con tinta negra para que veas que nada se ve. De lo oscuro que está todo. Ahora Teona también se tira al agua, porque su noviete no resurge. Le dice a los otros dos niños que se queden quietos parados hasta que vuelva. La voy a dibujar gritando “¡Quietos parados!” mientras salta. Pero Timoteo ya ha saltado al agua también antes de que ella ha dejado de gritar. Es muy empático. Pero no sé como puedo dibujar que siempre siente mucha empatía. Sólo que toda está tragedia le ha afectado y que va a intentar salvar a su amigo Mateo. Ahora pasa algo bueno. Dos hadas bondadosas ven lo que está pasando y salen al rescate. Vienen volando. Mira sus alas. Pues sacan del agua a la cangura y al niño Timoteo, el empático. Pero la chica dice que no quiere vivir sin su novio. Y Timoteo no dice nada porque está tosiendo agua a lo bestia como un grifo lleno de aire porque nadie lo han usado en un tiempo. Mira que ruiditos he dibujado aquí. Así que las hadas buenas vuelven a tirarse al agua para sacar a Teodoro y Mateo, que desgraciadamente ahora son fantasmetes confundidos, que todavía no se han percatado del todo del cambio que han pegado. No saben si toser o no. Puede que ya no sea necesario. Entre nosotros, no lo es, lo sabemos, porque somos conscientes de que han muerto. No es fácil agarrar a un fantasma, pero supongo que tú sabes eso porque tienes un hermanito y una hermanita que lo son porque también se ahogaron, aunque tú no estabas ahí para salvarles, pero eso no es tu culpa así que no te obsesiones ahora con eso. Prométeme que no lo harás.”

“Lo prometo,” dijo Rosendo. “Sí que no se les puede agarrar si no se dejan.”

“Lo prometes. Bien, porque así puedo volver a la historia de los Teos. Generoso y Dadivosa – ¿te he dicho que ellos eran las hadas buenas? No, no recuerdo haberlo dicho, pero lo digo ahora. Pues están discutiendo con la chica que no quiere vivir ahora que su novio es un fantasma. Y ella tampoco quiere tener que dar explicaciones a los padres de Mateo sobre lo que le ha pasado. Bien, pues una ley de las hadas dice que si un mortal te ve, has de desaparecer en el acto. Eso seguro que te lo han enseñado si es que no has nacido sabiéndolo. Cosa del instinto. Pero si hablas con un mortal, entonces tienes que abducirlo. Así que Generoso y Dadivosa le dicen a Teona que no hace falta que se ahogue, que ellos la abducirán y convertirán en un hada y podrá estar con Teodoro porque ambos serán espíritus y pueden tener trato. La pareja generosa también va a tener que abducir a los niños, porque son testigos, pero a estos les pueden devolver pasado un tiempo, aunque puede no resultar conveniente porque a veces los abducidos que vuelven al mundo mortal caen fulminados nada más entrar en él, convertidos en un montón de cenizas por aquello de que el tiempo no es igual aquí que allí y envejecen de golpe allí todo lo que no han envejecido aquí. El niño que está seco dice que él prefiere quedarse con sus amigos a regresar a casa de todas formas. Así que Dadivosa le coge de la mano. Mira, ¿ves como está sequito este crio? Milagrosamente no se ha caído este al agua. Por eso no le he dibujado todo mojado como a los otros dos. Puede que algo le haya salpicado un poco…no sé. Pero cuando Dadivosa intenta coger de la mano al crio que casi se ahoga, resulta que no se le ve por ningún lado. ¿Quieres saber por qué? ¡Claro que quieres! No sé porque pierdo el tiempo preguntando. Pues porque se ha vuelto a caer al agua. Y Generosa se va a lanzar a por él pero de pronto aparece…¿quién aparece arrastrando al crio ese que está otra vez tosiendo a lo bestia? ¿Lo adivinas?”

“¿Espíritus acuáticos?” preguntó Rosendo.

“¡NO! Cuenta con tus deditos, cariño. ¿Cuántos Teos hay?”

“Dos fantasmas y tres abducidos.”

Hasta ahí podía contar Rosendo. 

“¡El sexto Teo! ¿Recuerdas que te dije que había un Teo que no tenía nada que ver con los demás? Deja que le dibuje para ti. Ese es su aspecto. Sí así exactamente es Teófilo Apocado.”

 “¡Teo!” exclamé yo, Dolfitos, el hojita intelectual que estaba escuchando todo lo que hablaban la Señora Divina y su bisnieto. Puedo hacerlo porque a los hojitas se nos consiente, ya que todos saben que jamás contamos lo que escuchamos a no ser que nos de la gana, que no suele ser el caso.

“Dile a Rosendo quién es Teófilo,” me sonrió Divina. “Estoy algo cansada de tanto hablar.”

“Teo era de una familia de parahadas. Vivía con sus gente en el Bosque Triturado, en una casa conocida como la casa parroquial del Bosquecillo de los Búhos. Su familia sigue allí, pero son todos fantasmas ahora, salvo su hermano menor, Tyrone, y la esposa de este, Felina. Teófilo vive en una cabaña que hay en el terreno de esa casa con otros muchachos.”

“Con Mateo, Timoteo y Doroteo. Doroteo es el chico que no se mojó. el seco del dibujo. Se me olvidó decirte que se llamaba así. Generoso y  Dadivosa se llevaron a los cinco Teos a su tercera casa en Isla Manzana, pero los niños se hicieron muy amigos de Teófilo y se lo pasan mejor viviendo con él.”

“¿Teófilo es un fantasma o un abducido?”

“No está del todo claro,” dije yo.

“Ah, lo que es es un muchacho muy amable,” dijo Divina. “Los espíritus del agua le querían mucho y le convirtieron en uno de nosotros cuando estaba a punto de morir. Los tres niños que estuvieron involucrados en el follón del lago habitan en la cabaña con él, pues Teófilo comparte ese techo con ellos. No hacen más que pasar el tiempo disfrutando de la naturaleza. La cangura y su novio viven aquí, en la isla, en la casa que les cedieron Generoso y Dadivosa. Él trabajaba en una fábrica manufacturando muchas clases de cosas. Sigue haciendo eso, pero para entretenerse, no para vivir, pues está muerto.”

 “¿Teodoro?” Rosendo había entendido que se esperaba de él que hiciese preguntas.

“Tedi, sí. Y Teona. Ellos viven aquí. ¿Quieres saber lo que hay en la cajita que nos ha traído Tedi Teodoro?”

Rosendo asintió.

“Si puedo.”

“Una replica.”

domingo, 18 de mayo de 2025

306 Un árbol desaliñado y una cesta verde y amarilla.

306. Un árbol desaliñado y una cesta verde y amarilla  

“¡Ayyyy!” chilló Azulina. “¡Ha dejado la isla!”

La aguja había recorrido la isla a una velocidad vertiginosa, mareándonos a todos los que intentábamos ver lo mismo que él ave veía en su recorrido.

“¿Alguien ha divisado la peluca?” preguntó Pietro Enjoyado. “Tenéis que decírmelo. El pájaro es mío.”

“No,” dijo Rosendo. “No creo que nadie haya visto ni rastro, ni un pelo caído de esa peluca.”

“No, no, no,” dijimos todos los demás, mirándonos los unos a los otros y sacudiendo nuestras cabezas.

Y era cierto. Ni nosotros ni la aguja habíamos visto nada. Así que volvimos a fijar nuestros ojos en la gran bola de cristal.

“Está llegando al Bosque Triturado,” dijo Azulina. Sonaba preocupada, porque lo estaba.

“Tranquila,” la susurré yo, Dolfitos, el hojita intelectual, “ que allí tengo amigos y familia.”

Y de pronto…

Sí, eso apareció en pantalla. Es decir, en la bola de cristal. Eso más o menos. Más bien más que menos.

Por si no entendéis bien la ilustración, lo que se quiere representar en ella es el enorme pelucón, extendido por un árbol algo polvoriento. Está plagada la peluca de nidos plagados a su vez de huevos, a suponer que de aves. Estoy seguro de que más de una araña local u otra clase be bichos también residen ahí. Y ese árbol no está en Isla Manzana, sino en el Bosque Triturado, donde la sanidad no funciona igual. Ahí fuera, los pájaros defecan, aunque la ilustración no ha querido reflejar eso.  

“Antes me cuelgo de ese árbol con el velo de viuda de mi tía abuela que ponerme eso en la cabeza. Ya no la quiero. ¡Ufff! ¡Qué porquería! Toda vuestra. ¡Vuelve, Spione!”

Eso dijo Pietro Enjoyado. Las dos últimas palabras, esa breve orden, la dio hablando en dirección a la medalla que le colgaba del cuello bajo la gargantilla de perlas. Por lo visto era un artilugio con el que comunicaba con la aguja.

 “Misión cumplida,” suspiró Pietro, dirigiéndose al ave a través de la medallita.

“Nosotros no,” lamentó Azulina. “No podemos dejar la isla. Lo tenemos prohibido. Así que no podemos recuperar el pelucón.”

“De todas formas lo tendríais crudo. No creo que quién haya puesto todos esos huevos renuncie al pelucón sin una pelea. De las buenas. A saber que va a nacer en esos nidos. De ser pájaros, en cuanto casquen empezarán a piar como demonios, todos en coro. Para volverse loco, estar ahí. Admito que el pelucón debió ser un ejemplar de peluca impresionante en su mejor momento, pero ahora ya no es más que una m***** pinchada en un palo.”

“Eso no se dice,” regañó Rosendo.

“¡Ay, vale, nene! Pues una porquería colgada de un árbol. Yo de vosotros, me olvidaría de ella. Como voy a hacer yo. Si puedo quitarme esa horrenda visión de la cabeza. Claro que yo les voy a pedir a mis abuelos que me consigan una igual. Pero a estrenar. No sé cómo se me ha podido ocurrir ansiar una peluca usada. A lo mejor tenía piojos ya antes de ser mangada. Anda, Espione, vuélvete broche,” terminó de hablar Pietro, dirigiendo lo último que dijo a la aguja que ya estaba en la ventana.

“¿Ni agua?” preguntó la aguja. “¿Después de lo que he volado?”

“Eso no es nada para ti. Vale, ve a la cocina y que te sirvan champán, o lo que haya y que te apetezca.”

Glögg para mí, que soy de Escandinavia,” dijo Spione, “y skäl a todos!”   

“Sólo a unos salvajes se les ocurre desear salud al prójimo con la palabra calavera,” dijo Pietro. “Pero, ale, ale, ve a por tu vino especiado.”

Y la aguja se fue, probablemente a la cocina, que era donde la había mandado Pietro Enjoyado.

“¿Se lo decimos ya al tito?” preguntó Anémona.

“Es lo único que podemos hacer,” dijo Azulina, muy triste por no tener mejores noticias que transmitir.

“Claro que yo la podría lavar y creo que la dejaría casi nueva. Volvamos primero a la peluquería. Lo consultaré con Malvinio, que tiene más experiencia que yo.”

“¿Va el tito a botar a todos esos pajaritos de la peluca?” preguntó Anémona.

“¡Nah!” dije yo. “No creo que ni él quiera recuperar ese amasijo de pelos. ¿Pero quién sabe? Tal vez haya otra solución. Volvamos a la peluquería, como ha sugerido Rosendo. Es de cortesía informar primero a vuestro bisabuelo, creo yo. Al fin y al cabo es el señor y dueño originalísimo de la peluca. Si sigue ahí. El bisabuelo, digo.”

Seguía ahí.

“¡Chist!” susurró Divina nada más vernos en la puerta. “”¡El bisabuelito está durmiendo la siesta.”

Ahí estaba AEterno, roncando muy suavemente en un sillón.

“Papá dice que el bisabuelo duerme con un ojo abierto,” dijo Azulina.

“Así le va, que tiene pesadillas,” respondió Divina.

 “Pero tiene los dos ojos cerrados,” dijo la niña, que se había acercado para comprobar lo del ojo abierto.

“Porque le he dejado roque yo. Para que no se subiese por las paredes con el asunto del pelucón y sus piques con tu tío. A ver si así descansamos todos. No te acerques mucho, nena. No se vaya a despertar de golpe.”

“¡Ah!” dijo Azulina y se retiró un poco.

“¿Y tú, cariño, que llevas en el cestito?” le preguntó Divina a Anémona. La pequeña había estado recogiendo flores muy bonitas durante todo el camino, hasta de la vía venenosa, aunque no venenosas, y del jardín de Pietro Enjoyado. Las llevaba almacenadas en una cesta casi tan grande como ella. Verde y amarilla era la cesta. Y cómo ninguna de las flores de Isla Manzana se marchita, ni siquiera las más silvestres, todas estaban frescas como la proverbial lechuga.

“¡Qué alemana eres, bonita!” le dijo Divina a Anémona, al ver el hermoso contenido del cesto. “Pero has hecho muy bien. Malvinio, por favor peina a las niñas, que estás florecitas seguro que le agradan a AEterno. Que sus bisnietas guapas sean lo primero que vea cuando despierte. A lo mejor así no se pone a gruñir. Mientras tanto, yo tengo algo que decirle a Rosendo.”

Y Malvinio se puso manos a la obra, todo con mucho sigilo y silencio, mientras la bisabuela se llevaba a Rosendo fuera de la peluquería.

Para que no les oyese hablar nadie. Bueno, nadie más que yo.

jueves, 15 de mayo de 2025

305. La aguja colipinta de Pietro Enjoyado


305. La aguja colipinta de Pietro Enjoyado

“¿Os gusta mi conjunto?” preguntó Pietro Enjoyado.

Cuando llegamos a su mansión, aparte del mayordomo de oro macizo y la doncella de plata esterlina que nos abrió la puerta principal, robots ambos, la primera y única persona que vimos fue alguien envuelto en ropajes de luto. Para nuestra sorpresa, esta persona era el mismísimo Pietro Enjoyado. Se quitó el tupido velo de tul negro que llevaba y vimos a un joven que no había hecho nada para que su cara no pareciese la suya.



“Te falta una lagrima,” dijo Rosendo,” o eso creo yo.”

“Mmm. ¿De veras? Puede que tengas razón,” dijo Pietro, y sacó una cajita de lápices para ojos de multiples colores de un bolsillo y pintó una gran lagrima que parecía estar deslizándose grácilmente de su ojo izquierdo. Entonces se contempló durante un par de minutos en un espléndido espejo de cristal de Murano.

“Soy el zar de los looks,” dijo orgullosamente. “No soy dueño de cien, ni de mil. Empecé a coleccionarlos cuando tenía tres añitos, entre dos y cuatro al día, y ahora tengo cientos de miles, tantos como eran dueños los zares de almas.”

“Así que, si tantos tienes, no eres mortal. Pensé que podrías serlo, porque tu tía abuela lo fue, supongo yo,” comentó Azulina, “o no se hubiese tenido que vestir de luto.”

“Pues no. Sólo su marido era mortal.”

“Pero eso no es un problema para nosotros. Cuando los mortales mueren, se convierten en fantasmas. Él y ella podrían seguir juntos, al ser ambos espíritus. Yo tengo un hermano y una hermana que son fantasmas, y viven conmigo y compartimos la habitación de los niños.”

“¡Lo que tú digas!” dijo Pietro, e hizo aparecer un abanico de negras plumas de avestruz y comenzó a abanicarse la lagrima para que no se derritiese.

“¿Podemos presentarnos y explicarte por qué estamos aquí?” pregunté yo, Dolfitos, el hojita intelectual. “Esto no es sólo sobre ti, guapito.”

“Dicho groseramente, pero sí, presentados y decidme que os trae aquí.”

Y cuando lo habíamos hecho, Pietro añadió, “¿Por qué nunca se me ha ocurrido vestirme de Luis XIV? No entiendo como se me ha podido pasar. Tal vez lo haya hecho y simplemente no me acuerde. ¡Tantos conjuntos, tantos looks!”

“¿No conservas una lista de ellos?” preguntó Azulina. “Como historiadora, yo creo que deberías tomar fotos de todos y cada uno y archivarlas.”

“Pues sí. Sí que tendría que haber hecho eso. ¿Será tarde para empezar? He perdido tantos, todos entregados y condenados al olvido. Pero volviendo a lo que os ha traído aquí, debo decir que no, no tenía ni idea de que existiese un pelucón como el que habéis descrito. Primera noticia. Gracias por la información. Claro que puedo localizar esa peluca. Mis abuelos tienen modos de encontrar joyas robadas, y este pelucón parece ser eso mismo. Sí, seguro que lo localizo. Pero no para vosotros. Para mí. Quiero ese pelucón.”

“¡Ya la hemos liado!” murmuré a los niños.

“No, el Pájaro Raro nos ha vuelto a liar,” dijo Azulina. “Nos ha mandado aquí para que nos roben el pelucón.”

“Tsk, tsk! Nada de robar. El que encuentra algo, se lo queda. Yo lo encuentro, yo me lo quedo. ¿A qué seré un espléndido Rey Sol ataviado con ese pelucón? Si es realmente tan magnífico como decís que es.”

“Esa peluca fue creada con un propósito. Y ese propósito no es decorar una cabeza hueca como la tuya. Se hizo para una cabeza con muchas tonterías dentro, pero no como las superficiales tonterías tuyas,” dije yo. “Es para una cabeza con problemas serios.”

“¿Qué parte de yo lo encuentro, yo me lo quedo no entiendes?” preguntó Pietro Enjoyado. “No me contestes. No tengo tiempo que perder. He de encontrar esa peluca antes de que la halle otro. ¿Queréis ver cómo lo hago? ¿O sufriríais viéndolo?”

“Observaremos,” le dije a Pietro, “Al menos sabremos dónde está la dichosa peluca.” Mi plan secreto era dejar que Pietro la hallase y una vez que se la hubiese apropiado con sus malas artes como amenazaba,  hacer que mis primos la volviesen a mangar para nosotros.

“Entonces seguidme a mi cámara de tesoros,” dijo él zar de los looks.

Bajamos hasta el sótano de la mansión por una escalera larga y mareante. Una vez allí, él abrió una de las ocho puertas que nos encontramos de frente. Lo hizo convirtiendo su dedo meñique izquierdo en una llave esqueleto, que es un tipo de llave maestra. Y pasamos por la puerta.

La cámara de tesoros de Pietro Enjoyado no era un lugar oscuro con pilas de tesoros esparcidos por los suelos. Era un salón pasablemente iluminado que tenía en su centro una única mesa de bronce que se estaba volviendo verde y seis sillas que hacían juego con la mesa. También verdeaban. Las paredes de ese lugar estaban forradas con cajitas fuertes de pared, pintadas de blanco. Pietro se paró delante de una, giró su dial y marcó una combinación. La caja se abrió de golpe y él retiró de su interior otra caja, rectangular, que colocó en la mesa. Luego se sentó, marcó una segunda combinación de números y esta segunda caja también se abrió. De ella sacó un estuche de terciopelo púrpura.

“Tengo lo que necesito,” dijo él, y volvimos a la habitación en la que nos había recibido al llegar. Pietro abrió todas las ventanas que había allí. Bien grandes eran. Entonces abrió el estuche púrpura  y extrajo de él un broche con forma de limosa lapponica, o sea, de aguja colipinta. 

 Habló con el broche, diciendo algo como esto: “Spione, buscamos un pelucón gigantesco, tipo siglo dieciocho, que ha sido robado por un pájaro por identificar. Debe ser uno grande, porque la peluca esa tiene que pesar lo suyo. Encuéntrala para nosotros.”

Colocó el broche en el alfeizar de una de las ventanas y este se levantó por su cuenta y se transformó en una auténtica aguja colipinta. Y salió volando.

“Esta clase de ave puede volar sin escalas desde Alaska hasta Nueva Zelanda. No dejará de volar hasta que haya hallado el pelucón. Utilizamos este objeto para encontrar joyas que mangan las urracas y pulseras de zafiros y otras piedras azules que roban los pergoleros satinados, y más. Si un pájaro grande se ha llevado la peluca, seguro que está se hallará en un nido grande, que será más fácil de divisar que uno pequeñajo. Ahora podemos sentarnos en los sofás y contemplar la búsqueda.”

Y ocupamos dos grandes sofás que había allí, uno frente al otro, tapizados en seda azul, con azucenas bordadas con hilo de oro. Entre ellos había una mesa de café dorada y sobre ella una bola de cristal del tamaño de tres pelotas de baloncesto juntas. Y en la bola vimos a la aguja colipinta volando, cumpliendo su misión.

lunes, 12 de mayo de 2025

304. Peso mariposa

304. Peso mariposa

“Así que ese sobrado te dijo que se iba a ocupar él mismo de localizar el pelucón, pero ha mandado a unos bebés a buscarlo a la Vía Venenosa.”

“No me lo cuentes, AEterno, que ya lo sé, igual que tú, y solo sirve para alterarte más. No te desahogas, te hartas rabiando por tonterías. Yo en cambio sé que mi hijo está vigilando a mis bisnietos igual que tú le espías a él. No les va a pasar nada. Además, ese lugar se llama la Rua de los Remedios. El nombre se lo pusiste tú, no te vuelvas atrás ahora. Tú consentiste que esas plantas creciese en la isla. ”

“No me cuentes a mí tú tampoco cosas que yo ya sé también. Las plantas no tienen la culpa de que las usen así o asao. Pues los niños no han remediado nada. Sólo les han tomado el pelo.”

“Tú eres el que deja que los jocosos se pasen por la isla de vez en cuando en vez de expulsarles del todo y para siempre. El pájaro ha mandado a los niños a ese lugar a molestar a los Guardianes Doble W. Los Jocosos les odian, porque esos no permiten que ellos cojan plantas de ahí para gastar sus bromas pesadas.”

“Esa rara avis no es un jocoso, Divina. Como siempre, no te enteras. Es el bufón de la corte de tu querido yerno.”

“¿Kevin? ¿No está un poco mayor para andar por ahí disfrazado de pajarito?”

“Ahora lo sabremos. Se va a dar un piñato en cualquier momento. Esa rama no le va a aguantar mucho más tiempo. Si no se levanta cuando muerda el polvo, pues está viejo. Necesitará dormir un rato. ¿Pero por qué tiene que romper mis árboles para hacer reír? ¿Qué gracia tiene eso?”

“Eso pasa porque tú no le botas a ese sinvergüenza de la isla de una patada. Anda, ven aquí y siéntate en este sillón, delante de este espejo. Ya que estamos en una peluquería voy a darte un masaje en la cabeza. Masajearé tu cabellera, tu cuello y tus hombros. Un poco de energía sanadora te vendrá bien para que te relajes, que te va a dar algo si no te calmas.”

“Pues…sí que me gusta que me des masajes.”

“Claro. Es uno de los placeres de la vida.”

Y AEterno se sentó en uno de los butacones que había en la peluquería de Malvinio y se dejó relajar.

Mientras tanto, Azulina, Rosendo, Anémona y  yo, el hojita intelectual Dolfitos, dejamos atrás la Vía de las Plantas Ponzoñosas o la Rua de los Remedios, como se llama oficialmente, y volvimos a encontrarnos con el pajarraco que nos había engañado. Seguía sentadito en la misma rama.

“¿Qué? ¿Qué tal os ha ido con Wilibaldo y Winibaldo? ¿Tenían el pelucón?”

“Volvemos con las manos vacías pero muy sonrojados. Por tu culpa, hemos hecho el ridículo y además ofendido a dos inocentes. ¡Nos has engañado!” le dije yo al Pájaro Raro.

“¿Yo? ¿Acaso no necesitan esos un pelucón? Podrían perfectamente haber mangado el vuestro.”

“No es nuestro. Es de Durisilva. Oye, ¿no serás tú el pájaro que se llevó el pelucón, ahora que lo pienso?”

“Por supuesto que no. ¿Te parece que yo necesito una peluca?”

“Lo que necesitas…”

No hizo falta que yo dijese más. Mis primos de Isla Manzana habían entendido muy bien lo que necesitaba el Pájaro Raro. Tres de ellos saltaron desde la copa del árbol en el que estaba el Pájaro Raro hasta la misma rama  que a duras penas le sostenía. Lo hicieron al grito de “¡Viva el peso mariposa!”

La rama se partió, y el pájaro cayó, dándose un buen golpetazo al tocar tierra. Mis primos, que son livianísimos pero muy fuertes, recogieron la rama y la volvieron a pegar al árbol, pidiéndole mil disculpas por la molestia.

“Bueno, pues os habéis vengado. Y de mí, que no he hecho nada más que intentar ayudaros. Siento que no os haya ido bien con los Guardianes Doble W.”

“Sí, ahora sí que lo sientes. Antes no,” dijo Azulina, viendo como el pájaro se frotaba el cóccix.

“Mirad, para compensaros, os voy a sugerir otro posible chorizo de pelucas. Pietro Enjoyado es coleccionista. Y un caprichoso que siempre ha de tener lo mejor. ¿Por qué no le preguntáis si tiene vuestro pelucón entre sus pelucas? Tiene más de doscientas. Algunas de hilo de oro. Otras de platino.”

“¿Y ese quién es? ¿Otro pajarraco u otro calvo?” preguntó Rosendo.

“Ni lo uno ni lo otro, niño. Es el nieto mimado de los joyeros de Titania.”

“¡A ver en que lío nos metes tú ahora!” le reñí yo.

"De saber que alguien iba a venir a verme, me hubiese puesto otro look que el luto de mi tía abuela."